lunes, 17 de septiembre de 2018

Batalla de Gaugamela, cuando una «Luna Negra» salvó a Alejandro Magno. 1º ESO

ABC CIENCIA
Pedro Gargantilla



Desde los inicios de los tiempos la luna y sus eclipses han causado un enorme interés en los hombres, que han observado entre perplejos y atemorizados como nuestro satélite desaparecía de forma repentina. Ante una falta de explicación científica este tipo de acontecimientos se asociaron a mensajes divinos.
Las primeras referencias en relación a los eclipses lunares debemos buscarlas en las tablillas mesopotámicas. Los descubrimientos arqueológicos de las ciudades de Babilonia y Uruk pusieron de manifiesto los avanzados conocimientos que tenían los mesopotámicos en relación a eclipses lunares y solares. Para ellos los astros estaban en relación directa con los dioses, y conocerlos, determinaba la vida sobre la tierra, pudiendo ser una forma de evitar las catástrofes.
En una tablilla encontrada en Nínive aparece descrito el primer eclipse lunar de la historia: «El 14 del mes tendrá lugar un eclipse; desgracias para los países de Elam y Siria, fortuna para el rey; el rey esté tranquilo». Este eclipse tuvo lugar el diecinueve de marzo del 721 a.C.

Un eclipse antes de la batalla

Retrocedamos momentáneamente en el tiempo hasta el uno de octubre del año 331 a.C. Ese día tuvo lugar la batalla de Gaugamela, una de las más importantes de la antigüedad. El escenario fue la ribera del río Bumodos, a poco más de veinte kilómetros de Mosul (Irak). Allí se enfrentaron las tropas macedónicas de Alejandro Magno (356 a.C-323 a.C) y el ejército persa de Darío III (380 a.C-330 a.C).
En una amplia llanura se congregaron unos 40.000 macedonios y 250.000 persas. Alejandro Magno era consciente de que el destino de su imperio y, por extensión, el de la cultura helenística estaba en juego.
Once días antes de la batalla ante la mirada de miles de soldados mesopotámicos y macedónicos la Luna se escondió. De forma repentina el campamento se sumió en la más profunda oscuridad. Lejos de maravillarse y disfrutar por este acontecimiento astronómico, los efectivos humanos de ambos ejércitos lo interpretaron como un signo de mal augurio presintiendo una inminente derrota.
El pánico fue mayor entre las filas macedónicas que en aquel momento vadeaban el río Tigris en busca de las tropas de Darío III. La soldadesca interpretó que la Luna Negra simbolizaba el advenimiento del caos frente al orden celeste, por lo que hubo una marcada reticencia a continuar. Este gesto estuvo a punto de dar al traste con el imperio de Alejandro Magno.

Macedonia eclipsa a Persia

Afortunadamente, el estratega griego consiguió hacerles cambiar de idea al hacer una lectura muy diferente del fenómeno lunar: el mensaje divino se debía traducir como que el sol –símbolo macedónico- iba a eclipsar a la luna –símbolo de los persas-.
A pesar de todo, el arrogante macedonio no debía de tenerlas todas consigo porque convocó en su tienda a Aristandro, su nigromante personal, y le pidió que hiciera un sacrificio al dios Fobo -el dios del temor y el horror-. El augur inspeccionó las entrañas de los animales sacrificados y aseguró a Alejandro que la fortuna estaba de su lado y conseguiría la victoria.
La profecía debió tranquilizar al grueso del ejército, dado que al día siguiente se pusieron en marcha, alejándose de la orilla del río Tigris, buscando el enfrentamiento frente a las huestes aqueménidas.
En la batalla de Gaugamela el ejército macedónico enseñó sus dientes, la caballería envolvió por su derecha a las tropas persas penetrando hasta el corazón del ejército. Darío III entendió que su vida estaba en peligro, y huyó despavorido, lo cual creó un mayor desconcierto entre sus tropas, desequilibrando definitivamente el resultado de la contienda hacia Alejandro Magno. El resto… ya es Historia.

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