El veterano general vivió uno de los momentos más críticos de su carrera. Atacado por los Mendigos del Mar desde el norte, por los hugonotes franceses desde el sur, y por Guillermo de Orange desde Alemania, salió vivo con ayuda de su genio militar.
Retrato de Fernando Álvarez de Toledo, por Tiziano - Wikimedia
El Gran Duque de Alba sofocó con éxito la rebelión que varios líderes calvinistas prendieron en los Países Bajos, bajo la soberanía del Rey de España. Lejos de lo que tradicionalmente se piensa, el general castellano sí consiguió derrotar, en 1568, a las fuerzas dirigidas por Guillermo de Orange, la figura más representativa de los rebeldes, y durante un tiempo pareció que la sublevación era cosa del pasado. Sin embargo, la subida de los impuestos y la sangrienta represión del Tribunal de Tumultos resucitaron la guerra en 1572 y la llevaron a un nuevo nivel.
Antes de acudir a Flandes por orden de Felipe II,Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba, había dirigido durante décadas los ejércitos imperiales de Carlos V en las empresas más destacadas. Con la llegada al trono de Felipe, el Gran Duque debió ganarse la confianza del nuevo rey, que le veía como un hombre impuesto por su padre, así como a medrar en las luchas cortesanas. Tras imponerse a los franceses en Nápoles, a pesar de los esfuerzos por sabotearle de Ruy Gómez –cabeza de la otra facción cortesana–, el Duque de Alba se instaló en Madrid pensando que su tiempo como militar había terminado.
La guerra de Flandes, donde él defendía la vía armada, le obligó a ponerse de nuevo al frente de los ejércitos del Rey. Accedió a ello, en cualquier caso, con la garantía de que el Monarca iría tras sus pasos a sosegar políticamente la zona. Su ausencia desesperó al duque y complicó la situación.
El dilema de Alba: atrapado entre el norte y el sur
El Duque de Alba sembró el terror en el país a través del Tribunal de Tumultos, que en solo 3 años ejecutó a diez veces más personas que la inquisición española en el reinado de Felipe II. Distintas estimaciones cifran el número de ejecuciones ordenadas por el duque en torno a 500-800 personas, lo que años después serviría de combustible para la leyenda negra sobre este noble castellano y, en general, contra todo lo que sonara español.
La represión vino acompañada de un aumento fiscal en las provincias con el fin de sufragar la propia represión militar. La subida de impuestos provocó una de las primeras huelgas de la historia entre comerciantes. Asimismo, la depresión económica y la condena a muerte de varios nobles moderados, entre ellos, Egmont y Horn, convenció, incluso a los católicos, de la necesidad de expulsar al enemigo común. Mientras esperaba a su sustituto –el Duque de Medinaceli–, el Gran Duque publicó en el verano de 1571 un perdón general para calmar los ánimos. No obstante, la inesperada llegada de una flotilla de barcos piratas a varias ciudades de Holanda y Zelanda reanudó la rebelión. Los conocidos como Mendigos del Mar desestabilizaron el norte del país.
Como narra Juan Giménez Martín en «Tercios de Flandes» (Ediciones Falcata Ibérica), los rebeldes tomaron Brielle y expulsaron de Flesinga (Zelanda) a la escasa guarnición española, ahorcando al coronelHernando Pacheco. El siguiente objetivo de fue la ciudad de Middleburg, a donde acudió en su rescate el capitán Sancho Dávila, mano derecha del Gran Duque de Alba. El abulense frenó por el momento el avance enemigo y, con la inminente llegada de 2.000 infantes y el Duque de Medinaceli, pareció que la situación iba a mejorar al fin. Pero nada más lejos de la realidad; en paralelo a todos estos sucesos del norte, que habían sido auspiciados por la Reina de Inglaterra; desde el sur, Luis de Nassau se apoderó de Mons y Valenciennes al frente de un ejército de hugonotes franceses, en la primavera de 1572, posiblemente con la complicidad del Rey de Francia.
La conquista de Mons creó un segundo frente en la guerra y dejó abierta la puerta a una posible invasión francesa de todo el territorio. El castellano se enfrentaba a la situación más crítica de su carrera. Además, la mayoría de los fondos militares del Imperio español estaban en ese momento comprometidos en la guerra del Mediterráneo, donde Don Juan de Austria encabezaba la campaña contra los turcos.
En tanto, Alba decidió que su prioridad sería la de recuperar Mons, aunque eso supusiera el abandono de algunas guarniciones en el norte del país. Tal como relata William S. Maltby en su biografía «El Gran Duque de Alba» (Atalanta), incluso reuniendo las tropas dispersas los españoles tenían complicado recuperar Mons, guarnecida por unos 4.000 soldados. El hijo del duque, Fadrique Álvarez de Toledo, fue reclamado cuando se encontraba defendiendo la Isla de Walcheren, a escasos kilómetros de Flesinga. Regresó sobre sus pasos al grito de auxilio de su padre.
El hijo de Alba dispersa a 6.000 refuerzos
Todos los recursos seguían siendo pocos. Fadrique llegó a Mons el 23 de junio con el fin de vigilar que los franceses no recibieran nuevos refuerzos. Sin artillería para asediar la plaza, el heredero de Alba se limitó a enzarzarse en distintas escaramuzas con el fin de debilitar a los defensores. El 11 de julio tuvo lugar la más destacada, cuando un grupo de campesinos salió a cosechar trigo protegidos por 600 arcabuceros. La salida fue rechazada y se capturó a cierto número de mujeres, las cuales fueron devueltas al interior de la ciudad con las faldas cortadas por encima de la rodilla, en señal de humillación.
Asimismo, el día 17 los españoles trabaron combate en la aldea de Quiévraincontra una fuerza de 6.000 arcabuceros que pretendían reforzar la plaza. A pesar de contar con menos hombres, Fadrique, junto al veterano maestre de campo Chiappino Vitelli, causó 3.000 muertos en las filas francesas.
Alba no tuvo tiempo de celebrar la victoria de su hijo. Por esas fechas supo de la llegada de Medinaceli, al que no tragaba, y se le notificó que el Príncipe de Orange, hermano de Luis de Nassau, había cruzado el Rin al frente 20.000 soldados. Se trataba de un ejército endeble, que estaba formado en su mayoría por mercenarios, pero suponía abrir un tercer frente. «Tengo necesidad de toda la ayuda que pueda prestar a este viejo pájaro», escribió el veterano general a Felipe II.
Representación de la matanza de San Bartolomé según François Dubois- Wikimedia
Los dos nobles, Alba y Medinaceli, marcharon hacia Mons con 36 cañones pesados, 8.500 soldados (a los que se sumaban los 4.000 de Fadrique) y una fachada de falsa cordialidad entre ambos. Ahora sí, los españoles pretendían desalojar a Luis de Nassau de Mons. El riesgo estaba en quedar atrapado entre los franceses, los defensores y los refuerzos de Orange, que, para beneficio de Alba, se obcecó en la conquista de varias localidades de menor importancia, entre ellas el castillo de Weer. Y justo en esas fechas ocurrió en París la llamada Matanza del Día de San Bartolemé, con 5.000 protestantes muertos por orden del Rey de Francia, lo que marcaba un cambio en su postura respecto a los hugonotes. Alba animó a sus hombres a celebrar de forma ruidosa la matanza, para que se desmoralizaran los franceses de Mons.
El 30 de agosto comenzó el asedio, si bien Alba no dejaba de mirar de reojo ante la posible llegada de Orange y sus 20.000 hombres. El noble español ordenó apuntar varios cañones hacia la llanura más probable para emerger en la ciudad. A principios de septiembre se descubrió que el líder rebelde se encontraba a media jornada de marcha, analizando la mejor forma de romper el cerco español. En medio de un fuego cruzado, el castellano reconoció cuánto le gustaba la situación, pese a la dificultad: «Fue uno de los días más hermosos que he visto». No en vano, a Alba le gustaba la vida militar, sabía cómo ganar batallas y confiaba muy poco en el talento militar de su enemigo.
Julián Romero y su encamisada
Guillermo de Orange no terminaba de decidirse sobre cómo hincarle el diente al campamento español. Empleando un escuadrón volante de arcabuceros, Fadrique dedicó los sucesivos días a ocupar todas las posiciones sobre las que los rebeldes trataban de avanzar. Orange llegó a desesperarse, porque era incapaz de hacer valer su superioridad numérica, y trazó un plan ciertamente temerario. El 12 de septiembre avanzó hacia la Porte de la Gueritte, que suponía la zona más vulnerable a un ataque. En vísperas del asalto enemigo, el Duque de Alba designó a Julián Romero, otro de los ilustres capitanes del ejército de Flandes, para lanzar «una encamisada» en el campamento enemigo, esto es, un ataque nocturno llamado así porque se empleaban las camisas blancas para diferenciarse en la oscuridad.
Situación de la ciudad fortificada de Mons, en 1572- Wikimedia
Julián Romero penetró en el campamento de Guillermo de Orange al mando de 600 arcabuceros, provocando casi un millar de muertes por sólo 60 españoles, así como la perdida de cientos de caballos y gran cantidad de la impedimenta enemiga. Según la leyenda, incluso estuvo a punto de morir Guillermo de Orange, al que salvaron los ladridos de su perra spaniel que dormía a su lado. Se dijo, que a partir de entonces, durmió siempre con un animal de esta raza junto a su cama. Tras la encamisada, Orange decidió marcharse en dirección a Alemania, dejando a su hermano abandonado a las fuerzas hispánicas.
Luis de Nassau se encontraba en ese momento guardando cama, aquejado de fiebres, y decidió no alargar más la resistencia. El 21 de septiembre concertó la rendición de Mons y se le permitió marchar con sus hombres y aquellos ciudadanos que quisieran acompañarle. El Duque de Medinaceli, e incluso Fadrique, despidieron cortésmente al cabecilla rebelde, no así Alba, al que Flandes le estaba agravando el mal humor.
La victoria en Mons fue seguida por la recuperación de Ooudernarden,Terramunda, Tilemont y Malinas. Precisamente aquí, a pesar de que las autoridades habían rendido la ciudad, se produjo un saqueo a modo de castigo ejemplar debido a que los lugareños habían acogido a Orange con tanta calidez. El precedente de Malinas hizo que las siguientes resistencias se alargaran hasta límites extremos, lo cual marcó el principio de una nueva estrategia rebelde. La economía española no podía soportar asedios tan largos y costoso, en tanto, Orange estaba por la labor de demostrárselo a toda Europa.
ABC.es
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Retrato de Guillermo de Orange- Wikimedia
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