Alberto Rojas
Soldados de las SS camino del puente de Arnhem, en Holanda.
- El historiador superventas y gran cronista de la Segunda Guerra Mundial presenta 'La batalla de los puentes', un viaje a la sangría humana de la operación 'Market Garden'.
Su fino humor inglés y sus modales de gentleman contrastan con la crudeza de su obra y su discurso. "No podría explicarle el Brexit a un piloto británico de la Segunda Guerra Mundial porque ni siquiera lo entiendo yo", dice Antony Beevor, el gran cronista del conflicto europeo, sentado en la terraza de un céntrico hotel de Madrid, donde presenta La batalla por los puentes (Ed. Crítica), un repaso a la Operación Market Garden y al gran fracaso aliado que alargó de forma absurda la guerra en Europa.
Después de afrontar enormes desafíos para reescribir batallas como Stalingrado o Berlín, que le dieron enorme fama pero también provocaron polémicas con las autoridades rusas, el historiador inglés y antiguo oficial del 11º Regimiento de Húsares del Ejército británico pone el foco en la fallida operación que tenía que liberar los países bajos y abrir el camino hacia el corazón de Alemania. "Market Garden fue importante a nivel simbólico. Los alemanes recibieron una enorme carga de moral gracias a esta victoria, pero a los aliados les hizo despertar. Traían una sensación de euforia por el exitoso desembarco en Normandía y el avance tan rápido hacia el Reich. Gracias a esta derrota, se dieron cuenta de que la guerra iba a durar mucho más de lo previsto y de que mucha más gente iba a morir por el camino. Porque murió más gente desde esa fecha de 1944 en adelante que en todo el resto de la guerra".
Beevor traslada al lector a los combates por los grandes puentes holandeses, que tenían que tomarse por sorpresa y esperar a la llegada de las tropas de tierra por la llamada carretera del infierno. En la acuarela aparecen oficiales británicos dirigiendo a sus hombres con un paraguas, divisiones panzer movilizadas a toda velocidad con reclutas adolescentes, resistencias heroicas casa por casa, ejecuciones de prisioneros por los dos bandos y un plan del mariscal Montgomery que estaba maldito nada más nacer.
Con este libro, Beevor ya ha analizado las tres grandes operaciones aerotransportadas de la Segunda Guerra Mundial: la batalla de Creta, el día D en Normandía y Market Garden. Después de esta última, no se han vuelto a usar a ese nivel: "Lo más interesante es que los aliados sacaron conclusiones opuestas de la experiencia de Creta de la que obtuvieron los Alemanes. Hitler, por una vez, acertó al descartar las grandes operaciones con paracaidistas en el resto de la guerra. En Normandía los aliados tuvieron éxito, pero en su esencia, este tipo de apuestas tiene el peligro de no contar con tropas terrestres de respaldo en pocos días para apoyar el despliegue por el aire. Son tropas muy vulnerables. En 1944 existía una fantasía, sobre todo en EEUU, que decía que las tropas aerotransportadas iban a ser el futuro no sólo de la guerra sino de las misiones para mantener la paz en la posguerra. El caso es que no hemos vuelto a ver este tipo de despliegues en otros conflictos".
Beevor ha vendido tantos libros porque ha conjugado la Historia con mayúsculas, esa de las grandes operaciones militares sobre los mapas, con las vivencias del soldado de trinchera y el civil que huye de las bombas. "En los años 80 se puso de moda la historia oral como género, una colección de diarios y cartas a la que le faltaba mucho contexto para explicar las cosas. Cuando me pude a trabajar en el libro Stalingrado supe que había que integrar las grandes operaciones militares con el relato de sus protagonistas, los soldados y los civiles. Era la única manera de medir las consecuencias de las decisiones de Hitler o Stalin sobre los que iban a sufrirlas", comenta. En su bibliografía hallamos una mirada similar a la suya en un libro titulado Un escritor en guerra, la historia de Vasily Grossman, el periodista ruso que acompañó a las tropas soviéticas de Stalingrado a Berlín: "Grossman, de forma instintiva, tiene un acercamiento parecido al mío. Siempre le interesó el individuo y descubrió antes que nadie que el deber del escritor es devolver la individualidad a las víctimas, que es de lo que pretenden privarles los asesinos. Cuando me enfrenté a sus reportajes sobre el horror de Treblinka entendí que el deber del escritor es contar ese horror. El deber del lector es leerlo".
Así, armado con el factor humano de Grossman pero con la curiosidad necesaria para acudir a fuentes nunca consultadas, sigue destruyendo mitos sobre los que se han construido relatos falsarios:"Muchos historiadores alemanes han acudido a nuestros centros en el Reino Unido y eso sirve para acabar con versiones nacionalistas que cada país tenía de la Segunda Guerra Mundial. Ahora es más difícil mantener ciertos mitos, pero todavía queda gente interesada en crear fake news sobre la Segunda Guerra Mundial. Quedan algunos interesados en recargar las leyendas, como por ejemplo Putin pagando películas de guerra que buscan construir una verdad a partir de leyendas".
No quiere desvelar nuevos proyectos pero asegura que no tendrán nada que ver con el Pacífico: "Mi amigo Ian W. Toll, historiador basado en el teatro bélico asiático bromea conmigo: 'Si te costó bucear en los archivos rusos, prueba con los japoneses'".
- ¿No le apena que estemos ante la muerte generacional de aquellos que vivieron la Segunda Guerra Mundial y aún podían contarla?
- Ya es demasiado tarde para la historia oral, porque los pocos que quedan vivos ya han leído los episodios en los que ellos mismos participaron escritos por otros, y eso ha deformado sus recuerdos. Ya no es una fuente directa. Por eso lo importante es volver a los documentos de época, las cartas y los diarios escritos en ese momento. Ya sabemos lo poco fiable que es la memoria del ser humano.
- Usted, que ha estudiado la génesis del totalitarismo en Europa, ¿qué opina del avance de los discursos populistas y xenófobos en la actualidad?
- A la gente le da miedo el futuro y los problemas de la globalización y creen que la Unión Europea tiene la culpa. Estamos entrando en un tiempo peligroso porque no sólo hay un pánico a la inmigración y a aspectos demográficos. A las poblaciones les cuesta lidiar con tanto cambio social y económico. Entre aquellos que votaron proBrexit hay algunos que son racistas, por supuesto, pero hay muchos que están confundidos y asustados por el futuro. Y esto también sucede en Suecia, Italia, Austria... Eso podría aumentar de forma dramática por efecto del calentamiento global, que provocará mayores desastres en África como grandes sequías, hambrunas y cosechas arruinadas. Y tendremos oleadas migratorias aún más grandes hacia Europa. Las elecciones morales a las que se enfrentará Europa serán terribles. La inmigración provocará una división aún más fuerte en sociedades como Alemania, como hemos visto en Chemnitz, y podría funcionar como acicate del fascismo, lo que representa una grave amenaza para la democracia.
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