sábado, 1 de septiembre de 2018

La humillación británica en 1842 por su prepotencia en Afganistán: la cruel tumba de los imperios. 4º ESO

ABC HISTORIA
César Cervera

Del gigantesco ejército enviado por el Imperio británico a la ocupación del país asiático regresaron un escaso puñado de supervivientes harapientos dos años después.



El 2 de noviembre de 1841, una muchedumbre se congregó en torno a la residencia en Kabul de Alexander Burnes y a la tesorería británica en la ciudad. La turba asesinó a todos los europeos que encontró en las calles y terminó confluyendo en la casa del aventurero y diplomático escocés, que se había hecho célebre narrando en Londres las exóticas delicias del país asiático y ahora ejercía de asesor político durante la ocupación británica.
Burnes se creía respetado por la población. En un principio se había mostrado contrario a que el Imperio británico interviniera directamente en la política doméstica, pero cuando se produjo la ocupación británica del país no dudó en sumarse a la legión de estómagos agradecidos que conformó la gigantesca expedición que ocupó Afganistán en 1839. Presumía, además, de tener un buen instinto político quien en verdad era un iluso: los habitantes de Kabul le tenían por un demonio que no había dejado de deshonrar a sus mujeres desde que puso pie en el país. Lo detestaban por su agitada vida privada, tanto como para quemar y saquear su casa y despedazarlo en un improvisado arranque de ira. «Las espadas afiladas de 200 valientes afganos redujeron su cuerpo a jirones de hueso», apuntó un cronista local. En cualquier caso, no fue el único desengañado de la Primera Guerra Anglo-Afgana, una derrota insólita en un tiempo en el que los ejércitos coloniales controlaban medio planeta con puño de hierro.

Una intervención evitable

Como explica William Dalrymple en «El retorno de un rey», editado en español por Desperta Ferro, el gobernador de la India tomó la decisión de restaurar en el trono a Shah Shuja y ocupar el país –conocido como la tumba de los imperios desde los tiempos de Alejandro Magno– temiendo la influencia de los rusos en la zona persa y sus ambiciones sobre Afganistán. Los británicos manejaban información poco precisa sobre la posición de Dost Mohammad, el representante de la dinastía de los Barakzais que había derrocado, en 1826, a Shah Shuja, de la dinastía de los Sadozais. Antes de intervenir los extranjeros, el país vivía un momento de equilibrio entre nobles y tribus gracias a la fortaleza de Dost Mohammad, que, además, se mostraba más favorable al Imperio británico que al ruso. Meterse de lleno en aquellas aguas pantanosas fue una temeridad y un desconocimiento total de cómo funcionaba el país.
Ya esta primera fase de la expedición hasta Kabul resultó dramática, costando la vida en los pasos montañosos a cientos de civiles que acompañaban al ejército de invasión. Sin embargo, conquistar el país y derrocar a Most Mohammad, que terminó exiliado en la India, se mostró una tarea más sencilla de lo esperado. En cuestión de dos años, el Imperio británico derrotó a las huestes de los Sadozais, sumó nuevos aliados a la causa de Shah Shuja, repartió las tropas en pequeñas guarniciones por todo el país y retiró una parte del ejército a la India. Así y todo, Burnes escribiría a un familiar desmitificando todos los logros obtenidos hasta entonces: «Controlamos las ciudades, pero no no nos hemos ganado ni las áreas rurales ni a sus gentes; tampoco hemos hecho nada por consolidar nuestro poder en Afganistán. [...] pero el gobernador no va a hacer nada. Su lema es: “Après moi le déluge (Después de mí, el diluvio)”. Quiere volver a casa, pero tiene miedo de que todo lo que se ha hecho se vuelva en su contra».
Shah Shujah Durrani en 1839
Shah Shujah Durrani en 1839
Y así ocurrió al final. Con los gastos del Ejército fuera de control, el gobernador de la India, Lord Auckland, y el comandante en jefe, sirWilloughby Cotton, abandonaron el país antes de que se desatara el caos. Quedó el todopoderoso secretario sir William Hay Macnaghten como máximo responsable político y entró en escena, como alto mando militar, el inepto general William Elphinstone. Este veterano comandante sufría de gota y llevaba muchos años en inactivo, si bien su amistad con el gobernador de la India inclinó su nombramiento. «El general lleva enfermo de gravedad desde que llegó a Afganistán. Su dolencia ha afectado a todas sus extremidades, convirtiéndolo en un despojo humano...», arrojó uno de los primeros reconocimientos que se le efectuó en Kabul.
Aunque Macnaghten sí gozaba de buena salud física, no era mucho mejor como ingrediente para esquivar el derrumbe. «Es un hombre seco y sensato, que lleva unas enormes gafas azules» –tal y como le definió la hermana del gobernador–. Su escaso tacto político despertó grandes odios tras dos años de una ocupación relativamente pacífica y un saco de errores de principiante. Contribuyó al desastre su decisión de dejar de pagar tributo a las tribus ghilzais –lo que venía haciéndose desde tiempos de los mongoles a cambio de seguridad en las rutas comerciales– para poder destinar ese dinero a la creación de un ejército nacional. Un ejército que nunca llegaría a organizarse como tal, pero que despertó una hostilidad irreversible en los viejos aliados del rey.

La revuelta se convierte en levantamiento

Para estupor de las tropas acantonadas en Kabul nadie movió un dedo por salvar a Burnes y a los europeos que el inicio de los tumultos había sorprendido en el interior de la ciudad vieja. En ese momento hubiera bastado con enviar a una pequeña partida de soldados a calmar los ánimos, pero la parálisis del alto mando británico avivó las llamas. En la mañana del asalto había 300 rebeldes, dos días después eran ya 3.000, y en pocas semanas serían 50.000 los que formaban la oposición a los británicos.
Cuando llegaron los primeros informes sobre los disturbios, el general William Elphinstone intentó montar a caballo por primera vez desde su llegada y movilizar a sus tropas, si bien cayó al suelo y quedó en «un estado casi senil». Su indecisión dejó desmoralizada y con las manos atadas a las tropas británicas a partir de ese momento. Por las guarniciones de todo el país se produjeron masacres similares contra los invasores, animados por la debilidad británica.
Alexander Burnes vestido con indumentaria asiática
Alexander Burnes vestido con indumentaria asiática
Tras tomar la ciudad vieja, los rebeldes cercaron el cuartel británico –construido en una pésima situación entre torreones y colinas, con los suministros desprotegidos en un lugar aparte– y fracasaron en sus asaltos a consecuencia, únicamente, de la falta de un líder fuerte. En los primeros compases del levantamiento los rebeldes estuvieron dirigidos por cabecillas ghilzais descontentos con el rey, hasta que hizo acto de presencia el belicoso hijo de Most Mohammad, Akbar Khan, quien se hizo con el mando y le dio un cariz de «yihad» a los disturbios. «Todos los ciudadanos, grandes y pequeños, ricos y pobres, civiles y militares, fueron obligados a jurar su apoyo a la causa sobre el sagrado Corán», narraría el cronista Mohammad Husain Herati.
La incapacidad de Elphinstone, que alegó escasez de pólvora para justificar la falta de respuesta (aunque había reservas suficientes para aguantar un año), impulsó a Macnaghten a dar el mando a un oficial que, creía, podía estar a la altura de los acontecimientos: John Shelton. Enésimo error de Macnaghten, pues el general de brigada Sheldon, de carácter agrio desde que perdiera un brazo en la Guerra de Independencia española, se mostró desde el principio desmoralizado y partidario de abandonar la ciudad. Y así iba a suceder. Al escasear los suministros y la pólvora, las tropas supervivientes aceptaron reunirse con el nuevo cabecilla rebelde para pactar la amistosa salida de los británicos de la ciudad, de modo que Macnaghten y varios oficiales fueron a la cita en territorio hostil sin ni siquiera esperar a que les escoltara la caballería británica, tan desorganizada como de costumbre.
Akbar Khan fue al encuentro sabiendo que Macnaghten –que seguía creyéndose más astuto de lo que era– había incitado a otros cabecillas para asesinarle, al mismo tiempo que negociaba con él para que dejara marchar a los británicos. Tras una falsa cordialidad al inicio de la reunión, los afganos inmovilizaron por sorpresa a los oficiales y el propio Akbar se arrojó sobre Macnaghten gritándole:
«...¡Traidor infiel! ¡Te faltó tiempo para romper nuestro acuerdo! ¿De verdad creías que sería tan fácil que nos destruyéramos entre nosotros para tu propio beneficio? ¿Te das cuenta del ridículo que has hecho? Tendrías que estar avergonzado, ¡eres el hazmerreír de todos!».
Macnaghten trató de escapar «como una paloma batiendo desesperadamente sus alas para librarse de las garras de un halcón»
Huérfanos de mandos, los hombres del acuartelamiento decidieron retirarse de Kabul en la mañana del día 6 de enero de 1842, en medio de los rigores del invierno y sorteando una capa de casi treinta centímetros de nieve. Después de abrir una brecha en la muralla, 3.800 cipayos (indios al servicio del Imperio), 700 soldados europeos y 14.000 civiles iniciaron la lenta marcha hacia la ciudad de Jalalabad, cuya guarnición de europeos resistía también a duras penas el cerco. Aquella idea era suicida, incluso cuando la otra opción era morir de hambre lentamente. Debieron imaginarlo cuando en los primeros compases reinó un inquietante silencio entre los rebeldes, solo interrumpido cuando, dos horas después de que la masa de británicos empezara a abandonar su cuartel, los afganos se lanzaron a saquear el lugar.
El humo y el ruido cercano hizo que muchos de los civiles abandonaran el equipaje que tenían asignado y se mezclaran con la fila de atemorizados soldados. De tal manera que las tropas estaban desordenadas al iniciarse el verdadero fuego sobre la retaguardia, que en cuestión de media hora dejó a 50 europeos muertos en la nieve.

El rey ve partir a los británicos al desastre

La dantesca salida de los británicos de Kabul dejó al sha Shuja solo ante el peligro. El rey rogó a los británicos que no se marcharan, pues «el enemigo no podría hacernos daño si nos mantenemos en nuestra posición» y se lamentó de que Macnaghten hubiera pagado grandes sumas a los rebeldes mientras a él le había escatimado hasta el último céntimo. Desde que le restauraron en el trono, los europeos, con Macnaghten y Burnes a la cabeza, no dejaron de ningunear las capacidades del sha y de recordarle que solo era un monarca títere, lo cual le ganó las hostilidades del pueblo. Paradójicamente, Shuja demostró más determinación que sus aliados británicos durante la rebelión e incluso sobrevivió a su marcha aliándose con varios de los nobles que había marginado Macnaghten.
Retrato de William Hay Macnaghten, con sus características gafas azules
Retrato de William Hay Macnaghten, con sus características gafas azules
Al verlos acumular error tras error, el monarca vio más ineptitud en los británicos que traición en su salida. Y si bien renegó en público de su alianza con los extranjeros, por carta insistió en pedirle a los mandos británicos que recuperan la calma y le ayudaran a restaurar la paz en el país. Sus cartas, como sus consejos en Kabul, fueron ignoradas y finalmente fue traicionado cerca de la fortaleza de Bala Hisar, lugar escogido para refugiarse con su harén, por un ahijado rencoroso, cuando parecía que su posición se consolidaba. Le asesinó por razones de envidias palaciegas y no por su apoyo a los extranjeros.
En medio de la precipitada fuga, el joven Colin Mackenzie fue uno de los pocos oficiales que mostró cierta determinación en medio del caos. Mackenzie tardaría años en olvidar uno de los ataques desde la retaguardia, que dejó a cientos de civiles yaciendo en la nieve: «Vio a muchos niños e inocentes, muertos en las cunetas del camino, y a mujeres de largos cabellos húmedos de sangre». Los suministros quedaron abandonados a su suerte y los últimos soldados de la retaguardia llegaron a las dos de la madrugada al lugar señalado para montar un improvisado campamento, después de haber pasado «literalmente por encima de una columna interminable de pobres desgraciados, hombres, mujeres y niños, muertos o moribundos a causa del frío y las heridas...».
El desastre del primer día había sido producido únicamente por el pánico, y no por las armas de los afganos, que estaban en ese momento preparando toda una serie de emboscadas para acompañar el avance británico. El segundo día, la mitad de los cipayos estaban ya incapacitados para combatir, algunos con las manos literalmente congeladas, otros heridos, otros a la fuga... Un regimiento entero, el 29º de Shah Shuja, se pasó a las filas enemigas en bloque.
Meses después de aquellas jornadas aún cientos de estos prisioneros cipayos seguían vendiéndose como esclavos en los bazares de la India. No en vano, la poca preocupación mostrada por los británicos hacia sus tropas de cipayos durante la catástrofe sería uno de los motivos principales detrás de uno de los mayores levantamientos que vivió la India en su historia colonial: el motín de 1857.
80 soldados salvaron la barrera, en su mayoría procedentes de la 44º de Infantería de Shelton, pero al amanecer fueron descubiertos y masacrados por los afganos
Quinientos soldados regulares y 2.500 civiles fueron masacrados por el fuego de flanco. Con la promesa de que enviaría a sus soldados de confianza a limpiar los pasos de otros rebeldes, Akbar Khan exigió que los oficiales más activos, entre ellos Mackenzie, permanecieran a su lado como rehenes. De ahí que terminara acumulando una auténtica colección de prisioneros de primer nivel. Y aunque probablemente el afgano intentó frenar a los rebeldes, ni él fue capaz de sujetar a tantas tribus y a una fuerza tan dividida. Se ofreció, al menos, a salvar a las mujeres, niños y oficiales heridos, que aún integraban el convoy. Solo aquí Akbar Khan mostró cierta compasión.
El goteo de muertes se prolongó hasta el 11 de enero, cuando el famélico y reducido contingente europeo salió del paso de Tezin hacia el valle de Jagdalak. La noche anterior, Elphinstone y Shelton habían pasado también a formar parte del amplio número de prisioneros de Khan. El irascible Shelton exigió su derecho a volver con sus tropas y morir luchando, pero tuvo que conformarse con ver en primera fila cómo los últimos restos del ejército británico eran destruidos.
Una barrera de espinas de casi dos meses bloqueó el paso a los restos del ejército y apenas un puñado de hombres lo lograron traspasar. 80 soldados salvaron la barrera, en su mayoría procedentes de la 44º de Infantería de Shelton, pero al amanecer fueron descubiertos y masacrados por los afganos. Formaron un cuadro en la cima de una colina y se defendieron con uñas y dientes en las sucesivas acometidas, hasta quedarse sin pólvora ni vida. El enemigo solo hizo nueve prisioneros, en lo que fue uno de los pocos momentos realmente heroicos que protagonizó un ejército totalmente desmoralizado y en los huesos.
Él único que pudo escapar fue el último médico que quedaba con vida de la expedición, el doctor Brydon. A pesar de estar herido de gravedad, el médico montó en un poni en medio del caos y se dirigió a Jalalabad, donde aún resistía la guarnición británica al mando de Robert Sale, «Bob el combativo». A la llegada del doctor le siguieron muy pocas.

La épica resistencia en Jalalabad

Los cronistas afganos cantarían en sus textos que todo el ejército británico en el país había sido exterminado, unos 60.000 hombres, lo que casi era cierto. Pero no del todo. A los prisioneros que los europeos rescatarían más adelante, había que sumar los supervivientes llegados a Jalalabad y el numeroso ejército que aquí resistía. Asimismo, la guarnición de Kandahar, en la otra punta del país, apenas sufrió los disturbios gracias al talento militar de su general, un galés llamado William Nott con un fuerte vínculo con sus hombres, al que, por su lenguaraz actitud, se le había negado sistemáticamente el mando de Kabul en beneficio de otros generales peor preparados, véase el inepto Elphinstone. William Nott mantuvo completamente en paz Kandahar gracias a su decisiva actuación al aparecer los primeros focos de rebelión.
Sir Robert Henry Sale, «Bob el comabativo»
Sir Robert Henry Sale, «Bob el comabativo»
Y si bien Robert Sale se refugió con su ejército herido en Jalalabad tras sufrir una emboscada, al menos protagonizó una enconada defensa de esta plaza incluso cuando Akbar Khan, una vez acabó con toda la caravana de británicos procedentes de Kabul, se dirigió en persona a asediarla y organizó un auténtico cerco. Cortó todo suministro con la ciudad y amenazó de muerte a los aldeanos para que dejaran de vender alimentos a los defensores. Los hombres de «Bob el combativo» pronto notaron la escasez y soportaron toda clase de penurias, incluido un terremoto el 19 de febrero que derrumbó la mayor parte de las murallas. El hecho de que los rebeldes también sufrieran desperfectos impidió a Akbar sacar provecho de la situación y permitió a los británicos levantar de nuevo las murallas, después de una semana con toda la guarnición trabajando a destajo y durmiendo apostados en la fría piedra.
Akbar se erigió como el campeón del islam para atraer a todavía más tropas frente a Jalalabad. A finales de marzo pudieron acercar sus empalizadas y máquinas de asedio a tan solo 80 metros de las murallas de la ciudad. La fortaleza mental de «Bob el combativo» –ni punta de comparación con los que habían hallado los afganos en Kabul– salvó a la guarnición frente a un número tan desproporcionado de enemigos. El general repartió armas entre la población civil y mantuvo a sus soldados pegados a las murallas como si de gárgolas se trataran.
Dibujo del valle de Jugdulluk, donde el ejército de Elphinstone hizo su última parada
Dibujo del valle de Jugdulluk, donde el ejército de Elphinstone hizo su última parada
A la vista de los pobres avances de su asedio, Akbar ordenó a los pastores locales que condujeran sus rebaños de ovejas por los alrededores de la fortaleza para que devoraran el forraje y asesinaran de hambre todavía más a los ingleses. «Bob el combativo» respondió al desafío sacando a sus 650 jinetes de caballería por sorpresa para llevarse las ovejas al interior de Jalalabad. Aquellas 480 ovejas y algunas cabras permitieron que la guarnición resistiera hasta la llegada de una fuerza de rescate desde la India que, a principios de abril, rompió definitivamente el bloqueo. Para entonces, los rebeldes afganos estaban más desmoralizados que los propios defensores y cada vez más revueltos contra su líder.
La fuerza de rescate era, en verdad, de castigo. El imperio británico quiso tapar la humillación con una campaña de castigo desde la India que derrotó a los rebeldes, recuperó a centenares de presos y arrasó Kabul, pero no logró sino arrojar más oprobio a la presencia europea en Afganistán a causa de la desproporcionada actuación de George Pollock, el eficiente y meticuloso general al que se le asignó el Ejército de Castigo. Sus tropas liberaron Jalalabad y derrotaron a Akbar Khan en el paso de Tezin. También ejecutaron a cientos de rebeldes e incendiaron Kabul. Una de cal y muchas de arena...
El fracaso político de Londres, en cualquier caso, quedó patente cuando los británicos accedieron a que Dost Mohammed Khan regresara a Kabul, en 1842, donde aún reinaría durante veinte años. La posición política quedó en el mismo punto que si no hubieran intervenido los europeos.
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Las cotizaciones no cubren la esperanza de vida de los jubilados: se 'agotan' tras 12 años de pensión. Economía

EL MUNDO ECONOMÍA
Daniel Viaña

Manifestación celebrada ayer en Bilbao para exigir una pensión mínima de 1.080 euros. EFE

Las cotizaciones sociales que un trabajador acumula durante toda su vida laboral se agotan en unos 12 años, esto es, que una vez transcurrido ese periodo de tiempo la Seguridad Social ya habría abonado a los jubilados lo equivalente a los derechos que generaron con sus aportaciones al sistema.

Sin embargo, la esperanza de vida supera de manera holgada esa cifra, tanto que según el último dato del Instituto Nacional de Estadística (INE), los españoles viven una media de 83 años. Y si se acude a la misma fuente, se observa que, en el momento de poner fin a su vida laboral, los jubilados presentan hoy una esperanza de vida de unos 21 años superior, lo que indica que vivirán hasta los 86. Por lo tanto, y aunque la Seguridad Social es un sistema de reparto en el que los cotizantes pagan las pensiones de los jubilados actuales, resulta evidente que el desfase existente entre el periodo que acumulan las aportaciones y el que se prolonga la prestación supone otro punto de presión para el diezmado sistema.
«La Seguridad Social española es muy justa. De hecho, es injusta por exceso, porque a los 12 años de haberte jubilado te ha devuelto todas tus cotizaciones», explica José Antonio Herce, director asociado de Analistas Financieros Internacionales (Afi) y presidente del Foro de Expertos Independientes del Instituto BBVA de Pensiones. Por ello, entre otros motivos, Herce es un defensor de la necesidad de elevar la edad de jubilación de manera notable y de acometer una profunda reforma en el sistema de la Seguridad Social.
Por su parte, Eduardo Bandrés, director de economía pública de Funcas eleva el periodo en el que se agotan las cotizaciones. En su opinión puede llegar hasta los 15 años en función del régimen, pero aun así ese tiempo sigue siendo inferior tanto a la esperanza de vida actual como a la que presentan los nuevos pensionistas.
Este aumento de vida y desajuste respecto a lo cotizado se suma, además, a que las prestaciones son cada vez más altas y numerosas. De hecho, el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social publicó ayer que en el actual mes de junio, y por primera vez en la historia, la nómina mensual de las pensiones superó los 9.000 millones de euros. De esta manera, la nómina mensual de las pensiones prosigue con el marcado ascenso que viene experimentando en los últimos años. De hecho, si se hace una comparativa con la situación de hace 10 años, se observa que en 2008 la factura era de 6.138 millones de euros, lo que supone que en la última década se ha disparado un 46%.

Este espectacular incremento viene dado, como ya se ha señalado, por el mayor importe de las pensiones y por el aumento de las mismas. «La pensión media de jubilación asciende a 1.083 euros, lo que representa un aumento del 1,93% respecto al año pasado», explicaba el informe mensual publicado por Trabajo. De nuevo, si se hace una comparación con lo que ocurría antes del inicio de la crisis, el resultado es que se ha producido un incremento de más de 250 euros al mes de media. Asimismo, «la pensión media del sistema, que comprende las distintas clases (jubilación, incapacidad permanente, viudedad, orfandad y a favor de familiares), alcanza los 937,19 euros mensuales, lo que supone un aumento interanual del 1,8%» y unos 220 euros más que en 2008.
Y en cuanto al número total de prestaciones, los datos de la secretaría de Estado de Seguridad Social evidencian que el sistema «supera los 9,6 millones de pensiones contributivas, un 1,13% más respecto al año pasado». «Más de la mitad», añade Trabajo, «5.919.154 concretamente, son por jubilación», que son precisamente las que presentan una mayor cuantía media. «2.359.486 corresponden a viudedad; 952.456 a incapacidad permanente; 340.797 a orfandad y 41.748 a favor de familiares», añade.
En este complejo contexto, el propio Gobierno reconoce que la Seguridad Social se encuentra en una situación de déficit casi crónico, tal y como apuntó la semana pasada la ministra de Industria, Reyes Maroto, en Santander. Para atajarlo, Valerio ya ha afirmado que el Ejecutivo se plantea buscar nuevas vías de ingresos a través de impuestos e impulsar una mayores cotizaciones a través de incrementos salariales.

El «desastre del Tet», la gran derrota de los cuasi invencibles Estados Unidos. 4º ESO

ABC Historia
Pablo F. de Mera Alarcón

Paradójicamente, la victoria en 1968 sentenció uno de los mayores fracasos militares del ejército de EE.UU.: Vietnam.

Helicópteros del ejército de EE. UU. Lanzan fuego de ametralladora contra una línea de árboles para cubrir el avance de las tropas terrestres del sur de Vietnam en un ataque contra un campamento del Vietcong - ABC


No ha habido en la historia un conflicto tan calculado, y a la vez calculador, como la Guerra Fría. Como si de un tablero de ajedrez se tratara, cada paso estaba medido al milímetro pues la pérdida de una pieza podría desencadenar una reacción en cadena. El «telón de acero» cayó sobre el mundo y sembró una profunda división entre las dos grandes superpotencias: EE.UU. y la URSS. Aunque no se enfrentaron directamente pues la tensión nuclear disuadió cualquier conato de escribir en los anales la que fuera su página más oscura, pugnaron por el control de cada zona. En los Estados Unidos existía el temor a la pretensión soviética de expandir su ideología a lo largo y ancho del globo terráqueo. Aquel territorio que se sumiese bajo la sombra del comunismo adquiriría irremediablemente el enorme potencial de «contaminar» a los otros más próximos. Sin duda, se trató de un lucha sin igual por la influencia en el resto del planeta.
La Guerra del Vietnam es un ejemplo muy claro de lo expuesto. En los prolegómenos de la misma se encuentra la batalla de Dien Bien Phuen 1954, en la que el ejército nacionalista vietnamita acabó con el dominio colonial de Francia sobre Indochina y dio lugar a un país dividido en dos -amén de Laos y Camboya-: la República Democrática de Vietnam Norte, con capital en Hanói, y la República de Vietnam Sur, con capital en Saigón. En el marco del nuevo reparto de fuerzas en el Sudeste Asiático, la reunificación impulsada por el régimen socialista instaurado en Hanói, presidido por Ho Chí Minh y alineado con la Unión Soviética Chinaprincipalmente, no se produjo debido a la oposición del gobierno pro-norteamericano del sur.
Así las cosas, hacia 1960 grupos comunistas, nacionalistas y budistas fundaron el Frente Nacional de Liberación y organizaron el Vietcong, organización guerrillera que, junto a las Fuerzas Armadas de la República Democrática de Vietnam Norte(EVN), consumó una superioridad probada respecto a las tropas survietnamitas del Ejército de la República de Vietnam (ERVN). Esto precipitó la participación de los Estados Unidos en el conflicto, primero prestando apoyo militar y estratégico a las tropas del sur, después con destacamentos efectivos sobre el terreno. La demostrada habilidad y eficacia de la coalición comunista en la guerra de guerrillas, con una gran capacidad de movilidad y conocimiento del territorio, les permitió resistir la abrumadora superioridad militar estadounidense, la cual ocasionó una elevada cuantía de bajas entre las filas enemigas.
La estrategia de William Westmoreland, comandante en jefe de las operaciones militares entre 1964 y 1968, se basó en una interminable guerra de desgaste a la que los bombarderos B-52 Stratofortress de la USAF y el combustible napalm servían con eficacia. Distintos análisis historiográficos apuntan que en esta despiadada y lacerante guerra se lanzaron más kilos de bombas que las potencias del eje durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso se calcula que, a finales de 1965, los temidos B-52 habían arrojado una media de 8.000 toneladas de artefactos al mes. No cabe duda, pues, que en el intercambio de muertos, Estados Unidos era claro vencedor: por cada soldado caído perecían diez norvietnamitas. Pero en el plano psicológico no consiguieron sino el efecto contrario.
La madre del jugador de ajedrez Bobby Fischer, en frente de la opera de París, con un cartel pidiendo a Richard Nixon el fin de la Guerra de Vietnam (1973)
La madre del jugador de ajedrez Bobby Fischer, en frente de la opera de París, con un cartel pidiendo a Richard Nixon el fin de la Guerra de Vietnam (1973) - ABC
Si hasta el momento Estados Unidos había participado en conflictos con una mayoría social favorable a la intervención, en Vietnam se invirtió la regla. El acceso sin cortapisas de los periodistas a la refriega y el destacado papel que jugó la televisión convirtieron a aquella alejada contienda en un suceso intolerable para la moral estadounidense. El medio televisivo introdujo la guerra en el salón del norteamericano medio, algo que, sumado a la posterior publicación en 1971 de los célebres «archivos del Pentágono» (documentos secretos de la guerra en Vietnam encargados por Robert McNamara, Secretario de Defensa entre 1961 y 1968), terminó por socavar la versión oficialista divulgada por el ejecutivo del presidente Lyndon B. Johnson, quien siempre vendió que los Estados Unidos estaban ganando la guerra.
El ejército de EE.UU., que en la década de los años 60 era el más poderoso de la historia, no pudo con el concepto «guerra de emancipación» al que se aferró Ho Chí Minh y que presentaba a los americanos como los invasores extranjeros. Si durante los primeros compases, y siguiendo las premisas de la llamada «teoría del dominó», existía un total convencimiento de la necesidad de la intervención, la contemplación de los horrores difundidos por los medios llevó a la población civil a manifestarse contra la presencia de su país en Vietnam. En esta posición antibelicista de la sociedad jugó un papel decisivo un acontecimiento acaecido en los albores de 1968, el año que marcó un punto de inflexión en la Guerra del Vietnam.

La «ofensiva del Tet»

«La tregua del «Tet», año nuevo del mono, se ha hundido súbitamente en Vietnam al estallar la que parece una furiosa y bien coordinada ofensiva contra varios sectores críticos, lanzada por las guerrillas del Vietcong y las tropas regulares de Hanói (...) La ofensiva es la mayor de la guerra. Grandes bases americanas del Norte y el Centro de Vietnam del Sur se encuentran hoy en estado de alerta total (...) El enemigo ha asaltado varias capitales provinciales y una veintena de aldeas y poblaciones menores (...) La ofensiva militar ha sido tan espectacular, que el presidente Johnson ha sido despertado esta madrugada a las cinco», narraba el ABC de Sevilla en su edición del 31 de enero de 1968.
Antes del ataque, las desmesuradas pérdidas humanas forzaron un debate en el corazón de Hanói. Frente a la posición del implacable general norvietnamita Vo Nguyen Giap, destacado militar en la lucha contra el imperialismo francés y que apostaba por continuar con la guerra de guerrillas, su gran especialidad, se impuso la sostenida por Le Duan. El jefe del Partido Comunista de Vietnam creía que lo mejor sería organizar una operación a gran escala en Vietnam del Sur para quebrar la determinación estadounidense de proseguir con la lucha. Así se hizo.
El Vietcong y el ejército norvietnamita lanzan contra el sur la llamada ofensiva del Tet
El Vietcong y el ejército norvietnamita lanzan contra el sur la llamada ofensiva del Tet - ABC
En la madrugada del 31 de enero, alrededor de 80.000 hombres, entre guerrilleros del Vietcong y soldados del EVN, cayeron sobre más de cien ciudades del sur entre las que se encontraba Saigón, llegando incluso a tomar la embajada de Estados Unidos. Se trató de una campaña vertiginosa y de alto alcance, tan atrevida como arriesgada, que contó con la sorpresa «cómplice» de las fuerzas norteamericanas que no esperaban una agresión de tal magnitud y respondieron con ineficacia y de forma tardía. En cualquier caso, gozaba de una total planificación. Y es que a principios de año, los vietnamitas del norte, con una extraordinaria habilidad e intrepidez, introdujeron armas y munición en distintas áreas pertenecientes a su hómonimo del sur.
Según cuenta Alan Woods en su escrito «Ofensiva del Tet, punto de inflexión en la Guerra de Vietnam», Giap «preparó una ofensiva audaz en dos frentes». En primer lugar se atacó la base de los marines en Khe Sanh, estratagema utilizada como maniobra de distracción respecto a las arremetidas coordinadas de la coalición comunista contra las principales urbes de Vietnam del Sur. «Esto representaría para los estadounidenses un dilema militar. Si optaban por defender Khe Sanh, sus fuerzas estarían al límite cuando estallasen las batallas en el sur», continúa el autor.
En cualquier caso, la intromisión fue sofocada en un corto espacio de tiempo. «Pese a su espectacularidad y al daño infligido, en la mayoría de casos los ataques fueron repelidos en menos de 72 horas. No obstante, las fuerzas comunistas lograron resistir el contrataque en varios núcleos. En el extremo sur, mantuvieron el control de la ciudad de Ben Tre durante tres semanas. Durante casi el mismo tiempo aguantaron en el barrio chino de Cho Lon, en el límite occidental de Saigón. Pero la gran batalla se libraba en la ciudad de Hué, donde un pequeño destacamento de marines y de paracaidistas survietnamitas (Hac Bao) se enfrentaba a cuatro regimientos del EVN y ocho batallones del Vietcong que habían tomado la ciudad y establecido su puesto de mando en la Ciudadela, la fortificación hogar de la antigua familia real vietnamita», refiere Ignacio M. García Galán en el texto recogido por el Instituto Español de Estudios Estratégicos, «Cincuenta años de la Ofensiva del Tet: el punto de inflexión de la guerra del Vietnam».
Nguyen Ngoc Loan ejecuta a un oficial del Vietcong
Nguyen Ngoc Loan ejecuta a un oficial del VietcongABC
Lo que sí emergió fue una clara conclusión. El poderío militar de EE.UU. y su guerra de desgaste no solo no habían minado la voluntad combativa de Vietnam del Norte, sino que además era capaz de montar una gran ofensiva sobre varios sectores a la vez, algo que podría repetirse dado el apoyo de Moscú y Pekín. Así, la victoria militar de los Estados Unidos se había convertido, a la postre, en una derrota psicológica y moral. La convicción de que el rival del norte no se rendiría, sumada a la cobertura periodística de los hechos -con célebres, y abrumadoras, imágenes como la del prisionero del Vietcong ejecutado en plena calle, tomada por el fotoperiodista Eddie Adams- dejaron en evidencia la incapacidad de Washington y alzaron hasta la escala nacional la oposición de la sociedad norteamericana a la guerra.
La «ofensiva del Tet» marcó un antes y un después en la historia bélica de Estados Unidos pues selló su primera gran derrota militar; como declarase el Secretario de Estado Henry Kissinger, «sacudió la confianza pública en lo que estábamos haciendo». Con la llegada de Nixon ala presidencia en 1969, la Casa Blanca se encaminó hacia unas progresivas negociaciones con Hanói que culminaron en los acuerdos de paz de París de 1973 y la final retirada de las tropas yanquis de Vietnam. Con Saigón asediada, la reunificación llegó en 1975 bajo un gobierno comunista. Atrás quedaba un conflicto tan atroz como infructuoso para la gran potencia, y el más largo del que había formado parte hasta Afganistán, que dejó más de 3 millones y medio de cadáveres.
Las últimas tropas estadounidenses abandonan Vietnam
Las últimas tropas estadounidenses abandonan Vietnam - ABC

Combate en Hué

Algo más prolongada fue la batalla en Hué, la capital histórica de Vietnam. Todo lo relativo a esta fracción de la «ofensiva del Tet» ha sido pormenorizada por Mark Bowden en su libro «Hué 1968: El punto de inflexión en la guerra del Vietnam» (Ariel, 2018). Según el autor, casi 10.000 soldados del EVN y el Vietcong descendieron en la madrugada del 31 de enero de sus campamentos ocultos en las Tierras Altas Centrales y arrasaron Hué; este osado movimiento estaba ubicado dentro de la intentona que buscaba evitar que la intervención militar de Estados Unidos decantase la balanza a favor de Saigón.
«El Frente Nacional de Liberación (FNL), como se autodenominaba la coalición de fuerzas comunistas, había logrado la sorpresa total y tomado Hué casi por completo, con la única excepción de dos cuarteles fortificados: una base del Ejército de la República de Vietnam (ERVN) al norte de la ciudad y un pequeño emplazamiento de asesores militares estadounidenses al sur. Entre ambos no tenían sino unos pocos centenares de hombres, estaban cercados y corrían el riesgo de ser arrasados en cualquier momento», escribe Bowden en el prólogo.
Fue decisiva la intervención del Cuerpo de Marines para la recuperación de la ciudad, empresa que se alargó 24 días de terribles combates. Se luchó palmo a palmó, edificio a edificio. El escritor cita 58.000 civiles muertos, aunque cree que se trata de una cifra inferior a la real, y una destrucción del 80% de las edificaciones. Igualmente señala que frente a los algo más de 500 soldados norteamericanos y del ERVN caídos, las bajas del Frente oscilan entre los 2.400 y los 5.000 guerrilleros.
«La batalla de Hué fue la más sangrienta de la guerra de Vietnam, y constituyó un punto de inflexión no solo en ese conflicto, sino en la historia de Estados Unidos. Cuando acabó, el debate que tenía lugar en Estados Unidos con respecto a la guerra ya no trataba sobre cómo ganarla, sino tan solo sobre cómo abandonarla. Los estadounidenses ya no volverían a confiar ciegamente en su líderes nunca más», concluye.

El misterio del Papa Luna. 2º ESO

ABC Cultura
Jesús Maeso de la Torre

Pedro de Luna, el último pontífice de Aviñón, fue un hombre contradictorio que mantuvo en jaque al Vaticano durante cuarenta años, convirtiéndose en una personalidad vigente para la sociedad actual.



El 29 de noviembre de 1422, los tedeums y las campanas resonaron en Roma donde el PapaMartín V anunció al mundo: «Cristianos, el gran obstáculo para la unión de la Iglesia, el que se hacía llamar Benedicto XIII, ha expirado en Peñíscola. Demos gracias al Altísimo, pues la discordia de las almas ha concluido, el escándalo universal, el nigromante, y el instrumento del maligno, ha muerto».
Y hoy nos preguntamos por qué aquel irreductible aragonés había desafiado a reyes, universidades, concilios y Papas romanos, provocando la más dramática crisis religiosa padecida por la Iglesia.
¿Qué misteriosa verdad ocultó el testarudo Pedro de Luna, y último papa de Aviñón, para inquietar tanto a Roma, al imperio y a las testas coronadas de Europa? ¿Por qué el Vaticano no aceptó nunca que había sido ungido legítimamente? ¿Por qué convirtió en ilegal su elección y acusó a sus seguidores de hijos del diablo, siendo el único cardenal anterior al Cisma y por lo tanto único que podía elegir Papa, o ser elegido?

Referencia

Luna puede muy bien servirnos hoy de referencia en una época de desconciertos, donde muchos sienten sonrojo por evocar pasajes capitales de nuestra historia, con los que podríamos sentirnos menos insignificantes y más unidos y amar a las Españas, como él las amó, aspirando a su unión.
Pedro de Luna fue un hombre contradictorio que hizo una virtud de su firmeza, y que mantuvo en jaque a la colosal maquinaria del Vaticano durante cuarenta años, convirtiéndose en una personalidad vigente para la sociedad actual, donde muchos claudican ante la descalificación de nuestro pasado, tamizado con el tibio tufo de unos nacionalismos trasnochados.
El Papa Luna poseía una fe inconmovible en la autoridad papal y fue ajeno a la crisis moral de la Iglesia. Su lema desgarrador, el «Nos, non Possumus abdicare», se convirtió en un grito al derecho, a la honestidad y al orgullo personal.
El cardenal de Aragón era austero, casto, de estatura pequeña, poseía un gesto altanero de halcón vigilante, y por su sangre corría la de los reyes de Aragón y del rey moro de Mallorca, Gotor, pues una hija de este se casó con un antepasado de los Luna.
No obstante, lo que definió a Luna fue su carácter insobornable, su limpieza moral intachable y su rectitud, siendo un ejemplo a imitar por los que hoy presiden gobiernos, partidos políticos y cancillerías. Por eso nos preguntamos hoy, cómo este hombre de cualidades tan valiosas pudo ser tachado de embaucador de la Cristiandad.
Y lo fue porque molestaba su entereza, y porque representaba los intereses de Aragón, una potencia europea que, dominando el Mediterráneo, desde Valencia a Atenas, proyectaba la conquista del Reino de Nápoles. Un reino del sur, y más si este era español, no podía acumular tanto poder frente al norte.

Humanista

Luna se adelantó a su tiempo y fue un distinguido humanista, mecenas del arquitecto Ramí, propulsor de encuentros entre judíos y cristianos y profesor de derecho canónico de la universidad de Montpellier, y sin embargo por la desnudez de su alma frente al engaño, recibió el más injusto de los tratos de los maestros de Oxford, la Sorbona y Bolonia, y de los teólogos D’Aylly y Gerson, así como del emperador Segismundo, del rey de Francia y del Concilio, y luego de sus más fieles, San Vicente Ferrer y el Rey de Aragón Fernando I.
Luna se convirtió en una justificación para el fracaso de la Iglesia, y en una hermosísima disculpa para la cobardía de los reyes cristianos de la época.
¿Qué atractivo pudo poseer este indomable aragonés para que, aún en el siglo XXI exista en Armañac una hermandad secreta, «los trainiers», que siguen creyendo en Benedicto XIII y eligiendo papas «benedictos» hasta el fin de los tiempos?
¿Por qué Martín V, manejando desde Roma oscuros hilos, quiso envenenarlo para arrebatarle el códice imperial de Constantino que otorgaba legitimidad al Vaticano para ocupar territorios de media Italia?
Desde el año 1378, los Papas habían residido en la dulce Aviñón, lejos de las inseguridades de Roma, donde las bandas de los Orsini y los Colomna se disputaban la ciudad, convirtiéndola en el lugar más inseguro de occidente. Y de repente hay dos Papas designados en la Iglesia, uno en Roma y otro en Aviñón, donde residían los verdaderos cardenales electores.
Transcurrió el tiempo y murieron varios Papas tanto en Aviñón y como en Roma, y así, una mañana del día de san Miguel de 1349, el cónclave aviñonés, fijó sus preferencias como nuevo pontífice en Pedro de Luna, que se convirtió en Benedicto XIII.
Pero para su tormento, pronto el rey de Francia intentó dominarlo, y como el insobornable aragonés se opuso a ser utilizado, envió a Aviñón un formidable ejército de mercenarios con la orden de enviarlo cargado de cadenas a París; y enclaustrado tras los muros del palacio papal, sufrió el más feroz de los asedios. Se disfrazó de cartujo y con una hostia consagrada apretada al corazón, se evadió de Aviñón por un portillo.

Una vida errática

Y así comenzó su vida errática, como nauta del mar y pastor de remeros. Luna propuso a la Cristiandad una salida honorable al problema de los dos Papas, brindando a la Universidad de París la idea de que ambos se encontraran en una ciudad neutral. Y en un acto público, dirimieran la cuestión con argumentos. El romano no acudió, y Luna, como un Ulises homérico, se vio obligado a vagar por el mar; y con su frustración a cuestas, se refugió en Barcelona.
En este punto intervino activamente en el Compromiso de Caspe, y con la visión histórica de unir en uno solo los reinos de Castilla y Aragón con misma estirpe, propició la elección como rey aragonés de Fernando de Trastamara.
En el Concilio de Pisa, Luna fue declarado gran cismático, y de mantener tratos con dos demonios, que escondía bajo el asiento y que les servían día y noche.
Luna había cumplido los 80 años y el cisma 38, así que zarpó con sus naves hacia Peñíscola, recluyéndose hasta su muerte en la roca templaria, su «arca de Noé», como él la llamó y donde gobernó como pastor sin fieles y almirante sin barcos, la que él creía la verdadera Iglesia de Dios.
Abandonado de todos, el Concilio de Constanza declaró a Benedicto contumaz hereje. El concilio consiguió la renuncia de Juan XXIII y del Papa romano, pues llegó a haber hasta tres, pero no la de Luna, que proclamaba que era el legítimo Papa de la Iglesia, y que jamás abdicaría, de ahí el dicho de «mantenerse en sus trece».
Nombraron un nuevo Pontífice, en la persona de Otón Colonna, que tomó el nombre de Martín V, quien, desde la Ciudad Santa, maquinó cuanto pudo contra el longevo aragonés. Rociaron el único alimento con el que solía alimentarse, unos dulces que para él elaboraban las monjas de Santa Clara, las hosties durades, con un veneno mortal, y se lo sirvieron en el almuerzo, pero el destino hizo que expulsara la ponzoña.
Murió Pedro de Luna sosteniendo hasta el último aliento la legitimidad de su causa. Pero él era un hombre de su siglo, y como tal actuó, y como sostiene Benedicto en una de las epístolas que imaginé para mi novela de «El Papa Luna»: «La historia cuenta, pero sólo el tiempo juzga».

miércoles, 8 de agosto de 2018

Nissan admite que alteró los controles de emisiones de coches fabricados en Japón. 4º ESO-Economía

EL PAÍS ECONOMÍA
Xavier Fontdeglòria

Confiesa en un comunicado que hicieron informes de inspección basados en valores alterados.

Un coche de Nissan del modelo GT-R


El fabricante de coches japonés Nissan ha reconocido este lunes que alteró algunos resultados de los exámenes anticontaminación de modelos de las fábricas instaladas en Japón. Las mediciones relativas a las emisiones de gases y a los tests de uso de carburante no fueron efectuados según el "protocolo establecido" y los informes de inspección estaban basados en valores alterados, según indicó Nissan en un comunicado, después de trasladarlo a las autoridades niponas. Pese a esto, la empresa asegura que la mayoría de sus vehículos (a excepción del GT-R, un coche deportivo de la marca) sí que cumplen con los datos de los catálogos y las medidas de seguridad marcadas.

Según las informaciones ofrecidas por la propia compañía, las revelaciones surgen de los controles iniciados en septiembre de 2017, después de que se lo pidieran las autoridades japonesas. Señala que han detectado "una mala conducta llevada a cabo para los vehículos producidos en sus plantas de producción de vehículos nacionales y los de sus afiliados". La empresa informa que el fraude se basó en la modificación, por parte de un número indeterminado de empleados, de las condiciones en que se realizan estas pruebas, en términos por ejemplo de temperatura, humedad ambiental o velocidad a la que los vehículos deben someterse. Otras veces las pruebas sí se ajustaban a las directrices que marca la ley, pero se cambiaban directamente los resultados.
Nissan asegura que informó los hechos actuales y los resultados de la investigación al Ministerio de Tierras, Infraestructura, Transporte y Turismo de Japón. En ese documento, Nissan, socio de Renault, precisó que de momento el número de vehículos afectados por estas malas prácticas asciende a 1.171, producidos en cinco fábricas distintas desde el año 2013 hasta hace pocas semanas. La ilegalidad afecta solamente a los coches vendidos en territorio nacional, no a los exportados.

Trabajadores no cualificados

En septiembre, el grupo admitió que varios trabajadores no cualificados para el puesto eran los encargados de realizar las inspecciones a los vehículos justo antes de salir de las fábricas. En la mayoría de los casos fueron los aprendices los que llevaron a cabo tal tarea, si bien los informes se firmaban con el sello oficial del personal cualificado. Estas prácticas se llevaron a cabo en algunas fábricas durante décadas y los trabajadores eran perfectamente conscientes de que cometían una ilegalidad, porque las encubrieron cuando se sometían a una inspección.
Cuando el escándalo salió a la luz, las autoridades pidieron una revisión exhaustiva de los controles de calidad en las plantas del grupo que obligó a la empresa a llamar a revisión a más de 1,2 millones de vehículos. Es a raíz de esta orden que el fabricante ha informado, nueve meses después, de estas nuevas irregularidades en relación a las emisiones contaminantes de sus automóviles.
Nissan vuelve a colocarse así bajo los focos del escándalo de las emisiones. Su caso no es el mismo que se destapó en el fabricante alemán Volkswagen —que llegó a usar un software ilegal para falsear los controles en laboratorio de miles de coches—. Pero sí supone una nueva infracción a la hora de acatar el sistema de controles y mediciones de los automóviles.

Nueva investigación

La compañía explica que está llevando a cabo "una investigación completa y exhaustiva de los hechos", incluidas las causas y los antecedentes de la mala conducta, que no especifica. "Nissan ha contratado a la principal firma de abogados japonesa, Nishimura y Asahi, para llevar a cabo una investigación centrada en las causas e implementará las contramedidas apropiadas en función de los resultados", se compromete.
Pese a esa "mala conducta", la empresa señala que "tras la nueva verificación de datos de registro fiables, Nissan ha confirmado que todos los vehículos producidos, a excepción de GT-R", cumplen con las normas de seguridad japonesas y también "que los valores de medición medios de aprobación de los vehículos de Nissan garantizan las especificaciones del catálogo" para las emisiones de tubos escape.