Son entre un 20 y un 50 por ciento mayores que la Tierra y orbitan una estrella roja que es la mitad de luminosa y masiva que el Sol.
Recreación de un sistema planetario lejano. Las estrellas rojas son más abundantes en la Vía Láctea que las estrellas amarillas, dentro de las que se incluye el Sol - J. Pinfield for the RoPACS network at the University of Hertfordshire
Antes de soñar con enviar exploradores a otras estrellas, y si se quiere averiguar si es posible que haya vida más allá de la Tierra, es necesario echar un vistazo en profundidad. Por eso, telescopios espaciales y terrestres exploran la luz de las estrellas en busca de variaciones de brillo que puedan indicar que por ahí delante ha pasado un planeta. O mejor dicho, un exoplaneta: aquellos cuerpos que orbitan estrellas lejanas, y de los que se puede estimar qué tamaño tienen, si están hechos de roca o de gas o si su estrella vecina podría haber permitido o no que hubiera agua en su superficie, y quizás por ello, vida.
Este lunes, un equipo internacional de astrónomos se ha servido de los datos obtenidos con el telescopio espacial Kepler, de la NASA, junto a varios telescopios terrestres situados en Hawaii y Chile, para detectar, de una sola tacada, 100 nuevos exoplanetas. Además de esto, sus resultados destacan por incluir el hallazgo de cuatro planetas rocosos que podrían ser similares a la Tierra y que orbitan alrededor de un «pequeño Sol».
«Estas estrellas pequeñas son tan comunes en la Vía Láctea, que podría ser que la vida ocurriera más frecuentemente alrededor de ellas. Es decir, podría ser que la vida fuera más frecuente en torno a estrellas frías y rojas que en torno a soles como el nuestro», ha dicho Ian Crossfield, investigador en la Universidad de Arizona y principal autor de un estudio publicado este lunes en «The Astrophysicial Journal Supplement Series».
Esto implicaría que esas posibles formas de vida habrían tenido una historia completamente distinta a las terrestres. Habrían sido guiadas por unas estrellas más frías y antiguas y por una luz completamente exótica.
En el caso de este estudio, los cuatro exoplanetas descubiertos parecen ser entre un 20 y un 50 por ciento mayores que la Tierra. Aunque giran alrededor de una estrella que es menos luminosa que el Sol y que tiene aproximadamente la mitad de su tamaño, resultan estar muy cerca de él, a una distancia incluso menor que la existente entre Mercurio y el Sol. Pero, gracias a las características de la estrella, parece ser que los niveles de radiación que sufren son similares a los sufridos en la Tierra.
Pero este hallazgo podría ser solo el principio. «Según nuestros análisis, al final de la misión que estamos realizando ahora podríamos duplicar o triplicar el número de planetas pequeños que conocemos y que orbitan las estrellas más brillantes», ha explicado Crossfield. Esto es interesante porque, gracias a este brillo superior, los astrónomos pueden usar la luz para obtener información mucho más precisa sobre las posibles atmósferas planetarias y sobre sus masas.
El principal responsable de este avance ha sido el telescopio espacial Kepler. A través de la misión K2, los instrumentos del aparato se han fijado en una zona del espacio poblada por enanas rojas, unas pequeñas y frías estrellas que son más abundantes en la Vía Láctea que sus hermanas parecidas al Sol.
En anteriores misiones este telescopio hizo algo así como un estudio demográfico de la «gente» que vive ahí fuera. Para ello, se fijó en un parche concreto de la bóveda celeste en busca de planetas y estrellas de todos los tipos. Pero en esta ocasión, con tan solo mirar en otra dirección se ha podido multiplicar por 20 el número de estrellas rojas conocidas.
Pero mirar hacia el cielo con el Kepler no es tan sencillo como dirigir la vista hacia las estrellas. Para identificar los planetas candidatos a existir, puesto que su presencia solo se puede deducir de forma indirecta y no comprobada de forma inequívoca, ha sido necesario obtener imágenes de alta resolución en el Observatorio Keck y en el Gran Telescopio Binocular Géminis. Luego se han cruzado estos datos con la información obtenida por espectroscopios y epectrógrafos de alta resolución. Estos permiten medir propiedades físicas de las estrellas, como su masa, radio y temperatura, y deducir las propiedades de los planetas que parecen orbitarlas. Todo para al final, ir elaborando un mapa y un censo poblacional de los planetas y estrellas que pueblan el espacio.
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