Daniel Verdú
Prato, símbolo del esplendor textil italiano, es hoy el taller de confección chino más grande de Europa y un reflejo de la crisis de competitividad nacional.
Uno de los talleres textiles regentados por los chinos en Prato. FOTO/ VÍDEO: GIANLUCA BATTISTA
La máquina de coser nunca tiene sueño. El zumbido se oye de noche, de madrugada y despierta a los vecinos por la mañana. Mandan los pedidos, las necesidades de un patrón que nadie conoce ni quiere conocer. No hay descansos ni recesos para el almuerzo. Justo donde se cruzan la calle Nino Rota y la Pistoiese, en un sucio callejón del polígono Macrolotto de Prato, lleno de talleres y un Porsche 911 turbo aparcado en la acera, se cose a destajo y se rematan las prendas que llevarán el prestigio del made in Italy por el mundo. Una cuarentena de personas, alineadas bajo fluorescentes industriales y abrigadas con anoraks y bufandas, respiran un pesado olor a comida sin levantar la vista de la maquina. “¿Alguien habla italiano?”. Nadie responde.
La ciudad toscana de Prato (193.000 habitantes), gobernada por el Partido Democrático, fue la joya de la corona del poderoso textil italiano. Hoy su corazón industrial es un macrotaller chino de manufactura de moda low costque produce más de un millón de piezas al día. Mientras la crisis económica se llevó por delante la mitad de las 4.602 empresas italianas que había en 2006, los negocios de los recién llegados se duplicaron convirtiendo esta antigua ciudad medieval en el mayor centro de confección de Europa. Una enorme comunidad china (unas 40.000 personas y 18.000 trabajando en el sector) dispuesta a cabalgar la tormenta perfecta al precio que fuera.
En Prato, en el corazón de la marca Italia, encontraron una estructura urbanística tradicional de casas taller. Un modelo perfecto para su sistema de trabajo heredado de cuando cada familia tenía aquí una pequeña empresa en los bajos de la vivienda. Un cascarón vacío —algunos todavía con el nombre italiano del viejo propietario—que ocuparon rápidamente sin apenas tocar nada. Las empresas de confección de Prato, que mayoritariamente regentan ciudadanos chinos, pasaron de 2.807 en 2006 a 4.531. Los viejos empresarios, muchos de los que hoy se quejan, sobreviven como rentistas alquilándoles sus naves vacías. "Se pasan la vida criticando a los chinos, pero sin ellos ahora estarían arruinados", explica uno de los pocos enlaces entre la comunidad asiática y las autoridades italianas.
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