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Algunos días, el subteniente Luis Miguel Lavilla se levantaba antes que sus compañeros y salía al exterior. Bien abrigado, se alejaba de la base apenas 150 o 200 metros; lo suficiente como para estar solo y disfrutar del silencio. En medio de un paraje inhóspito, sin vegetación y azotado por el viento, este militar español pensaba en su familia y respiraba una extraña sensación de calma y fascinación, parado en el corazón de un paisaje pintado en blanco y con manchas pardas, que parece decirte "márchate" pero que no te deja irte. "Es un lugar extraño, pero bonito", explica a El Huffington Post. "Y la sensación es muy especial".
Al regresar, solo diez minutos después, ya notaba el desperezarse de la Base Gabriel de Castilla, una de las dos que España tiene en la Antártida, la única situada en una isla de nombre poco prometedor: Decepción. Al cruzar la puerta, tras su instante de retiro espiritual, el tintineo de los cubiertos en la loza del desayuno, el ruido del agua cayendo en las duchas, el trasiego de militares y científicos prestos a la acción, le traían de vuelta al fragor de la XXIX Campaña Antártica del Ejército de Tierra.
La Campaña Antártica es una de las misiones más especiales que el ejército español mantiene activas en el exterior. Y también la más antigua. Es especial por su ubicación -a 13.000 kilómetros de España, a 1.000 kilómetros de un punto habitado - además de por su naturaleza: es una de las pocas que no se desarrolla en zona de conflicto y que no tiene la reconstrucción tras guerra como objetivo. Su misión es, fundamentalmente, la ciencia. Arropada por el Tratado Antártico, que definió a este territorio como un espacio reservado a la cooperación y la libertad científica, despliega a un pequeño contingente militar para dar soporte a diferentes equipos de investigación civil.
La misión cumple 30 años, y el subteniente Lavilla participará de nuevo en ella. De los trece militares que a principios de diciembre iniciarán un largo viaje para participar en la XXX Campaña Antártica y afrontar una aventura vital y profesional, él es el único que repite. Su perspectiva sobre la experiencia es, pues, diferente a la que tiene el comandante Daniel Vélez, el jefe de este año, que ya ha hecho un viaje de reconocimiento por la zona. O a la del teniente médico Francisco Peñato, que no conoce el terreno, que no tiene experiencia en misiones internacionales y que es, además, uno de los más jóvenes del destacamento.
COMO GRAN HERMANO, PERO SIN BRONCAS
Todos tienen una palabra clave en la cabeza: adaptación. Les va a hacer falta en un lugar en el que cada día es distinto. El subteniente Lavilla, al pertenecer a la rama de Instalaciones, es uno de los dos encargados de mantener la base y sus elementos en funcionamiento. Por eso, es uno de los que más a menudo se encuentra con imprevistos: "Un día puede ser que no haya agua caliente, otro que directamente no haya agua porque se ha congelado una parte del tramo... son cincuenta mil necesidades que surgen simplemente por el día a día, a las que hay que sumar las necesidades específicas que tengan los científicos".
Los científicos son "la otra parte", pero todos, militares y ellos, duermen, comen y viven bajo el mismo techo. "Aquello es pequeño, hay poca intimidad... es un Gran Hermano importante", bromea el comandante Vélez sobre la convivencia en un módulo, el 'Comandante Ripollés', que acogerá en apenas 240 metros cuadrados a 45 personas en su período de máxima ocupación. Mucha gente, poco espacio, ¿roces?: "Es gente experimentada que va a lo que va. Pero si pasa algo, algo inventaremos", afirma tajante.
Pero el subteniente Lavilla apunta que es muy raro que se produzca algún problema. "Como mucho, que te toque esperar un poco porque las duchas estén ocupadas, pero nada más. Es muy raro que haya conflicto de intereses", dice con confianza. "Se habla cuando vas allí del espíritu antártico. Y ese espíritu antártico del que se habla influye en estas cosas de la convivencia. Todo el mundo está allí centrado en conseguir unos objetivos científicos y todos remamos en la misma dirección". Sin haber estado, el teniente Peñato ya parece imbuido de ese espíritu: "Cuando uno va a un sitio así, va con la ilusión de disfrutar de la experiencia, de aprender y de contribuir a que haya buen rollo".
TODO POR LA CIENCIA
La concentración en el trabajo evita confrontaciones. Y en la Base Gabriel de Castilla no hay sábados ni domingos. La actividad es frenética durante toda la semana, más o menos de ocho de la mañana a ocho de la tarde. "A esa hora paramos entre comillas", explica el comandante. “En realidad acabas cuando acabas. Antes de cenar tenemos una reunión con el equipo y con los jefes de los proyectos científicos para decidir qué se hace el día siguiente".
"Para esa planificación, dependemos de la previsión meteorológica, porque allí el tiempo puede cambiar de una manera extrema en cuestión de horas”. La temperatura suele estar entre 0 y 5º bajo cero, pero la sensación térmica es mucho más baja por culpa del viento, que cambia de un momento a otro y complica mucho cualquier actividad en el exterior.
En esa reunión nocturna se decide quién acompañará a los sismólogos que necesitan tomar muestras, quién hará la travesía hasta el lugar en el que los geólogos tienen sus instrumentos de monitorización, cuántas de las siete embarcaciones que hay en la base saldrán al mar para misiones de buceo. Ningún científico sale de la base sin acompañamiento militar, y el jefe de la misión reconoce que “los científicos son unos compañeros muy demandantes. Quieren salir por la mañana, al mediodía y por la tarde. Tienen que aprovechar al máximo su tiempo allí”.
Todos los miembros de la misión militar son conscientes de su papel: dar soporte a los científicos. "Darles energía, darles de comer, darles calefacción, darles agua caliente y electricidad, darles comunicaciones, darles un servicio médico, darles una gestión de residuos... Todo eso conlleva una actividad tan grande para un equipo de sólo 13 personas que hay poco tiempo para el descanso", detalla Vélez.
Una de las pocas pausas se produce a la hora de comer. En ese momento, que se intenta que sea común para todos los habitantes de la base aunque no siempre se consigue, se producen conversaciones de trabajo, intercambio de impresiones sobre la actividad. Y se disfruta de la comida. "De hecho, tenemos fama entre los científicos de otros países por eso mismo. Dicen que somos como un hotel de cuatro estrellas", narra entre risas Lavilla.
Los whatsapp, a esa hora, van y vienen entre Isla Decepción y España o se produce incluso alguna llamada, gracias a un buen ancho de banda. Hay que esperar a la noche para que las conversaciones dentro de la base se vuelvan un poco más personales y los lazos entre militares y científicos se estrechen.
"Después de la cena, y hasta las doce, que es la hora del silencio, se comparte un rato más personal. Si la gente quiere, se pone una película, o se echa una partida de futbolín o simplemente se quedan charlando", cuenta el subteniente. Pero no se hace esperar mucho a la cama, porque el día siguiente siempre es intenso y el despertador, con la música que cada día elige uno de los integrantes de la misión, no falta a su cita.
EL "EQUIPO A" DEL COMANDANTE VÉLEZ
Ni los madrugones, ni la intensidad del trabajo, ni la distancia... Nada desanima a estos hombres de participar en lo que contemplan como un reto espectacular. Ahora que apenas quedan unos días para viajar a Buenos Aires, llegar desde allí a Ushuaia (Argentina) o Punta Arenas (Chile) y cruzar después el mar hasta la isla en la que está enclavada la base, la impaciencia va apoderándose de ellos. El más expresivo es el teniente Peñato. “Estoy nervioso y deseando que empiece”, confiesa mientras termina un curso de medicina hiperbárica que puede venirle bien si alguno de los buzos científicos sufre un accidente en las frías aguas antárticas.
Todos son voluntarios. Incluso el jefe, que lo recalca: “Yo soy muy muy voluntario. Llevo cuatro años pidiéndolo y lo he logrado este año. Me atrae absolutamente por todo”. Estar en la Antártida conlleva la misma dieta que cobran el resto de militares en misión en el extranjero. Pero no se trata del dinero. Es la experiencia vital, el desarrollo profesional, es la peculiaridad del trabajo. En el caso del comandante, es también la responsabilidad.
Él se ha encargado de toda la preparación de la misión, de las fases preparatorias en Benasque (Huesca), para acostumbras a su equipo a la actividad en clima hostil, y en O Grove (Pontevedra), para que todos estén capacitados para la navegación. Pero antes que nada, llevó a cabo el alistamiento. Confeccionó su equipo y eligió a sus miembros uno a uno. Esos doce militares son su 'Equipo A' y por eso confía en ellos para todo.
Logística, Medio Ambiente, Sanidad, Navegación, Comunicaciones, Motores, Instalaciones y Alimentación. Esas son las áreas en las que se divide la campaña, pero la experiencia en uno de esos ámbitos no ha sido lo único importante a la hora de hacer la selección. La clave son las cualidades añadidas. Vélez pone un ejemplo: “Ponte por caso un cocinero. No por ser de alimentación tiene por qué saber cocinar. Así que me fijo en que haya trabajado en cocina, en comedor, que tenga experiencia en eso. Pero voy más allá. Puede ser Ferrán Adriá cocinando, pero si no sabe manejar una zodiac, no tiene un curso de soporte vital avanzado, no sabe manejar una carretilla elevadora… a mí no me sirve”.
LA MISIÓN "GOLOSA"
Por eso prima un perfil polivalente, tanto en lo técnico como en lo psicológico. Saber hacer y saber estar, o lo que es lo mismo, tener habilidades para trabajar en equipo, un espíritu positivo, hacer fácil la convivencia. Todos los integrantes del equipo militar, salvo los dos más jóvenes, tienen experiencia en misiones internacionales: Kosovo, Afganistán, Somalia… El más joven no ha estado desplazado con el ejército, pero ha sido entrenador de caballos de carreras de un jeque árabe…
Todos se sienten unos afortunados, porque han logrado su hueco en una de las misiones más solicitadas del Ejército. La base ha ido evolucionando y sus condiciones son mejores que las que soportaban los protagonistas de las primeras ediciones de la campaña. También ha evolucionado la tecnología y los 13.000 kilómetros de distancia entre la isla y España parecen menos gracias a Skype. Pero la familia, aunque acostumbrada, sigue pesando.
“La jefa, o sea mi mujer, lo lleva bien, o eso al menos es lo que me hace ver a mí. Mis dos hijas mayores también lo encajan. El que peor lo lleva es el pequeño -su hijo de 7 años-. La misión coincide con Navidad y con su cumpleaños y me dice que por qué no estoy”, dice el subteniente Lavilla. “Pero le digo que lo celebraremos antes y después, para compensar”, exclama, y sigue pensando en el hielo de la Antártida.
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