Bruno Pardo Porto
- Beltrán Nuño de Guzmán terminó con el dominio de los grandes rivales del imperio azteca.
Beltrán Nuño de Guzmán
A la llegada de los españoles a México, el imperio azteca mantenía una guerra en su frontera oeste con el belicoso pueblo al que Cortés y sus hombres llamaron los tarascos. Era un imponente imperio de ciudades, según nos cuenta el arqueólogo mexicano José Luis Punzo, resposable de los yacimientos de la capital tarasca, Tzintzuntzan, donde residía su rey, el Cazonci.
Habitaban un terreno rocoso, los malpaíses o campos de lava reciente, ásperos, en los que dominaba el basalto. La piedra servía a sus fines, con ella construían sus pirámides y los edificios, pero además vivían en esos derrames de lava estéril porque adoraban a Curicaueri, el dios del sol y el fuego. Era un lugar con algo de sagrado.
Punzo describe cómo Moctezuma pidió ayuda a su archienemigo cuando los españoles conquistaron Tenochtitlan, la capital lacustre de los aztecas. Pero el rey tarasco se negó a luchar en favor de los mexicas. Junto con las alianzas de otros pueblos indígenas dominados, esa falta de asistencia permitió la caída del gran imperio azteca en manos de unos pocos centenares de españoles.
Españoles e indígenas unidos contra otros pueblos en Jalisco
El Cazonci era, literalmente, «el señor de innumerables casas», según relata Punzo a ABC. Gobernaba un territorio amplísimo, mayor que el actual Estado de Michoacán. Ahora que los arqueólogos destapan la verdadera dimensión de ese título con el descubrimiento de grandes aglomeraciones urbanas, diferentes a las mexicas, el arqueólogo comenta que «aún no sabemos qué cantidad de población había en esta zona de América, pero es mucho más numerosa de lo que hemos supuesto hasta ahora». El láser LIDAR también está destapando ciudades importantes en el imperio maya, entre Guatemala y el Yucatán. «Vamos a tener que reescribir algunos puntos de la historia», añade Punzo.
Hay que recordar que, tras la caída de Tenochtitlan en manos de los españoles, el Cazonci firmó un acuerdo para la entrada pacífica de los europeos en su territorio, el mejor desde el punto de vista de la metalurgia. La tierra de los tarascos gozaba de abundancia de oro, plata y otras aleaciones porque ellos dominaban la metalurgia. Pero esa fue su condena también cuando los españoles acabaron con ese periodo de paz y mataron al último Cazonci, en la época de la segunda Audiencia, a manos del cruel conquistador Beltrán Nuño de Guzmán.
En realidad Nuño Beltrán de Guzmán había sido enviado por la Corona como contrapeso al poder de Hernán Cortés, pero se dedicó a conquistar la regiones todavía no exploradas de México con métodos especialmente invasivos. En su expedición más conocida, Nuño de Guzmán salió de la ciudad de México, en diciembre de 1529, con un gran ejército compuesto de 300 españoles y 10.000 mexicanos, otomíes, tlaxcaltecas y tarascos en busca del legendario reino de las amazonas que la tradición situaba hacia el noroeste, más allá de la Sinaloa actual.
A su paso asoló la Nueva España no colonizada por Cortés, destruyendo cuantas poblaciones indígenas encontró y dedicándose al tráfico de esclavos, según los relatos del prelado fray Juan de Zumárraga, a pesar de que las Leyes de Burgos de 1512 habían estipulado que los indios tenían naturaleza jurídica de hombres libres con todos los derechos de propiedad y no podía ser explotados.
Entre sus mayores crímenes se achaca el dar tormento y muerte por no satisfacer su demanda de oro al último de los señores tarascos, que hasta entonces había colaborado sin problemas con los españoles. Precedido por la noticia del asesinato del Cazonci, numerosos pueblos recibieron con violencia a Guzmán en su segunda expedición y, debido a distintos choques con las fuerzas leales a Cortés, se abrieron varios procedimientos contra su actuación.
Su fundación más importante fue Guadalajara en 1532, que estableció en Jalisco, en el emplazamiento de Nochistlan. Una cédula de 1531 reconoció el país que había conquistado con el nombre de la Nueva Galicia, con capital en Compostela, y con él como su gobernador.
El primer virrey de Nueva España, Antonio de Mendoza, tomó finalmente cartas en el asunto e inició una investigación contra él. La Corona española resolvió enjuiciarlo y envió al licenciado Diego Pérez de la Torre para embargar sus bienes y trasladarlo para ser juzgado en España. A pesar de permanecer un tiempo confinado en el Castillo de Torrejón de Velasco (Madrid), evitó caer en desgracia gracias a la nobleza de su sangre y sus altas amistades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario