jueves, 24 de noviembre de 2016

Salvador, el hombre al que el mar se tragó 438 días.

EL MUNDO Sociedad
Borja Rodrigo

El naufrago salvadoreño Salvador Alvarenga. ANTONIO HEREDIA

José Salvador Alvarenga no halló ninguno de los consuelos que se imaginó durante los catorce meses que permaneció a la deriva en su pequeño barco al pisar la arena de Ebon Atoll, en las Islas Marshall. La historia de Salvador, digna de los mejores relatos de ficción; su salvación, un milagro tan grabado en su cerebro que nunca se olvidará de ello. Este salvadoreño continúa perdido, siente que todavía no ha terminado su periplo, que no finalizó la cuota que se propuso pescar cuando salió a faenar de Costa Azul (México), en noviembre de 2012. Y admite que ahora se encuentra a la deriva en un mar de asfalto.
El bullicio molesta a este pescador salvadoreño, no se encuentra cómodo en la cafetería del hotel donde se hospeda en Madrid durante la presentación del libro Salvador, en el que el periodista Jonathan Franklin cuenta de primera mano la historia de sus 438 días a la deriva. Unas diez personas se encuentran en la cafetería, pero para él es «demasiada gente» y pide un lugar más tranquilo para poder conversar.
Salvador cuenta a este diario que sueña en muchas ocasiones estar "atrapado en un mar abierto" y recuerda bien el día en que partió como si fuera ayer: "Era sábado. Yo debía partir con mi amigo Ray", su compañero habitual de pesca. Pero por un imprevisto, éste no pudo presentarse y fue Ezequiel Córdoba, un joven mexicano de 22 años sin experiencia en alta mar, quien inició este periplo con él, aunque no lo pudo terminar.
Salvador era un pescador experimentado, conocía el mar, pero una tormenta empujada por "el norteño" -un viento de la zona- lo sorprendió. Las olas zarandearon con bravura la embarcación durante varios días y el motor acabó por ceder, recuerda.
Hasta que consiguieron un mecanismo para almacenar agua de lluvia, ambos subsistieron a base de «beber orina y la sangre de las tortugas y gaviotas que atrapábamos para comer».
«A los cinco días a la deriva me entregué a Dios». Más que un castigo, considera una prueba este viaje sin destino. Un reto al que se enfrentó también su compañero de embarcación, quien murió de inanición, privado de comer por el miedo a volver a enfermar tras envenenarse de un pájaro en mal estado. Salvador le prometió visitar a su madre si se salvaba. El cuerpo inerte de Córdoba permaneció en el barco durante varios días y, como si su compañero continuara vivo, Salvador "le daba cada mañana los buenos días", recuerda, no sabe si guiado por las alucinaciones o por la soledad. Finalmente, asegura que se deshizo de su cuerpo y lo tiró al mar.
Transcurrieron otros trescientos días hasta que Salvador avistó tierra. Reconoce que se planteó suicidarse: "Tenía pensado ahorcarme en la proa del barco". Su mayor momento de desesperación lo recuerda claramente: fue después de que un barco se acercara lo suficiente para verlo y cuya tripulación "saludó al verme... pero no se detuvieron para recogerme".

Salvador admite que su naufragio tiene un capítulo que todavía no ha cerrado. Visitó a la familia de Ezequiel Córdoba para cumplir el pacto acordado con el joven. Su madre no quiso escuchar la historia del joven ni de cómo murió su hijo, explica Salvador. Sí lo hizo su familia, quien meses después lo demandó. Le acusan de no haber arrojado el cuerpo del joven al mar, como él narra y asegura a este diario, sino de comérselo. Pero nadie puede confirmar la forma en la que murió Córdoba, salvo él mismo, como la historia de su naufragio.


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