miércoles, 10 de abril de 2019

Así conquistaron un millar de españoles y decenas de miles de indios Tenochtitlan, la Venecia azteca

ABC HISTORIA
César Cervera

Si bien las enfermedades que trajeron los europeos consigo debilitaron al imperio y a los sucesores de Moctezuma II, fue la forma de hacer la guerra occidental y el ingenio de Cortés el que rindieron realmente una ciudad que causó el asombro de los cronistas por su tamaño y concierto.

Infografía de Tenochtitlan de Pedro Sánchez y CG. Simón


El dicho la conquista lo hicieron los indios y la independencia los españoles adquiere especial sentido con el asedio final de Hernán Cortés a Tenochtitlán (1521), donde hubo casi tantos indígenas luchando junto a los españoles para conquistar la capital azteca que al otro lado del sitio. Si bien las enfermedades que trajeron los europeos consigo debilitaron a la Triple Alianza(Texcoco, Tlacopan y México-Tenochtitlan) y a los sucesores de Moctezuma II, fue la forma de hacer la guerra occidental y el ingenio de Cortés el que rindieron realmente una ciudad que causó el asombro de los cronistas por su tamaño y concierto.
Tenochtitlan se edificó sobre montones de cadáveres y de tributos de los pueblos sometidos por la Triple Alianza. Cincuenta edificios de gran altura vertebraban una ciudad con miles de casas, jardines flotantes, innumerables puentes y tres amplias avenidas que se conectaban con los canales con ingenios desconocidos en el resto del continente. Un día cualquiera más de 20.000 canoas circulaban por esta ciudad rodeada por las aguas del lago Texcoco, lo cual da cuenta del avanzado conocimiento mexica en cuestiones de ingeniería hidráulica. A pesar de que el lago era salado, la ciudad estaba rodeada de agua dulce gracias a los diques construidos por los mexicas, que permitían concentrar ahí el agua que desembocaba de los ríos.

De Otumba a la campaña definitiva

Los españoles se fascinaron con la estampa de aquella enorme urbe, que les evocó «cosas propias del Amadís de Gaula, una nueva Venecia», como apunta Iván Vélez en su nuevo libro «La conquista de México» (La Esfera de los libros). Los volcanes de cumbres nevadas que coronaban el fondo añadieron dramatismo a los acontecimientos de la Noche Triste (1 julio de 1520), donde Hernán Cortés y sus hombres huyeron de la ciudad con los mexicas pisándoles los talones y capturando a los rezagados para usarlos en sus sacrificios ceremoniales.
Aquello parecía el final de la huida hacia delante del extremeño, que no solo escapaba de los hombres del gobernador de Cuba, sino también de los indios y de las conjuras en sus propias filas. No en vano, pocos días después de la Noche Triste se libró la batalla de Otumba, donde el extremeño, 400 supervivientes de la huida de Tenochtitlán y 1.000 aliados de Tlaxacala se impusieron a miles y miles de soldados aztecas seleccionados de entre su élite militar.
La cifra de aztecas allí congregado es todavía hoy un tema de controversia, siendo posible que hubiera reunidos cerca de 100.000 guerreros (los primeros historiadores en estudiar la batalla calcularon 200.000). Lo único seguro es la sensación de absoluta desproporción que provocó la visión del ejército azteca a Hernán Cortés. Fray Bernardino de Sahagún asegura en sus textos que cuando el conquistador contempló las hordas de enemigos clamó que «los españoles entre tanto escuadrón indígena eran como una islita en el mar. La pequeña hueste parecía una goleta combatida por las olas».
Vista de México-Tenochtitlan desde el mercado de Tlatelolco, mural de Diego Rivera.
Vista de México-Tenochtitlan desde el mercado de Tlatelolco, mural de Diego Rivera.
Los historiadores militares destacan dos claves de la victoria hispánica: la actuación de la caballería ligera dirigida por Cortés, que emplearon tácticas desconocidas por los mexicas; y que la muerte de un general se consideraba el fin del combate en los campos de Mesoamérica. Pues, antes de que la infantería pudiera detener la carga de miles de guerreros, los jinetes españoles alcanzaron el estado mayor azteca y a Matlatzincatzin. El cihuacóatl (jefe militar) vestía un traje de negro de pies a cabeza, con enormes garras en sus pies y manos y un yelmo imitando el aspecto de una serpiente. Pese a su aspecto tétrico, Cortés no tembló en derribarlo y Juan de Salamanca en darle el golpe final antes de apoderarse de su estandarte. Aquella baja marcó el derrumbe mexica.
De esta manera, los españoles se resarcieron de la retirada en la Noche Triste y, junto a sus aliados tlaxcaltecas, que habían estrechado vínculos tanto con la derrota como con la victoria, iniciaron una campaña militar cuyo objetivo final sería la toma de la capital mexica. A principios de 1521, se estableció un nuevo cuartel en la región de Tezcoco y Cortés se adentró en el Valle de México, ya con refuerzos y suministros procedentes de Veracruz.
Con un ejercicio de lo que hoy llamaríamos alta diplomacia, el extremeño aumentó su coalición de pueblos indígenas unidos en el odio hacia la Triple Alianza, que cada año sacrificaba en sus ceremonias en torno a 20.000 esclavos de otras tribus. A los tlaxcaltecas y cempoaleses, se unieron importantes contingentes de Ixtlilxóchitl de Texcoco. Cortés demostró así ser un gran conocedor de la naturaleza humana.
El cronista Cervantes de Salazar asegura que a partir de entonces «jamás se quitó cota o jubón fuerte, y cuando sus muy amigos pensaban que dormía le hallaban velando».
El avance por aquel territorio no estuvo exento de peligros, de dentro y de fuera, pues muchos de los pueblos aliados con Cortés lo hicieron tras ser vencidos previamente o, incluso antes de que bajaran las armas, los españoles habían hecho la vista gorda por cuestiones pragmáticas. Aparte de que el extremeño superó una conjura de sus propios hombres que fue apodada de Villafaña por el cabecilla zamorano de la operación. El hecho de que solo una parte de los conspiradores salieran a la luz hizo mella en el carácter de Cortés. El cronista Cervantes de Salazar asegura que, a partir de entonces, «jamás se quitó cota o jubón fuerte, y cuando sus muy amigos pensaban que dormía le hallaban velando».

El asedio al final del camino

A finales de mayo de 1520, Cortés desplegó sus soldados alrededor de Tenochtitlan. Con el cierre por parte de los españoles del acueducto de Chapultepec, que abastecía de agua limpia a los mexicas, y con la escasez de alimentos, en la urbe se extendieron todo tipo de epidemias y de privaciones. Ciertas enfermedades epidémicas desconocidas hasta entonces en el continente americano, la viruela, el sarampión, las fiebres tifoideas, el tifus y la gripe, diezmaron a la población y dificultaron la defensa de la ciudad.
El sucesor de Moctezuma, Cuitláhuac, había muerto precisamente de la viruela un año antes, cuando trataba de movilizar a un ejército mexica de entidad, por lo que se fue su sobrino Cuauhtémoc quien tuvo que hacerse cargo del gobierno y la defensa de la ciudad. A la desesperada trató de ganarse la fidelidad de los pueblos sometidos por la Triple Alianza, a los que ofreció la exención del pago de tributos a cambio de luchar junto a él. Además, aprovechando algunos tropiezos españoles envió pies, manos y rostros de los barbudos a estos pueblos cercanos para recordarles que era posible herir a los españoles. No se trataba de dioses... Valiéndose de las espadas arrebatas a los europeos, los mexicas remataron con acero sus lanzas.
Ataque anfibio a Teciquahtitla de las fuerzas españolas y tlaxcaltecas.
Ataque anfibio a Teciquahtitla de las fuerzas españolas y tlaxcaltecas.
Frente a aproximadamente 300.000 defensores, los españoles contaban con artillería de campaña, dos centenares de arcabuceros, 650 soldados de a pie, más de un centenar de caballeros y un contingente de guerreros indígenas que era parejo a las tropas enemigas congregadas. Imitando a los héroes de la antigüedad, Cortés trasladó al lugar del sitio a una flota de trece bergantines a través de las montañas.
Durante cuarenta días solo se registraron pequeñas escaramuzas violentas, como narra José María González Ochoa en «Breve historia de los conquistadores» (Nowtilus Saber). Buen conocedor de las técnicas de asedio moderno, Cortés sabía que el tiempo jugaba a su favor, pues la Triple Alianza no podía esperar socorro alguno. El hambre, la sed y las epidemias agotaron a la población de Tenochtitlan como si fuera una tortura china mediante goteo.
Los castellanos habían comprobado, además, en la guerra de Granada que un asedio prolongado era mejor que precipitarse con asaltos directos, a menudo peligrosos y de escasos resultados. Por ello, Cortés utilizó la artillería para reducir todas las defensas de sus adversarios y devastar, casi de manera sistemática, los alrededores de Tenochtitlan con el objeto de desalentar al enemigo. A la espera de que la plaza se rindiera por el hambre y la desesperanza, los españoles reprodujeron las famosas cabalgatas, algaras y razzias que habían visto realizar en la península a las tropas musulmanas.
Cuando los españoles dominaban ya siete de las ocho partes de la ciudad, Cortés insistió en la posibilidad de parlamentar, ante lo cual Cuauhtémoc, temeroso de que se tratara de una trampa, rehuyó la cita
Pedro de Alvarado, responsable de la matanza del Templo Mayor, y varios capitanes de Cortés lograron introducirse varias veces en la ciudad en este asedio anfibio. No consiguieron establecer una posición fuerte y tuvieron que retroceder, como le ocurrió también a los tlacaltecas en sus penetraciones, pero con cada incursión acercaron la victoria a la coalición encabezada por Cortés.
La lentitud del avance español y varios reveses en las escaramuzas forzaron al extremeño a buscar la rendición pacífica de la plaza. Bajo el constante ruido de tambores de los sacrificios humanos, Cortés y sus capitanes ofrecieron un pacto con Cuauhtémoc para resolver aquella pesadilla sin más sangre. Sin embargo, detrás de una empalizada espero en vano el extremeño para reunirse con el líder mexica, que no hizo acto de presencia, provocando un nuevo ataque castellano que alcanzó el centro ceremonial de la ciudad. Cuenta Iván Vélez en su libro que Cortés, subido al Templo Mayor, contempló cómo sus hombres seguían echando abajo las casas una a una para avanzar por la ciudad.
Estas entradas en la ciudad, cada vez más habituales, eran seguidas de una retirada de la infantería y una carga de la caballería para lancear a los enemigos en los espacios abiertos cada vez más amplios, así como una batida de los bergantines para asombro y horror de los naturales.
Niños y mujeres fueron movilizados para combatir en la última fase del sitio. Cuando los españoles dominaban ya siete de las ocho partes de la ciudad, Cortés insistió en la posibilidad de parlamentar, ante lo cual Cuauhtémoc, temeroso de que se tratara de una trampa, rehuyó la cita.

Intento de Cortés de evitar más sangre derramada

La ofensiva final costó la vida a 40.000 personas. Cortés temía que, sin freno, los tlacaltecas podían arrasaran hasta los huesos, literalmente, de los habitantes y de los edificios de la ciudad. En una carta al Rey, Cortés explica los esfuerzos para contener el apetito de los aliados de los españoles:
«Y era tanta la grita y lloro de los niños y mujeres, que no había persona a quien no quebrantase el corazón, y ya nosotros teníamos más que hacer en estorbar a nuestros amigos que no matasen ni hiciesen tanta crueldad que no en pelear con los indios; esta crueldad nunca en generación recia se vio, ni tan fuera de toda orden de naturaleza, como en los naturales de estas partes. Nuestros amigos hubieron este día muy gran despojo, el cual en ninguna manera les podíamos resistir, porque nosotros éramos obra de 900 españoles y ellos más de 150.000 hombres, y ningún recaudo ni diligencia bastaba para estorbarles que no robasen, aunque de nuestra parte se hacía todo lo posible»
La conquista de Tenochtitlan, de autor desconocido.
La conquista de Tenochtitlan, de autor desconocido.
Tras la enésima negativa a rendirse, que los líderes mexicas hicieron saber a Cortés por medio de su jefe militar, se produjo una retirada de hombres, mujeres y niños de la ciudad saltando por encima de los cadáveres o arrojándose al agua. El hacinamiento agravó la epidemia dentro de Tenochtitlan, que registró 50.000 muertos por este motivo en pocos días. La ocupación total de la ciudad llegó el 13 de agosto de 1521, fecha en que fue hecho prisionero el tlatoani Cuauhtémoc cuando un bergantín abordó la canoa con la que trataba de escapar.
La ciudad fue saqueada a conciencia por españoles e indígenas, de los cuales Bernal asegura que «y aun llevaron harta carne cecinada de los mexicas que repartieron entre sus parientes y amigos como cosas de sus enemigos: la comieron por fiestas». No obstante, no se realizaron asesinatos sumarios ni una destrucción sistemática de la ciudad, como parece apuntar la Leyenda Negra. Al contrario, se autorizó a los últimos aztecas a desalojar Tenochtitlan para proteger a las gentes de la pestilencia y se retiraron los cadáveres de las calles para iniciar su reconstrucción, de modo que pudiera convertirse en el centro administrativo de otro imperio, Nueva España, 23 veces más grande que el azteca.
El torturado Cuauhtémoc murió cuatro años después del sitio, ejecutado durante una expedición a Honduras donde Cortés se hizo acompañar del azteca y, en circunstancias nada clara, ordenó que fuera ahorcado acusado de conspirar contra él.



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