El catedrático emérito de la Complutense se refiere al futuro de una Euskadi sin ETA.
El historiador Juan Pablo Fusi profundiza en los años de terrorismo etarra. CARLOS ROSILLO
Juan Pablo Fusi Aizpurua (San Sebastián, 1945) es un referente indiscutible de la historiografía española. Formado en Oxford, director del Centro de Estudios Ibéricos del Saint Anthony College, catedrático emérito de la Complutense, director de la Biblioteca Nacional y de la Fundación Ortega y Gasset y autor de numerosas obras ha participado en El Escorial en un debate sobre “propuestas de futuro en una Euskadi sin ETA” en el marco de la universidad de verano junto con el director de EL PAÍS, Antonio Caño, y el veterano periodista vasco Mariano Ferrer. El relato de los años de plomo del terrorismo etarra fue una de las cuestiones centrales sobre las que Fusi profundiza.
Pregunta. Algunos políticos y asociaciones de víctimas temen que la historia que se escriba sobre el terrorismo etarra sea la de un conflicto político contra un Estado opresor. ¿Lo cree posible?
Respuesta. Creo que no es posible una falsificación tan burda de lo ocurrido. En El Escorial hablé de la necesidad de una historización plena de ETA desde la insobornabilidad académica que ya está en marcha. Se han publicado muchas cosas excelentes sobre ETA que van a permanecer. Historizar ETA plantea cuestiones empíricas de las que conocemos muchísimo como acontecimientos, liderazgo, fases, estrategias, divisiones y la respuesta del Estado. Todo acontecimiento duro lleva a interpretaciones distintas, pero con el tiempo tendrán un mínimo fundamento conceptual.
P. ¿Cuál puede ser ese mínimo?
R. Puede haber un acuerdo amplio en que ETA ha constituido el mayor problema de la Transición y que en ella hay una anteposición de la idea de liberación nacional a los derechos del individuo, al diálogo y a los valores de solidaridad. ETA y su entorno se han impregnado de unas deficiencias morales que deben ser objeto de reflexión y rectificación. También se puede acordar que ETA no fue tanto una respuesta a la dictadura como una redefinición del nacionalismo como movimiento de liberación nacional en boga con la descolonización de los años sesenta. E incluso como reacción generacional del nacionalismo ante la amenaza del desarrollismo a la identidad vasca y su rechazo a que la autonomía fuera la respuesta adecuada al problema vasco. Aunque requiere más sutileza, podría haber acuerdo en la respuesta del Estado, sus errores, la guerra sucia o las negociaciones.
P. Los jóvenes saben poco de ETA. ¿Hemos hecho algo mal?
R. Sería lamentable el olvido, pero no lo hemos hecho mal. No se puede exigir más información a los medios que la que han dado desde el proceso de Burgos en 1970. Pertenecemos a una sociedad en la que solo se vive la excitación del momento. Lo ocurrido hace un mes no es relevante.
P. Hay temor en el País Vasco a la desmemoria.
R. Al menos en el País Vasco tenemos la batalla del relato porque en muchísimos análisis retrospectivos de la Transición se habla de pacto de silencio, de élites, de Constitución condicionada y no aparece el gran desafío de la Transición que fue ETA, del que se derivaron muchos otros. Esto me preocupa más.
P. ¿Por qué cree que ETA continuó tras la democracia?
R. Fue ajena a la naturaleza del Estado español y no aceptó la autonomía. En ETA se produce una militarización y desideologización progresivas que contrasta con los debates de los 60 y 70.
P. ¿Cuáles son las claves de su final?
R. El agotamiento de la sociedad vasca, con su creciente movilización desde el asesinato de Miguel Angel Blanco en 1997. Hay un nuevo liderazgo en la izquierda abertzale que percibe ese cambio y una creciente preocupación sobre la vía violenta extendida a una parte de ETA, además de sus problemas de reclutamiento, tras los éxitos policiales. Además, el 11-S ridiculiza al terrorismo local de ETA y crece la presión internacional que crea las condiciones para un final negociado.
P. ¿Quién va a hacer el relato?
R. Los historiadores aspiramos a entender los hechos y no dejamos que se manipulen políticamente. Es verdad que los nacionalismos usan la historia como forma de legitimación de sus aspiraciones nacionalistas. Sin embargo, la historiografía vasca se ha mantenido con una independencia y una calidad extraordinarias, lo que no puede decirse de algún otro territorio español. El buen camino está en el análisis académico, frío, exigente. La polémica política no aspira a entender las cosas. La historia la escriben los historiadores. Los vencedores escriben propaganda.
P. En la Euskadi sin ETA ha caído el independentismo y Bildu ha perdido un tercio de sus votos en favor de Podemos. ¿Han cambiado los hábitos políticos?
R. Hay hechos que avalan un cambio de ciclo que se reflejan en los resultados electorales y en el lenguaje. El del lehendakari Urkullu está más impregnado de preocupaciones sociales que identitarias. Es un hombre conciliador, pragmático, abierto. Además, está la sorpresa de Bildu por la dificultad de articular su discurso ante una realidad cambiante. Existen estudios sobre la incomodidad de los jóvenes ante los intentos de definirlos por su identidad. Ha desaparecido esa presión y la realidad sociológica diaria está menos marcada por la identidad.
P. ¿Cree que esos cambios son definitivos?
R. El fin de ETA ha sido unilateral. No ha tenido una derrota total, que es lo que fuerza a la reflexión en profundidad, pero se le parece bastante porque si ha habido sin duda una derrota moral e ideológica de lo que significaron. No obstante, sería prudente.
P. Usted constata una moderación en Urkullu y el PNV. ¿Ha venido para quedarse o es un movimiento táctico?
R. Vista la enorme complejidad, diversidad, prosperidad, composición demográfica y los problemas que preocupan a los vascos (empleo, desigualdad, medio ambiente), me resulta muy difícil creer que se vuelva a formas identitarias de la realidad. Vamos a otro universo de referencias abiertas sin renunciar a formas simbólicas de identidad propia de los partidos nacionalistas.
P. El nacionalismo no está de moda. Recientemente, Vargas Llosa dijo que “es la forma más perversa de populismo y entraña violencia potencial”. ¿Es posible un nacionalismo democrático?
R. El historiador debe huir de las generalizaciones, decía el historiador británico Naimer. Todos las hacemos, pero históricamente son falsas. Y añadía que la obligación de la historia honesta es deshacer la historia deshonesta.
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