lunes, 12 de marzo de 2018

La Guerra de los Treinta Años: 400 años del conflicto que dejó a los pueblos sin hombres. 2º ESO

La Razón Cultura
Álex Claramunt Soto

La Guerra de los Treinta Años, de la que se cumplen cuatro siglos, fue una contienda tan devastadora que en algunos lugares de Suecia y Alemania no quedaron varones vivos.

Una fosa común excavada por los arqueólogos da muestra de la crudeza y brutalidad de la contienda


La Guerra de los Treinta Años fue un conflicto de dimensiones europeas: desde España hasta Polonia y desde el Báltico al norte de Italia. A pesar de su extensión (1618-1648) y de su hondo legado, el interés historiográfico que suscitó quedó restringido en gran medida a Alemania hasta prácticamente el siglo XX. La evolución de la investigación sobre el conflicto explica muchas de las carencias y limitaciones que el estudio y la percepción del mismo adoleció hasta la publicación, en 2009, de una obra monumental, verdaderamente holística y rigurosa: «The Thirty Years War: Europe’s Tragedy», de Peter H. Wilson, que pronto verá la luz en nuestro idioma de la mano de Desperta Ferro Ediciones con el título «La Guerra de los Treinta Años: una tragedia europea».
El primer estudio moderno sobre la conflagración fue la «Geschichte des dreißigjährigen Krieges» de Friedrich Schiller, publicada en 1790. Este libro ilustra a la perfección la tendencia de los primeros académicos a fundir en los estudios históricos sus planteamientos filosóficos y políticos. El Schiller historiador era el mismo que atacaba a los Habsburgo, entonces aún reinantes en un debilitado Sacro Imperio. Su obra histórica elabora un discurso muy a tono con la ilustración en su variante alemana, que veía en los príncipes protestantes la salvaguarda de la libertad política, garantía, a su vez, del progreso humano, y en los soberanos católicos, a tiranos impregnados de oscurantismo y articulados por jesuitas intrigantes. Este tipo de percepciones fueron comunes en el siglo XIX, cuando los estudios debían ponerse al servicio de los grandes sistemas filosóficos de la época (en el caso alemán, y en relación con la Guerra de los Treinta Años, el hegeliano y, en menor medida, el marxista).
Mil páginas
El siglo XX eliminó en buena medida la carga ideológica de los estudios e interpretaciones de la guerra. «The Thirty Years War» (1938), de Cicely Veronica Wedgwood, fue probablemente la obra más completa hasta la publicación del libro de Wilson. Geoffrey Parker abordó la cuestión en «The Thirty Years War» (1987), que cuenta con contribuciones de otros autores de gran calado como John H. Elliot. Esta multiplicidad, empero, restó algo de coherencia al estudio, que, por lo demás, está un escalón por debajo de la minuciosa exhaustividad documental de que Parker hace gala en sus grandes estudios.
El libro de Wilson, con cerca de un millar de páginas (que en español aparecerá en dos volúmenes), conjuga todos los elementos que permiten afirmar que se trata de la mejor y más completa obra sobre este conflicto europeo y alemán: extensión, pues abarca holgadamente no solo las sucesivas fases de la guerra, sino también la concatenación de acontecimientos que llevaron a su estallido –decisivo aspecto que otros trabajos despachan en un somero capítulo introductorio–; profundidad documental, faceta en la que muestra un espléndido dominio de las fuentes y habilidad narrativa –a fin de cuentas, la obra es, ante todo, una crónica en la que el autor relata los acontecimientos políticos y militares con soltura y dinamismo sin perder un ápice de rigor–.
Y, por último, el equilibrio: Wilson no antepone la descripción de las campañas bélicas a los vaivenes políticos, ni viceversa, ni deja de lado el sufrimiento de la gente común. No resulta fácil calibrar los desafíos que supone realizar una obra de semejante amplitud y complejidad. Sirvan como prueba unas palabras de Wilson en su prefacio: «Abarcar todos los aspectos de este conflicto precisaría conocer, al menos, catorce lenguas». Por no hablar de la concurrencia de innumerables personajes y la dificultad de articular un relato unificado a partir de acontecimientos que se desarrollan simultáneamente. Wilson lo consigue con creces a través de un relato que desgrana las interioridades de las cortes europeas, el coste económico del conflicto, las características de los ejércitos en liza, las particularidades de las campañas y los calamitosos efectos demográficos que supuso; un relato en el que deshace la complicada madeja del entramado institucional y religioso del Sacro Imperio y, a fin de cuentas, calibra la impronta del conflicto en la historia europea.
El primer volumen se divide en dos partes. Las primeras 270 páginas detallan minuciosamente los orígenes del conflicto. Como es lógico, el eje central lo conforma la evolución política y religiosa del Sacro Imperio Romano desde los comienzos de la Reforma protestante hasta la Defenestración de Praga, que detonó el conflicto. Asimismo, Wilson profundiza en otras dos dinámicas históricas que confluyeron decisivamente en la guerra y la elevaron a una categoría internacional: la tradicional rivalidad entre las coronas de Francia y España, con el factor añadido de la Revuelta holandesa, y la también antigua disputa entre Suecia y Dinamarca por el Dominium Maris Baltici («dominio del mar Báltico»). Nada de esto resulta baladí.
En palabras de un cronista de aquel entonces, Jean-Nicolas de Parival (1605-1669), profesor de francés en la Universidad de Leiden: «Del conocimiento de las revoluciones de la época precedente se extraen las verdaderas causas y motivos de las sangrientas y terribles tragedias que todavía están en juego entre nosotros».
La segunda mitad del libro aborda las primeras fases de la guerra: la Revuelta bohemia, la campaña del Palatinado, la intervención danesa y la amenaza de la propagación de la guerra a una escala sin precedentes con la intervención imperial en Polonia, contra Suecia y en el norte de Italia, contra la Francia de Richelieu.
Wilson describe con soltura e ingenio las campañas de un elenco de generales únicos: el mitificado y poco escrupuloso Wallenstein, el conde de Tilly –personificación militar de la Contrarreforma– o Cristian de Brunswick, a medio camino entre el príncipe caballeresco y el fanático religioso protestante, por citar algunos. Las principales batallas, lógicamente, disponen de los indispensables mapas que ayudan a comprender las tácticas desplegadas en el campo por los líderes militares.
El segundo tomo de «La Guerra de los Treinta Años» cubrirá la entrada en escena de Gustavo Adolfo de Suecia, el León del Norte, sus sorpresivas campañas y su enfrentamiento contra Wallenstein; la decisiva participación española en la batalla de Nördlingen, la entrada de Francia en la guerra y las batallas finales del conflicto, además de las profundas consecuencias de la Paz de Westfalia en la política europea y la dimensión humana de la contienda, que describe con lúgubre atino la portada de la edición de Desperta Ferro, un fragmento de «El triunfo de la muerte» (1562) de Pieter Brueghel «el Viejo». El volumen no puede faltar en toda buena biblioteca histórica. Por sus especiales cualidades, se trata del género de obra cuya lectura disfrutará tanto el lector iniciado como el principiante.
La Defenestración de Praga
¿Quién pudo prever que la defenestración de Vilém Slavata y Jaroslav Borita, dos destacados miembros de la administración real, junto con su secretario Philipp Fabricius, fuese a desencadenar una guerra de treinta años que se cobraría ocho millones de muertos? Era imposible calcular de antemano semejante desenlace, sobre todo porque en la década precedente se habían producido otras crisis que habían estado a punto de desembocar en guerra abierta pero que fueron sofocadas. Los sucesos de Praga fueron distintos. Los nobles protestantes que habían arrojado por la ventana a los representantes del emperador Fernando II –y que sobrevivieron milagrosamente– fueron pronto conscientes de su debilidad y recabaron apoyos externos: ofrecieron la corona de Bohemia al elector palatino Federico V y solicitaron la ayuda militar de la Unión protestante alemana. Federico aceptó la corona a pesar de que sabía que ello implicaría la guerra, pero confiaba, a su vez, en contar con el apoyo de su suegro, Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia. Fernando, por su parte, pidió ayuda a su pariente Felipe III de España. La lección duró muchos años, pero la historia volvió a repetirse. Eso es lo que ocurrió tres siglos más tarde, tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo el 28 de junio de 1914, cuando un suceso aparentemente local provocaría una escalada de tensión que arrastraría a todas las potencias del continente a una desgarradora guerra que devastaría Alemania y transformaría la faz de Europa.





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