La teniente coronel médico Ana Betegón, natural de Zaragoza, cuenta su experiencia en Afganistán.
Jefa de la Unidad de Telemedicina en el Hospital Militar de Zaragoza, Ana Betegón Sanz volvió el 19 de enero de 2015 a la capital aragonesa después de casi tres meses de misión en Afganistán para asumir el mando de la formación sanitaria Role 2 en la base de Herat, único hospital desplegado por España fuera del territorio nacional. Así, se convirtió en la primera mujer militar española que ocupa un cargo de mando en una misión internacional.
Betegón, de 52 años, forma parte de la tercera generación de mujeres en las Fuerzas Armadas. Su pasión militar la ha llevado hasta en seis ocasiones a dejar a su familia durante un tiempo para adentrarse en duras misiones. Pero los suyos la entienden mejor que nadie: su marido es teniente coronel veterinario y sabe lo que es irse de misión. Sus hijas, pronto lo sabrán. La mayor ingresó en la Academia Militar de Zaragoza, y la pequeña lo hará cuando termine sus estudios de Veterinaria.
-En esas seis veces que ha estado en Afganistán, ¿qué trabajo ha desempeñado?
-Era médico de aeroevacuaciones. Cuando ocurría un incidente con heridos se activaba el protocolo. Teníamos que salir con los helicópteros, uno para el personal médico y otro de escolta, para darnos seguridad ante posible fuego. Los médicos vamos armados con pistolas y nuestro helicóptero porta ametralladoras. Son minutos donde la rapidez y la improvisación son claves para salvar al herido y a nosotros mismos. Acudimos a zonas peligrosas. Cuanto menos tiempo se esté en el lugar, menos riesgo corre tu vida y la del herido.
-¿Ha tenido que usar las armas alguna vez en Afganistán?
-Nunca. Si el equipo médico tiene que usar las armas es que estamos siendo atacados.
-¿Cuál es la situación más difícil que ha vivido en el país?
-Cuando una patrulla americana sufrió un ataque talibán y tuvimos que volar de noche para recogerlos y trasladar a los heridos al hospital de Herat. Fue una evacuación muy complicada porque nos disparaban los talibanes. Afortunadamente nos salvamos todos.
-¿Cómo vive la población civil afgana?
-La calidad de vida es espantosa. Afganistán es uno de los países más pobres del mundo y casi el 90% de la población es analfabeta. Los conflictos entre etnias son diarios. Las casas son de adobe y las carreteras son caminos de tierra. Cuando fui por primera vez a pasar consulta a los pueblos me dio la sensación de estar en la época de Jesucristo.
-Y desde que llegó por primera vez en 2002 hasta ahora, ¿ha visto algún cambio en el país?
-La población sigue siendo igual o más pobre, pero es curioso que la mayoría de afganos tienen móvil. Las tecnologías móviles son iguales que en occidente.
- También ha sido jefa de los americanos, ¿cómo ha sido trabajar con ellos y qué percepción tienen de los españoles?
- Te encuentras de todo. Hay algunos que te miran por encima del hombro y no tienen motivos. Los españoles somos muy buenos y tenemos una capacidad de improvisación que los americanos envidian. Ellos lo tiene todo escrito, protocolizado, y cuando aparece un problema no saben reaccionar. Los españoles somos geniales en la improvisación. Algo vital en las misiones.
-¿Qué es lo primero que hace cuando llega a Zaragoza después de estar casi tres meses de misión?
-Ver a la familia. Este trabajo sería apasionante si pudiéramos tener a los nuestros cerca. Pero, después de visitar a todos, quiero unos huevos fritos con patatas fritas. De hecho, recuerdo la primera vez que volví de Afganistán. Me prepararon una mariscada buenísima. Les dije: "Perdonad, pero no. La mariscada para mañana, ahora quiero unos huevos fritos con patatas".
- Ocupa un cargo importante en el Ejército, ¿le ha resultado difícil conciliar su vida familiar y laboral?
-Sí. En casa somos dos militares. Ambos hemos tenido que ir lejos durante varios años. De hecho, estuvimos seis años separados por acudir a las misiones y cuando nació mi hija mayor tuve que irme a Bilbao sola y dejarlos en Zaragoza durante un año. Recuerdo que fue muy duro porque además yo quería llevarme a mi hija conmigo pero no encontré a nadie que quisiera cuidarla porque pertenecía al Ejército. En el País Vasco la gente tenía cierto rechazo a los militares. Al final encontré una chica joven, cuyo padre era Guardia Civil, que aceptó.
-¿Qué percepción tienen los afganos de los militares médicos españoles?
-Nosotros damos apoyo a la población civil y les interesa llevarse bien con los militares porque saben que en cualquier momento pueden venir al hospital para ser tratados. Siempre digo que es un hospital diplomático; es el único del país que cuenta con tecnología más avanzada. Estamos protegidos gracias a la categoría que tiene este hospital.
-¿Ha sufrido machismo por parte de los afganos?
-La mujer en Afganistán es un cero a la izquierda. Yo he sufrido miradas incorrectas por ser mujer, pero al final se dan cuenta de que si quieren ser atendidos en el hospital español tienen que admitir al profesional sanitario femenino.
-Supongo que la práctica de su profesión también se tendrá que adaptar a las circunstancias de la población.
-Claro. Por ejemplo, la medicación que se les da a las mujeres para intentar sanar su problema de salud, en el momento en el que salían de la consulta, sus maridos se la quitaban para venderla y conseguir dinero. Por ello, procurábamos utilizar medicación en dosis pinchadas. Esta situación se repite constantemente. Los hombres piensan que tienen ese derecho. Lo peor es que no puedes hacer nada, no puedes meterte en su vida privada.
Betegón, de 52 años, forma parte de la tercera generación de mujeres en las Fuerzas Armadas. Su pasión militar la ha llevado hasta en seis ocasiones a dejar a su familia durante un tiempo para adentrarse en duras misiones. Pero los suyos la entienden mejor que nadie: su marido es teniente coronel veterinario y sabe lo que es irse de misión. Sus hijas, pronto lo sabrán. La mayor ingresó en la Academia Militar de Zaragoza, y la pequeña lo hará cuando termine sus estudios de Veterinaria.
-En esas seis veces que ha estado en Afganistán, ¿qué trabajo ha desempeñado?
-Era médico de aeroevacuaciones. Cuando ocurría un incidente con heridos se activaba el protocolo. Teníamos que salir con los helicópteros, uno para el personal médico y otro de escolta, para darnos seguridad ante posible fuego. Los médicos vamos armados con pistolas y nuestro helicóptero porta ametralladoras. Son minutos donde la rapidez y la improvisación son claves para salvar al herido y a nosotros mismos. Acudimos a zonas peligrosas. Cuanto menos tiempo se esté en el lugar, menos riesgo corre tu vida y la del herido.
-¿Ha tenido que usar las armas alguna vez en Afganistán?
-Nunca. Si el equipo médico tiene que usar las armas es que estamos siendo atacados.
-¿Cuál es la situación más difícil que ha vivido en el país?
-Cuando una patrulla americana sufrió un ataque talibán y tuvimos que volar de noche para recogerlos y trasladar a los heridos al hospital de Herat. Fue una evacuación muy complicada porque nos disparaban los talibanes. Afortunadamente nos salvamos todos.
-¿Cómo vive la población civil afgana?
-La calidad de vida es espantosa. Afganistán es uno de los países más pobres del mundo y casi el 90% de la población es analfabeta. Los conflictos entre etnias son diarios. Las casas son de adobe y las carreteras son caminos de tierra. Cuando fui por primera vez a pasar consulta a los pueblos me dio la sensación de estar en la época de Jesucristo.
-Y desde que llegó por primera vez en 2002 hasta ahora, ¿ha visto algún cambio en el país?
-La población sigue siendo igual o más pobre, pero es curioso que la mayoría de afganos tienen móvil. Las tecnologías móviles son iguales que en occidente.
- También ha sido jefa de los americanos, ¿cómo ha sido trabajar con ellos y qué percepción tienen de los españoles?
- Te encuentras de todo. Hay algunos que te miran por encima del hombro y no tienen motivos. Los españoles somos muy buenos y tenemos una capacidad de improvisación que los americanos envidian. Ellos lo tiene todo escrito, protocolizado, y cuando aparece un problema no saben reaccionar. Los españoles somos geniales en la improvisación. Algo vital en las misiones.
-¿Qué es lo primero que hace cuando llega a Zaragoza después de estar casi tres meses de misión?
-Ver a la familia. Este trabajo sería apasionante si pudiéramos tener a los nuestros cerca. Pero, después de visitar a todos, quiero unos huevos fritos con patatas fritas. De hecho, recuerdo la primera vez que volví de Afganistán. Me prepararon una mariscada buenísima. Les dije: "Perdonad, pero no. La mariscada para mañana, ahora quiero unos huevos fritos con patatas".
- Ocupa un cargo importante en el Ejército, ¿le ha resultado difícil conciliar su vida familiar y laboral?
-Sí. En casa somos dos militares. Ambos hemos tenido que ir lejos durante varios años. De hecho, estuvimos seis años separados por acudir a las misiones y cuando nació mi hija mayor tuve que irme a Bilbao sola y dejarlos en Zaragoza durante un año. Recuerdo que fue muy duro porque además yo quería llevarme a mi hija conmigo pero no encontré a nadie que quisiera cuidarla porque pertenecía al Ejército. En el País Vasco la gente tenía cierto rechazo a los militares. Al final encontré una chica joven, cuyo padre era Guardia Civil, que aceptó.
-¿Qué percepción tienen los afganos de los militares médicos españoles?
-Nosotros damos apoyo a la población civil y les interesa llevarse bien con los militares porque saben que en cualquier momento pueden venir al hospital para ser tratados. Siempre digo que es un hospital diplomático; es el único del país que cuenta con tecnología más avanzada. Estamos protegidos gracias a la categoría que tiene este hospital.
-¿Ha sufrido machismo por parte de los afganos?
-La mujer en Afganistán es un cero a la izquierda. Yo he sufrido miradas incorrectas por ser mujer, pero al final se dan cuenta de que si quieren ser atendidos en el hospital español tienen que admitir al profesional sanitario femenino.
-Supongo que la práctica de su profesión también se tendrá que adaptar a las circunstancias de la población.
-Claro. Por ejemplo, la medicación que se les da a las mujeres para intentar sanar su problema de salud, en el momento en el que salían de la consulta, sus maridos se la quitaban para venderla y conseguir dinero. Por ello, procurábamos utilizar medicación en dosis pinchadas. Esta situación se repite constantemente. Los hombres piensan que tienen ese derecho. Lo peor es que no puedes hacer nada, no puedes meterte en su vida privada.
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