Ismael Marinero
Se salvó dos veces de la pena de muerte y al final acabó ahorcándose en la cárcel, atormentada por los crímenes y las pulsiones necrófilas.
GETTY
"NO HAY OTRA SALIDA PARA MÍ, LA MUERTE ES LA ÚNICA LIBERACIÓN"
- Nombre completo: Margaret Ilse Kohler
- Fecha: 1906-1967
- Apodos: La Zorra de Buchenwald
- Atrocidades: torturas, asesinatos selectivos, ordenar que prisioneros del campo de Buchenwald fueran desollados para elaborar objetos como lámparas, guantes o forros de libros con su piel
- Nivel de maldad: 10 / 10
En las altas esferas del Tercer Reich no había ninguna mujer, más allá de las esposas de los gerifaltes nazis, pero las mujeres sí estaban muy presentes en los campos de concentración y exterminio, donde guardianas como Irma Grese, Maria Mandel y Herthe Bothe ejecutaron con sádica precisión su propia danza macabra. Entre ellas, hay una que destaca por la crueldad y determinación con la que desempeñó su siniestra labor: Ilse Koch, la Zorra de Buchenwald.
En su infancia y adolescencia, nada hacía presagiar que Ilse se convertiría en uno de los máximos exponentes de la barbarie nazi. Si un reportero hubiera ido a preguntar a sus vecinos, estos habrían afirmado muy convencidos que era una chica adorable pelirroja y de ojos verdes, muy amiga de sus amigos e incapaz de herir o maltratar a otro ser humano. Las apariencias, ya se sabe, engañan.
Ilse dejó la fábrica en la que trabajaba desde los 15 años y pasó a ejercer de dependienta en una librería. Allí trabó relación con los altos mandos del recién creado Partido Nacionalsocialista. Entre ellos estaba Karl Koch, un codicioso trepa de las SS que pronto ascendió en el escalafón nazi en virtud de su amistad con Heinrich Himmler y su impecable currículum como sanguinario carcelero. La boda entre Ilse y Karl se celebró el mismo año en el que él fue destinado a dirigir el campo de concentración de Sachsenhausen. Allí, ambos empezaron a poner en práctica algunas de las atrocidades que después convirtieron en norma en su siguiente destino.
El matrimonio Koch participó en el diseño de Buchenwald, cerca de Weimar, en cuya entrada se leía la inscripción A cada uno lo que merece. Para su construcción, miles de presos fueron utilizados para deforestar una vastísima zona, en la que sólo se salvó un roble conocido como Goethe, bajo el cual, según la leyenda, el genio de las letras germanas había trabajado en Fausto. Aquel árbol sería testigo silencioso de los horrores cometidos por los Koch.
Las esposas de los comandantes nazis encargados de supervisar los campos de concentración no tenían más deber que el de ejercer de amas de casa, una especie de ceguera autoimpuesta ante las atrocidades que tenían lugar frente a sus arias narices. Según contaron decenas de testigos en los tres juicios a los que se enfrentó, Ilse Koch era distinta: disfrutaba implicándose hasta en los más nimios detalles del día a día de Buchenwald, sobre todo en los que tenían que ver con torturar, humillar y matar.
Uno de sus pasatiempos favoritos era vestirse de manera provocativa y mostrar sus encantos ante los recién llegados al campo. Si algún preso osaba mirarla directamente, recibía una paliza que solía acabar en muerte.
Pero sus peores crímenes fueron los que pergeñó y llevó a cabo junto a uno de sus supuestos amantes, Waldemar Hoven, jefe del departamento de investigación médica de Buchenwald. Ilse ordenaba que los reos formaran filas completamente desnudos e iba señalando con su fusta a aquellos que tenían tatuajes. La mayoría de ellos eran ejecutados y sus cuerpos llevados al quirófano, donde se les extraía la piel, que era utilizada para elaborar objetos como fundas de libros, guantes o pantallas de lámparas. Su macabro sentido estético, sólo comparable al de Ed Gein, incluía también cabezas reducidas como pisapapeles y, según varios testigos, dedos cercenados como interruptores de la luz.
En 1943, los propios nazis juzgaron al matrimonio Koch. Los cargos fueron malversación de fondos, falsificación, amenazas a oficiales y asesinato. Durante el juicio, Karl fue encontrado culpable, entre otras cosas, por embolsarse cuantiosas sumas extorsionando a los prisioneros judíos más adinerados. La corte nazi lo sentenció a morir fusilado, mientras su esposa fue condenada a cinco años de prisión por recibir bienes robados. Ella escenificó una crisis nerviosa que le valió la absolución y abandonó Buchenwald con sus dos hijos para irse a vivir a Ludwigsburg con su cuñada.
Un año después, tras la liberación definitiva del campo por las tropas estadounidenses en abril de 1945, unas imágenes tomadas por Billy Wilder dieron la vuelta al mundo: allí estaba la mesa con las cabezas reducidas, las pieles humanas con tatuajes utilizadas como elementos decorativos, la famosa lámpara que luego nadie pudo encontrar y utilizar como prueba en los juicios de Dachau.
En el momento de subir al estrado, en 1947, Ilse estaba embarazada, pese al régimen de incomunicación que ordenaron las autoridades. Todavía hoy se desconoce si fue una estrategia para evitar la pena de muerte y quién fue el padre de su cuarto hijo. Por falta de pruebas, la sentencia finalmente se redujo a cuatro años, y su liberación por parte de los americanos levantó una fuerte indignación popular e inspiró una canción de Woody Guthrie. Al poco tiempo, fue arrestada de nuevo por las autoridades alemanas y sentenciada a cadena perpetua.
Al cumplir los 20 años, Uwe, el hijo que nació durante su estancia en la cárcel, descubrió quién era su madre y la visitó en la prisión de Aichach. Un mes después, el 2 de septiembre de 1967, Ilse escribió una nota de despedida a su hijo y se ahorcó atando las sábanas de su cama. «No hay otra salida para mí, la muerte es la única salvación», decía la nota. Se equivocaba: su nombre sigue siendo uno de los mejores sinónimos de la barbarie nazi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario