EL MUNDO
Kurt y Dorel, a su llegada desde Praga en un vuelo de Lufthansa en 1935. EL MUNDO
La barcelonesa Dory Sontheimer encontró siete cajas en casa de sus padres y descubrió el asesinato de 36 familiares en el Holocausto.
La tormenta tuvo un aviso desgarrador.
Antes de morir en 2002, Rosa Sontheimer empezó
a delirar en Barcelona. "¡Qué viene la Gestapo!
¡Qué viene la Gestapo y se nos va a llevar!", exclamaba en
alemán. Pocas semanas después, su hija Dory confirmó
sus temores. No era un delirio producto de su larga enfermedad sino el trauma de su familia, pueblo y época.
En el altillo de una casa de la Avenida Diagonal, encontró la
respuesta. Siete ordenadas cajas, camufladas
con mantas y edredones, esperaban a esta mujer nacida en Barcelona y educada
como católica en la España franquista. Ocurrió hace 14
años, cuando enterró a su madre y resucitó un tormentoso pasado.
Encontró un tesoro abriendo una tremenda caja de Pandora. A
los 56 años, y ya como abuela, abrazó su verdadera identidad.
Los padres de Dory eran dos jóvenes judíos que se conocieron en Barcelona
tras huir de una Alemania que mostraba síntomas
peligrosos. Tras la victoria de Franco en
la Guerra Civil, el miedo les hizo
iniciar una nueva vida. Kurt y Rosl pasaron a
ser Conrado y Rosa, se convirtieron al cristianismo y volvieron a casarse por la Iglesia.
Siete décadas después, un ingente material epistolar de
sus familiares revela sus desesperados intentos para
salvarse de la hoguera nazi que se extendía por Europa.
En lugar de ahogarse de tristeza y rabia
en el río de documentos, Dory inició un valiente viaje en
la máquina del tiempo siguiendo a los suyos azotados por el régimen nazi. Las cajas confirmaron el secreto que le susurró su padre a cumplir los 18
años -"Somos judíos pero no se lo digas a nadie porque nos pueden
hacer mucho daño"- y revelaron otros. Como el asesinato de 36 familiares por los nazis. La deportación de sus abuelos maternos Eduard Heilbruner
y Lina Levi a campos de refugiados en Francia antes
de ser enviados en septiembre de 1942 a Auschwitz, donde fueron exterminados. O cómo
sus abuelos paternos Max y Rosa sufrieron las leyes antijudías y
las humillaciones de los que consideraban amigos en Núremberg antes de huir a Cuba.
Dory con el relato de su increíble secreto en Tel Aviv. SAL EMERGUI
La tormenta tuvo un aviso desgarrador. Antes
de morir en 2002, Rosa Sontheimer empezó a
delirar en Barcelona. "¡Qué viene la Gestapo!
¡Qué viene la Gestapo y se nos va a llevar!", exclamaba en
alemán. Pocas semanas después, su hija Dory confirmó
sus temores. No era un delirio producto de su larga enfermedad sino el trauma de su familia, pueblo y época.
En el altillo de una casa de la Avenida Diagonal, encontró la
respuesta. Siete ordenadas cajas, camufladas
con mantas y edredones, esperaban a esta mujer nacida en Barcelona y educada
como católica en la España franquista. Ocurrió hace 14
años, cuando enterró a su madre y resucitó un tormentoso pasado.
Encontró un tesoro abriendo una tremenda caja de Pandora. A
los 56 años, y ya como abuela, abrazó su verdadera identidad.
Los padres de Dory eran dos jóvenes judíos que se conocieron en Barcelona
tras huir de una Alemania que mostraba síntomas
peligrosos. Tras la victoria de Franco en
la Guerra Civil, el miedo les hizo
iniciar una nueva vida. Kurt y Rosl pasaron a
ser Conrado y Rosa, se convirtieron al cristianismo y volvieron a casarse por la Iglesia.
Siete décadas después, un ingente material epistolar de
sus familiares revela sus desesperados intentos para
salvarse de la hoguera nazi que se extendía por Europa.
En lugar de ahogarse de tristeza y rabia
en el río de documentos, Dory inició un valiente viaje en
la máquina del tiempo siguiendo a los suyos azotados por el régimen nazi. Las cajas confirmaron el secreto que le susurró su padre a cumplir los 18
años -"Somos judíos pero no se lo digas a nadie porque nos pueden
hacer mucho daño"- y revelaron otros. Como el asesinato de 36 familiares por los nazis. La deportación de sus abuelos maternos Eduard Heilbruner
y Lina Levi a campos de refugiados en Francia antes
de ser enviados en septiembre de 1942 a Auschwitz, donde fueron exterminados. O cómo
sus abuelos paternos Max y Rosa sufrieron las leyes antijudías y
las humillaciones de los que consideraban amigos en Núremberg antes de huir a Cuba.
"Cuando preguntaba por los
familiares en Alemania, mi padre cambiaba de tema o
decía que murieron en la guerra. Me extrañaba mucho no tener primos o
abuelos", cuenta Dory a EL MUNDO tras dar una conferencia en el Instituto Cervantes de Tel Aviv,
visitar familiares y dar su testimonio en la Sala de los Nombres del Museo del Holocausto Yad Vashem en
Jerusalén. "Ha sido muy emocionante visitar Israel. Tengo la sensación
del deber cumplido", resume orgullosa.
El puzle de secretos,
encuentros y lágrimas en varios continentes se plasma en'Las Siete Cajas' (Editorial Circe). De
profesión farmacéutica, Dory halló una
medicina inesperada en el desván. "Decidí que tenía que escribir este libro como homenaje no
sólo a ellos sino a todas los que sufrieron aquel horror. Estos últimos años, he encontrado a familia que no conocía".
Conversamos en el puerto de Tel Aviv. A pocos metros, en la calle Ben
Yehuda -así lo revela la primera impactante caja- la alegre y joven hermana de
su padre murió en el bombardeo de la Aviación de
Mussolini que causó 137 víctimas en septiembre de 1940.
La barcelonesa participó en los dos minutos de silencio que paralizaron Israel en
recuerdo de los seis millones de judíos asesinados por
la Alemania nazi. "Cuando descubrí el contenido de las cajas, me di cuenta
de lo que una sociedad culta de la Europa
del siglo XX fue capaz de ejecutar. Lo que ocurrió a mi familia en la que
exterminaron a 36 personas ocurrió a otras miles en Europa.
No se puede olvidar jamás. Debemos asegurarnos que nunca
más vuelva a ocurrir", asegura pensando también en sus tres
hijos y siete nietos.
Sus padres se acogieron al silencio como escudo vital. Dory lo rompe como
necesidad vital. "Mi padre me dejó las cajas porque quería que supiera la historia familiar. Lo guardó todo
para que se conociera no sólo el legado familiar sino histórico. Por ejemplo
los documentos nazis contra los judíos", estima antes
de añadir: "El reconocimiento de tus orígenes es
imprescindible para poder vivir tu presente y conocer la verdad".
El libro también recrea el ambiente
del bar Heidelberg en Barcelona donde sus padres
pasaron horas de amor y guerra, y denuncia al cónsul español en
Marsella, que no dio a sus abuelos la autorización de entrada a
España. Al final, entraron en las cámaras de gas.
Una carta de su abuela bajo
el yugo nazi a su madre en Barcelona resume esos oscuros días: "No tenemos noticia de ningún deportado. Desaparecen".
Dory entiende la dolorosa decisión de sus padres de dar la espalda
a sus orígenes. "Escondieron su identidad judía para seguir
viviendo. Entre los amigos de mi padre se comentaba que la Gestapo operaba en Barcelona buscando a
los judíos y sacándoles del país", nos recuerda aliviada porque no tiraron
su pasado. Lo guardaron en siete ordenadas cajas.
¿Teme hoy ser judía? "No",
responde y reivindica el mensaje de "universalidad y convivencia
independientemente del origen, religión y raza de cada uno". Pero recuerda
a una mujer que se acercó cuando firmaba libros para susurrarle: "Yo también soy judía pero prefiero no decirlo. Siempre
que surge un problema culpan a los judíos".
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