Boko Haram ya ha usado a 100 menores para ejecutar
atentados
La última no fue capaz de activar el cinturón explosivo al
reconocer a sus padres entre las personas a las que iba a matar.
Es el 'califato' o la muerte, porque ni siquiera la
huida está permitida. La organización terrorista Boko
Haram, que lleva una década matando, ha cambiado de táctica. Antes atacaba aldeas disfrazados de militares
nigerianos o con coches llenos de explosivos. Desde hace unas
semanas ha incluido los campos de refugiados entre sus objetivos y
los ataca de la manera más diabólica posible para eludir los controles del
ejército: con niñas bomba. Desde junio de 2014, ya han usado a 100 niñas y ocho niños pequeños.
En uno de esos agujeros negros llenos de gente que huye, Dikwa Camp, enviaron a tres niñas bomba secuestradas
previamente. Dos de ellas hicieron explotar sus cinturones
bomba matando a 58 inocentes y ellas mismas, víctimas
también. La última de ellas, al ver a sus propios padres entre la gente que pensaba
matar, decidió
no hacerlo y entregarse.
Esta historia, publicada por 'The New York Times' con testimonios sobre el terreno de Sani Datti, del National
Emergency Management Agency en el Estado de Borno, muestra cómo el objetivo de los terroristas de Boko Haram
es el uso de menores para sus fines y la ruptura de sus vínculos afectivos para
conseguirlo. Sólo la visión de sus padres consigue revertir ese proceso.
A pesar de los ataques, o precisamente por ellos, se van quedando vacías enormes áreas del norte de Nigeria bajo
la ley del 'califato'. Boko Haram, sucursal nigeriana del Estado Islámico,
está provocando una legión de víctimas que viajan hacia el sur
creando ciudades de trapos y arena, en mitad de ninguna
parte, a la espera de cruzar la frontera con Chad o Níger, donde los
yihadistas se infiltran aprovechando las antiguas rutas del tráfico de drogas, armas o personas.
Uno de estos lugares es Diffa. La carretera hacia esta ciudad naranja en medio del Sahel es una
sucesión de pequeños y polvorientos asentamientos de plásticos y telas en
los que la gente se protege del sol y las tormentas de arena. Se trata de una de las zonas más pobres del
mundo, con hambrunas cíclicas y un subdesarrollo secular
que Boko Haram apuntala con sus ataques. La gente hace cientos de kilómetros a pie por
su seguridad, pero ni siquiera pasando las fronteras están
a salvo. Una de sus víctimas favoritas son los musulmanes chiíes, minoría en la región, que
huyen de sus balas a voluntad.
Acabar con Boko Haram sigue siendo la prioridad del presidente Buhari, que ha desplegado enormes recursos para ello, como la Rapid Reaction
Force, tropas de élite muchos más efectivas que el
ejército regular. Además, ha decretado el cierre de mercados donde la organización
yihadista podía cobrar su impuesto revolucionario a los tenderos.
El problema es que zonas enteras quedan ahora desabastecidas. Y la comida ya era escasa.
Además, la expansión de los terroristas ha provocado un resurgimiento de los grupos llamados 'vigilante' o de autodefensa y
de milicias cristianas. "Estos grupos nacen ante la imposibilidad del
Estado nigeriano de defender su propio territorio. Están mal armados y son bastante crueles, pero
mucha gente acaba enrolándose en ellos al no confiar en sus propias fuerzas de seguridad",
afirman fuentes humanitarias en el norte de Nigeria.
Mientras tanto, aldeas enteras en
el norte de Nigeria son incendiadas con sus habitantes dentro. Más odio,
más paro,
más muertos,
más subdesarrollo y
más frustración.
El cóctel preferido de Boko Haram. Sólo queda añadirle el yihadismo y ya
consigue la fórmula perfecta.
Alberto Rojas.
EL MUNDO
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