Manuel P. Villatoro
La «Guerra Relámpago», el avance a toda máquina sobre las posiciones enemigas, había sido ideado por un británico en los años veinte.
Algo más de un mes. Para ser más concretos, treinta y siete días desde el comienzo de las hostilidades, hasta que las últimas tropas polacas presentaron su rendición el 6 de octubre. Ese fue el tiempo, un auténtico suspiro, que llevó a los alemanes aplastar a su enemigo. No fue casualidad. Los soldados de Adolf Hitler lograron esta proeza gracias a una revolucionaria doctrina bélica conocida como «Blitzkrieg» («Guerra relámpago») que rompía con la tradicional forma de combatir.
Si la Gran Guerra se caracterizó por los avances lentos y por pasar meses en las trincheras, a partir de septiembre de 1939 la «Wehrmacht» apostó por atacar las defensas enemigas en un punto concreto (el más débil) mediante carros de combate, divisiones acorazadas y bombardeos de precisión. Una vez destruido el frente, estas unidades avanzaban a toda velocidad tras las líneas y, después de rodear y embolsar las posiciones que ofrecieran una mayor resistencia, se sincronizaban con la infantería para asaltarlas. El golpe simultáneo desde varios puntos era letal.
La efectividad de la «Blitzkrieg» ha quedado asociada, desde entonces, a la Alemania nazi y a un nombre: Heinz Guderian, el máximo defensor (y estudioso) de esta doctrina durante la Segunda Guerra Mundial. No en vano su libro, «Achtung Panzer!», se convirtió pronto en una auténtica Biblia de la «Guerra relámpago». Lo que suele olvidarse es que la táctica que asombró a Europa y logró superar la mitificada Línea Maginot francesa no fue un invento teutón, sino británico.
Así lo admitió el mismo germano en su obra: «Tras largas y profundas reflexiones se decidió […] basarse en las visiones de los ingleses para […] establecer una disciplina propia». Su verdadero ideólogo fue el mayor John Fuller; un militar que, ya en los años veinte, apostaba por abandonar el uso clásico del carro de combate (el apoyo a la infantería) pero que, a pesar de su ingenio, fue despreciado por sus superiores. Por el contrario, sus ideas fueron bien recibidas al otro lado del Canal de la Mancha. Guderian, eso sí, le rindió un pequeño homenaje al definirle como el máximo defensor de «la transformación motorizada del ejército».
No hay comentarios:
Publicar un comentario