sábado, 31 de marzo de 2018

La brutal marcha con la que la Legión evitó que las tribus de Abd el-Krim arrasasen Melilla. 4º ESO

ABC Historia
Manuel P. Villatoro

- En la noche del 21 al 22 de julio de 1921 dos Banderas del Tercio de Extranjeros recibieron órdenes de salir de Robba-Gozal a toda prisa.

- Posteriormente sabrían que su objetivo era recorrer más de 100 kilómetros y embarcar en un bajel que les llevara hasta la ciudad norteafricana.

- El pasado 20 de septiembre, esta unidad conmemoró el aniversario de su fundación. Una creación ligada íntimamente al norte de África.




Qué son unas llagas sangrantes a cambio de ofrecer seguridad a una ciudad entera y salvar la vida de miles de personas. Del 21 al 23 de julio de 1921, los Legionarios de la I y la II Banderatuvieron la (mala) suerte de comprobar en sus propias carnes hasta dónde llegaba su capacidad física al verse obligados a marchar a toda prisa más de 100 kilómetros con el objetivo de acudir en auxilio de Melilla. Ciudad sobre la que se cernían miles de kabileños a las órdenes del líder local Abd el-Krim. El mismo que, apenas unas horas antes, había aniquilado al grueso del ejército patrio en el denominado Desastre de Annual.
La marcha se extendió durante 33 horas de auténtico infierno y de pura extenuación. Sin embargo, el sufrimiento de estos hombres (así como el de otros tantos que acudieron a la zona) le valió a los habitantes de la urbe norteafricana respirar tranquilos y saberse protegidos de los rifeños. Rebeldes que, como explicaba Luis Miguel Francisco a ABC en 2016, «abrían a los españoles en canal y les quemaban vivos».
A su vez, aquellas jornadas permitieron al entonces Tercio de Extranjeros ganarse un hueco en el corazón de todos los ciudadanos peninsulares. A costa, eso sí, de su propia integridad física. Sin embargo, los legionarios sabían que el socorro de sus compatriotas bien valía una extenuante marcha hasta Ceuta y, posteriormente, un viaje en barco hasta Melilla.
Esta marcha es uno de los hitos que unen a la Legión y a Melilla. Dos entidades que, el pasado 30 de septiembre organizaron una jura de bandera civil para honrar el aniversario del antiguo Tercio de Extranjeros (fundado el 20 de septiembre de 1920) y recordar que, a pesar de lo controvertida que es la situación de nuestro país a día de hoy, esta región se sigue sintiendo española. «Al evento acudieron 412 personas, algunas llegadas incluso desde Tarragona», explica a ABC Juanjo Flosrensa, miembro del Centro UNESCO y de la Asociación de Estudios Melillenses (AEM).
En sus palabras, la Ciudad Autónoma es a día de hoy una de las que más relación guarda con la Legión gracias a que sus miembros la «salvaron» en 1921. «Con todo, no somos la única. En lugares como Ronda o Ceuta se organizan largas carreras de decenas de kilómetros para conmemorar este suceso. Fue algo memorable. Dos legionarios murieron durante el trayecto de lo duro que fue y muchos más orinaron sangre debido al esfuerzo», añade.

La seguridad de Melilla

El origen de la marcha hay que buscarlo un año antes. Fue en 1920 cuando el general Manuel Fernández Silvestre -veterano del desastre colonial de Cuba- arribó al Rif como Comandante General de Melilla. Ávido de demostrar la valía de España, así como de pacificar a las kábilas (tribus) de la zona, el bigotudo militar inició una expansión masiva por el norte de África a base de fusil, balas y sangre. Así lo afirma Miguel Martorell Linares (profesor de Historia Política y Social) en su obra «José Sánchez Guerra: un hombre de honor (1859-1935)»: «Emprendió una audaz campaña que le permitió ganar en muy poco tiempo un territorio de unos ciento veinte kilómetros en torno a Melilla».
El éxito inicial de la campaña convirtió a Silvestre en el héroe del momento y le granjeó más de un banquete a costa del Estado. El Conde de Romanones, por ejemplo, le definió entonces como «un militar de condiciones excepcionales […] con gran ambición de impulsos imaginativos». Lo que los diarios desconocían es que aquella expansión no era más que un mero espejismo, pues se había llevado a cabo a marchas forzadas, sin crear líneas de suministros de víveres eficientes y sin edificar posiciones defensivas adecuadas para resistir al enemigo. Únicamente se habían construido pequeños fuertes llamados «blocaos». Fortalezas creadas a base de sacos terreros a las que era casi imposible enviar refuerzos o agua si eran sitiadas.
El general Silvestre recorre las posiciones de Melilla
El general Silvestre recorre las posiciones de Melilla- ABC
Aquella expansión hueca y llevada a cabo sin ton ni son fue aprovechada en el verano de 1921 por Abd el-Krim. El que fuera uno de los mayores líderes rifeños de la época atacó por sorpresa el 17 de julio al ejército y pasó por encima de las tropas patrias en Igueriben (la posición más adelantada de los españoles) el 21.
Silvestre se acantonó entonces en el poblado de Annual, ubicado a unos 90 kilómetros de Melilla, con el grueso de sus fuerzas. En principio, su objetivo era luchar hasta el último hombre para satisfacer sus ansias de heroísmo. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que era imposible resistir ante el gran número de enemigos (entre 10.000 y 18.000, atendiendo a las fuentes). Por ello, el 22 estableció que lo idóneo era retirarse paulatinamente. Un plan más cauteloso. O eso creía él, pues aquella orden generó un caos que terminó con más de 13.000 de nuestros combatientes mordiendo la arena africana.
Así narró en las jornadas posteriores aquella tragedia el diario ABC: «El descalabro […] es un episodio amargo, dolorosísimo […]. Es doblemente sensible por el número de bajas, por la circunstancia de la muerte del general [Silvestre] y de los jefes que le rodeaban, y por el efecto moral». Pero el desastre no acabó en Annual. En las siguientes horas, los rifeños de Abd el-Krim iniciaron la persecución de las tropas españolas con un solo objetivo en la mente: pasar a cuchillo a los ciudadanos de Melilla.
Miembros del Tercio de Extranjeros en 1921
Miembros del Tercio de Extranjeros en 1921- ABC
En su camino tan solo se interponían algunas posiciones como las ubicadas en Monte Arruit Zeluán (escasa defensa ante tal gentío). Pintaban bastos para los nuestros. Y más específicamente para la ciudad norteafricana, la cual acogía desde mujeres y niños, hasta los heridos llegados desde el frente.
España entera sabía que la ciudad pendía de un hilo a pesar de que diarios como el ABC tratasen de tranquilizar a la población con algunos mensajes como el publicado el 24 de julio: «respecto a la seguridad de Melilla no hay sobre ello la menor duda». La tensión sobre el aciago destino de la urbe quedó plasmado de forma sucinta en una entrevista que este periódico hizo al general Berenguer(sucesor de Silvestre). En ella, el militar señalaba que confiaba «en el envió de refuerzos [a Melilla]» como «base para completar la reacción del espíritu de estas tropas». El divulgador histórico
Francisco Martínez Canales deja patente la desesperación de la región en su obra «La legión, 1921»: «En Melilla, desguarnecida capital del territorio, las miradas se dirigían […] hacia el mar, en cuyo azul horizonte se quería ya adivinar la silueta de los barcos que debían transportar las tropas de refuerzo».

El Tercio de Extranjeros

En la mañana del día 22, después de que la posición de Igueriben cayera y el inmenso contingente rifeño llamara a las puertas de Annual, los altos mandos comenzaron a contactar desesperadamente con las unidades españolas ubicadas en las cercanías de Melilla. ¿El objetivo? Que se dirigiesen a toda prisa hacia la ciudad para evitar su posible caída.
Entre los diferentes contingentes a los que se solicitó ayuda destacan los hombres del Tercio de Extranjeros. Una unidad entrenada para resistir las duras condiciones de África y que había sido creada en 1920 por José Millán Astray. Militar que estaba hasta el chambergo de que decenas de soldados bisoños murieran a diario en el Rif por carecer de experiencia a la hora de enfrentarse a los kabileños.
El 21 julio la I Bandera de la Legión (al mando del comandante Francisco Franco), la 4ª Compañía de la II Bandera (que reforzaba a la primera y estaba dirigida por el también comandante Carlos Fontanés) y la III Bandera se hallaban en el campamento de Robba-Gozal. Y todas ellas formaban parte de las fuerzas destinadas a la conquista de Tazarut (a unos 100 kilómetros de Ceuta).
Así lo afirma el propio Millán Astray (entonces teniente coronel del Tercio de Extranjeros) en su obra «La Legión»: «¡Ya vemos Tazarut, la cueva del jabalí! Está a tiro de cañón; un combate más y ya es nuestro. Las operaciones marchan felices; apenas tenemos bajas. “Que se prepare la Legión para entrar en Tazarut. Ese será su día”, nos dice el Alto Comisario». En aquellos días, la unidad crecía en apoyos por su ferocidad, aunque sus mandos no eran todavía demasiado conocidos. De hecho, al futuro jefe del Estado apenas se le nombra en los partes.

En marcha

La llamada de auxilio a la Legión se sucedió en la noche del 21 al 22 de julio. Aquella madrugada, el general Álvarez del Manzano (primer hombre en recibir el mensaje) llamó a su tienda a Millán Astray y le ordenó enviar una Bandera al Fondak (posada) de Ain Yedida (a 25 kilómetros de Tetuán). Solo había una premisa: debían partir a toda prisa.
Lo curioso es que, en principio, no comunicó al oficial de cuáles eran sus órdenes concretas ni para qué diantres se dirigían allí. «¿Qué sucede? No lo sabemos», explica el teniente coronel en su obra. Inmediatamente, el fundador del Tercio de Extranjeros informó al comandante Franco de las instrucciones. «Como no sabemos para qué es ni adónde va, sortead [qué bandera acude] entre vosotros. Lo mismo podéis ir a una empresa guerrera que a guarnecer preventivamente cualquier puesto de retaguardia», le señaló.
Sobre la hora a la que se recibió la orden existe controversia. Millán Astray afirma en su obra que fue «a las cuatro de la madrugada». Por su parte, Francisco Franco explica en el libro «Marruecos. Diario de una bandera» que la orden les fue dada mucho antes: «Son las dos de la mañana. En el silencio de la noche escucho la voz del teniente coronel que ordena que llamen al comandante Franco. No era preciso; salí de la tienda y me uní a él». En cualquier caso, en el sorteo salió victoriosa la I Bandera, cuyos hombres se pusieron en marcha lo más rápido que pudieron.
La Legión, en marcha
La Legión, en marcha- ABC
El ferrolano vuelve a poner en entredicho nuevamente al fundador del Tercio de Extranjeros al señalar que «a las cuatro de la mañana emprendimos la marcha». Y es que, su entonces superior únicamente determinó por escrito que dejaron «el campamento de Robba-Gozal antes del amanecer».
Con todo, ambos coinciden en que desconocían cuál era su misión, aunque sospechaban que estaba relacionada con el desastre de Silvestre. «Un misterio inexplicable rodea nuestra salida. Nadie sabe adónde nos encaminamos. Unos creen que se trata de efectuar una operación en Benider, otros que vamos nuevamente a las costas de Gomora; yo, sin saber por qué, pienso en Melilla», añade el propio Franco. En todo caso, se estableció que la marcha hacia Tetuán se dividiría en dos jornadas y que, durante las mismas, la tropa descansaría (en palabras de Franco) «en un bosque próximo a Al-Yhudi en el que el río nos facilitará la aguada y podrá bañarse la tropa».

Primer tramo: hacia el Fondak

Aquella madrugada primaba la rapidez. De ellos dependía la defensa de Melilla. Aunque también de otros tantos hombres que habían sido llamados por el alto mando militar. Algo que explicaba el diario ABC en una noticia fechada el 27 de julio de ese mismo año: «El alto comisario, al recibir a los periodistas, les facilitó una nota detallada de las fuerzas que se pondrán en Melilla en brevísimo plazo, y que son las siguientes: un batallón del regimiento de la Corona; dos banderas de los Tercios de Extranjeros, con ametralladoras; dos tabores de fuerzas de Regulares de Cueta, con ametralladoras; un batallón del regimiento de Extremadura, con ametralladoras; otro de Pavía, con ametralladoras; un batallón de los regimientos de la Reina de Córdoba [...]». La lista continuaba con otras tantas unidades, aunque las más esperadas fueron las de la Legión.
La primera parte de la marcha se llevó a cabo sin mayores problemas debido a que la tropa estaba «descansada» y se hicieron «altos frecuentes» (según se narra en «Diario de una bandera»). Sin embargo, la llegada del sol trajo consigo un molesto calor que fue reduciendo el agua de las cantimploras y extenuando poco a poco a los legionarios. Por suerte, el contingente (en el que también se encontraba el teniente coronel) llegó «avanzada la mañana al lugar señalado para el reposo». Según Franco, tras un breve descanso se reanudó el viaje. «Bajo los árboles se condimentan los ranchos en caliente, los legionarios se bañan y después de una pequeña siesta sale la Bandera, a las tres, camino del Fondak».
Melilla, noviembre de 1921. El Padre Revilla se dirige a los legionarios antes de una acción
Melilla, noviembre de 1921. El Padre Revilla se dirige a los legionarios antes de una acción- ABC
La primera parte del trayecto, la más fácil, había sido superada con éxito. Pero quedaba la más compleja y extenuante. Por ello, los militares se prepararon. «En retaguardia, una sección quedó encargada de recuperar a los que caían agotados, así como de recoger las cargas que pudieran haberse desprendido de las mulas», añade -en este caso- Canales.
La noche llegó rápida sobre los legionarios que, al poco, vieron como un vehículo pasaba cerca de la columna. Este hecho es recogido por Astray en «La Legión»: «A unos cuantos kilómetros de marcha nos alcanzó nuestro general Manzano, quien nos invitó a seguir en su automóvil. Dejamos a Franco con su Bandera. El general, veterano soldado de admirable corazón, iba preocupado; nada nos dijo, nada le dijimos. El automóvil corría».
A los hombres todavía les quedaba una buena caminata para llegar a su destino. Y lo notaron. Según pasó el tiempo, los descansos se hicieron cada vez más frecuentes por necesidad. Para colmo, se vieron obligados a ascender «una cuesta que se hace interminable» mientras el «viento sopla de cara de forma huracanada». A las once del 22 de julio, tras 17 horas de marcha, llegaron a su destino. Todavía sin conocer sus órdenes.

Dirección Tetuán

Con la medianoche del 22 llegó el descanso para los legionarios. «La tropa, rendida, permanece sentada a los costados de la carretera; la jornada ha sido terrible y necesita largo reposo», se añade en «El Diario de una bandera». Tal era el agotamiento que los soldados no montaron ni sus tiendas, sino que se limitaron a caer donde podían y dormir. Los que pudieron mantenerse despiertos comieron algo, aunque tuvieron que esperar a que las cocinas preparasen el rancho. «La tropa vivaquea y a los pocos momentos duerme tendida en las cunetas», completa el oficial de la I Bandera.
Para desgracia de los legionarios, el descanso les duró hasta las tres de la mañana, hora en que una llamada informó a los oficiales de que sus nuevas órdenes eran seguir hasta Tetuán. «¡No es posible! La gente no puede más y necesita descanso, se quedaría media bandera reventada en el camino. […] A las tres y media se toca diana, hay que despertar uno por uno los soldados que, rendidos, permanecen sordos a la corneta», explicaba Franco.

En barco hacia Melilla

Para entonces ya se había informado a los líderes de las columnas de que su misión era arribar a Melilla, aunque no se sabía por qué. La razón se daría poco después, aunque muchos Legionarios no se la creyeron. Posteriormente la tragedia acaecida en Annual les fue corroborada por el mismísimo general Sanjurjo: «Salimos con una columna de socorro a Melilla; venís: Santiago y los Legionarios con dos Banderas, una batería, ingenieros y transportes de intendencia... Silvestre se ha suicidado».
Unas siete horas después, a eso de las diez menos cuarto de la mañana, los legionarios desfilaban por Tetuán en dirección a la estación. Allí, partieron hacia Ceuta tras haber recorrido más de 100 kilómetros en tan solo 33 horas.
El día 23, ya en Ceuta, los legionarios se prepararon para partir en el buque «Ciudad de Cádiz» hacia Melilla junto al general Sanjurjo. Aunque antes formaron frente a un cuartel militar cercano al puerto para escuchar una arenga del mismísimo Millán Astray: «¡Legionarios! De Melilla nos llaman en su socorro. Ha llegado la hora de los legionarios. La situación allá es grave; quizá en esta empresa tengamos todos que morir. ¡Legionarios! Si hay alguno que no quiera venir con nosotros, que salga de la fila, que se marche; queda licenciado ahora mismo... Legionarios, ahora, jurad: ¿Juráis todos morir, si es preciso, en socorro de Melilla?». La respuesta fue general: «Si, juramos. ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva la Legión!».
Llegada de refuerzos al puerto de Melilla en agosto de 1921
Llegada de refuerzos al puerto de Melilla en agosto de 1921- ABC
Posteriormente iniciaron el camino al muelle, donde embarcaron en el «Ciudad de Cádiz» junto a toda la plana mayor: desde Sanjurjo, hasta Manzano. Todo ello, mientras sonaba la Marcha Real. A las ocho de la tarde salió el vetusto bajel hacia Melilla cargado de soldados dispuestos a dar su vida por España. El viaje podría haber sido tranquilo, pero no. Y es que, aunque los legionarios pudieron descansar, los oficiales tuvieron que sentir la presión de varios mensajes en los que se les solicitaba arribar cuanto antes a su destino. La travesía se hizo a toda máquina.
Los legionarios, en Melilla (agosto de 1921)
Los legionarios, en Melilla (agosto de 1921)- ABC
El 25 de julio, a la una de la tarde (y después de otros buques llenos también de refuerzos) el «Ciudad de Cádiz» llegó a su destino. ABC informó de ello con jolgorio: «En tanto que el barco maniobraba para atracar los legionarios, desde cubierta y desde las jarcias y los palos, prorrumpieron en vítores a Melilla y a España. Vivas que promovieron delirante entusiasmo en el gentío apiñado en el puerto y en las murallas».
Desde el buque la arenga empezó a generalizarse: «Melillenses, os saludamos. Es la Legión, que viene a salvaros. Nada temáis, nuestras vidas lo garantizan. […] ¡Melillenses!: los legionarios, y todos, venimos dispuestos a morir por vosotros. Ya no hay peligro. ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva Melilla!». El resto es historia: la fuerza conjunta española reforzó la zona, construyó nuevos fortines, avanzó hacia Sidi Amech y el Atalayón y, posteriormente, llevaron a cabo multitud de combates en agosto donde demostraron su gallardía.
Habían salvado Melilla.

Decapitación: la olvidada venganza de los soldados aliados contra los japoneses en la IIGM. 4º ESO

ABC Historia
Francisco Gracia Alonso

La venganza por ver a sus compañeros caídos en combate hizo que los norteamericanos vejaran los cadáveres de sus enemigos nipones en el Pacífico.

Batalla de Okinawa - ABC


Durante las operaciones para la conquista de Nanking entre diciembre de 1937 y enero de 1938, que causaron la muerte a más de doscientas mil personas, dos oficiales japoneses, Toshiaki Mukai Tsuyoshi Noda, llevaron a cabo la llamada «carrera de las cien cabezas cortadas», una apuesta por ver cuál de los dos era capaz de conseguir cortar antes las cabezas de cien enemigos.
Aunque la competición fue presentada por la prensa nipona como una exaltación de valor de los nuevos samurái, lo cierto es que ambos completaron sus casilleros no mediante la demostración del valor en luchas individuales, sino acabando por decapitación con la vida de prisioneros, en gran parte civiles. Juzgados y condenados tras la guerra como criminales, serían ejecutados en 1948 en la misma ciudad de Nanking.
Considerada en ocasiones una leyenda más de la guerra chino-japonesa, los tribunales de justicia nipones confirmaron en 2007 la certeza histórica de la apuesta. Tras los primeros combates de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, las tropas japonesas mostraron su crueldad, que llegará al canibalismo del enemigo durante las batallas de Iwo Jima y Okinawa, a través de la decapitación del vencido.
A bordo del navío Nitta Maru, que transportaba a los campos de internamiento en Japón y China a los prisioneros capturados tras la caída de la isla de Wake en diciembre de 1941, cinco cautivos, elegidos al azar, fueron decapitados en la cubierta, linchados, mutilados y arrojados al mar como venganza por el elevado número de soldados y marinos japoneses muertos durante la conquista de la isla debido a la tenaz resistencia de la reducida guarnición del Cuerpo de Marines, y pocos meses después, en el trascurso de la llamada “marcha de la muerte” tras la capitulación de las tropas estadounidenses y filipinas en la península de Bataan, las torturas, los asesinatos, las mutilaciones y las decapitaciones de prisioneros se sucedieron.
Probablemente, uno de los iconos de la guerra en el Pacífico sea la fotografía, encontrada en el cadáver de un soldado japonés, en la que se recoge el instante en el que el oficial Yasuno Chikao va a decapitar con su katana al sargento australiano Leonard Siffleet, capturado en Nueva Guinea durante una misión de reconocimiento y sabotaje, fotografía convertida en imagen de portada de mi reciente libro «Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados» (Desperta Ferro Ediciones).
Chikao sería condenado a diez años de prisión por ello, aunque no existe constancia de que cumpliera la condena, mientras que su superior y responsable de la orden, el vicealmirante Michiaki Kanada, jefe militar de la región, fue ejecutado el 18 de octubre de 1947 tras ser juzgado por un tribunal militar holandés.
La crueldad japonesa con los cautivos será rápidamente conocida por los estadounidenses, al hallar los marines durante la batalla de Guadalcanal fotografías de ejecuciones y torturas en los cadáveres de los soldados enemigos. Dicho conocimiento, unido a una propaganda agresiva que enfatizaba el traicionero ataque de Pearl Harbour para fomentar el espíritu combativo de las tropas, y que rebajaba a los japoneses a una categoría inferior al ser humano, calificándola como cercana a las bestias empleando epítetos como «monos», «bastardos», «amarillos» y «japos» para referirse al enemigo, provocará no sólo que las tropas se comporten con extremada crueldad durante su avance por las rutas de las islas y de los atolones, sino que sean muy reticentes a tomar prisioneros, llegándose al extremo, curioso pero cierto, de recompensar a los soldados con helados por cada enemigo capturado.
El desprecio hacia la figura del otro, unido al terror del combate contra un enemigo irreductible, provocará la brutalización de los soldados estadounidenses que emplearan las cabezas de sus enemigos y posteriormente sus cráneos, tras desollarlos y limpiarlos de las partes blandas, como trofeos de guerra. Es también un icono la fotografía aparecida en la revista Life el 22 de mayo de 1944, en la que una joven enamorada está escribiendo a su prometido ante el cráneo de un soldado japonés, al que ha designado como Tojo, regalo de su novio, un macabro presente firmado además por los integrantes de su unidad.
La fotografía superó la censura de prensa, que no comprendió las implicaciones de mostrar en público una humillación del cuerpo del enemigo y las consecuencias que podría tener para los prisioneros estadounidenses, y provocó el enfado del Pentágono, pero más en aplicación de una política de reafirmación de los valores por los que combatían los Estados Unidos que como resultado de una voluntad real de acabar con la captura de trofeos, puesto que ya en 1942 el comandante en jefe de la Flota del Pacífico había prohibido el empleo como trofeos de los cuerpos de los japoneses, aunque la práctica, una auténtica válvula de escape para la tropa, era permitida por los oficiales.
Pearl Harbour
Pearl Harbour-ABC
Por ello, incluso el célebre aviador Charles Lindberg comentará el trato que los soldados estadounidenses daban a los cuerpos de sus enemigos y sus preferencias, y el poeta, escritor y periodista Winfield Townley Scott, tras ver en una mesa de la redacción de su periódico en Nueva York otro cráneo-trofeo, compuso el poema «The US sailor with the Japanese skull» en el que explicaba la forma en que debía tratarse una cabeza para conseguir obtener un cráneo perfectamente limpio, un método que incluía sumergirla en el mar en el interior de una red atada al cabo de una lancha para conseguir que la fricción del agua y la voracidad de los peces acelerasen el proceso.
Los soldados estadounidenses emplearán las cabezas y los cráneos como un elemento de acondicionamiento de los improvisados campamentos; clavadas en el extremo de estacas como llamada de atención en el inicio de los campos de minas; para decorar lanchas torpederas, pistas de aviación o vehículos; y para fotografiarse con ellas en cualquier situación entre divertida y procaz, siendo una de las imágenes más conocidas la tomada por Ralph Morse para Life durante los combates por Guadalcanal en la que se aprecia la cabeza de un soldado japonés, tocada aún con el casco reglamentario, en proceso de descomposición sobre un tanque.
La práctica de conservar las cabezas como trofeo se reveló en toda su extensión cuando años después de finalizar la contienda se procedió a desenterrar los cadáveres de los soldados japoneses caídos en combate en las islas Marianas, comprobándose que más del sesenta por ciento de los recuperados carecían de cráneo, por lo que las tropas habían aplicado en toda su extensión las ideas de dar muerte al enemigo, humillarlo y perpetuar el olvido de su recuerdo por el ancestral método de negarle las honras fúnebres que son consustanciales con su cultura.
Británicos y australianos utilizarán también las cabezas de sus enemigos como trofeos, pero serán especialmente los indígenas de las islas del Pacífico y del Índico quienes mantendrán su ancestral y ritual costumbre de la cacería de cabezas incentivados por los soldados aliados. El interior del archipiélago de las Salomón se convertirá así en una trampa mortal para los soldados nipones, entregando las tribus indígenas a los estadounidenses las cabezas que conseguían como presente y moneda de cambio en la obtención de suministros, aunque será especialmente en Borneo donde los dayak, expertos en la obtención de trofeos, embosquen repetidamente a los japoneses empleando todo tipo de artimañas, calculándose que consiguieron obtener un botín próximo a las mil quinientas cabezas especialmente durante el último tramo de la guerra.
Francisco Gracia Alonso (Barcelona, 1960) es catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona y director del Grup de Recerca en Arqueologia Protohistòrica (GRAP). Sus líneas de investigación se centran en la Protohistoria de la península ibérica, la historiografía de la Arqueología, la guerra en el mundo antiguo y el patrimonio histórico-arqueológico en tiempos de guerra. Es autor de más de 200 trabajos de investigación entre libros, artículos, ponencias y comunicaciones en reuniones científicas, entre ellos Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados (Desperta Ferro Ediciones), de reciente publicación.

Pérez-Reverte carga contra el Gobierno por no desmontar la "campaña de desprestigio" contra España

huffingtonpost.es

Denuncia a los "mediocres ineptos" que no reaccionan ante las crítica feroces de la prensa internacional a raíz de la crisis catalana.


SUSANA VERA / REUTERS
El escritor Arturo Pérez-Reverte, retratado en un acto de Alfaguara en Madrid, en 2010.

Arturo Pérez-Reverte ha vuelto a dar otro viral puñetazo sobre la mesa. En esta ocasión, el escritor cartagenero se ha hecho eco de los diversos editoriales y análisis que en los principales medios internacionales se están publicando a raíz de la crisis en Cataluña, en los que se carga contra el Ejecutivo por su "imprudencia", su "mano dura" o el encarcelamiento de dirigentes nacionalistas. El padre del capitán Alatriste y de Lorenzo Falcó se duele de la imagen que se está proyectando fuera de nuestras fronteras.
Washington Post, The Times, Le Monde, cuestionando la democracia española. Más que el problema catalán, lo que me aterra es la incompetencia de este Gobierno de mediocres ineptos. Su incapacidad para desmontar en el extranjero la campaña de desprestigio contra el Estado español.
"Más que el problema catalán, lo que me aterra es la incompetencia de este Gobierno de mediocres ineptos. Su incapacidad para desmontar en el extranjero la campaña de desprestigio contra el Estado español", lamenta.
El mensaje de Twitter, en su primera hora, ya había superado los 1.700 retuits y los 2.800 "me gusta". Además, ha generado un intenso debate entre los internautas, divididos entre la justicia del relato que hacen estos medios internacionales, el grado de responsabilidad que tiene cada parte en esa mala imagen -Gobierno, exmandatarios catalanes-, y los remedios que puede aplicar el gabinete de Mariano Rajoy para atajar un envite que tanto nos aleja de la pretendida marca España. ​​​​
La repercusión de su reflexión fue tan amplia que el académico hasta amplió su lamento con nuevos mensajes, como este:
A veces me pregunto si realmente el Estado español merece sobrevivir a sus propios complejos, contradicciones e incompetencia, o en realidad lo que merece es irse directamente al carajo. Y no me gusta nada la respuesta que se me ocurre. Ojalá ustedes tengan otra mejor.
Y aún duraba la desolación esta mañana:
Ayer me dijeron algo que, reformulado, tal vez resume y/o explica los últimos 500 años de nuestra historia: España es un Titanic con capitanes incompetentes y pasajeros aplaudiendo y haciéndose selfies con el iceberg.