Lluís Bassets
- La división entre catalanes ya no es sobre la independencia, sino sobre el tamaño de la ofensa imperdonable que la mitad de Cataluña ha infligido a la otra.
El Rey Felipe VI visita el Mobile World Congress, en Barcelona, el pasado 26 de febrero. MASSIMILIANO MINOCRI
Exactamente el envés de 1992. En vez de sonrisas, miradas de desconfianza e incluso odio. En vez de consorcios entre administraciones, ruptura de la legalidad y aplicación de artículos de excepción de la Constitución. Desplantes en vez de abrazos. Justicia y policía, en vez de deporte y trofeos. Ruina, en vez de prosperidad. Solo la fuerza tremenda de la tecnología del Mobile ofrece una apariencia de normalidad.
Cataluña está escindida en dos partes. Las dos son antidemócratas. Las dos son totalitarias, en sus distintas variantes, franquistas, venezolanas, nazis o trumpistas
Algo se ha roto, se dijo hace ocho años. Ahora no es algo lo que se ha roto. Todo se ha roto. Esta es una sociedad dividida, desconfiada, en la que unos y otros no se miran a los ojos y cuando lo hacen descubren en el prójimo la chispa de una profunda e insoportable detestación. Ha sido un trabajo lento, persistente y de una diabólica eficacia.
Para crear una mayoría que consiguiera la secesión había que presionar hasta el límite de lo soportable, aunque fuera con tergiversaciones, mentiras y promesas incumplibles. Para evitarla, había que encastillarse en el más absoluto de los inmovilismos. El resultado ahí está: una Cataluña escindida en dos mitades que no se pueden ver y, menos aún, pueden hablarse porque no se escuchan ni se entienden en nada.
Hasta este otoño del desastre la división era por la independencia y el derecho a decidir. Ahora esto se ha superado: la división, todavía más profunda, es por el tamaño de la ofensa imperdonable que una mitad ha infligido a la otra. Una ha intentado una secesión ilegal saltándose el Estatut y la Constitución. La otra es el bloque del 155, una agresión al autogobierno que ha procurado porrazos, cárcel y exilio. Las dos son golpistas a ojos de la contraria. Las dos son antidemócratas. Las dos son totalitarias, en sus distintas variantes, franquistas, venezolanas, nazis o trumpistas.
Así es como los catalanes nos hemos declarado unos a otros enemigos para siempre. De forma que la auténtica distinción que habrá que hacer a partir de ahora es entre los que quieran trabajar para recuperar el civismo mínimo que permite vivir juntos y hacer políticas juntos y los que quieran persistir excavando en la división y el enfrentamiento.
De momento, a la vista de los últimos acontecimientos, pienso que Colau y Torrent siguen trabajando en favor de la división y que Iceta y Coscubiela son de los pocos que trabajan para evitar que nos instalemos en la época de los enemigos para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario