Antonio Pita
Michel Moutot lleva a la ficción el histórico papel de los mohawk como montadores de acero.
Construcción de los años sesenta en Nueva York. NATIONAL FILM BOARD OF CANADA
De la icónica foto de 11 operarios almorzando encima de una viga sobre el cielo de Nueva York solo se sabe a ciencia cierta que fue tomada en 1932 durante la edificación del Rockefeller Center. Quedan asimismo pocas dudas de que la escena nada tenía de espontánea, sino que fue preparada para promocionar el rascacielos, aunque los hombres que aparecen eran auténticos ironworkers, obreros de la construcción especializados en el manejo del hierro. Si la imagen renace de tanto en tanto asociada a una tribu india, los mohawk, pese a que probablemente ninguno de los hombres pertenezca a ella, es porque este pueblo ayudó a levantar todos los puentes de Nueva York, salvo el de Brooklyn —que está edificado principalmente de piedra y cemento— y muchos de los rascacielos que coronan la isla de Manhattan. “Hemos construido América”, suelen decir. Tal ha sido su presencia en los andamios y vigas de la urbe que caló la leyenda de que carecían de vértigo. “Andamos en el cielo con las águilas” es otra de sus frases recurrentes.
El periodista Michel Moutot, corresponsal en Nueva York de la Agence France Presse (AFP) durante el 11-S, descubrió la vinculación histórica de los mohawk con la construcción al entrevistar a uno que había acudido a desescombrar la Zona Cero para ayudar en la búsqueda de supervivientes. Entendió que la historia daba para mucho más que un teletipo y, 14 años después, la convirtió en su primera novela, Las catedrales del cielo, que ahora publica en español Grijalbo.
“Cuando los más viejos de los mohawk vieron por televisión la caída de las Torres Gemelas, dijeron: ‘Llamad a los jóvenes: los necesitan allá, han destruido nuestras torres’. En los primeros días después de los atentados, entre 400 y 500 de ellos se desplazaron allí desde Canadá o el Estado de Nueva York porque tenían un nexo particular con ellas. ‘Son las torres de nuestros padres’, recordaban todo el tiempo”, explica Moutot en una entrevista en Madrid. Varios de los operarios desarrollaron más tarde problemas de salud por la toxicidad del aire que respiraron aquellos días.
Las Torres Gemelas
Las catedrales del cielo empieza el día después de los atentados del 11-S y narra a través de saltos temporales la historia de varias generaciones de los LaLiberté, una familia ficticia de obreros del acero de la reserva de Kahnawake, junto a Montreal. “Nueva York escaló el cielo con el sudor y la sangre de nuestros padres. No hay obra de altura, puente metálico o rascacielos donde no se oigan, en todo lo alto, órdenes, indicaciones o tacos en nuestro idioma”, cuenta en la novela el último de la saga, John. “Todo lo que se describe en el libro es verdad, salvo los personajes”, matiza el autor.
¿Cómo se explica que los descendientes de unos nativos diezmados y expulsados hacia el Oeste se enorgullezcan tanto de construir Estados Unidos? Uno de los motivos es que subirse a un andamio a cientos de metros del suelo o demostrar la valía en combate (suelen inscribirse en las fuerzas especiales del Ejército) conecta a los varones con “el culto de la valentía y de la fuerza” grabado en su cultura desde hace generaciones, explica Moutot. “Al afrontar el vértigo y hacer un trabajo peligroso que poca gente puede hacer, muestran su valentía. Es un valor que les dice algo”, añade.
Con su libro, Moutot ha querido “ir contracorriente de la imagen del indio pobre, que vive de ayudas sociales, alcohólico, depresivo y con tendencias suicidas”. “Los ironworkers mohawk son justo lo contrario: están mucho mejor pagados que la gran mayoría de los estadounidenses”, puntualiza. Cobran hasta 10.000 dólares (unos 8.000 euros) al mes y suelen construirse una vivienda grande y comprarse una camioneta pick up. Cuando trabajan en Nueva York, no pocos viajan durante horas para regresar a la reserva cada fin de semana. Un pasaporte especial, denominado tribal, les permite cruzar la frontera.
LA PISADA DE LAS CABRAS MONTESAS
El primer contacto de los mohawk con el montaje del acero fue en 1886, cuando una compañía ferroviaria levantó un puente sobre el río San Lorenzo, cerca de Montreal (Canadá). Los miembros de la tribu fueron inicialmente contratados para descargar, pero enseguida mostraron su valía para trabajos más arriesgados. “Tienen la pisada segura como cabras montesas”, decía un capataz francés. Dos décadas después, 33 obreros mohawk murieron al derrumbarse el Puente de Québec durante su construcción.
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