Una exposición reabre el primer museo dedicado a su figura en Zaragoza.
'La Gloria o La adoración del nombre de Dios', de Francisco de Goya y Lucientes, 1771-1772.
A los 18 años le dejaron sin beca en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Tuvo que tirar de ahorros, o de un préstamo de su padre, para marcharse a Italia. Su primer trabajo, a las órdenes de Francisco Bayeu, fue como ayudante menor. Goya, en fin, también fue joven. La muestra Goya y Zaragoza (1746-1775). Sus raíces aragonesas, retrata los primeros pasos del artista en su tierra natal y reabre el zaragozano Museo Camón Aznar como Museo Goya. La Fundación Ibercaja, gestora de la colección, se adelanta así al proyecto desarrollado por el Museo de Zaragoza, que trató durante años, sin éxito, abrir un Espacio Goya que sirviera como centro neurálgico sobre el pintor en la región.
Manuela Mena, asesora de la muestra y especialista del Museo del Prado en el siglo XVIII y el pintor de Fuendetodos, señala el conocido autorretrato de Lucientes a los 29 años, el primero que se conoce. Es una de las joyas de la colección permanente, que ahora se ve las caras por primera vez y hasta el 28 de junio con otras 27 piezas provenientes de cuatro instituciones públicas (entre ellas El Prado) y varias colecciones privadas. El lienzo dista aún de esos otros que le harán ser recordado con pelo cano, mirada cansada, velas sobre el ala del sombrero. Pero Mena advierte: “La melena suelta es símbolo de libertad y creatividad”. Goya se anunciaba a sí mismo.
Tras los fracasos (a los 20 años se presenta al concurso de la Academia de San Fernando, sin conseguir voto) se encontraban ya las cualidades de un genio. Mena alaba su originalidad en el tratamiento de los temas, su ambición, la elaborada psicología de los personajes. Se detiene ante dos lienzos. Huida a Egipto y Muerte de San Alberto de Jerusalén (1772-1774) se muestran por primera vez como atribuidos a Goya –La Piedad y La Virgen con el Niño (1772-1773) no se habían expuesto al público– y señala su luminosidad, que refuerza con manchas claras sobre la última capa de óleo; el tobillo y el pie de la Virgen, dibujados con un solo trazo; la expresividad de los personajes. “A primera vista, se reconoce”, asegura la comisaria.
Pero no siempre estuvo tan claro: la propia especialista negó en 1980, durante una primera revisión, que fueran del aragonés. “Vamos aprendiendo, yo entonces ni sabía que iba a especializarme en esto”, admite Mena, que advierte sobre la dificultad de organizar una exposición de juventud: “No hemos cedido a presiones. Conocemos poco de Goya antes de llegar a Madrid, pero todas las obras que están aquí sabemos que son de su mano”. Explica que hay “decenas y decenas, por no decir cientos” de obras falsamente atribuidas al artista, en su mayor parte “por intereses económicos o por obtener prestigio laboral o familiar”. Es frecuente que la reclamen para estudiar posibles goyas. Pocas veces los confirma.
La exposición debe servir, explica Mena, para comprender mejor la evolución del artista, sobre todo técnicamente. Dominaba desde muy temprano la composición geométrica y la luz, y avanza ya su innovación en la representación iconográfica y su fría paleta cromática, no muy acorde con el gusto de la época. “Le faltaba un mayor juego en las emociones, incorporar armonía a la composición sin basarse en imágenes de otros pintores...”, cuenta la comisaria. Nada que no se solucionara con el pertinente viaje a Italia, donde estudia a Rafael y a los clasicistas: “Su pintura mejora radicalmente”. A su vuelta, le llegará su primer encargo relevante, la decoración de la bóveda del Coreto de la basílica del Pilar. Su etapa de juventud empezaba a acabarse.
“Queríamos tomar las riendas, ser los primeros”. Charo Añaños, directora del recién renombrado Museo Goya, sabe la importancia de la medalla de oro. La Fundación Ibercaja ha reorganizado las 500 piezas de su centro (con 39 incorporaciones, ningún goya entre ellas) en torno al pintor, convirtiéndose en el primer museo en la ciudad dedicado a su figura y tomando el papel de “puerta de entrada a Goya en Aragón”, en palabras de Añaños. El proyecto viene a llenar el hueco dejado por el Espacio Goya, el proyecto nonato del Museo de Zaragoza que luchó por ser el lugar de referencia sobre el artista, más allá del Prado.
Una de los impedimentos para su realización fue el presupuesto. El Ejecutivo aragonés pagó 1,8 millones de euros por un diseño arquitectónico que nunca llegó a realizar, y la Fiscalía Anticorrupción ha estudiado compras de obras a precios “desorbitados”. que este museo solventa con 1’1 millón de euros al año: la obra de acondicionamiento y ampliación del palacio del XVI se realizó en 2008, para la Expo, y no ha habido modificaciones con el relanzamiento. Otro de los factores contra el Espacio fue la resistencia por parte de los lugares de exposición cercanos a centralizar las piezas. “La ventaja es que nosotros contamos con nuestro propio patrimonio y no tenemos que contar con terceros”, asegura Genoveva Crespo, directora de comunicación de la banca. Aunque la Fundación solo reúne 15 obras del pintor, es el único lugar del mundo en el que se exponen de forma permanente sus colecciones completas de grabados. No está previsto que ninguna otra institución sume sus piezas a la colección más allá de las exposiciones temporales, que “dialogarán” siempre con el artista. “Nadie quiere soltar su goya, claro”, explica Crespo.
Goya y Zaragoza (1746-1775). Sus raíces aragonesas. Museo Goya. Colección Ibercaja, C/ Espoz y Mina, 23, Zaragoza. Hasta el 28 de junio.
ELPAÍS
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