Ismael Marinero
Corrupto sin límite, el valido de Felipe III se forró especulando con inmuebles en el traslado de la corte. Para evitar ser procesado llegó a hacerse cardenal.
El Duque de Lerma, pintado por Rubens
Existe un hilo, retorcido como un muelle, resistente como el diamante y negro como el carbón, que une la España del siglo XVII con la de 2019. Se llama corrupción. La han practicado con cierta delectación y desigual fortuna reyes, nobles, políticos, banqueros y allegados a todos ellos, capaces de elevar la "picaresca española" a la enésima potencia para enriquecerse a costa del erario público y del ciudadano de a pie. Hubo gobernantes corruptos antes de 1599, qué duda cabe, pero no fue hasta ese año, en el que el Duque de Lerma empezó a ejercer de valido de Felipe III, cuando la práctica se convirtió en deporte nacional.
Felipe II legó a su hijo, "el rey más vago de la Historia de España", según el hispanista John Lynch, un imperio tan amplio como difícil de gobernar, con las arcas de la corona casi vacías y una deuda galopante que "ni todo el oro del mundo" habría podido pagar, a decir de los historiadores de la época.
Una coyuntura histórica y económica perfecta para la aparición de un personaje como Francisco Gómez de Sandoval. Nieto de San Francisco de Borja, que en su día ejerció de consejero real de Carlos V, tuvo ascendencia sobre Felipe III desde la niñez del príncipe y la hizo valer durante cerca de 20 años, hasta convertirse en el hombre más rico y poderoso de la España de las primeras décadas del Siglo de Oro.
Veinticinco años mayor que el rey, Francisco Gómez de Sandoval fue acumulando cargos (y sueldos), restándole competencias e influencia a Felipe III a medida que aumentaba las suyas. Poco a poco, fue estableciendo una red clientelar para afianzar su posición, rodeándose de familiares, amigos, hombres de confianza y nobles en deuda directa con él, mientras optaba por una política de pacificación con las potencias extranjeras que aliviara en la medida de lo posible la crisis galopante de la Hacienda española. Aunque, probablemente, las treguas con Inglaterra y Países Bajos y la política contemporizadora con Francia, Venecia y Saboya tenían una segunda intención: embolsarse él mismo el cuantioso ahorro de las campañas militares.
Su creciente influencia le permitió saltarse trabas burocráticas y molestos controles gubernamentales, tratando los asuntos de Estado directamente con el rey, hasta suplantar su figura casi por completo. Una cédula real llegó a otorgar al Duque de Lerma un poder que atentaba contra el propio sentido de la monarquía absoluta: su firma tendría desde entonces el mismo valor que la del propio monarca.
Pero la auténtica jugada maestra de Gómez de Sandoval, la que lo convierte en un precursor de Francisco Correa y los fondos buitre, fue un pelotazo inmobiliario digno de un especulador nato.
En 1601, convenció al rey de que trasladara la corte de Madrid a Valladolid, con las excusas de la inseguridad e insalubridad que se vivían en la que había sido capital del reino desde 1561. Su verdadero objetivo era alejar a Felipe III de la influencia de su abuela, la emperatriz María de Austria y, de paso, hacerse inmensamente rico (o viceversa).
Para llevar a cabo su plan, meses antes del traslado compró a precio de ganga el patronato de la iglesia, el monasterio dominico y el gran palacio de la plaza de San Pablo. Con la capitalidad, los precios se dispararon en Valladolid, una burbuja inmobiliaria que aprovechó el astuto y taimado duque para vender sus posesiones a la propia corona por una millonada. Para doblar sus beneficios, en 1606 repitió la operación con el regreso de la corte a Madrid.
Como cuenta Alfredo Alvar Ezquerra en El duque de Lerma: corrupción y desmoralización en la España del siglo XVII (La Esfera de los Libros), los precios se habían desmoronado tras el cambio de la corte. El valido, que disponía de la mejor información privilegiada que un corrupto pudiera soñar, "compró las casas del inmenso espacio que va desde la actual plaza de Neptuno hacia casi Atocha". Diversas fuentes calculan que el duque se hizo con propiedades por valor de 80.000 maravedíes y obtuvo cerca de 55 millones de plusvalías gracias a sus pelotazos urbanísticos.
Ganó especulando con inmuebles en los traslados de la corte 55 millones de maravedíes
Aunque consiguió ejercer como consejero privado del rey cerca de dos décadas, sus últimos años de gobierno estuvieron marcados por la creciente oposición a su influencia dentro y fuera de la corte. No solo por la corrupción rampante, sino también por la devaluación de la moneda de vellón o la expulsión de los moriscos, acciones que contribuyeron a arruinar aún más las ya de por sí maltrechas arcas públicas.
En un último ardid para intentar salvar el cuello, fue ordenado cardenal y consiguió así la inmunidad eclesiástica (»para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se vistió de colorado», decía una coplilla de la época), mientras su hombre de confianza, Rodrigo Calderón, era ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid. Fue definitivamente traicionado y sustituido en el cargo de valido del rey por su propio hijo, el duque de Uceda, en connivencia con el Conde Duque de Olivares, el otro hombre fuerte -y corrupto- de la España del siglo XVII.
Ya lo advirtió Quevedo, alarmado ante la capacidad de influencia y la fortuna que fue acumulando el codicioso duque de Lerma: "Rey que cierra los ojos, da la guarda de sus ovejas a los lobos, y el Ministro que guarda el sueño a su Rey, le entierra, no le sirve [...] Rey que duerme gobierna entre sueños; y , cuando mejor le va, sueña que gobierna".
No hay comentarios:
Publicar un comentario