- jAVIER REDONDO
El 4 de julio de 1776, tras un año de escaramuzas y combates, las 13 antiguas colonias rompían definitivamente con la madre patria
La "chusma sin preparación" derrotó, tras una larga guerra que finalizó en 1783, al imperio más poderoso del mundo
El 10 de mayo de 1775 el Congreso Continental tenía previsto reabrir sus sesiones. El primer Congreso, reunido también en Filadelfia entre el 5 de septiembre y 26 de octubre de 1774, solo había servido para que 55 delegados de 12 colonias (faltó Georgia) sancionaran algunas leyes comerciales, invitaran a Quebec a unirse a su causa y sobre todo acordaran una respuesta conjunta a los agravios británicos. No era poca cosa. Los representantes de las colonias resistieron el intento de división del rey de Inglaterra.
Sin embargo, no consiguieron su propósito inicial: establecer una nueva relación con la madre patria. Tampoco estaban preparados para la independencia. El plan del delegado de Pensilvania, Jospeh Galloway, no prosperó. Consistía en institucionalizar el Congreso y situarlo al mismo nivel que el Parlamento británico, de tal modo que ambas cámaras refrendaran las leyes relacionadas con el comercio y las instituciones americanas.
Doce años de tensiones
Al comenzar 1775, Jorge III estaba decidido a meter en vereda a los rebeldes tras doce años de tensiones. Los enfrentamientos armados comenzaron a mediados de abril. Fue, no podía ser de otro modo, en Massachusetts, la colonia a la que se le habían aplicado el año anterior, con más dureza y sin contemplaciones, las leyes coercitivas, que incluían en la práctica la suspensión de su autogobierno.
El ejército británico trató de incautarse de armas y municiones almacenadas por los colonos en Concord. John Hancock y el primo de John Adams, el radical Samuel Adams, al mando de sus milicias, los hijos de la libertad, acudieron para defender la posición. Se cruzaron con los casacas rojas en Lexington. En Concord continuaron los enfrentamientos. En un suspiro, 15.000 voluntarios rebeldes se apiñaron en Boston.
Los representantes tuvieron noticia de los acontecimientos camino de Filadelfia o ya en la ciudad. La situación había cambiado por completo. El Segundo Congreso Continental reordenó sus objetivos: se mantuvo reunido para organizar la incipiente guerra y asumió el poder Ejecutivo. Las colonias estaban obligadas a mantenerse unidas.
En junio nombró a George Washington comandante en jefe del Ejército Continental. Decidió emitir papel moneda para la provisión de las tropas y, en noviembre, creó un comité secreto para negociar apoyos entre potencias aliadas -o sea, entre enemigos de Gran Bretaña-. El Comité de Correspondencia Secreta lo integraron Benjamin Franklin, Silas Deane y Arthur Lee.
Forzados a la rebelión
No obstante, paralelamente, aprobó la Petición de la Rama de Olivo, que declaraba la lealtad al rey y le pedía "humildemente" que prescindiera de sus ministros "arteros y crueles". También firmó la Declaración y necesidades de alzarse en armas. Los americanos no querían la independencia sino preservar su libertad e instituciones. El primer texto lo escribió John Dickinson; el segundo, entre el propio Dickinson y Thomas Jefferson. El Congreso estaba dividido entre los partidarios de la independencia y los que todavía creían en la conciliación y mantenimiento de la autoridad imperial, como Edmund Pendlenton, de Virginia, y John Rutledge, de Carolina del Sur.
Este sector era mayoritario al principio. Los hechos minaron progresivamente sus ánimos y argumentos. El 17 de junio, en Bunker Hill, Boston, tuvo lugar la primera gran batalla de la contienda. El moderado John Adams tenía una sola obsesión: que las decisiones que tomaran las asambleas coloniales y locales no escaparan al control del Congreso.
Sabía que los ánimos en Massachusetts, Rhode Island o Pensilvania estaban muy calientes. Había que evitar la guerra, pero igualmente perentorio era contener la revolución, que la turba no pasara a cuchillo a los leales a la Corona, banqueros o grandes propietarios identificados con la aristocracia británica.
Abusos y agravios
Entre tanto, no todos los miembros del Parlamento inglés eran tan obtusos como para cerrarse en banda a cualquier negociación. Edmund Burke buscó una nueva relación basada en la representación de las colonias en el Parlamento de Inglaterra. El diputado whig -liberal- Thomas Pownall, que había sido gobernador de Massachusetts unos años antes, propuso una "línea de pacificación", basada en la distinción entre dos esferas de autoridad: interna y externa. Se respetarían los derechos y leyes aprobadas por las colonias si no contradecían las leyes británicas.
Aunque hubiera margen para el acuerdo, Jorge III no cambió de parecer. En agosto de 1775 desoyó la Petición y declaró a las colonias en rebelión. No había marcha atrás. En enero de 1776, Thomas Paine publicó un panfleto que se convirtió en best seller: Sentido común. Señalaba al rey y se pronunciaba por la separación. Se imprimieron 25 ediciones. Desde ese año, la Guerra se libró por la independencia. El conflicto se prolongó hasta 1783 con un resultado sorprendente: esa "chusma sin preparación" derrotó a la Armada del Imperio, la más poderosa del mundo. Francia y España habían contribuido a esa "gloriosa causa".
Libres e independientes
Washington había llegado a Boston para dirigir a 20.000 hombres que resistían heroicamente. El 2 de julio de 1776, el Congreso rompió todos los lazos con Gran Bretaña. Declaró que los Estados Unidos de Norteamérica "eran y debían serlo de derecho, libres e independientes". Dejaron de llamarse colonias. Un día antes Jefferson había presentado a discusión la Declaración. Dickinson no lo vio claro. En ese momento, eran solo palabras, pomposas y formales, pero nada más. El día 3 John Adams sentenció: "Es el día de la liberación". Se anticipó uno.
Jefferson basó su redacción en el preámbulo de la Constitución de Virginia, que también salió de su pluma; en la declaración de Derechos de la misma colonia; en las palabras redactadas por Richard Henry Lee el día 2, y en algunos textos de Locke. El texto no olvidó incluir las soflamas de Paine contra el rey de Inglaterra, enumerando una lista de abusos y agravios, al que se le acusó de emprender una "cruel guerra contra la misma naturaleza humana".
En concreto, en uno de los párrafos se acusa a Jorge III de introducir la esclavitud en las colonias. Algunas de las exageradas o falsas afirmaciones se eliminaron del texto definitivo, lo cual no evitó que casi la mitad de las 1.323 palabras -en inglés- se dedicaran a denunciar abusos de la Corona.
Las colonias, perdidas para siempre
También se suprimieron algunos fragmentos ofensivos con el pueblo británico. Jefferson reconoció más tarde que fue una actitud pusilánime, aunque también es cierto que 9 de los 55 delegados habían nacido en Gran Bretaña o Irlanda. Jefferson se hizo un hueco en la Historia antes de llegar a la Presidencia. Sin embargo, Dickinson tenía razón. La guerra no iba bien. Nada hacía presagiar en ese momento que fuera a cambiar el rumbo.
Aunque tampoco los británicos estaban satisfechos. Algunos ministros eran conscientes de que las colonias se habían perdido para siempre. En 1778, el duque de Richmond pidió al rey que retirara las tropas para recuperar, en la medida de lo posible, "la amistad de corazón -de las colonias-, cuando no su lealtad".
La intervención francesa y la decisiva presencia española en Florida cambiaron las tornas. En octubre de 1781, Washington tomó Nueva York. Fue la puntilla. Dos días más tarde, los soldados ingleses desfilaban ante las tropas americanas y francesas. "¡Oh, Dios, se acabó!", gritó aliviado el inglés lord North cuando recibió la noticia. Los combates se prolongaron algunos meses más. En 1782, el Parlamento de Inglaterra votó una propuesta para terminar definitivamente con la guerra porque el "objetivo de reducir a la obediencia a los habitantes de aquel país era inviable". Salió adelante por un solo voto.
El 3 de septiembre de 1783 se firmó la paz en París. Las colonias se habían convertido en Estados independientes. Los rebeldes fueron indulgentes con los leales a la Corona. Algunos retornaron y se les restituyeron sus propiedades. Los Estados permanecieron unidos y reforzaron sus vínculos con la firma de los Artículos de la Confederación y Perpetua Unión, ratificados en 1781. Años después, en 1787, firmaron su Constitución.
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