Un soldado kurdo fuertemente armado en Tuz Jurmatu muestra el tatuaje de su brazo. F. CARRIÓN
EL MUNDO
Soldados kurdos y milicias chiíes, supuestos aliados en la guerra contra el IS, protagonizan una refriega a 180 kilómetros al norte de Bagdad.
Las banderas
negras y amarillas de
las milicias chiíes iraquíes
jalonan el margen derecho de la árida carretera que atraviesa Tuz Jurmatu, a
unos 180 kilómetros al
norte de Bagdad. En la orilla opuesta, el viento agita la enseña kurda.
Entre ambos estandartes se levantan alambradas
de púas y muros de hormigón. El supuesto enemigo, el autodenominado Estado Islámico (IS, según sus siglas en inglés), se
halla lejos, a varias decenas de kilómetros enfilando la ruta hacia el sur.
Sin embargo, una virulenta
contienda se
libra en las calles de Tuz Jurmatu, símbolo de un Irak despedazado por las cuitas y los recelos cruzados.
"Es
una guerra dentro de otra guerra", reconoce Karim Shuker, el
responsable local de la Unión Patriótica del
Kurdistán desde su fortificado
cuartel general. "Tuz Jurmatu es un pueblo de 90.000 habitantes. La mitad de
su población es kurda. El 38% de origen turcomano y el resto árabes suníes. La
convivencia siempre ha sido buena", agrega el político.
En 2014, con el IS avanzando por los alrededores, los 'peshmerga' [soldados de la región autónoma del
Kurdistán iraquí] se
hicieron con el control del enclave. Poco después, la irrupción
de 'Hashid Shaabi' [Movilización popular, en árabe] -las
milicias chiíes respaldadas por Irán- inauguró una tensión que hace tres semanas registró su
punto álgido convirtiendo la geografía de Tuz en el escenario de una batalla a sangre y fuego.
El 24 de abril, un militante chií arrojó una granada de mano en la casa de
un dirigente kurdo local. Sus guardaespaldas abrieron fuego y
estalló una refriega en las proximidades de las sedes de ambos bandos. Durante
los enfrentamientos,
que se prolongaron durante horas, se llegaron a lanzar proyectiles de mortero en mitad de una zona densamente poblada.
"A lo largo de 2015 se alternaron meses
de paz y guerra pero
nunca se había registrado una tensión como la del pasado abril", apunta
Shuker. La riña
urbana segó la
vida de ocho uniformados
kurdos y una treintena de
miembros de las milicias chiíes, apoyadas por la población turcomana.
Los estragos
de la violencia obligaron
a intervenir al primer ministro iraquí, el chií Haidar al Abadi, quien suplicó a las partes en
liza que "desactivaran la crisis y centraran sus esfuerzos en luchar
contra el Estado Islámico", la organización yihadista que ocupa desde 2014
un tercio del país. Con la mediación
de Teherán, kurdos y chiíes alcanzaron un precario alto el fuego que sigue en vigor desde entonces.
"No sé si funcionará el acuerdo. Hay mucha tensión entre los
vecinos", relata Kana Heder, un soldado kurdo de 36 años que continúa instalado junto a su familia
numerosa en la ciudad. El peligro todavía
habita el callejero. Las trincheras han
partido en dos Tuz y el miedo a recibir el disparo de un francotirador impide
a los civiles acceder a los distritos rivales.
"Unas 450
familias kurdas
han tenido que abandonar
sus viviendas porque
estaban ubicadas en barrios de mayoría turcomana. Y la población árabe suní está atrapada. Está siendo asesinada. Unos
80 miembros han sido secuestrados por la mafia
turcomana", denuncia Shuker.
Tuz, centro de rivalidades
étnicas y sectarias, es una de las zonas disputadas
históricamente por Bagdad y Erbil. Para los kurdos, pertenece a una provincia,
la de Kirkuk, que
consideran propia mientras las milicias chiíes la incluyen en la limítrofe
demarcación de Saladino.
La Constitución redactada
en 2005 confiaba en
desenredar el nudo
gordiano a través
de un referéndum cuya fecha límite expiraba dos años más tarde. Víctima de los
aplazamientos, el
plebiscito aún no se ha celebrado.
"No son choques nuevos y vendrán más. Son inevitables
debido a que ambos
grupos reclaman el mismo territorio", declara a este
diario el analista iraquí Fanar Hadad. "Las unidades chiíes -añade- cuentan con un aliado local,
las milicias turcomanas,
mientras que en algunas zonas los 'peshmerga' también están formados por paramilitares kurdos,
que añaden volatilidad a la situación socavando el mando central. Es más reflejo del caos que el principio de una guerra entre
ambos bandos".
La falta
de tropas disciplinadas y
las propias divisiones internas se hallan latentes en las callejuelas blindadas
de Tuz. "Cuando queremos trasladar un mensaje
a las milicias chiíes llamamos
a sus dirigentes en Bagdad. Aquí carecen
de un único liderazgo. Son muchos y no están unidos",
se queja el político kurdo, consciente de que las rencillas entre presuntos
aliados proporcionan oxígeno
a los yihadistas. "Estamos perdiendo el tiempo en la batalla contra el IS",
murmura.
A Abbas Aziz, otro recluta kurdo, le exaspera vigilar el cuartel
que se ubica al otro lado del camino. "Esto es una olla a presión pero
no nos iremos. Es nuestra tierra", dispara. Un ardor que
comparte desde el anonimato un alto cargo del ejército kurdo en la comarca:
"Cuando liquidemos al IS, tengo muy claro que no habrá más remedio que
declararle la guerra a los de 'Hashid Shaabi'".
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