EL PAÍS ECONOMÍA Javier Salvatierra - La tasa de inflación se sitúa en el 1,1%, cinco décimas más que en enero.
Imagen de un tendido eléctrico.EFE Elíndice de precios de consumo (IPC)se situó en febrero en el 1,1% anual, cinco décimas más que el mes anterior, y debido a la misma causa, el precio de la electricidad. Sien enero el índice cayó con fuerzapor el abaratamiento de la luz en comparación con la subida del mismo mes de 2017, en febrero ocurre justamente lo contrario: se acelera porque sube la luz y la subida, además, es más marcada al compararla con la bajada experimentada hace 12 meses.
A falta de que el INE detalle, en un par de semanas, el porcentaje exacto de variación de precio de los componentes de la cesta, el instituto estadístico adelanta este martes que el acelerón de la tasa de inflación se debe "a la subida de los precios de la electricidad frente a la bajada que experimentaron en 2017". Ese mes, la luz bajó un 11,9% respecto al mes anterior, cuando se marcaron récords de precio del megavatio por unas condiciones de fuerte demanda por una ola de frío y escasez de oferta por la sequía (que obligaba a producir electricidad con los medios más caros) y otros motivos. Así, en comparación con aquella bajada, cualquier subida se acentúa en el índice.
Pese al acelerón, la tasa interanual de inflación se sitúa casi dos puntos por debajo de lo que marcaba hace un año. Entonces alcanzó el 3%, el nivel más alto desde octubre de 2012. Desde entonces, la tasa se fue moderando hasta cerrar el año en el 1,1% interanual. Con el dato de febrerto, el IPC acumula 18 meses consecutivos en positivo, desde septiembre de 2016. En tasa mensual, los precios subieron en febrero un 0,1% respecto al mes anterior. En los dos últimos años, la tasa mensual de inflación en febrero había sido negativa, del 0,4%.
La tasa de inflación armonizada, la que se elabora para poder compararla en iguales términos que en el resto de países de la zona euro, se situó en el 1,2%, también cinco décimas por encima de la de enero.
- La división entre catalanes ya no es sobre la independencia, sino sobre el tamaño de la ofensa imperdonable que la mitad de Cataluña ha infligido a la otra.
El Rey Felipe VI visita el Mobile World Congress, en Barcelona, el pasado 26 de febrero.MASSIMILIANO MINOCRI
Exactamente el envés de 1992. En vez de sonrisas, miradas de desconfianza e incluso odio. En vez de consorcios entre administraciones, ruptura de la legalidad y aplicación de artículos de excepción de la Constitución. Desplantes en vez de abrazos. Justicia y policía, en vez de deporte y trofeos. Ruina, en vez de prosperidad. Solo la fuerza tremenda de la tecnología del Mobile ofrece una apariencia de normalidad.
Cataluña está escindida en dos partes. Las dos son antidemócratas. Las dos son totalitarias, en sus distintas variantes, franquistas, venezolanas, nazis o trumpistas
Algo se ha roto, se dijo hace ocho años. Ahora no es algo lo que se ha roto. Todo se ha roto. Esta es una sociedad dividida, desconfiada, en la que unos y otros no se miran a los ojos y cuando lo hacen descubren en el prójimo la chispa de una profunda e insoportable detestación. Ha sido un trabajo lento, persistente y de una diabólica eficacia.
Para crear una mayoría que consiguiera la secesión había que presionar hasta el límite de lo soportable, aunque fuera con tergiversaciones, mentiras y promesas incumplibles. Para evitarla, había que encastillarse en el más absoluto de los inmovilismos. El resultado ahí está: una Cataluña escindida en dos mitades que no se pueden ver y, menos aún, pueden hablarse porque no se escuchan ni se entienden en nada.
Hasta este otoño del desastre la división era por la independencia y el derecho a decidir. Ahora esto se ha superado: la división, todavía más profunda, es por el tamaño de la ofensa imperdonable que una mitad ha infligido a la otra. Una ha intentado una secesión ilegal saltándose el Estatut y la Constitución. La otra es el bloque del 155, una agresión al autogobierno que ha procurado porrazos, cárcel y exilio.Las dos son golpistas a ojos de la contraria.Las dos son antidemócratas. Las dos son totalitarias, en sus distintas variantes, franquistas, venezolanas, nazis otrumpistas.
Así es como los catalanes nos hemos declarado unos a otros enemigos para siempre. De forma que la auténtica distinción que habrá que hacer a partir de ahora es entre los que quieran trabajar para recuperar el civismo mínimo que permite vivir juntos y hacer políticas juntos y los que quieran persistir excavando en la división y el enfrentamiento.
"Es un buen momento para acordar y firmar un acuerdo nacional por la conciliación y la racionalización de horarios. Para ello estamos trabajando con los agentes sociales en la mesa de la calidad del empleo. Es necesario que los partidos y los agentes sociales nos pongamos de acuerdo en un asunto que es primordial. Estoy seguro de que muchos españoles están deseando que seamos capaces de conseguirlo", ha añadido Rajoy.
Somos una excepción en Europa, como se desprende del estudio de Fernández-Crehuet. En Suecia, la jornada laboral suele terminar a las 16 horas. En otro escalón están Alemania o Reino Unido, donde se acaba entre las 16:30 y las 17 horas. Más cerca de España, pero con horarios muchos más racionales, están otros países mediterráneos como Italia y Francia, donde se sale de trabajar entre las 17 y las 18 horas.
En el gráfico anterior se aprecia la diferencia entre nuestro reparto del tiempo y el de otros países: empezamos la jornada laboral más tarde y nuestra pausa para comer es mucho más larga. Este gráfico de Europa Press ayuda a entenderlo todavía mejor. Cada gráfica representa a un país.
¿Qué hay que hacer para que los españoles salgan del trabajo a las 18 horas?
Lo primero es que España vuelva al huso horario que le corresponde. En 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, toda Europa se ajustó al horario de Berlín para controlar las operaciones militares. Entonces tenía sentido, pero dejó de tenerlo en cuanto terminó la contienda. Por ello, Portugal y Reino Unido volvieron a su huso horario, pero España se quedó con la hora alemana.
Como explica la profesora en el IESE Business School Nuria Chinchilla en este artículo de Verne, este sinsentido hace que vivamos en un "jet lag permanente". Ella, como todos los expertos en horarios, propone que España adelante una hora su reloj para acompasar el ritmo circadiano -nuestro reloj interno- "para volver a hacer lo mismo que hace 80 años: comer a la una y cenar a las ocho, como en el resto de Europa". La importancia de nuestro reloj interno está más que probada: el Nobel de Fisiología de 2017 premió una investigación sobre los mecanismos moleculares que controlan el ritmo circadiano.
Además, habría que reducir la pausa para comer. La jornada partida alarga la jornada laboral y dificulta muchísimo la conciliación. La costumbre española de parar hasta dos horas para comer se remonta a los primeros años del franquismo.
"Durante la época de industrialización los países europeos habían adoptado unas jornadas laborales larguísimas y muy rígidas, pero tras la guerra todos vieron que esto no era factible y que debían cambiarlo. Nuestro país entró entonces en una dictadura y todo ese proceso modernizador se paralizó", indica a Verne en este artículo la doctora en Psicología Social Sara Berbel.
Asimismo, a mediados de los años 40, después de la Guerra Civil, la pobreza en España hacía que muchas personas necesitasen dos trabajos, uno por la mañana y otro por la tarde. Las jornadas laborales se adaptaron para estos trabajadores, instaurando una jornada partida que aún existe.
Promesa incumplida de los políticos
Si España adoptase unos horarios más sensatos, dormiríamos más y conciliaríamos mejor, pero hay otros beneficios. La Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE) cuenta un centenar, entre los que destacan más salud y libertad, un paso más hacia la igualdad de género efectiva, una mejora en la calidad del sueño y mayor productividad en el trabajo y en clase. Hace mucho tiempo que los políticos vienen prometiendo la racionalización de los horarios, pero no ha cambiado casi nada.
En su declaración de este sábado 24 de febrero, el propio Rajoy destaca que no es la primera vez que hace esta promesa. Ya lo hizo en 2016, antes de la campaña electoral de las elecciones generales. El entonces presidente del Gobierno en funciones prometió “consensuar un acuerdo para lograr una jornada laboral que, con carácter general, finalice a las 18 horas”. La ministra de Empleo, Fátima Báñez, también insistió entonces en el desarrollo de un Pacto Nacional por la Conciliación y la Racionalización de Horarios.
El presidente de ARHOE, José Luis Casero, ha participado en el acto de este sábado en Zaragoza, donde ha dado su opinión. "He dicho lo que digo siempre. He insistido en que podemos tener unos horarios más sensatos", dice Casero a Verne por teléfono. Cree que desde 2016 se han dado algunos pasos como "la ampliación de los permisos de paternidad, pero es una medida concreta. Hay que promover un cambio real".
Asegura que en algunos aspectos incluso se está yendo hacia atrás: "Televisión Española respetó un tiempo la racionalización de horarios, pero han vuelto a retrasar su prime time. El mejor ejemplo es la final de Operación Triunfo". Terminó a las dos de la mañana.
"En la Asamblea de Madrid, Partido Popular, PSOE y Ciudadanos han votado a favor de una propuesta de Podemos que habíamos sugerido desde la asociación", añade Casero. Se trata de una Propuesta No de Ley (PNL) sobre racionalización de horarios en la Comunidad de Madrid. "Si se pueden poner de acuerdo en una comunidad autónoma, también lo pueden hacer a nivel nacional", añade Casero.
- El derecho de pernada o «ius primae noctis» era el privilegio feudal por el que los nobles tenían potestad de pasar la noche de bodas con la mujer de sus vasallos.
Bajo el prisma de la Ilustración surgieron una serie de mitos sobre la Edad Mediaque redujeron este periodo a la mayor pestilencia moral de la historia. Los cinturones de castidad, que nunca existieron; la quema de brujas, más bien del siglo XVI; y otra serie de abusos como el derecho de pernada se exageraron y deformaron para desprestigiar a la nobleza y a la Iglesia. Pero, ¿existió realmente el «ius primae noctis»? Sí, lo que no está documentado es que fuera algo frecuente más allá del plano teórico.
El derecho de pernada o «ius primae noctis» era el privilegio feudal por el que los nobles tenían potestad de pasar la noche de bodas con la mujer de sus vasallos, esto es, de desvirgarla. Se estimaba uno de los muchos abusos que sufrían los vasallos, que en la práctica pertenecían al señor de la región tanto como la tierra o las cosechas.
Un origen germánico
El origen de esta práctica resulta incierto, si bien ya Heródoto hizo referencia a la costumbre de una tribu líbica por la que se «presentaba al rey todas las doncellas que están para casarse, y si alguna le agrada, él es el primero en conocerla».
En la Edad Media, el Derecho de Pernada podría tener su antecedente directo en la costumbre germánica llamada «Beilager», por la que el señor de cada pueblo se reservaba la primera cópula con la novia. Una práctica que derivaba de las propiedades mágicas que se le achacaban a la sangre del desfloramiento. En sentido estricto, el Beilager germánico consistía en el derecho del señor de compartir la cama con la recién casada, derecho que éste perdería a cambio de un pago en metálico. El concepto del privilegio sobre la primera noche se perpetuó en la época feudal, aunque siempre asociado a impuestos o tributos que recibieron nombres locales, como «el merchet», «el cullagium» o «el vadimonium», entre otros.
La mayoría de historiadores reducen la incidencia del derecho de pernada a casos y lugares muy concretos, aunque recuerdan que este privilegio feudal se ejercía de forma indirecta mediante el pago de un impuesto al señor por haber autorizado el enlace de sus vasallos. Es más, era tradicional en muchos lugares que el señor simulara el acto sexual o saltara encima de la novia en las celebraciones que seguían a la boda, a modo de recordatorio del poder del noble sobre sus vasallos y como remanente de lo que algún día fue el derecho de pernada.
Quienes defienden que nunca existió se aferran a la escasa documentación y los pocos textos legales en los que hay referencia al este abuso, pero obvian que, en el caso medieval, la tradición escrita es endeble y poco resistente al tiempo. Así y todo, la Sentencia arbitral de Guadalupe (1486) por la que Fernando El Católico puso fin a muchos de los abusos de la nobleza contra los vasallos catalanes se menciona que «ni tampoco puedan [los señores] la primera noche quel payés prende mujer dormir con ella o en señal de senyoria». Una frase que demuestra que el derecho de pernada había sido algo al menos teórico en otro tiempo.
Pero una cosa era la teoría y otra la práctica. El «ius primae noctis» despertaba un fuerte rechazo entre los vasallos, a los que dejaba humillados, y podía derivar en levantamientos campesinos. Resultaba una forma demasiado aparatosa y poco práctica de reivindicar el poder feudal. No obstante, los abusos sexuales sobre las esposas de los vasallos eran algo frecuente sin que hiciera falta que los señores invocaran derechos, pues bastaban las amenazas para acallar el suceso. Los siervos estaban desprotegidos.
La Iglesia protege los matrimonios
Incluso los reyes habían tratado de combatir este tipo de abusos durante siglos y eran la consecuencia de un poder central demasiado débil. Los reyes apenas contaban con territorios y soldados propiamente suyos y su poder dependía de la lealtad de los nobles. Alfonso X El Sabio, Fernando El Católico y otros monarcas con auténtico poder estipularon leyes contra los abusos de la aristocracia y prohibiendo explícitamente el derecho de pernada.
Además, la creciente autoridad de la Iglesia también fue ganando fortaleza con el paso de los siglos y permitió que el matrimonio fuera amparado por la institución eclesial. Al consolidarse el matrimonio religioso, quedaba claro que el derecho canónico estaba por encima de cualquier uso o fuero ancestral y que, si Dios y la Iglesia bendecían la unión, sobraba la intervención de la nobleza.
A partir de que la Iglesia monopolizara los matrimonios, los abusos sexuales pasaron de ser un pseudoderecho a ser los caprichos de un señor descontrolado incapaz de respetar la dignidad de las personas a su cargo. El matrimonio era algo sagrado que ni siquiera los señores feudales podían mancillar.
EL PAÍS SEMANAL Javier Marías - Hay generaciones que no saben lo arriesgado que era levantar no ya un dedo, sino la voz, en España entre 1939 y 1975.
Contaba Juan Cruz en un artículo que, en un intercambio tuitero con desconocidos (a qué prácticas arriesgadas se presta), alguien lo había conminado a callarse con esta admonición, o semejante: “Estás desautorizado, perteneces a una generación que permitió a Franco morir en la cama”. Que algún imbécil intervenga en estas discusiones ha de ser por fuerza la norma, pero Cruz añadía que se trataba de un argumento “frecuente” o con el que se había topado numerosas veces, y esto ya trasciende la anécdota, porque supone una criminal ignorancia de lo que es una dictadura. En parte puede entenderse: cuando yo era niño y joven, y oía relatar a mis padres las atrocidades de la Guerra, me sonaban, si no a ciencia-ficción, sí a lección de Historia, a cosa del pasado, a algo que ya no ocurría, por mucho que aún viviéramos bajo el látigo de quien había ganado esa Guerra y había cometido gran parte de las atrocidades. Pero sí lograba imaginarme la vida en aquellos tiempos, y los peligros que se corrían (por cualquier tontería, como ser lector de tal periódico o porque un vecino le tuviera a uno ojeriza y lo denunciara), y el pavor provocado por los bombardeos sobre Madrid, y el miedo a ser detenido y ejecutado arbitrariamente por llevar corbata o por ser maestro de escuela, según la zona en que uno estuviese. Me hacía, en suma, una idea cabal de lo que no era posible en ese periodo.
También hay frívolos “valerosos” que reprochan a los españoles no haberse echado a la calle para parar el golpe de Tejero el 23-F, olvidando que los golpistas utilizaron las armas y que había tanques en algunas calles.
Tal vez los que pertenecemos a la generación de Cruz no hayamos sabido transmitir adecuadamente lo que era vivir bajo una dictadura. Hay ya varias que sólo han conocido la democracia y que sólo conciben la existencia bajo este sistema. Creen que en cualquier época las cosas eran parecidas a como son ahora. Que se podía protestar, que las manifestaciones y las huelgas eran un derecho, que se podía criticar a los políticos; creen, de hecho, que había políticos y partidos, cuando éstos estaban prohibidos; que había libertad de expresión y de opinión, cuando existía una censura férrea y previa, que no sólo impedía ver la luz a cualquier escrito mínimamente crítico con el franquismo (qué digo crítico, tibio), sino que al autor le acarreaba prisión y al medio que pretendiera publicarlo el cierre; ignoran que en la primera postguerra, años cuarenta y en parte cincuenta, se fusiló a mansalva, con juicios de farsa y hasta sin juicio, y que eso instaló en la población un terror que, en diferentes grados, duró hasta la muerte de Franco (el cual terminó su mandato con unos cuantos fusilamientos, para que no se olvidara que eso estaba siempre en su mano); que había que llevar cuidado con lo que se hablaba en un café, porque al lado podía haber un “social” escuchando o un empedernido franquista que avisara a comisaría. También ignoran que, pese a ese terror arraigado, Franco sufrió varios atentados, ocultados, claro está, por la prensa. Que mucha gente resistió y padeció largas condenas de cárcel o destierro por sus actividades ilegales, y que “ilegal” y “subversivo” era cuanto no supusiera sumisión y loas al Caudillo. O ser homosexual, por ejemplo.Tampoco saben que, una vez hechas las purgas de “rojos” y de disidentes (entre los que se contaban hasta democristianos), la mayoría de los españoles se hicieron enfervorizadamente franquistas. Se creen el cuento de hadas de la actual izquierda ilusa o falsaria de que la instauración de la democracia fue obra del “pueblo”, cuando el “pueblo”, con excepciones, estaba entregado a la dictadura y la vitoreaba, lo mismo en Madrid que en Cataluña o Euskadi. De no haber sido por el Rey Juan Carlos y por Suárez y Carrillo, es posible que esa dictadura hubiera pervivido alguna década más, con el beneplácito de muchísimos compatriotas. Estas generaciones que se permiten mandar callar a Juan Cruz no saben lo temerario y arriesgado que era levantar no ya un dedo, sino la voz, entre 1939 y 1975. Que, si alguien caía en desgracia y tenía la suerte de no acabar entre rejas, se veía privado de ganarse el sustento. A médicos, arquitectos, abogados, profesores, ingenieros, se les prohibió ejercer sus profesiones, entrar en la Universidad, escribir en la prensa, tener una consulta. Hubo muchos obligados a trabajar bajo pseudónimo o clandestinamente, gente proscrita y condenada a la miseria o a la prostitución, qué remedio.
También hay frívolos “valerosos” que reprochan a los españoles no haberse echado a la calle para parar el golpe de Tejero el 23-F, olvidando que los golpistas utilizaron las armas y que había tanques en algunas calles. Cuando hay tanques nadie se mueve, y lo sensato es no hacerlo, porque aplastan. Hoy las protestas tienen a menudo un componente festivo (la prueba es que no las hay sin su insoportable “batucada”), y quienes participan en ellas se creen que nunca ha habido más que lo que ellos conocen. Reprocharles a una o dos generaciones que Franco muriera en la cama es como reprocharles a los alemanes que Hitler cayera a manos de extranjeros o a los rusos que Stalin tuviera un fin apacible. Hay que ser tolerante con la ignorancia, salvo cuando ésta es deliberada. Entonces se llama “necedad”, según la brillante y antigua (retirada) definición de María Moliner de “necio”: “Ignorante de lo que podía o debía saber”.
- Un par de guantes de boxeo («probablemente los únicos ejemplares conocidos del período romano») hallados cerca del Muro de Adriano serán exhibidos en una nueva muestra a partir del 20 de febrero. Este deporte era solo una de las rutinas utilizadas por los legionarios para mantenerse en forma.
De la nada, hasta la cúspide del poder. A día de hoy, las películas nos muestran a los pretorianos como unos guerreros de élite encargados de proteger a los grandes dignatarios de sus enemigos. Llevan razón a medias. O más bien se olvidan del origen de estos combatientes. Y es que, durante la República no eran más que una pequeña escolta dedicada a la salvaguarda de un líder de medio pelo. Sin embargo, todo cambió con la llegada con una reforma motivada por el primer emperador de Roma,César Augusto. Fue este personaje quien moldeó (allá por el año 27 a.C.) un nuevo cuerpo permanente formado por un mínimo de 4.500 hombres al que encomendó su vida. Así nació la Guardia Pretoriana que todos conocemos en la actualidad.
Poco a poco, su eficiencia llevó a la Guardia Pretoriana a convertirse en una unidad capaz de alzar hasta la poltrona a emperadores. Pero también a arrebatarles esta silla. No en vano, sus miembros asesinaron a Calígula después de haber sido humillados por él y, posteriormente (allá por el año 41) le entregaron el poder a Claudio (quien les compró ofreciéndoles la nada desdeñable suma por entonces de 15.000 sestericos por hombre). Un siglo después, estos militares acabaron también con la vida de Pertinax, agraviados por la falta de monedas. Sin embargo, tan real como esto es que sus miembros eran unos verdaderos carros de combate y causaban pavor a los enemigos de Roma.
Así lo confirma Stephen Dando-Collins en su obra «La maldición de los césares: la crónica fascinante de una época convulsa»: «Con el Imperio, devino una fuerza especial policial integrada por efectivos de élite. Reclutados exclusivamente en Italia, los pretorianos estaban mejor retribuidos que los legionarios, servían durante un período más breve (dieciséis años desde las postrimerías del reinado de Augusto) y recibían una paga mayor al licenciarse (20.000 sestercios en oposición a los 12.000 que percibía un legionario).
De la misma opinión es Roger Collins en su libro «La Europa de la Alta Edad Media», donde los define como una «fuerza de élite» que estaba estacionada habitualmente en Roma y que, «cuando el emperador tenía una personalidad débil o era poco capaz, podían controlar el régimen».
Boxeo para entrenar
Más allá de sus venturas y desventuras, está claro que ser un miembros de la Guardia Pretoriana no era sencillo. De hecho, y a pesar de la reforma de Severo (quien ordenó que «cualquier vacante en los pretorianos fuese cubierta con hombres de todas las legiones» debido a que conocían mucho mejor el oficio del soldado) el entrenamiento al que debían someterse para convertirse en verdaderas máquinas de matar era estricto.
De hecho, no estaban exentos de prepararse para la contienda mediante ejercicios llevados a cabo con espadas de madera o, incluso, haciendo uso del boxeo.
Esta última práctica, curiosamente, se encuentra estos días de actualidad después de que se haya informado de que un par de guantes de boxeo hallados en 2017 en las cercanías del Muro de Adriano(Reino Unido) serán expuestos en el Museo de Vindolanda a partir del 20 de febrero de este año.
Estos guantes, definidos por los expertos del museo como «probablemente los únicos que se conozcan del Imperio romano», estaban elaborados en cuero y estaban diseñados para proteger del impacto únicamente los nudillos. A su vez, se rellenaban con todo tipo de materiales naturales que los acolchaban y evitaban que el golpe fuese excesivo. Y es que, al fin y al cabo, habían sido ideados para mejorar las capacidades marciales de los legionarios romanos.
«He visto guantes de boxeo romanos representados en estatuas de bronce, pinturas y esculturas, pero tener el privilegio de encontrar dos guantes de cuero reales es algo verdaderamente especial», ha señalado Andrew Birley, director de la excavación.
Maestros
En la obra «Pretorianos, la élite del ejército romano», de Arturo Sánchez Sanz, se ahonda en el entrenamiento de esta unidad. Unos ejercicios que el autor compara con los que llevaban a cabo los espartanos (y que les convirtieron en unos de los mejores combatientes de la Antigüedad). «Aunque con un planteamiento totalmente distinto, los propios pretorianos no quedaban a la zaga de tales hazañas. En combate siempre cumplieron sobradamente lo que se esperaba de ellos y, si eso era posible aun teniendo que actuar en campaña solo esporádicamente, se debía tanto a una selección estricta de los aspirantes como al entrenamiento diario que realizaban», explica el experto en el mencionado libro.
Para evitar que el alto sueldo de los pretorianos les llevase a destrozar su cuerpo a base de bebida, comida y prostitutas, se construyó un «campus». Un complejo formado por un templo, unas termas y unas letrinas en el que se preparaban para el combate. «Allí se escuchaban a diario las voces de los soldados expertos que dirigían el entrenamiento y la instrucción en técnicas de combate. Tal era su importancia que existían adiestradores tan capacitados que su labor era, exclusivamente, preparar a los propios entrenadores», añade el autor.
Así pues, cada experto entrenaba una capacidad de los combatientes, como detalla Raúl Méndez Argüín en su documentado dossier «La guardia pretoriana en combate»:
1-Los «armatura» entrenaban a los combatientes en el arte de la esgrima. Su labor era tan importante que recibían formación de los «discens armaturarum», unos maestros de maestros que se encargaban de que no erraran a la hora de explicar a sus alumnos los secretos de las espadas.
2-«Los “evocati” (soldados reenganchados tras cumplir su servicio básico) de infantería tenían un preparador específico, el “exercitator armatutarum”, y los “exrcitatores equitum praetorianum" se dedicaban a los jinetes», explica, en este caso, Sánchez Sanz.
3-El «doctor cohortis», asistido por un «optio compi» supervisaba el entrenamiento por cohortes. «Eran puestos muy apreciados en las cohortes y codiciados para seguir ascendiendo en el escalafón. Formalmente se trataba de experimentados “evocati” que habían servido como “equites praetorianos”, o ya antes como adiestradores», añade.
Los instructores no tenían piedad. Así pues, daban la mitad de la ración a aquellos combatientes que no progresaran todo lo rápido que ellos querían.
Entrenamiento
Con todo, Sanz es partidario de que, más allá de esta estructura, se conoce poco de la rutina diaria de los pretorianos. Por ello, supone que el entrenamiento podría ser parecido al de los legionarios. «Prioritariamente debían manejar las armas de combate, pues de ello dependerían sus vidas y, en parte, no solo las de sus compañeros sino la victoria en la batalla», explica.
A su vez, debían aprender a formar y marchar marcialmente.«Lograrlo correctamente requería práctica diaria hasta la extenuación. La marcha regular y el paso ligero se entrenaban inicialmente sin carga, hasta realizarlas con todo el equipo de combate en perfecta sincronización», completa. Aquello era básico, pues en pleno combate debían saber mantenerse recios y en formación ante el empuje enemigo.
«Para alcanzar tal destreza, los adiestradores inicialmente organizaban marchas diarias de 20 millas romanas en cinco horas (29.620 kilóemtros), o 40 millas en doce horas, y, más tarde, 24 millas en cinco horas a paso ligero», destaca el experto. Estos ejercicios eran habituales entre los reclutas que, a continuación, repetían estas distancias portando su equipo completo.
Tampoco estaban exentos los combatientes de entrenar el salto. Al fin y al cabo, debían estar preparados para poder sortear cualquier obstáculo colocado por el enemigo. «Para ello utilizaban un potro de salto, inicialmente superándolo libres de trabas y, después, con todo el equipo de un salto, portando el gladius y el pilum en cada mano», añade el autor de la obra.
Incluso eran instruidos en la respuesta inmediata que debían dar ante las señales para que las órdenes fuesen llevadas a cabo de la forma más rápida posible.
«Los ejercicios de fuerza no eran menos vitales para un soldado. Debían aprender a resistir las marchas, ejecutar obras de ingeniería, levantar campamentos, así como cargar y utilizar sus armas durante contínuos atauqes. Un brazo cansado tras asestar numerosos golpes o repelerlos podían rendirse antes de lo esperado», señala. La natación y la equitación también eran asignaturas básicas.
Finalmente, y como es obvio, el entrenamiento con armas era básico. Así pues, los militares entrenaban para atacar las tres partes clave del cuerpo del enemigo: cabeza, torso y piernas.