400 años DE ARIDEZ. Es el lapso desde las últimas lluvias caídas en Atacama. DAVID BEBBER
Sabía cual iba a ser
la respuesta, pero le hice la pregunta de todos modos. Llevábamos días
recorriendo los parajes sublimes de Atacama:
el salar, la tremenda mina de Chuquicamata, el volcán Licáncabur, las lagunas
altiplánicas, los géiseres hirvientes que brotan a temperaturas bajo cero...
Abrumado por el paisaje lunar que regala el mirador de Cari, le pregunté a Rojas,
el atacameño que guió mis pasos en aquel lejano viaje por el norte de Chile del
76: ¿Y aquí cuándo llueve, Juan?
"Antes de que naciera no llovió nunca y después de que muera no lloverá
jamás", me respondió entre el conformismo y la
indiferencia de quien conoce una verdad inmutable. Luego seguimos recorriendo
en silencio aquellos secarrales. Cuando volví a San Pedro 25 años después (¿qué
es un cuarto de siglo para el desierto?), Rojas había muerto. Ya han pasado 18
años desde que se fue y sigue sin llover.
Son muchos los candidatos al
lugar más seco de la Tierra. Si se considera la ausencia de precipitaciones el factor
decisivo, los datos señalan que es la meseta antártica.
Aunque no es precisamente la sensación de sequedad la que se tiene en mitad de
interminables glaciares de varios kilómetros de espesor de agua convertida en
hielo. Para que tenga visos
auténticos, la aridez debe estar enmarcada en un desierto. La región
egipcia de Aswan, el Afar etíope y Lut en Irán son candidatos. Otro es el Valle
de la Muerte, donde algunos consideran que está el punto cero de la
sequedad terráquea. La realidad es que las mediciones señalan que sus precipitaciones son
superiores a las de Atacama: 50 mm por metro cuadrado y
año.
Atacama es el que más veces aparece en el podio de los
superáridos y, si atendemos tanto a la tradición como a la ciencia, el desierto chileno es el campeón absoluto de la
falta de agua. En
algunas áreas de este lugar se ha registrado un periodo de 400 años sin llover,
entendiendo como lluvia una precipitación mínima anual de 1 milímetro por metro
cuadrado, lo menos que puede medirse en agua caída del cielo. Es una región de
más de 100.000 km², algo mayor que Castilla y León. En el interior de tan vasto desierto
también hay pelea por ser campeón de la aridez. Algunos estudios señalan la
pampa de Yungay, cerca de Antofagasta. Los científicos de la Universidad Católica
de Chile y del Blue Marble Space Institute, de Seattle (EEUU), son quienes
aportan los datos más contundentes. Empeñados en encontrar un sitio de condiciones similares
a las del clima de Marte,
donde no hay ni el menor rastro de agua, subrayan que el lugar está en Quillagua,
exactamente en un paraje llamado María Elena Sur.
La humedad relativa atmosférica
medida en el fondo de esta barranquera
rodeada de paredes arenosas que el aire desmigaja, es del 17,3%. Un metro bajo el
suelo desciende al 14%. Nadie
ha registrado extremos tan dramáticos de falta de humedad en otro punto de la Tierra. A pesar de ello,
en este polvoriento yermo se han
encontrado varios tipos de bacterias. Estos microorganismos demuestran que
son capaces de soportar la sequedad absoluta. Otras pruebas han confirmado quetambién
tienen alta resistencia a los rayos ultravioleta, radiación especialmente
fuerte en Atacama.
MARTE EN LA TIERRA
·
Atacama
es un desierto de 100.000 km², algo mayor que Castilla y León.
·
Su
clima y geografía se asemejan a Marte.
·
Desde
aquí se explora el universo con los telescopios más potentes del mundo.
Vicuñas, ratas, lagartos...
"No tengo claro si existen sitios más secos. Y si los hay,
tampoco si en ellos podría encontrarse vida como hemos descubierto aquí",
ha señalado el investigador
chileno Armando Azúa-Bustos, quien dirigió las mediciones. No
es una vida exuberante, es verdad, pero sin tener que cazarlas con microscopio,
como las bacterias del doctor Azúa-Bustos, en otros lugares de Atacama se
contemplan sorpresas de una biodiversidad
que ha aprendido a vivir a secas. El atolondrado vuelo rosa de los flamencos en Chaxa o el asombro de vicuñas, vizcachas, zorros,
ratas y lagartos que
vagabundean por crestas y quebradas, son algunas de ellas.
Localizado a 800
km al norte de Santiago, bajo el Trópico de Capricornio
y próximo al Pacífico, el
enorme desierto de Atacama está delimitado por Los Andes,
al Este, y
la cordillera
secundaria Domeyko, muy próxima al océano, en el Oeste.
Circunstancias geográficas que son las responsables de su extrema aridez. El culpable principal es un
fenómeno llamado Foehn, propio de las regiones occidentales
cercanas a una masa oceánica. Sobre su superficie y al oeste de la costa
sudamericana, se forman masas de aire cálido y húmedo que los alisios llevan
hacia el continente, donde chocan con la cordillera costera. En su ascenso, ese
aire cálido y húmedo se enfría y se condensa, produciéndose abundantes
precipitaciones en las laderas occidentales, las que dan al Pacífico.
Las nubes que superan la montaña empiezan a descender por la
vertiente opuesta, la que da al interior del continente. En su bajada se
calientan hasta que se diluyen y desaparecen, sin descargar ninguna
precipitación. Un fenómeno idéntico ocurre en el lado opuesto de Atacama, en el
Este. Aquí, las
masas de aire húmedo originadas en la cuenca del Amazonaschocan
con Los Andes. En
la ladera amazónica se descargan y dejan lluvias y humedad, pero cuando cruzan al otro lado de
la cresta andina, el aire se torna cálido y seco. El resultado es Atacama, la
aridez total.
Con tan espectacular falta de agua, es normal que se mire hacia
el cielo. Antes que los salares, lagunas y barrancos, lo que más llama la atención en
Atacama son los cielos. La
atmósfera más prístina, originada por la ausencia total de humedad en el aire,
es la que hace que aquí la vista apunte hacia arriba. Aunque no en busca de las
benditas nubes; en este desolado territorio se mira más allá, hacia las
estrellas.
Este desierto reúne las circunstancias más favorables para la
observación astronómica. No existe contaminación lumínica ni interferencias de
radio, el cielo está permanentemente despejado... Por si fuera poco, la relativa
proximidad a la línea del Ecuador aumenta el panorama estelar. Por eso, en este desierto se han
instalado los observatorios del espacio profundo más potentes. A Atacama lo llaman los "ojos del
mundo".
Aquí se encuentra la mayor
batería de telescopios interestelares del mundo(ALMA, Atacama
Millimeter/submillimeter Array), con 66 antenas, 50 de las cuales
tienen 12 metros
de diámetro, en la que trabajan unos 400 investigadores venidos de todas
partes. Españaaporta seis doctores en
Astrofísica, entre ellos, Itziar De
Gregorio, jefa de Programas de ALMA: "Actualmente está
considerado el telescopio más importante del mundo en longitudes de onda
milimétricas y submilimétricas, debido a la alta sensibilidad y resolución
espacial que puede llegar a proporcionar sus observaciones. Es decir, a su
capacidad para ver objetos celestes muy débiles".
Este desierto permite observaciones astronómicas de gran belleza. GIULIO ERCOLANI
De Gregorio nos confirma el rigor que uno imagina acarrea trabajar aquí. "La
vida de los que trabajamos aquí es muy dura. Mantenemos sistemas de turnos de
ocho días, durante los cuales tenemos
que vivir en condiciones extremas de sequedad, alta radiación ultravioleta y a
gran altura. Es
un trabajo que requiere mucha dedicación, preparación y esfuerzo". Y
añade: "Pero muy reconfortante, pues estamos en uno de los lugares
punteros, donde podemos contribuir y presenciar in situ los avances más
revolucionarios de la astronomía actual".
Visita extraterrestre
Los telescopios se alzan en
Chajnantor, una alta planicie vecina al mítico Licancabur, al este de San
Pedro de Atacama, que se extiende a la nada desdeñablealtura de 5.058 metros sobre el nivel del mar. Su nombre, que
significa lugar de despegue en el idioma kunza, da pistas de la intensa
relación entre la tierra y el cielo que siempre ha existido en Atacama. Los estudiosos de los fenómenos
paranormales ven en
él rastros de ancestrales
presencias extraterrestres.
En tan alto y remoto paraje, la noche es algo diferente. Sobre
nuestras cabezas, la negrura infinita aparece manchada como si se hubiera
derramado sobre ella ese enorme vaso de leche que es el brillo inabarcable de
Fénix, Quilla, Alfa Centauri, Hydra, Orión y demás constelaciones australes.
"Se dice que en el llano Chajnantor uno puede leer un libro bajo la luz de
las estrellas", cuenta De Gregorio, quien concluye con un punto de
admiración: "En Atacama los paisajes son tan extremos que uno no sabe si está
en la Tierra o
en algún lugar de Marte".
Entre los que se dejan los ojos en Chajnantor mirando las
estrellas con las lupas gigantes de ALMA, destaca
estos días la algarabía que han montado los del Observatorio Europeo Austral, con su último hallazgo: una
enorme tormenta producida por inabarcables frentes de nubes de gas
intergaláctico, arrojando un gigantesco chaparrón sobre un agujero negro.
No es momento aquí de describir el hallazgo de estos
científicos comandados por Grand Tremblay, astrónomo de la Universidad de Yale,
Estados Unidos, y autor principal del artículo que narra los hechos en la
prestigiosa revista Nature. Sí señalar que el fenómeno
está implicado en la formación de las estrellas y las galaxias y, por tanto, de
nuestro planeta y quienes vivimos en él.
Aparte de incomprensible, al lego tan lejano suceso le parece
doblemente superlativo. Primero por el notable hallazgo que al parecer supone
y, sobre todo, porque el avistamiento de tan singular aguacero se haya
producido de manera paradójica en el lugar más seco de la Tierra. El sitio donde, como me aseguró hace tanto Juan
Rojas, tal vez no haya llovido nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario