César Cervera
Una controversia recurrente enfrenta a historiadores tradicionalistas que han usado la Reconquista como «un tópico retóricamente exaltado» contra historiadores marxistas que lo han empleado como «concepto que había que extirpar y combatir»
«–Cuando yo empleo una palabra –insistió Tentetieso en tono desdeñoso- significa lo que yo quiero que signifique…, ¡ni más ni menos!
-La cuestión está en saber –objetó Alicia– si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
–La cuestión está en saber –declaró Tentetieso– quién manda aquí… ¡si ellas o yo!»
* Diálogo extraído de la obra de Lewis Carroll «A través del espejo y lo que Alicia encontró allí»
El término Reconquista es objeto de una encendida controversia entre historiadores y políticos de distintas ideología en los últimos años. Algunos directamente abogan por borrarlo del diccionario. Si a partir del siglo XIX se empezó a usar entre historiadores sin el mayor problema, hoy recurrir a él significa implicarse en una u otra ideología. En su obra «Recuperación y expansión de los reinos cristianos», Manuel González Jiménez, catedrático de la Universidad de Sevilla, divide las dos posiciones ideológicas entre los historiadores tradicionalistas que han usado la Reconquista en «un tópico retóricamente exaltado» y los historiadores marxistas, que lo han empleado en un «concepto que había que extirpar y combatir».
El principal argumento del grupo ideológico contrario al término es que la palabra en sí, Reconquista, nunca fue utilizada en las crónicas medievales de los reinos hispánicos. El término fue introducido ya en el siglo XIX por un autor extranjero. No obstante, se usaban en los textos medievales conceptos similares como restauración política de la monarquía y, desde luego, la idea de recuperación territorial, de lucha contra los musulmanes de Al-Andalus, está muy presente en las crónicas. «Incluso había llegado a estar presente en las actas de fundación de iglesias o en las donaciones hechas por los particulares o por la monarquía a la institución eclesiástica», apunta Martín Federico Ríos Saloma en su libro «La Reconquista: una construcción historiográfica» (Marcial Pons Historia, 2011).
En este sentido, el profesor Derek Lomax, autor de «The Reconquest of Spain» (1978), defendió en el libro mencionado que el marco conceptual de la Reconquista no es para nada artificial:
«...la Reconquista fue una ideología inventada por los hispano-cristianos poco después del 711, y su realización efectiva hizo que se mantuviera desde entonces como una tradición historiográfica, convirtiéndose también objeto de nostalgia y en un cliché retórico de los publicistas tanto tradicionales como marxistas».
El problema, según apunta el famoso historiador, no es el nombre o la existencia de ese proceso histórico, sino el uso político que cada bando ha dado al episodio, reduciendo, a conveniencia, la complejidad de un hecho con múltiples facetas. La historiografía de corte romántico-tradicionalista redujo esos ocho siglos del período medieval peninsular a una cuestión militar, a pesar de que no todo fue una confrontación entre cristianos y musulmanes, sino que se produjeron fases de intercambio cultural y social que todavía están presentes en lo que hoy es España.
Tradicionalistas contra marxistas
Esa historiografía decimonónica reclamó la ascendencia de un grupo cultural determinado, los cristianos de los reinos del norte, sobre el resto de grupos del país para así presentar a España como una nación forjado como oposición a los musulmanes. Por descontado, las simplificaciones nunca son buenas. Así describe el proceso desde un punto de vista tradicional el historiador Antonio de la Torre:
«Suele entenderse por Reconquista la recuperación del territorio nacional contra los invasores musulmanes. La musulmana es una invasión distinta de las anteriores, Roma y los germanos. Unos y otros se funden con los hispanos, bien imponiendo su cultura, como Roma, bien aceptando la del país, como los germanos. Los musulmanes no lograron fundirse con los españoles; conviven, se influyen mutuamente, pero el resultado final ha sido la eliminación del invasor. Esta larga contienda, iniciada en 711 y terminada en 1492, es la llamada Reconquista».
Por contra, la historiografía marxista no solo descartó en su totalidad el concepto y lo vinculó al franquismo, también definió hitos de la España cristiana como Don Pelayo o El Cid como construcciones ficticias que había que extirpar. Nada es tan blanco ni tan negro. Está documentado que la batalla de Covadonga, fuera combate o escaramuza, se produjo en las fechas referidas y que sirvió para cimentar una ideología fundamental para comprender lo que fueron los grandes reinos cristianos de España.
El catedrático de Historia Medieval Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar en la entrada que le dedica a Don Pelayo en el Diccionario Biográfico de la RAH sostiene que «detrás de las contradicciones de las fuentes, de los datos irreconciliables, de las deformaciones fantásticas que ofrecen en muchos casos y de unos silencios no tanto atribuibles a la inexistencia de los hechos como al desconocimiento o minusvaloración, impremeditada o consciente, de los mismos por quienes los historiaban, la realidad de Pelayo y Covadonga, de los sucesos que esos dos nombres evocan, es actualmente incuestionable y de general aceptación por la historiografía más autorizada».
La ideología fraguada en fechas próximas a la conquista musulmana (concepto que, por cierto, no se cuestiona a pesar del escaso peso que tuvo el componente religioso del primer Islam durante el proceso de conquista) mezcló hechos imaginarios con otros reales. Razón que no basta para desacreditar el peso que tuvo la ideología en sí, que ya estaba vigente a finales del siglo IX, como si fuera fruto de elucubraciones de clérigos o de nostálgicos del pasado visigodo.
Que algunos de los elementos de esta ideología neogótica fueran míticos o fabulosos no quita que la sociedad cristiana acabara aceptando estas ideas y aplicándolas a lo largo de la Edad Media hasta la guerra final en Granada. Como en toda ideología, su valor no está en si usó cuestiones verdaderas o falsas, si no en sí fue o no operativa en su contexto. La Reconquista lo fue, y mucho, durante siete siglos.
A mediados del siglo XI la ideología de la Reconquista ya estaba completamente consolidada y hasta la conocían los musulmanes. Abd Allah, último rey del taifa granadino, se refiere en sus Memorias a una conversación con el gobernador mozárabe de Coimbra en los siguientes términos:
«Al-Ándalus pertenecía a los cristianos hasta que fueron vencidos por los árabes, que los obligaron a refugiarse en Galicia, la región más desfavorecida por la naturaleza. Pero ahora, que es posible, desean recuperar lo que les fue tomado por la fuerza. Para que los resultados sean definitivos, es necesario delitirlos y desgastarlos con el transcurso del tiempo. Cuando no tengan dinero ni soldados, nos apoderaremos del país sin esfuerzo».
Un uso operativo hoy en día
Para muchos historiadores, más allá de una cuestión ideológica, el uso del término resulta hoy en día una cuestión práctica, operativa, para aludir a un conflicto donde había dos fuerzas enfrentadas en un espacio y en un ámbito común. En este grupo destaca Francisco García-Fitz, catedrático de la Universidad de Extremadura, que con motivo de unas jornadas sobre la Reconquista organizadas por la Universidad CEU San Pablo el pasado octubre defendió su uso: «Si aceptamos el concepto de Reconquista es porque es fiel a un argumento que existía y porque resulta operativo hoy en día.
«Para la historiografía actual, lo problemático sería usar Restauración, que ya se aplica para una fase del siglo XIX relacionado con la vuelta de los Borbones, por lo que daríamos lugar a confusión. Los conceptos los usamos para aclarar, no para confundir, y este es operativo desde un punto de vista lingüístico», señala este experto en historia medieval sobre un argumento que no inventó la historiografía del siglo XIX o el nacionalismo español.
El historiador Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña, uno de los organizadores de las jornadas «La Reconquista a debate», también considera que se puede seguir usando Reconquista más allá del debate ideológico:
«Es incómodo el término Reconquista para algunas personas por el uso político que se le ha dado a lo largo de los siglos, tanto con ánimo de elogiarlo como de desprestigiarlo. Hoy en día, a los historiadores nos preocupa ese uso, que a veces conlleva que al emplearlo historiográficamente se te pueda catalogar de una cosa u otra. Nosotros pensamos que es un término con el suficiente consenso académico para que su uso sea neutro. Hemos llegado al punto de que si alguien lo usa debe adscribirse a una u otra ideología, lo cual es un despropósito».
El debate sobre el término, de elevado sesgo político, impide trabajar a los historiadores sin que se les coloque en una línea o en otra. Impide, en general, que puedan hacer su trabajo sin presiones. «Creo que ya va siendo hora de que dejemos de discutir acerca de un término, convertido casi en bandera de combate historiográfico, y profundicemos en otras cuestiones de mayor trascendencia como los fundamentos ideológicos de la Reconquista; el legitismo astur frente a otros legitimismos hispánicos; la Reconquista como soporte de una más amplia autonomía política; la Reconquista como objetivo común de los pueblos peninsulares; la Reconquista y el fortalecimiento de las monarquías feudales hispánicas, y otras más», defiende Manuel González Jiménez en su monográfico «Sobre la ideología de la Reconquista: realidades y tópicos».
La duración del episodio
Otro argumento en contra de usar el término de Reconquista está relacionado directamente con el hecho de integrar un periodo tan prolongado y variado dentro de un mismo compartimento histórico. Ortega y Gasset en el libro «La España invertebrada» ya cuestionó lo idóneo del término: «Una reconquista que dura ocho siglos, no es una reconquista».
Sin embargo, Eloy Benito Ruano, medievalista español, consideró en «La Reconquista. Una categoría histórica e historiografía» (2002) que el argumento de la larga duración no es suficiente para invalidar la Reconquista como fenómeno:
«Argumento que, a nuestro juicio, puede rebatirse con la invocación de tantos procesos y fenómenos históricos como pueden ser, en sus diversas proporciones, el Cristianismo, el feudalismo, la institución monárquica... Sujetos todos hoy incluíbles en la moderna concepción braudeliana (de Braudel) de la longue durée».
Otros conceptos como el de las cruzadas o la Edad Media resultan bastantes arbitrarios y hasta artificiales, y no por ello se aboga desde la historiografía por su desaparición. Hay otras razones por las que a su generación de pensadores les molestó el término.
La afirmación de Ortega y Gasset está integrada en una tradición crítica con el concepto tradicional de la Reconquista que iniciaron a finales del siglo XIX los «regeneracionistas». Este grupo ideológico, que abogaba por dejar atrás los males que habían llevado a la ruina de España, abominaba la Reconquista y la España medieval porque, como afirmó Sánchez Albornoz en una conferencia pronunciada en Praga en 1928, lo que representaba era la causa del «retraso» con respecto a Europa, el origen de un estado de «superexcitación guerrera» propia de los españoles y de «hipertrofia de la clerecía hispana». El propio Joaquín Costa propuso cerrar de una vez por todas, con siete llaves, el sepulcro de El Cid.
El historiador Miguel Ángel Ladero Quesada respondió en un artículo titulado «¿Es todavía España un enigma histórico?» a los «regeneracionistas» y a otros pensadores a los que estar demasiado cerca de los árboles no les permitía ver el bosque en su conjunto:
«Actualmente, muchos consideran espúreo el término reconquista para describir la realidad histórica de aquellos siglos, y prefieren hablar simplemente de conquista y sustitución de una sociedad y una cultura, la andalusí, por otra, la cristiano-occidental; pero aunque esto fue así, también lo es que el concepto de Reconquista nació en los siglos medievales y pertenece a su realidad en cuanto que sirvió para justificar ideológicamente muchos aspectos de aquel proceso».
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