Manuel P. Villatoro
Una reedición de «Yo era el piloto de Hitler», basado en las memorias del piloto personal del líder nazi en la Segunda Guerra Mundial, desvelan que el miedo y la locuta le atenazaban al final de su vida.
Hitler, durante sus últimos días en Berlín - ABC
Hans Baur fue un personaje controvertido. El que fuera el piloto personal de Adolf Hitler fue acusado tras la Segunda Guerra Mundial de haber intentado secuestrar al líder nazi por orden británica. La información no fue forjada por los amantes de la conspiración. Nada de eso. Esta extraña misión se descubrió en los archivos oficiales ingleses y, para ser más concretos, en una carpeta marcada con el identificador AVN-16. La rocambolesca historia se sustentaba en el odio del aviador hacia su superior.
La historia de Baur, por el contrario, habla por sí misma y lo define como uno de los subalternos más leales del Führer. El mismo historiador español Jesús Hernández (experto en la Segunda Guerra Mundial y autor del blog «¡Es la guerra!») incide en sus obras en que el aviador «mantenía hacia Hitler una fidelidad absoluta» y que «formaba parte de su círculo íntimo». No se equivoca. Tan cercano estaba al líder nazi que, cuando este se escondía en el búnker de la Cancillería en 1945, fue uno de los pocos que pudo despedirse de él y escuchar los que -presuntamente- fueron sus últimos desvaríos.
Durante la última conversación que mantuvo con Baur, Hitler le transmitió su miedo y su resignación. Miedo a que los soviéticos le capturaran. Resignación, porque consideraba que había llegado su hora y que los culpables eran algunos de sus oficiales más allegados. «Voy a terminar con todo hoy», sentenció antes de marcharse a una habitación privada y acabar con su vida el 30 de abril junto a su amada Eva Braun. El piloto dejó escrita esta revelación en sus memorias, publicadas bajo el título de «Yo fui piloto de Hitler» en los años 80.
Por entonces pasaron desapercibidas. Así, hasta estos días, cuando -después de que se hayan reeditado- han sido recogidas por toda la prensa internacional. La historia tiene estas cosas... que una revelación ya conocida puede causar más revuelo un lunes cualquiera que durante toda una vida. Aunque, más allá del momento exacto en el que se hayan popularizado, lo cierto es que las declaraciones de Baur confirman los mitos perpetuados hasta la extenuación. Desde el pavor que sentía el Führer ante la barbarie del ejército de Stalin, hasta que algunos de sus más allegados le propusieron coger un avión y marcharse a toda prisa hasta Argentina.
Un servidor de Hitler
Ya fuera en sus memorias, ya fuera en las entrevistas que ofreció (pues murió en 1993), Baur siempre se esforzó por definirse cono un hombre cualquiera que había acabado pilotando para Hitler casi por azar. Dicen que las casualidades no existen. Y, desde luego, no fue -ni mucho menos- una desgracia para él ejercer de chófer aéreo del Führer. Antes, eso sí, había llenado su currículum con cientos de horas de vuelo durante la Primera Guerra Mundial (a las órdenes de un caza) y sobre aeroplanos de pasajeros. Así lo afirma el mismo Hernández en « 100 historias secretas de la Segunda Guerra Mundial»:
«Baur era un experimentado piloto. Se había alistado en la Fuerza Aérea alemana durante la Primera Guerra Mundial, con tan sólo 18 años. Fue derribado en nueve ocasiones. Tras la Gran Guerra había trabajado como piloto comercial para varias compañías regionales, hasta que en 1926 pasó a formar parte de la media docena de pilotos que integraron las primeras tripulaciones de las líneas aéreas germanas, la Lufthansa. Poco después de cubrir su primer millón de kilómetros, recibió una llamada de Hitler para convertirse en su piloto personal».
Como piloto personal de Hitler, Baur acumuló un sin fin de anécdotas. Juan Eslava Galán escribía para ABC que, en una ocasión, ambos temieron por su vida debido a la megalomanía de Benito Mussolini. Todo ocurrió durante una excursión de los tres en el avión del líder nazi, un Junkers 290, Cóndor. En pleno vuelo, el dictador italiano le pidió a su colega ponerse a los mandos de aquella potente máquina. El Führer no pudo negarse, pero entre lenguas le musitó a su hombre de confianza unas palabras que este jamás olvidaría: «Por Dios, no lo deje controlar el aparato».
Últimas horas en el búnker
Como ha contado Baur hasta la saciedad (también en un artículo que escribió para la revista Life en 1955 titulado «The last houts – and some last words – of Hitler») él era uno de los jerarcas que se encontraba en el búnker de la cancillería cuando todo estaba perdido para el Tercer Reich. «Baur estaba con el dictador cuando el búnker de Berlín estaba sitiado en abril de 1945. Su historia, que incluye las últimas palabras de Hitler, ayudan a entender por qué los alemanes declararon a Hitler legalmente muerto», se podía leer al comienzo del mencionado artículo.
En 1955, el aviador también afirmó que al Führer le aconsejó marcharse de allí unos días antes de suicidarse. «Sal de aquí. No te necesito más. Tráeme algunos bazookas porque los necesitamos urgentemente para combatir en las calles. No aterrices, hazlos caer sobre nosotros. Yo debo estar durante la caída de Berlín, pero tú eres más útil fuera de aquí». No obstante, él se había negado, pues quería pasar sus últimas horas allí. «Führer, es muy difícil abandonar a este grupo. Usted no me necesita para traer bazookas. Tengo tripulaciones para ello. Solo necesito que me de mis órdenes. Puede que yo sea más útil para usted aquí», completó.
En sus últimas horas, a finales de abril, Baur confirma que Hitler se le acercó y tomó sus manos. «Quiero despedirme de ti. Ha llegado el momento. Mis generales me han traicionado; mis soldados no quieren seguir y yo ya no puedo seguir». En sus palabras, por entonces corrían las siete de la tarde (una hora que sorprende, ya que, según los pesos pesados de la historia contemporánea, se suicidó sobre las tres). El piloto (y alto oficial del ejército) intentó persuadirle, como otros tantos, de que subiera con él a un aparato y se marchara de allí.
Le insistió, pues veía más que real la posibilidad de escapar:
«Mein Führer, usted puede escapar. Puede coger un tanque (nosotros tenemos uno cerca de la Cancillería) y dirigirse hacia el oeste. El puente de Heer Strasse todavía está libre. Mis aviones están todavía en en Rechlin, preparados para volar. Yo puedo hacerle llegar volando hasta donde quiera».
Pero Adolf Hitler fue tajante, en parte, por el miedo que sentía a que los rusos le capturaran con vida y pudieran someterle a todo tipo de barbaridades antes de poner fin a su vida:
«Está fuera de mis pensamientos abandonar Alemania. Podría ir a Flensburgo, donde Dönitz tendrá sus cuarteles generales, o al Obersalzberg, pero en dos semanas tendría que plantarle cara a lo mismo que ahora. Algunos de mis generales y oficiales me han traicionado. Mis soldados no quieren seguir con esto. Y yo no puedo seguir con ello. Podría aguantar en el búnker unos días más, pero tengo miedo de que los rusos nos arrojen gas. Tenemos extractores, pero no me fío. No quiero ni imaginarme lo qué pasaría si los rusos me cogiesen vivo».
Según han desvelado estos días varios diarios anglosajones, también señaló que «un hombre debe de reunir el coraje suficiente para enfrentar las consecuencias» de sus actos y que había decido acabar con su vida en ese momento. «S
e que mañana miles de personas me maldecirán, pero ese es mi destino», completó el dictador.
También le insistió en debía quemar su cuerpo (así como el de Eva Braun) para evitar que fuera vejado por los soviéticos. «Usted tendrá la responsabilidad de que mi cuerpo y el de mi esposa sean quemados para que mis enemigos no hagan con ellos lo mismo que con el de Mussolini». También le dio una segunda orden: que Karl Dönitz se convirtiera en su sucesor. Al parecer, a lo largo de esta conversación el aviador le insistió nuevamente en que podía huir hasta Latinoamérica.
«Traté de convencerlo de que todavía había aviones disponibles, y de que podía llevarlo lejos, a Japón, a la Argentina o con uno de los jeques, que eran todos muy amistosos con él debido a su actitud hacia los judíos», explicó Baur en su obra... De ahí es de donde proviene la leyenda de que escapó a través del Atlántico.
Después de aquella conversación, y antes de partir hacia su muerte, Hitler regaló a Baur una valiosa pintura para recompensar sus doce años de servicio. Según dejó escrito el mismo aviador, fue un retrato de Federico el Grande que siempre llevaba consigo. «Quiero darte algo para que me recuerdes. Siempre he querido este cuadro. Es un viejo Lenbach valorado en 43.000 marcos, y no me gustaría que se perdiera». Así acabó su conversación. Poco después, el aviador intentó escapar, pero fue capturado tras recibir un disparo en la pierna y capturado por los soviéticos.
Últimos días de Hitler en la Cancillería
Pinchando en el enlace se accede al reportaje.
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