Peio H. Riaño
Los retratos de la familia Adán de Yarza, que fueron embalados y mandados a París durante la Guerra Civil, se muestran por primera vez en público, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Retratos de Ramona Barrachano, Bernarda Tavira y el hijo de esta, Antonio Adán de Yarza, por Francisco de Goya. MUSEO DE BELLAS ARTES DE BILBAO
Dentro del museo, una caja de madera. Dentro de ese embalaje, tres lienzos. Y en el corazón de esta matrioshka, Goya. Tres pinturas que conservan los clavos y los bastidores originales. Nunca antes fueron restauradas, ni reenteladas, ni dañadas (a pesar del increíble periplo del conjunto). El último pincel que pasó por la superficie de los tres retratos fue el del genio aragonés, hasta que llegaron a manos de José Luis Merino, el restaurador del Museo de Bellas Artes de Bilbao. “Es muy poco frecuente encontrar pinturas de esta época sin restaurar. Es un estado de originalidad inédito”, ha comentado a este periódico Merino, que durante casi un año se ha dedicado a despejar la suciedad tras la que se ocultaban las piezas nunca vistas en público.
Para Miguel Zugaza, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, es un hecho sin precedentes, un rescate histórico que, probablemente, quede en depósito en la sala dedicada a la guerra. Junto a los tres retratos, el director ha decidido colgar —con un acierto escenográfico sorprendente— la caja en que fueron transportados en 1937. Parece un tàpies. En la tapa, el número 10 con el que salieron del País Vasco huyendo de las bombas. "La caja se muestra abierta, como si acabaran de escaparse de su interior", comenta Zugaza, que ha presentado este viernes las tres obras en el museo bilbaíno después de un proceso de restauración que ha durado un año.
Es el mismo embalaje en el que permanecieron escondidas bajo el suelo de una de las camas del palacio de los Adán de Yarza, lejos de las miradas y del apetito del Ejército nazi que ocupó la casa de la familia vasca en Francia. Un milagro, sí, que se prolongó hasta hoy gracias a la privilegiada situación de los propietarios, que no han necesitado sacar a subasta estas joyas. Su intención ahora, explica Zugaza, es compartirlos con la sociedad vasca y conservarlos a la vista pública. Es la repatriación de las obras y el final del misterioso caso de los goyas vascos. El misterio cuenta la historia de los cuadros, la historia de España y de una familia, que ha tenido un "gesto ejemplar con la sociedad".
Nunca habían salido de los dominios de la familia Adán de Yarza, salvo su viaje de salvación organizado por el Gobierno vasco, desde el palacio de Zubieta de Ispaster (Bizkaia) a París, en un rescate similar al del tesoro artístico organizado por la República. Huyeron de las bombas con urgencia y nunca volvieron. El público los pudo conocer, un siglo y medio después de haber sido pintados y seis años antes de la Guerra Civil, en el suplemento cultural Blanco y Negro del Abc. La publicación entró en los salones de la burguesía y se encontraron con los retratos de Goya, que la experta Juliet Wilson-Bareau relaciona con la época gris del retrato de la familia de Osuna y con el cartón de La gallina ciega. Es la moda inglesa, la de esos sombreros gigantes, de plumas exuberantes, que también encontramos en uno de los personajes del cartón. “Hay una sintonía muy fuerte entre todos ellos”, comenta Zugaza.
Xavier Bray, director de la Wallace Collection de Londres, señala que el vínculo de todas estas obras —de finales de los años ochenta del siglo XVIII— está en los fondos empleados. Grises y vacíos, que potencian las figuras. El de la madre, Bernarda Tavira, más pequeño y de primer plano, es más parecido al de su hijo, Antonio Adán de Yarza, con un fondo distinto al de su esposa, Ramona Barrachano, en el que el artista ejecuta una solución que recuerda al Pablo de Valladolid, de Velázquez. Para Bray esta es la época en la que Goya más se acerca a Mengs.
Los primeros retratos de Goya
La familia se desplazó desde el palacio de Zubieta al estudio del pintor, al poco de formar matrimonio: Antonio tenía el título y Ramona, viuda, el dinero. En ese momento, Goya atraviesa una profunda crisis de encargos en Zaragoza, porque la Iglesia le había cerrado el grifo a sus servicios. Gracias al rechazo, mira a la burguesía y encuentra en el retrato a miembros de esta clase social una salida a su situación y regala una etapa gloriosa en la historia de la pintura española. "Estos tres cuadros forman parte de los orígenes del Goya retratista, cuando entra en un mundo maravilloso al ser testigo de la sociedad burguesa", apunta Zugaza.
Cuando las pinturas llegaron al museo carecían de marco y su aspecto era "descuidado", señala el restaurador en su informe, de acceso libre. “Sin embargo, presentaban un buen aspecto de conservación general y se encontraban prácticamente intactas, lo que resultó muy sorprendente”. A pesar del paso del tiempo, sorprendentemente la tensión de los lienzos es la óptima, dos siglos y medio después. La restauración consistió en la limpieza y la corrección de las deformaciones del soporte y los rotos del retrato de Bernarda Tavira, que guardaba una sorpresa: una etiqueta de papel autógrafa de Goya fijada en el reverso.
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