Pablo F. de Mera Alarcón
Paradójicamente, la victoria en 1968 sentenció uno de los mayores fracasos militares del ejército de EE.UU.: Vietnam.
Helicópteros del ejército de EE. UU. Lanzan fuego de ametralladora contra una línea de árboles para cubrir el avance de las tropas terrestres del sur de Vietnam en un ataque contra un campamento del Vietcong - ABC
No ha habido en la historia un conflicto tan calculado, y a la vez calculador, como la Guerra Fría. Como si de un tablero de ajedrez se tratara, cada paso estaba medido al milímetro pues la pérdida de una pieza podría desencadenar una reacción en cadena. El «telón de acero» cayó sobre el mundo y sembró una profunda división entre las dos grandes superpotencias: EE.UU. y la URSS. Aunque no se enfrentaron directamente pues la tensión nuclear disuadió cualquier conato de escribir en los anales la que fuera su página más oscura, pugnaron por el control de cada zona. En los Estados Unidos existía el temor a la pretensión soviética de expandir su ideología a lo largo y ancho del globo terráqueo. Aquel territorio que se sumiese bajo la sombra del comunismo adquiriría irremediablemente el enorme potencial de «contaminar» a los otros más próximos. Sin duda, se trató de un lucha sin igual por la influencia en el resto del planeta.
La Guerra del Vietnam es un ejemplo muy claro de lo expuesto. En los prolegómenos de la misma se encuentra la batalla de Dien Bien Phuen 1954, en la que el ejército nacionalista vietnamita acabó con el dominio colonial de Francia sobre Indochina y dio lugar a un país dividido en dos -amén de Laos y Camboya-: la República Democrática de Vietnam Norte, con capital en Hanói, y la República de Vietnam Sur, con capital en Saigón. En el marco del nuevo reparto de fuerzas en el Sudeste Asiático, la reunificación impulsada por el régimen socialista instaurado en Hanói, presidido por Ho Chí Minh y alineado con la Unión Soviética y Chinaprincipalmente, no se produjo debido a la oposición del gobierno pro-norteamericano del sur.
Así las cosas, hacia 1960 grupos comunistas, nacionalistas y budistas fundaron el Frente Nacional de Liberación y organizaron el Vietcong, organización guerrillera que, junto a las Fuerzas Armadas de la República Democrática de Vietnam Norte(EVN), consumó una superioridad probada respecto a las tropas survietnamitas del Ejército de la República de Vietnam (ERVN). Esto precipitó la participación de los Estados Unidos en el conflicto, primero prestando apoyo militar y estratégico a las tropas del sur, después con destacamentos efectivos sobre el terreno. La demostrada habilidad y eficacia de la coalición comunista en la guerra de guerrillas, con una gran capacidad de movilidad y conocimiento del territorio, les permitió resistir la abrumadora superioridad militar estadounidense, la cual ocasionó una elevada cuantía de bajas entre las filas enemigas.
La estrategia de William Westmoreland, comandante en jefe de las operaciones militares entre 1964 y 1968, se basó en una interminable guerra de desgaste a la que los bombarderos B-52 Stratofortress de la USAF y el combustible napalm servían con eficacia. Distintos análisis historiográficos apuntan que en esta despiadada y lacerante guerra se lanzaron más kilos de bombas que las potencias del eje durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso se calcula que, a finales de 1965, los temidos B-52 habían arrojado una media de 8.000 toneladas de artefactos al mes. No cabe duda, pues, que en el intercambio de muertos, Estados Unidos era claro vencedor: por cada soldado caído perecían diez norvietnamitas. Pero en el plano psicológico no consiguieron sino el efecto contrario.
Si hasta el momento Estados Unidos había participado en conflictos con una mayoría social favorable a la intervención, en Vietnam se invirtió la regla. El acceso sin cortapisas de los periodistas a la refriega y el destacado papel que jugó la televisión convirtieron a aquella alejada contienda en un suceso intolerable para la moral estadounidense. El medio televisivo introdujo la guerra en el salón del norteamericano medio, algo que, sumado a la posterior publicación en 1971 de los célebres «archivos del Pentágono» (documentos secretos de la guerra en Vietnam encargados por Robert McNamara, Secretario de Defensa entre 1961 y 1968), terminó por socavar la versión oficialista divulgada por el ejecutivo del presidente Lyndon B. Johnson, quien siempre vendió que los Estados Unidos estaban ganando la guerra.
El ejército de EE.UU., que en la década de los años 60 era el más poderoso de la historia, no pudo con el concepto «guerra de emancipación» al que se aferró Ho Chí Minh y que presentaba a los americanos como los invasores extranjeros. Si durante los primeros compases, y siguiendo las premisas de la llamada «teoría del dominó», existía un total convencimiento de la necesidad de la intervención, la contemplación de los horrores difundidos por los medios llevó a la población civil a manifestarse contra la presencia de su país en Vietnam. En esta posición antibelicista de la sociedad jugó un papel decisivo un acontecimiento acaecido en los albores de 1968, el año que marcó un punto de inflexión en la Guerra del Vietnam.
La «ofensiva del Tet»
«La tregua del «Tet», año nuevo del mono, se ha hundido súbitamente en Vietnam al estallar la que parece una furiosa y bien coordinada ofensiva contra varios sectores críticos, lanzada por las guerrillas del Vietcong y las tropas regulares de Hanói (...) La ofensiva es la mayor de la guerra. Grandes bases americanas del Norte y el Centro de Vietnam del Sur se encuentran hoy en estado de alerta total (...) El enemigo ha asaltado varias capitales provinciales y una veintena de aldeas y poblaciones menores (...) La ofensiva militar ha sido tan espectacular, que el presidente Johnson ha sido despertado esta madrugada a las cinco», narraba el ABC de Sevilla en su edición del 31 de enero de 1968.
Antes del ataque, las desmesuradas pérdidas humanas forzaron un debate en el corazón de Hanói. Frente a la posición del implacable general norvietnamita Vo Nguyen Giap, destacado militar en la lucha contra el imperialismo francés y que apostaba por continuar con la guerra de guerrillas, su gran especialidad, se impuso la sostenida por Le Duan. El jefe del Partido Comunista de Vietnam creía que lo mejor sería organizar una operación a gran escala en Vietnam del Sur para quebrar la determinación estadounidense de proseguir con la lucha. Así se hizo.
En la madrugada del 31 de enero, alrededor de 80.000 hombres, entre guerrilleros del Vietcong y soldados del EVN, cayeron sobre más de cien ciudades del sur entre las que se encontraba Saigón, llegando incluso a tomar la embajada de Estados Unidos. Se trató de una campaña vertiginosa y de alto alcance, tan atrevida como arriesgada, que contó con la sorpresa «cómplice» de las fuerzas norteamericanas que no esperaban una agresión de tal magnitud y respondieron con ineficacia y de forma tardía. En cualquier caso, gozaba de una total planificación. Y es que a principios de año, los vietnamitas del norte, con una extraordinaria habilidad e intrepidez, introdujeron armas y munición en distintas áreas pertenecientes a su hómonimo del sur.
Según cuenta Alan Woods en su escrito «Ofensiva del Tet, punto de inflexión en la Guerra de Vietnam», Giap «preparó una ofensiva audaz en dos frentes». En primer lugar se atacó la base de los marines en Khe Sanh, estratagema utilizada como maniobra de distracción respecto a las arremetidas coordinadas de la coalición comunista contra las principales urbes de Vietnam del Sur. «Esto representaría para los estadounidenses un dilema militar. Si optaban por defender Khe Sanh, sus fuerzas estarían al límite cuando estallasen las batallas en el sur», continúa el autor.
En cualquier caso, la intromisión fue sofocada en un corto espacio de tiempo. «Pese a su espectacularidad y al daño infligido, en la mayoría de casos los ataques fueron repelidos en menos de 72 horas. No obstante, las fuerzas comunistas lograron resistir el contrataque en varios núcleos. En el extremo sur, mantuvieron el control de la ciudad de Ben Tre durante tres semanas. Durante casi el mismo tiempo aguantaron en el barrio chino de Cho Lon, en el límite occidental de Saigón. Pero la gran batalla se libraba en la ciudad de Hué, donde un pequeño destacamento de marines y de paracaidistas survietnamitas (Hac Bao) se enfrentaba a cuatro regimientos del EVN y ocho batallones del Vietcong que habían tomado la ciudad y establecido su puesto de mando en la Ciudadela, la fortificación hogar de la antigua familia real vietnamita», refiere Ignacio M. García Galán en el texto recogido por el Instituto Español de Estudios Estratégicos, «Cincuenta años de la Ofensiva del Tet: el punto de inflexión de la guerra del Vietnam».
Lo que sí emergió fue una clara conclusión. El poderío militar de EE.UU. y su guerra de desgaste no solo no habían minado la voluntad combativa de Vietnam del Norte, sino que además era capaz de montar una gran ofensiva sobre varios sectores a la vez, algo que podría repetirse dado el apoyo de Moscú y Pekín. Así, la victoria militar de los Estados Unidos se había convertido, a la postre, en una derrota psicológica y moral. La convicción de que el rival del norte no se rendiría, sumada a la cobertura periodística de los hechos -con célebres, y abrumadoras, imágenes como la del prisionero del Vietcong ejecutado en plena calle, tomada por el fotoperiodista Eddie Adams- dejaron en evidencia la incapacidad de Washington y alzaron hasta la escala nacional la oposición de la sociedad norteamericana a la guerra.
La «ofensiva del Tet» marcó un antes y un después en la historia bélica de Estados Unidos pues selló su primera gran derrota militar; como declarase el Secretario de Estado Henry Kissinger, «sacudió la confianza pública en lo que estábamos haciendo». Con la llegada de Nixon ala presidencia en 1969, la Casa Blanca se encaminó hacia unas progresivas negociaciones con Hanói que culminaron en los acuerdos de paz de París de 1973 y la final retirada de las tropas yanquis de Vietnam. Con Saigón asediada, la reunificación llegó en 1975 bajo un gobierno comunista. Atrás quedaba un conflicto tan atroz como infructuoso para la gran potencia, y el más largo del que había formado parte hasta Afganistán, que dejó más de 3 millones y medio de cadáveres.
Combate en Hué
Algo más prolongada fue la batalla en Hué, la capital histórica de Vietnam. Todo lo relativo a esta fracción de la «ofensiva del Tet» ha sido pormenorizada por Mark Bowden en su libro «Hué 1968: El punto de inflexión en la guerra del Vietnam» (Ariel, 2018). Según el autor, casi 10.000 soldados del EVN y el Vietcong descendieron en la madrugada del 31 de enero de sus campamentos ocultos en las Tierras Altas Centrales y arrasaron Hué; este osado movimiento estaba ubicado dentro de la intentona que buscaba evitar que la intervención militar de Estados Unidos decantase la balanza a favor de Saigón.
«El Frente Nacional de Liberación (FNL), como se autodenominaba la coalición de fuerzas comunistas, había logrado la sorpresa total y tomado Hué casi por completo, con la única excepción de dos cuarteles fortificados: una base del Ejército de la República de Vietnam (ERVN) al norte de la ciudad y un pequeño emplazamiento de asesores militares estadounidenses al sur. Entre ambos no tenían sino unos pocos centenares de hombres, estaban cercados y corrían el riesgo de ser arrasados en cualquier momento», escribe Bowden en el prólogo.
Fue decisiva la intervención del Cuerpo de Marines para la recuperación de la ciudad, empresa que se alargó 24 días de terribles combates. Se luchó palmo a palmó, edificio a edificio. El escritor cita 58.000 civiles muertos, aunque cree que se trata de una cifra inferior a la real, y una destrucción del 80% de las edificaciones. Igualmente señala que frente a los algo más de 500 soldados norteamericanos y del ERVN caídos, las bajas del Frente oscilan entre los 2.400 y los 5.000 guerrilleros.
«La batalla de Hué fue la más sangrienta de la guerra de Vietnam, y constituyó un punto de inflexión no solo en ese conflicto, sino en la historia de Estados Unidos. Cuando acabó, el debate que tenía lugar en Estados Unidos con respecto a la guerra ya no trataba sobre cómo ganarla, sino tan solo sobre cómo abandonarla. Los estadounidenses ya no volverían a confiar ciegamente en su líderes nunca más», concluye.
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