César Cervera
Mientras Spínola tomaba Breda, una flota dirigida por el español Fadrique de Toledo se preparaba para recuperar Bahía de manos holandesas y Cádiz se defendía con éxito de un ataque inglés de dimensiones catastróficas.
El socorro de Génova por el segundo marqués de Santa Cruz, de Antonio de Pereda - Museo del Prado
El ascenso al poder de Felipe IV, «el Rey Planeta», y de Baltasar de Zúñiga, luego remplazado por su sobrino el Conde-Duque de Olvidares, provocó un cambio en la política exterior del Imperio español. De la política de pacificación de Lerma se pasó al belicismo de Olivares, que era defensor de retomar la guerra contra las Provincias Unidas. Las ganas no faltaban, pero la escasez de fondos no daba margen para grandes operaciones militares.
El 9 de abril de 1609 se firmó una tregua entre España y la República Holandesa. La paz supuso un descanso económico para ambas partes tras 40 años de guerra. Sin embargo, el cese de las hostilidades tuvo aspectos negativos para España. El Duque de Lerma no consiguió arrancar a los rebeldes concesiones religiosas para los católicos y no pudo evitar que los holandeses aprovecharan la tregua para acosar a las posesiones del Imperio español en América y en el Pacífico, sobre todo las pertenecientes a Portugal. Debido a la ambigüedad en algunos términos, las agresiones holandesas contra las colonias ibéricas fueron una constante de la llamada Compañía de las Indias Orientales, siendo el principal campo de batalla el Lejano Oriente. En abril de 1610 los neerlandeses sufrirían un duro revés cuando cinco buques de guerra fueron derrotados en las costas de Manila por una flota comandada por el gobernador de Filipinas. Solo era el primer aviso.
A pesar de algunos reveses, la flota holandesa continuó en los siguientes años con sus ataques: en 1614 diez barcos de la Compañía de las Indias Orientales asolaron el tráfico marítimo y las poblaciones costeras de Filipinas. En África, las incursiones enemigas fueron igual de frecuentes. Los holandeses fundaron un fuerte en Moree, cerca de la base portuguesa de Sao Jorge da Mina. Y en América, los choques fueron dirigidos a las posesiones portuguesas en la cuenca del Amazonas y la costa de Guyana, pues estaban peor defendidas que las zonas estrictamente castellanas.
Rendición de Breda, la obra de arte de Spínola
En paralelo a todos estos ataques, las Provincias Unidas tejieron una red de alianzas con los enemigos tradicionales del Imperio español, esto es, los protestantes alemanes, las ciudades hanseáticas, Suecia, Saboya (ahora enemiga de España), el Imperio otomano y Venecia. El aumento de poder de los fanáticos calvinistas provocó que el país se preparara, al igual que España, para retomar el conflicto en la década de 1620. Ambrosio Spínola, un general genovés al servicio de España, se encargó de dirigir las operaciones militares en los Países Bajos, donde, a diferencia del reinado de Felipe II, ya no se buscaba recuperar la obediencia de las provincias rebeldes, sino redefinir las fronteras entre lo que luego sería Bélgica y Holanda.
En el verano de 1622 los españoles fracasaron en su intento de tomar Bergen-op-Zoom, por lo que la política de asedios parecía descartada por todos. Olivares consideraba que la mejor opción era una guerra económica sin grandes asedios. No así Ambrosio de Spínola, que se empecinó en tomar la fortaleza de Breda, una de las más rocosas de Europa. El general banquero contaba a sus espaldas un historial impresionante de asedios exitosos, por lo que ni Olivares ni Felipe IV consiguieron disuadirle de que pusiera fin a un sitio que se prolongó durante un año entero. Un observador inglés apuntó desde Bruselas: «El Marqués de Spínola ha tomado la determinación bien de someter Breda, bien de enterrar su cuerpo y su honor en las trincheras cavadas ante ellas». El 5 de junio (el 2 se firmaron las capitulaciones) de 1625, Spínola lograba la rendición de Breda y la entrega de las llaves.
Mientras Spínola tomaba Breda, una flota dirigida por el español Fadrique de Toledo se preparaba para recuperar Bahía de manos holandesas. La flota holandesa, impaciente por sacar el máximo rédito al reinicio de las hostilidades, había tomado en 1624 la capital brasileña. La respuesta española consistió en la flota más grande que hasta entonces había cruzado el Atlántico, unas aguas acostumbradas a pequeñas escaramuzas de pocos bajeles. A su frente se puso el español Fadrique de Toledo, capitán general de la Armada del Mar Océano, que había vencido varias veces en combates navales a holandeses e ingleses.
Recuperar Salvador de Bahía de manos holandesas
El brillante almirante derrotó a la flota holandesa que protegía la ciudad brasileña y desembarcó 3.500 hombres de la temida infantería hispana. No en vano, el asedio se prolongó durante un mes hasta que los holandeses se rindieron. Las tropas españolas tomaron 18 banderas, seis naves, 260 caños y 500 quintales de pólvora, además, recuperaron las mercancías saqueadas en la toma de la ciudad, valoradas en 300.000 ducados.
Unos meses después arribó en Salvador de Bahía otra flota holandesa, con 34 buques, que desconocía que el asedio español había desembocado en una gran victoria. Sin rastro de los defensores holandeses, la sorpresa de la flota de refuerzo debió ser monumental cuando se topó con la peor bienvenida imaginada: los galeones españoles señalando la puerta de salida.
Una parte de esta flota se dirigió al Caribe para atacar San Juan de Puerto Rico el 24 de septiembre. Los holandeses saquearon la ciudad y la catedral, pero el fuerte de San Felipe del Morro aguantó cuatro semanas en una heroica defensa protagonizada por el gobernador Don Juan de Haro y 300 soldados. Los invasores desistieron de sus ataques y, tras contar su pobre botín, volvieron a reembarcar para lamerse las heridas: alrededor de 400 bajas. La diezmada flota volvió a Holanda tras meses merodeando, sin éxito, el Caribe, y de que muriera su comandante. El resto de supervivientes de la flota original se dirigieron a África, al fuerte Sao Jorge da Mina, que los holandeses pensaban defendido por solo 57 soldados. Y así era, salvo porque el gobernador Don Fernando de Sotomayor consiguió levantar un pequeño ejército de la nada de entre las tropas locales. Con él que emboscó a los invasores nada más poner un pie en África.
En las aguas europeas las Provincias Unidas registraron también problemas ese mismo año. En octubre de 1625, una terrorífica tempestad asoló una flota anglo-holandesa que bloqueaba Dunkerque, la base desde donde el Imperio español y un grupo de corsarios católicos castigaban la flotilla holandesa en el Norte de Europa. Los corsarios aprovecharon las consecuencias de la tempestad para atacar una escuadra holandesa compuesta por unos 200 pesqueros y 6 buques de guerra. En un espacio de dos semanas, las Provincias Unidas perdieron cerca de 150 naves y les fueron hechos 1400 prisioneros.
Defensa de Cádiz ante un ataque inglés
En lo referido a Inglaterra, cuyo nuevo Rey declaró también la guerra a España ese año, el Duque de Buckingham, primer ministro de Carlos de Estuardo, planeó una gran expedición naval contra las costas peninsulares al estilo de las dirigidas por Francis Drake en el siglo anterior. En total, ingleses y holandeses reunieron 92 buques, 5.400 marinos y unos 10.000 soldados, cuyos objetivos eran causar el mayor daño posible a la Corona, capturar algún puerto y asaltar la Flota de Indias que llegaba a finales de año. No lograron cumplir con ninguna de estas instrucciones.
Una vez en las costas hispánicas, los ingleses insistieron en rememorar los éxitos de Isabel Tudor en Cádiz y pusieron cerco a este puerto. Y como si todos fueran víctimas de un bucle histórico, el encargado de defender Cádiz fue el Duque de Medina Sidonia, Juan Manuel Pérez de Guzmán y Silva, hijo del que mandó la Armada Invencible y defendió con tanta torpeza el puerto andaluz a finales del siglo pasado. Esta vez, sin embargo, el desastre lo protagonizaron los británicos. Asistido por Fernando Girón, un veterano militar que se movía en una silla para gotosos, Medina Sidonia rechazó el desembarco inglés, mal organizado y peor ejecutado. La Flota de Indias entró sin oposición en Cádiz el 29 de noviembre, lo cual casi agradecieron los ingleses que, de haberse topado con una fuerza así, habrían multiplicado sus pérdidas.
Además, una flota hispana bajo el mando del Marqués de Santa Cruz (el hijo del famoso almirante de Felipe II, Álvaro de Bazán) forzó a las fuerzas saboyanas y francesas a levantar su cerco sobre Génova, la patria de los Spínola y los Doria. Sin mediar declaración formal, la Francia de Richelieu empezó a guerrear junto a Saboya y Venecia contra España. Como represaría las propiedades francesas fueron confiscadas y el comercio entre ambos países prohibido.
Olivares aprovechó todas estas gestas, el «annus mirabilis», para poner en marcha una serie pictórica de doce obras que decorara el Salón de los Reinos, en el Retiro. Distintos autores se encargaron de pintar estas obras de carácter histórico-militar, entre las que brillaba el lienzo del joven Diego de Velázquez «La rendición de Breda» o de «Las Lanzas».
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