María Prieto
Berlineses del este y el oeste trepan el muro el 9 de noviembre de 1989. FABRIZIO BENSCHREUTERS
Fue uno de los símbolos más importantes del siglo XX, un baluarte alimentado por toneladas de hormigón que, con sus dimensiones monstruosas y una estricta vigilancia, evitó durante 28 años, dos meses y 26 días el abrazo entre el este y el oeste. Este lunes, el Muro de Berlín cumple tanto tiempo en pie como derribado.
"Yo viví la caída del muro a través de la televisión", recuerda Susanne Ehard, originaria de Baviera, estos días de viaje en Berlín. Ella, nacida y criada en el oeste, entiende que aunque la barrera física ha desaparecido, a día de hoy todavía se constatan grandes diferencias entre las dos Alemanias. "Tenemos un sentido de la pertenencia distinto", agrega al compararse con algunos compañeros de trabajo originarios de la extinta República Democrática Alemana (RDA).
En el este, todavía son muchos los que se resisten a mitificar la noche frenética que cambió el mundo. Un gran malentendido, cinco horas de vértigo y miles de personas sedientas de libertad se aliaron a última hora del 9 de noviembre de 1989 para lograr una hazaña que parecía imposible: tirar abajo el Muro de Berlín.
De la euforia a la decepción
El anuncio de que la RDA otorgaría permisos para salir del país hizo que decenas de miles de berlineses orientales se reunieran ante los pasos fronterizos pidiendo cruzar al oeste. La apertura de los pasos llevó a unos 100.000 a visitar esa misma noche por primera vez Berlín occidental, donde fueron recibidos con lágrimas y abrazos en imágenes que dieron la vuelta al mundo y se convirtieron en icono del final del siglo XX.
La caída del "Muro de la vergüenza" tuvo consecuencias globales e inmediatas. Además de simbolizar el derrumbe del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría, posibilitó la reunificación alemana un año más tarde de la mano del canciller cristianodemócrata Helmut Kohl y dejó vía libre a la Europa unida de hoy. No obstante, la exaltación general de la que informaban los medios nacionales e internacionales solapó las incertidumbres y miedos de aquellos que no sabían qué les esperaba ahora que el sistema comunista, que les fue vendido como "idílico" desde las estructuras de poder, se desmoronaba.
Muchos alemanes de la antigua RDA se sienten a día de hoy los grandes perdedores de la reunificación. Aunque el nivel de vida ha aumentado desde 1989 en los territorios que antes pertenecían al sector oriental, los "paisajes floridos" prometidos por Kohl en la antigua RDA no llegaron y muchos de sus ciudadanos se sintieron pronto defraudados. En ellos el desempleo se ceba con la población, las pensiones son más bajas y los pueblos y ciudades se vacían de jóvenes que huyen al oeste en búsqueda de perspectivas de futuro.
De ahí que, en las pasadas elecciones generales del 24 de septiembre, el partido ultraderechista y de tintes xenófobos Alternativa para Alemania (AfD) lograse convertirse en la segunda fuerza política en el este del país.
"En el oeste de Alemania a menudo ha habido una sensación de superioridad", señala el psicólogo Klaus Seifried. "Los jóvenes de hoy apenas se pueden imaginar la vida de hace 30 o 40 años. Para ellos, ver un fragmento del Muro de Berlín es tan lejano como la Segunda Guerra Mundial o el Holocausto", sostiene.
Los jóvenes alemanes no conocen su pasado
Para las nuevas generaciones, las políticas de reformas y transparencia impulsadas por Mijail Gorbachov en la Unión Soviética a finales de los ochenta que propiciaron una creciente demanda de libertad y democracia en la RDA, mientras miles de alemanes del este huían a occidente a través de Hungría, Polonia y Checoslovaquia, no son más que los apuntes que deben memorizar para un examen de Historia. Y las célebres imágenes de Günter Schabowski, miembro del politburó de la RDA, anunciando de forma atropellada y sin darse cuenta la caída del Muro de Berlín en una rueda de prensa constituyen a lo sumo el fragmento de un documental para los millennials.
Sondeos recientes revelan que la mayoría de los jóvenes alemanes desconocen la historia de su país a partir de 1945. "Este déficit de conocimiento favorece la nostalgia, la idealización y el mito sobre la RDA", opina Anna Kaminsky, directora de la Fundación para el Estudio de la dictadura comunista de la RDA.
Hasta la fecha, en todo el país no existe una cátedra sobre la historia de la República Democrática Alemana y la investigación y docencia en relación a la extinta RDA cada vez es más reducida. "Esto no sólo repercute negativamente en la formación de los futuros profesores de Historia, sino también en la cultura de la memoria de Alemania", concluye.
Sus huellas permanecen a día de hoy en la capital alemana, donde varios fragmentos originales, reconvertidos en una especie de museo de la historia viva, son inmortalizados de forma continua en selfies por la marabunta de turistas. En el Checkpoint Charlie, uno de los puntos fronterizos más famosos del Muro de Berlín que conectaba la zona de control estadounidense con la soviética, una foto con un joven disfrazado de soldado americano, bandera en mano, cuesta tres euros (2,4 dólares).
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