Más de cuatro años de guerra civil dejan un paisaje devastado y un claro vacío de poder.
«Camino por la calle y no reconozco a mis vecinos. Me faltan caras de toda la vida y veo otras a las que no había visto nunca», es la respuesta de un amigo de Damasco al preguntarle por la situación en la capital tras cinco años de guerra y en pleno éxodo de refugiados hacia Europa. «Describiría a la Siria actual como un desastre, una gran tragedia con amplias zonas fuera de control y en manos de grupos extremistas y terroristas. La gente ya ha perdido la esperanza en una solución y se va», responde otro conocido que ha decidido quedarse en el país junto a su familia, un país roto en tres pedazos. Uno en manos del régimen, otro de las milicias kurdas al norte y una tercera zona bajo control de los grupos armados de la oposición, con el Estado Islámico a la cabeza. ¿Cómo se ha llegado a esta situación?
El pretexto democrático
Siguiendo la estela de Túnez, Libia y Egipto los sirios se echaron a las calles del país en marzo de 2011. El régimen respondió con dureza y sofocó las protestas con mano dura. Una parte de la oposición tomó las armas con el respaldo de los países del Golfo y Turquía, deseosos de derrocar a un régimen en manos de los alauíes (corriente del islam derivada del chiismo) en el corazón de Oriente Próximo, y de Occidente, bajo el pretexto de instaurar la democracia. Occidente nunca ha tenido claro a quién apoyar y el resto de enemigos de Assad fueron cambiando de grupos según el momento, sin miedo a apostar por los islamistas más radicales.
Un Ejército exhausto
El presidente Al Assad resiste en su palacio, pero el Ejército sirio da muestras de agotamiento y está en su peor momento desde el inicio de la crisis, según fuentes militares israelíes consultadas por el diario Haaretz. El régimen mantiene su presencia en todas las capitales de provincia del país, excepto Raqqa e Idlib, pero no da muestras de poder recuperar el espacio perdido. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) las tropas regulares han sufrido al menos 50.570 bajas. A las que habría que sumar los paramilitares de las milicias sectarias leales a Assad, otros 33.839 muertos. El régimen ha dejado de ser el paraguas de seguridad que fue durante los primeros momentos de la guerra, su imagen de poder absoluto se ha resquebrajado y ha pasado a ser un actor más en el tablero.
El juego de las alianzas
Los grandes aliados de Assad, Rusia e Irán, han demostrado ser los más fiables porque desde el primer momento han mantenido su respaldo económico, militar y diplomático al presidente. La oposición, política y armada, ha sido un juguete en manos de Arabia Saudí, Qatar, Turquía y Estados Unidos que han ido variando sus planes con el paso de los meses. Casi cinco años y más de 300.000 muertos después, dirigentes europeos como José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores español, piensan que «es hora de dialogar con Assad».
Retorno al «califato»
Al Qaida en Irak no tardó en aprovechar el alzamiento sirio para cruzar la frontera y empezar a operar en el país vecino bajo el nombre de Estado Islámico de Irak y Levante. Damasco, como Bagdad, están en manos de infieles chiíes y el grupo esperaba consolidar su posición entre la mayoría suní siria. Abu Baker Al Bagdadi desoyó las órdenes de Al Qaida, que nombró al Frente Al Nusra como su filial siria, y decidió convertir Raqqa en la primera capital de lo que acabó siendo su califato transfronterizo entre Siria e Irak. Instaurado el califato redujeron el nombre a Estado Islámico y poco más de un año después controlan más de la mitad del territorio sirio, aunque realmente la mayor parte son zonas deshabitadas.
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