Manuel P. Villatoro
El 30 de abril de 1945, el Führer se suicidió para evitar las vejaciones del ejército soviético. Su cadáver fue quemado para evitar que fuese expuesto como el de Mussolinni. Y todo, mientras un grupo de hispanos combatían a muerte en los alrededores de la capital del Reich.
Miembros de la División Azul Augusto Ferret-Dalmau
En ocasiones (aunque solo a veces) una imagen es más efectiva que un sin millar de palabras. Así que permiteme trasladarte, imaginación mediante, hasta el Berlín de 1945, durante los estertores del Tercer Reich. Evoca un imperio venido a menos en el que los gloriosos edificios se han convertido en cenizas y en el que su mandamás, Adolf Hitler, se protege temeroso en un búnker. Intenta trasladarte hasta una urbe en otro momento majestuosa ahora derruida y en la que unos pocos soldados tratan de resistir las embestidas de un ejército (el soviético) que, apenas dos años antes, parecía destinado a ser aplastado bajo la implacable bota del nazismo.
En mitad de ese caos, con Hitler acongojado ante las vejaciones que podía sufrir a manos de los rusos, entre las continuas ráfagas de disparos y el retumbar de alguna granada perdida, imagina que se escucha un grito: «¡Disparad!». Pero no una voz en alemán, ni en ruso... Un aullido en perfecto castellano y, suponemos, acompañado de algún que otro improperio. Parece poco plausible, verdad. Pues la realidad es que, casi con total seguridad, esta palabra se escuchó, en más de una ocasión, poco antes de que el Führer se volara la mollera el 30 de abril de 1945. Y es que, mientras el Tercer Reich daba sus últimas bocanadas de aire, la «Unidad Ezquerra», un grupo formado por 300 de nuestros compatriotras, se batía el cobre frente al ejército de Stalin.
En aquel grupo cabía todo aquel que se presentara voluntario, ya fuera un veterano de la disuelta División Azul, un estudiante que hubiera decidido partir hasta Alemania, o un español que hubiera atravesado los Pirineos para luchar del lado del Führer. Tan solo había una norma: debía sentir repugnancia por el comunismo. «La “Unidad Ezquerra” fue la irreductible. Un puñado de divisionarios que decidieron combatir hasta el último aliento en el bando alemán contra los rusos. Era un grupo heterogéneo, una pequeña Legión que aguantó hasta el último momento», explica, en declaraciones a ABC, el divulgador histórico José Luis Hernández Garvi, autor (entre otros tantos libros) de «Episodios ocultos del franquismo» (Editado por Edaf)
Orígenes
Para conocer el origen de la «Unidad Ezquerra» es necesario remontarse hasta el 22 de junio de 1941. En aquel día, Adolf Hitler –que, sin prisa pero sin pausa, había logrado que su esvástica dominara una buena parte de Europa-, no dudó en atacar a uno de sus enemigos naturales: la U.R.S.S. Su plan era sencillo: movilizar a sus devienes «Panzer» y sus «soldaten» hasta la Unión Soviética y arrasar con ellos al camarada Stalin. Sin embargo, el Führer no pensaba viajar sólo, y mucho menos sin refuerzos, hasta la estepa Rusa. Por ello, llamó a la puerta española y solicitó a Francisco Franco que le devolviera la ayuda que le había prestado en la Guerra Civil.
El ferrolano –que le debía un favor al líder teutón- no pudo más que aceptar y, como no, poner una gran sonrisa al hacerlo. «Franco ofreció a Alemania el envió de algunas unidades de voluntarios en reconocimiento a la ayuda recibida durante la Guerra Civil. Un ofrecimiento que tenía que ser interpretado como un gesto de solidaridad, y no como el anuncio de la entrada en la guerra; que no se produciría hasta llegado el “momento adecuado”» explica, en este caso, el doctor en Historia Contemporánea Xavier Moreno Juliá (autor de varios libros cómo «Hitler y Franco. Diplomacia en tiempos de guerra -1936-1945-»), en su trabajo «La División Azul. Sangre española en Rusia. 1941-1945».
Apenas un par de lunas después de que Adolf Hitler enviara a sus tropas al frío de la «madre Rusia» -una maniobra que sería conocida como «Operación Barbarroja»- el ministro de Asunto Exteriores español (Serrano Suñer) se preparaba para dar la gran noticia al pueblo español a través de todos los medios de comunicación: el país se disponía a organizar una unidad militar de voluntarios que serían incluidos en las filas del ejército alemán. Se había puesto la primera piedra de la que, a la postre, sería la «División Azul», después de que la propuesta fuera aceptada por el mismísimo Führer en persona.
El 2 de julio de ese mismo año, tras una semana de inscripciones, finalizó el plazo para alistarse en la División Azul con una afluencia de voluntarios increíble. Tras una selección previa, se constituyó un contingente con aproximadamente 18.000 integrantes al mando de Agustín Muñoz Grandes, un veterano de la Guerra Civil con claras tendencias a favor del nacional socialismo. Finalmente, se formó la unidad que los alemanes conocieron como «Blau división» o «250. Einheit spanischer Freiwilliger» (250 Unidad de voluntarios españoles).
La participación de la División Azul llegó a su fin en 1943. La razón era sencilla: los aliados –que estaban empezando a imponerse a base de carro de combate, fusil y bombardero- estaban hasta el casco de las fullerías del ferrolano y le exigieron la retirada de la «Blau División». Dicho y hecho. Sabiendo que era mejor no hacer enfadar al bando que podía ganar la guerra, Franco ordenó la vuelta a España de sus hombres del frente a través de trenes de carga. Así pues, en noviembre de ese mismo año comenzó la llegada de voluntarios a la Península, de donde meses antes habían salido para combatir al comunismo.
Sigue la lucha
Sin embargo, después de que se ordenara la vuelta a España de la «Blau División», un grupo de oficiales españoles ansiosos de seguir dándose de fusilazos contra los soviéticos empezaron a reclutar voluntarios con los que formar una nueva unidad dispuesta a mantenerse fiel a los nazis. «Cuando Franco ordenó la retirada de la División Azul por el cambio de tendencia de la II Guerra Mundial, hubo un grupo concreto de voluntarios que decidieron quedarse a seguir combatiendo el comunismo en el frente oriental. Fueron la llamada “Legión Española de Voluntarios” (LEV). Se calcula que estuvo compuesta por aproximadamente 1.500 efectivos entre soldados y oficiales», explica, en declaraciones a ABC, el escritor e historiador José Luis Hernández Garvi.
Encuadrada en la 121ª División de Granaderos WH del ejército alemán, la Legión Española de Voluntarios fue destinada en primer lugar al frente del río Voljov, el mismo lugar que la División Azul había pisado muchos meses atrás. Esta unidad hispana fue transportada a su vez, y durante la contienda, hasta la frontera letona, donde se enfrentó a los partisanos (guerrilleros) que importunaban a los soldados nazis con más voluntad que medios. En los meses posteriores, los españoles volvieron a dejar constancia de sus habilidades militares al resistir no sólo al duro «general invierno» (el frío que helaba los huesos en la región soviética) sino varios asaltos de los seguidores de Stalin. Pero, para entonces, había comenzado la decadencia del Tercer Reich y los militares nazis iniciaban la retirada desde Leningrado debido a la presión enemiga.
«En los inicios de 1944 todo el Frente del Este se estaba viniendo abajo por la presión rusa. Por ello, comenzó la retirada hacia el oeste. El 19 de enero, la “LEV” recibió la orden de retroceder hacia el sur, comenzando un lento repliegue mientras luchaban contra el frío y los continuos ataques de los partisanos. La marcha continuó hasta Luga –al sur de San Petesburgo- Allí, estuvieron combatiendo en los años finales de la II Guerra Mundial hasta que fueron retirados del campo de batalla. Por entonces Franco ya había decidido adular a los aliados en vista de que iban a ganar la guerra y no le interesaba que sus soldados estuvieran combatiendo en las filas alemanas», completa Hernández Garvi.
Nace la Ezquerra
Una vez más, el sueño alemán de los voluntarios españoles quedó destrozado cuando fueron repatriados a nuestro país. Por su parte, Franco cerró las fronteras para evitar que ningún hispano llegara hasta Alemania y se uniera de nuevo a las tropas de Hitler (pues no quería irritar demasiado a americanos e ingleses). Con todo, esta colaboración con los aliados no era más que una pose pues, extraoficialmente, multitud de jóvenes y antiguos combatientes de la División Azul y la «LEV» consiguieron llegar hasta la Francia ocupada y reengancharse de nuevo en las filas del ejército nazi.
Una vez que se contó con una buena cantidad de soldados españoles, se formaron con ellos dos unidades que fueron incluidas dentro de las Waffen SS –unas fuerzas que son definidas por el historiador Jean-Luc Leleu como «una organización militarizada armada surgida de las SS, las tropas que se encargaban de la protección del Führer». «Hay que diferenciar entre las SS y las Waffen SS. La segunda era el brazo militar de la primera, que representaba al nazismo. Los alemanes incluyeron a todos los combatientes extranjeros en las Waffen SS por una cuestión de organización y comodidad», completa el autor español en declaraciones a ABC.
Posteriormente, y tras decenas de bajas, se introdujo a los hispanos en la conocida como División Valona alemana –grupo en que los nazis incluyeron a la mayoría de extranjeros que querían luchar a su favor en los momentos finales de la II Guerra Mundial-. Pero, para entonces, la retirada de los ejércitos de Hitler era más que evidente. Uno de los últimos combates de los españoles destinados en la Valona se produjo a finales de enero de 1945 en Stargard, una pequeña ciudad a menos de 100 kilómetros de Berlín. Allí, el empuje soviético terminó –a base de artillería y carros de combate- con los restos de esta unidad, que no tuvo más remedio que correr hacia la capital del Reich para salvar la vida.
Tras la derrota y la separación de los españoles que se hallaban ubicados en la División Valona, Miguel Ezquerra recibió la orden de formar una unidad compuesta con los retazos de los soldados hispanos que, por aquí y por allá, se habían ido disgregando cada vez más. Este español no contaba por entonces más de 32 años, pero ya había demostrado su valía a nivel militar en la Guerra Civil. Posteriormente, también había partido a Rusia como voluntario y, después de ser repatriado a España, había cruzado en secreto la frontera con Francia para ponerse a las órdenes de Hitler con el objetivo de combatir junto a aquellos que luchaban a sangre, fuego y esvástica contra el comunismo.
«El capitán Miguel Ezquerra, un veterano de la División Azul que después de que ésta fuera repatriada había permanecido combatiendo con los alemanes, recibió el encargo de formar una unidad exclusivamente española. Ezquerra reclutó a veteranos de la “LEV”, obreros españoles que habían acudido a trabajar a Alemania, estudiantes, algunos voluntarios que se habían atrevido a cruzar los Pirineos a pesar de la prohibición de Franco, y gente que huía de la Justicia», explica el escritor español, en este caso, en su obra. Tras recorrer ciudades, pueblos y campos buscando voluntarios, Ezquerra logró reunir a más de 300 hombres que fueron incluidos en las Waffen SS.
Batalla de Berlín
Mientras Ezquerra armaba y preparaba a sus hombres, los alemanes no tenían tiempo siquiera de compadecerse por sus continuas derrotas. Por entonces –abril de 1945- ya era una realidad tan grande como el Reichstag que los aliados avanzaban a pasos agigantados con un único objetivo: tomar Berlín. En lo que en su día fue la capital del Reich –por la que, hacía pocos años, habían desfilado miles de soldados orgullosos frente al Führer - ahora apenas había 800.000 defensores dispuestos a dar la vida por el nacional socialismo. Sin embargo, la mayoría no eran más que jóvenes de 11 y 15 años de las llamadas «Juventudes Hitlerianas», o setentones a los que se había reclutado a toda prisa para defender la ciudad.
La Unidad Ezquerra hizo su aparición en la ciudad en los últimos momentos de la guerra. En aquellos días, los cráteres y la soledad –más de la mitad de la población de Berlín había huido lejos de los fusiles soviéticos- era lo único que quedaba de la capital que enorgullecía a Hitler. La desesperación, de hecho, había provocado que los alemanes llamaran a filas a todos los voluntarios extranjeros que estaban incluidos en su ejército. «Cuando hablamos de los últimos días del Reich nos imaginamos a alemanes combatiendo contra rusos en Berlín. Sin embargo, dentro de las Waffen SS había españoles, noruegos, daneses, suecos, belgas, franceses e, incluso, rusos», completa Hernández Garvi en declaraciones a ABC,
Como bien señala el propio Miguel Ezquerra en su biografía («Berlín, a vida o muerte») su unidad formaba parte de estos extranjeros, aunque –a diferencia de otras muchas- contaba con militares experimentados y adiestrados. «Me había quedado con todos aquellos que de verdad querían hacer honor a su juramento y que habían forjado ya su temple en el campo de batalla. En mi unidad no había novatos ni pusilánimes. Mis soldados no eran tropa mercenaria, sino hombres iluminados por un ideal y dispuestos a defender uno de los últimos reductos de la civilización, amenazado por la marea roja. Eran tres compañías de españoles, además de (algunos) franceses», señala el militar en su obra.
Lo mismo opina Hernández Garvi, quien, a su vez, señala que el núcleo de este grupo eran antiguos combatientes de la «Blau División»: «La Unidad Ezquerra estaba formada por soldados veteranos y fogueados en multitud de combates. Quizás los últimos voluntarios que se añadieron tenían menos experiencia, pero las circunstancias de la guerra les obligaron a adquirirla de forma muy rápida, pues combatían diariamente. Era gente que tenía una experiencia en combate bastante amplia, hay que darse cuenta de que muchos ya llevaban combatiendo cuatro años contra los rusos (pues en el 41 fue cuando partió la División Azul)».
A sangre y fuego
Una vez en Berlín, la Unidad Ezquerra fue acomodada en el edificio del Ministerio del Aire (el cual se encontraba ubicado a poco más de 10 kilómetros del Búnker de Hitler). Siempre según las memorias del oficial, cuando los españoles llegaron, los alemanes les recibieron con el gran respeto y estima que se habían ganado tras más de cuatro años de combates. El oficial hispano, por entonces, no podía creer lo que veía: casas derruidas, hombres y mujeres que se agolpaban en sótanos por miedo a morir bajo el bombardeo aliado… Era demasiado para él. Sin embargo, hubo algo que le llamó especialmente la atención: en una de sus primeras misiones en la capital, Ezquerra pudo ver como un joven de poco más de 12 años defendía a sangre y fuego, con una mano amputada, una posición alemana de las decenas de soldados y carros de combate soviéticos que trataban de avanzar. Esa era la última resistencia de Hitler, niños a los que había convencido de que debían morir por él.
Pero las contiendas iniciales no fueron más que pequeñas escaramuzas. La primera gran batalla de la unidad se sucedió en Moritz Platz (una plaza ubicada cuatro kilómetros al sur del Búnker de la Cancillería). Allí, los soviéticos habían ubicado varios carros de combate T-34 (uno de los blindados más temidos por los alemanes durante los primeros años de la guerra, pero que terminó quedándose algo anticuado al final de la contienda). El objetivo de la Unidad Ezquerra era sencillo: destruir toda resistencia roja en el lugar. Por otro lado, y en el caso de que no pudieran eliminar la amenaza enemiga, debían, como mínimo, obligarles a retroceder para así tomar la posición.
Así cuenta el propio Ezquerra esta batalla en sus memorias:
«Concebí rápidamente un plan de acción. Avanzamos por una de las calles laterales que desembocaban en la plaza. Las barricadas rusas estaban a poca distancia. Con un valor rayano en la temeridad y una suerte fabulosa, tomamos al asalto las primeras barricadas rusas, mientras los tanques que llenaban la plaza disparaban sin cesar en todas direcciones. En aquel grupo de tanques había tres con los cañones encarados en nuestra dirección y disparando sin pausa».
Lejos de detenerse, la unidad avanzó desde las barricadas hacia los carros de combate soviéticos y prepararon sus Panzerfaust para enviarlos de vuelta a su región como desperdicios metálicos. «Logra(mos) dejar fuera de combate a cuatro tanques rusos, los otros se retiraron, y con ello los rusos que habían alcanzado aquella posición. La plaza quedó despejada de enemigos, que como recuerdo de su paso habían dejado cuatro tanques convertidos en chatarra», completa el autor en su biografía. A pesar de la victoria, la contienda costó a Ezquerra una dolorosa herida en la pierna de la que se tuvo que recuperar en un improvisado hospital instalado por los nazis.
Después de varios combates narrados pormenorizadamente, uno de los momentos que Ezquerra señala en su biografía como más emotivos fue el que se desarrolló algunos días después. Concretamente, el español afirma que se hallaba junto a su unidad en el Ministerio del Aire cuando un soldado alemán le pidió que le acompañara. Desde el acuartelamiento, los dos oficiales caminaron bajo el subsuelo de Berlín durante más de dos horas hasta llegar a un gigantesco patio poblado por un nutrido grupo de soldados nazis. Instantes después, un sargento se acercó al hispano para darle la «buena nueva»: iba a conocer a Hitler en el Búnker. Ezquerra fue condecorado por Hitler con la Cruz de Caballero:
«¿Será posible que vea a Hitler en persona? La idea me ha puesto tan nervioso como un escolar que se enfrenta con sus primeros exámenes. Por lo visto, no consigo disimular mi nerviosismo, porque el general von Bulow, encargado de introducirme, me da una amistosa palmada en el hombro, al tiempo que me sonríe, con la evidente intención d tranquilizarme. Avanzamos a través de una serie de compartimentos. La vigilancia es impresionante. Soldados de las SS armados hasta los dientes montan guardia delante de cada una de las puertas, que me recuerdan a la entrada de la cámara acorazada de un banco, y que van abriéndose delante de nosotros con las mismas precauciones».
Unos pocos minutos después, Ezquerra llegó al despacho del Führer, donde también se encontraban Joseph Goebbels y varios generales. Como no podía ser de otra forma, el líder nazi también se hallaba entre los presentes.
«Mi entrevista con Hitler fue muy breve. Al verle me cuadré y permanecí rígido como una estatua. El Führer se adelantó y mirándome fijamente a los ojos, empezó a hablar. Entonces comprendí la fascinación que aquel gran conductor del pueblo alemán ejercía, lo mismo sobre los hombres que sobre las masas. Un teniente (…) le hizo saber que mi conocimiento del alemán no era perfecto, Hitler me habló con lentitud, procurando hacerse entender: “Enterado del bravo comportamiento de su unidad, le he concedido a usted la Cruz de Caballero (…)”. (…) Hitler alargó la mano (…) y dio por terminada la entrevista».
Los últimos del Reich
Después de ser condecorado, Ezquerra y su unidad siguieron combatiendo en las calles de Berlín contra los rusos. Sin embargo, el cerco de los soviéticos se fue estrechando cada vez más hasta que, siendo la derrota inminente, las defensas se desmoronaron. Viendose perdido, Hitler se suicidó junto a Eva Braun el 30 de abril. Horas después, los hombres de Stalin tomaron Berlín e hicieron prisioneros a todos aquellos que hubieran combatido en defensa de la capital. Entre ellos, se hallaban los escasos supervivientes de la unidad española. Los últimos españoles que lucharom junto al Führer.
«Los españoles lucharon sobre todo en la zona ministerial, donde estaban concentrados los grandes ministerios en Berlín, y en los alrededores de la Cancillería. Al final se tuvieron que replegar formando un anillo cada vez más estrecho ante el avance ruso hasta que cayó el Búnker de Hitler. Tras la rendición alemana, los españoles fueron hechos prisioneros. Para todos ellos se inició una larga estancia en campos de concentración soviéticos. Ezquerra, sin embargo, protagonizó una espectacular huída de Berlín y logró volver a España», finaliza Hernández Garvi en declaraciones a ABC.
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