Xavier Vidal-Folch
Es necesario completar y ampliar el giro social iniciado con timidez en la legislatura que ahora acaba.
Desemplados hacen cola en una oficina del Servicio Nacional de Empleo para recoger cheques de ayuda, en Atenas. EFE
Aunque últimamente a menor ritmo, la economía europea tira. Pero muchos no lo notan.
Esos muchos son los más débiles y vulnerables. Y hasta que no se les rescate de su mala fortuna, podrán ser víctimas de la demagogia populista, antidemocrática y antieuropea. Y el modelo social continental basado en el Estado del bienestar seguirá funcionando a medio gas.
Por eso hay que completar y ampliar el giro social iniciado con timidez en la legislatura que ahora acaba, con la Garantía juvenil de empleo para los menores de 25 años y la proclamación del Pilar europeo de derechos sociales, aún no vinculante.
La economía tira, y la Gran Recesión es, en cifras globales, solo historia. Llevamos 24 trimestres (seis años) de crecimiento económico ininterrumpido.
Las finanzas públicas se han enderezado, de modo que el déficit presupuestario de los Veintiocho se ha reducido, desde la crisis, a la décima parte: del 6,6% del PIB en 2009 al 0,6% en 2018. Y se ha dejado atrás la penosa política de austeridad excesiva.
La inversión vuelve a sus niveles precrisis, ayudada por los 400.000 millones levantados por el Plan Juncker. Y se ha reiniciado la convergencia territorial, tras años de verse sustituida por la divergencia.
El desempleo ha bajado del 11% en 2013 al 6,4% en marzo de 2019: aproximadamente a la mitad, pero aún cerca de los 16 millones de parados. Y desde 2014 se han creado 15 millones de puestos de trabajo.
Todo eso es cierto, pero no es toda la verdad. Porque las cifras brillantes suelen tapar los rincones sucios, justo los susceptibles de mantener o aumentar la indignación. Que es el río revuelto donde pescan siempre los extremismos populistas.
Así ocurre con los jóvenes, que siguen duplicando la tasa media del paro (del 6,4%), con el 14,6%. Y con algunos territorios: España la reduplica, con el 32,4%. O con los parados de larga duración.
Al malestar social contribuye la mayor lentitud de los salarios en recuperarse, que los beneficios o la economía en general. Entre 2010 y 2017 han crecido un 1,7%, cuando en el septenio previo a la crisis (2000 a 2007) lo hicieron al 2,5%. Y si en 2010 suponían el 57% de la tarta del PIB, ahora estamos en el 55% y vamos abajo.
Los salarios tienen también más zonas oscuras: el precariado, el exceso de trabajo temporal o a tiempo parcial indeseado. Como de esos rincones sale la sombra, hay que iluminarlos.
Para ello, del programa social de la Comisión (muy bien seleccionado y enfatizado en la contribución de España a la cumbre del pasado jueves en Sibiu), habría que acelerar en especial en tres proyectos:
— Salario mínimo. Solo rige, todavía, en 22 de los 28 Estados miembros.
— Políticas activas de empleo: sobre todo, reforzar la Garantía juvenil y condicionar las ayudas a los éxitos cosechados (nuestro país ha sido un mal ejemplo).
— Seguro de desempleo europeo, ligado al presupuesto de la eurozona. Se sudará para lograrlo, pero no es inalcanzable.
Porque Europa será social. O no será.
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