Miguel Ángel Criado
Los cambios en el clima marcaron el destino de grandes civilizaciones como la asiria o la romana.
Relieve en piedra del palacio de Asurbanipal que representa una cacería dirigida por el rey asirio. BRITISH MUSEUM
En una tablilla de arcilla de hace 2.700 años, el astrólogo y sacerdote Akkulanu escribía al rey asirio Asurbanipal sobre los años de sequía que venían sufriendo: "En cuanto a las escasas lluvias de este año y que no hubiera cosecha, es un buen augurio para la vida y bienestar del rey mi señor". Pero la sequía acabó durando 60 años y fue decisiva para que la ciudad de Nínive y con ella todo el Imperio neoasirio colapsaran en el 612 antes de esta era. Y no fue la primera gran civilización que cayó ante los vaivenes del clima, ni la última.
"La megasequía afectó al núcleo del Imperio neoasirio, en lo que hoy es el norte de Irak y Siria", dice el investigador de la Universidad Estatal de California (EE UU) Ashish Sinha. Las sequías actuales de varios años en esta región, como las de 1999-2001 o 2007-2010, ofrecen una visión de lo que pudo ser la neoasiria de mediados del siglo VII a.C. La suya era una agricultura cerealista de secano y no disponía de la irrigación artificial de las ciudades del sur levantadas entre los ríos Tigris y Éufrates. "Debieron de sucederse frecuentes malas cosechas y masivas muertes de ganado, como las sucedidas en 2007-2010. La falta de cosechas durante la megasequía debió de exacerbar la inestabilidad política en Asiria, alimentando tensiones preexistentes dentro de la sociedad neoasiria y entre los neoasirios y los pueblos sojuzgados, como babilonios y medos", explica Sinha, principal autor de un estudio que vincula la gran sequía con la caída del Imperio neoasirio. Fue precisamente una alianza entre babilonios y medos la que terminó por arrasar la mítica Nínive, actual Mosul.
La conexión entre clima y política la hallaron en estalagmitas de una cueva del norte de Irak. Las formaciones, de hecho, funcionan como estaciones meteorológicas naturales, capaces de registrar las lluvias y la humedad ambiental de los últimos 4.000 años. Esta información no estaba disponible años atrás, así que la historiografía convencional dejaba a un lado el factor climático. Hasta 2014 no se planteó que pudo tener un papel destacado.
La agricultura cerealista de secano del imperio neoasirio dependía de las lluvias
"Pero no teníamos datos paleoclimáticos del propio Irak de aquel tiempo, por eso este estudio es tan importante, ya que ofrece la primera evidencia de que, en efecto, hubo una gran sequía durante el periodo de declive del Imperio neoasirio", comenta en un correo el paleoclimatólogo de la Universidad de Colorado en Boulder (EE UU) Adam Schneider, especializado en encontrar conexiones entre el clima y el ascenso y caída de las civilizaciones antiguas y el primero en conectar la sequía con el destino del Imperio neoasirio.
Más al sur de Nínive y dos milenios antes, floreció en la baja Mesopotamia el Imperio acadio, iniciado por Sargón I de Acad. Ahora, un análisis de corales fosilizados en el actual golfo Pérsico muestra que hace 4.100 años el patrón de los vientos cambió y el temido shamal, el viento del norte, se hizo tan persistente que las tormentas de arena y la falta de lluvias debieron de arruinar las cosechas año tras año.
También fue un cambio en el ciclo del monzón lo que pudo empujar a los habitantes de Harappa (en el actual Punjab) y otras ciudades de la cultura del valle del Indo a abandonarlas y refugiarse en las laderas de las montañas. Y cada vez hay más evidencias de que la sequía tuvo mucho que ver en el colapso de la civilización maya.
"La historia de la sequía que afectó al Imperio neoasirio es solo uno de los muchos ejemplos en los que las sequías o megasequías han contribuido al colapso de civilizaciones o imperios agrarios bien conocidos", comenta el profesor de la Universidad de Michigan Jonathan Overpeck. "En ocasiones, las antiguas sequías fueron uno de los factores que llevaron al colapso y por eso son una lección importante para el futuro. Muchas regiones del planeta, incluyendo el suroeste de América del Norte, Australia, el sur de África, la región mediterránea u Oriente Próximo se están volviendo poco a poco más áridas debido al cambio climático antropogénico y serán aún más áridas si seguimos emitiendo gases de efecto invernadero a la atmósfera", añade este premio Nobel como miembro del grupo de científicos autores de varios informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, IPCC.
En el reverso de la moneda climática, el del frío, recientes investigaciones señalan que una miniedad de hielo entre los siglos V y VII, en la que la temperatura media bajó en cuatro grados, impactó en el curso de la historia al inicio de la Edad Media. El clima, en este caso el enfriamiento global, tuvo mucho que ver incluso con el fin del Imperio romano. Al menos esa es la tesis que mantiene el científico e historiador Kyle Harper en su obra El fatal destino de Roma (Editorial Crítica), publicada este año.
"Cada día aprendemos algo nuevo sobre el paleoclima, cómo cambió y cómo impactó en sociedades humanas como la del Imperio romano", cuenta Harper. "En general, las temperaturas cálidas, húmedas y estables tienden a favorecer la productividad agraria, que era la base de la economía en la Antigüedad. En contraste, el frío y las sequías, la inestabilidad térmica, tienen un impacto negativo en la agricultura", explica.
Una mini edad de hielo entre los siglos V y VII, en la que la temperatura media bajó en 4º, impactó el curso de la historia al inicio de la Edad Media
Hay otro elemento muy relacionado con los vaivenes climáticos y es la propagación de enfermedades. "Ahora empezamos a comprender lo complicados que son los sistemas naturales. Uno de los mayores impactos del cambio climático [en tiempos de Roma] fue su influencia en la esfera de los patógenos. Se produjeron, muy probablemente, fuertes conexiones entre cambio climático, por un lado, y enfermedades epidémicas, por el otro", sostiene Harper.
Pero ¿pueden unas tormentas de arena o una sequía de 60 años acabar con una civilización no agraria y tan tecnológica como la actual? "Claro que hoy somos más conscientes de las posibles amenazas que en el pasado. Pero también estamos mucho más interconectados", recuerda Troy Sternberg, de la Escuela de Geografía y Medioambiente de la Universidad de Oxford. Sternberg publicó en 2012 un estudio que vincula la sequía en una de las principales zonas cerealistas de China en el invierno de 2011 con la Primavera Árabe. Los chinos tuvieron que comprar el trigo fuera y su demanda elevó los precios hasta el punto de que otros muchos países, como Egipto, no pudieron pagarlos.
"En nuestra economía, altamente globalizada, podríamos ver en las próximas décadas que una sequía en una parte del mundo tiene un impacto en sociedades del resto del planeta que no estén sufriéndola directamente", recuerda Adam Schneider, el primero que conectó la megasequía con la caída del Imperio de Asurbanipal.
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