Falcó,
la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara), llega con todos los
presagios de una serie. El personaje, el desenlace, los secundarios... Todo
apunta a que los incondicionales del escritor están conociendo un paisaje nuevo
al que volverán más de una vez. ¿Qué paisaje? La Guerra Civil, las dos
retaguardias, por las que se mueve Lorenzo Falcó, un ex traficante de armas y,
quizá, drogas, empleado por los rebeldes como espía. En su debut, le espera,
nada menos, que el plan de liberar a José Antonio de la cárcel. Como ordena el
género, nada ni nadie en la trama será lo que parece. Ni siquiera Falcó, el
aparentemente inmoral. Su autor, Pérez-Reverte, recibe como un profesional
impecable de la autopromoción: "A mí me lo dice Javier Marías:
ahora tienes que acompañar un trecho al libro para que empiece a caminar".
P. Oí a un colega suyo decir que Marías y
usted cuidan su amistad porque juegan a ser una réplica de la pareja
Fitzgerald-Hemingway.
R. La diferencia es que entre nosotros no
hay deslealtades. Hemingway era una mala persona que envidiaba a Fitzgerald y
lo maltrataba, y Fitzgerald, como era un buen hombre, lo toleraba. Pero Marías
y yo somos muy noblemente amigos, jamás nos haríamos las putadas que le hacía
Hemingway a Fitzgerald.
P. Cuando trae novela nueva, ¿usted sabe
cuándo lleva buenas o malas cartas, está seguro de cuál es el valor de la
mercancía que trae?
R. No es esa la cuestión. Soy un escritor
profesional, sé lo que he hecho y por qué lo he hecho cuando presento una
novela. Una novela debe ser un artefacto que funcione. Para que funcione tienes
que poner personajes, estructura, estilo... Lo que tú quieras para que
funcione. Yo hago el mejor producto posible para que el lector lo reciba de la
mejor manera posible. Un lector de 40 países, no sólo de España, lo que
significa que hay elementos muy españoles que hay que diluir, llevar a un marco
mucho más amplio. Yo no puedo ir contándole milongas sobre la Guerra Civil a un
lector croata o ruso o japonés... O sea que el trabajo es un trabajo
profesional, y procuro que sea lo mejor posible. Y lo dejo salir cuando creo
que es el mejor que podía hacer. ¿Seguridad en cuanto al resultado? Nunca la
tienes. Todavía no conocemos la fórmula del éxito. Está el factor imponderable
que depende del lector.
P. ¿Y cambia la percepción de las novelas con
el tiempo? Libros que en su momento pensó que no eran gran cosa y ahora los ve
con buenos ojos. O al revés.
R. Soy un escritor coherente, con un
territorio propio, hecho con los libros leídos, con los viajes, con la vida que
ha llevado. Una parte de mi vida ha sido intensa, pasé 21 años como reportero.
Eso me da un territorio en el que me muevo. Cada novela es una parte más de ese
territorio. Hay novelas mejores, peores, más o menos acabadas, breves o
largas... Pero todas pertenecen a un ambiente familiar. En realidad, no estoy
haciendo una novela cada vez, estoy haciendo una parte de un mundo narrativo,
lo estoy desarrollando. Hombres buenos, la
anterior novela, era compleja, larga, de ideas, de diálogos. En cambio, ésta es
una novela seca y descarnada, breve, cortante, rápida... Pero las dos son parte
de un todo. Cada novela te exige, según el canon de cada género, un tratamiento
u otro.
P. Vamos a los escenarios de Falcó. Cartagena, su ciudad... Se le nota el gozo de
dedicar unas páginas a retratar Cartagena.
R. Sí, hay gozo y hay guiños personales,
pero, en realidad, la novela es la que exige las cosas. Yo no quería hacer una
novela sobre la Guerra Civil. Eso lo ve cualquiera que la lee. Yo quería una
novela sobre un personaje que es un espía, un golfo, elegante, simpático,
aventurero, amoral, torturador, mujeriego, sin ideología, insolidario... y que,
al mismo tiempo, intento que sea lo bastante fascinante como para que el lector
lo acepte como compañía. Entonces, esa historia requería un tratamiento
geográfico. Me puedo permitir ciertos guiños personales, pero todo lo que está
en la novela es lo que la novela me ha exigido.
P. El otro escenario de la novela: la
Salamanca cortesana de los rebeldes. Esa mezcla de casino de provincias y
República de Saló... Me imagino así la Banja Luka de los serbo-bosnios.
R. Sí, podría ser Banja Luka. Pero no hay
tanto vicio, tampoco Saló era lo que salía en la película de Pasolini. Yo he
hecho siete guerras civiles y sé que la retaguardia es así siempre. El ambiente
siempre es el mismo. La gente atrapada en el torbellino que cae en un bando u
otro es la misma. En España, siempre quieren que lleves una etiqueta en la
novela. ¿Va usted con los buenos? ¿Es usted como Agustín de Foxá o es como
Cercas? Defínase. Pues no, un novelista no tiene por qué definirse. No existe
esa obligación moral, la única obligación es contar una historia y que sea el
lector el que saque sus conclusiones. El desafío aquí consistía en que el
lector aceptara una novela sin buenos y malos. Una novela en la que el
protagonista se mueve en esa zona gris y ambigua en la que se mueve la mayor
parte de la gente en las guerras civiles que he conocido.
P. Había una frase de Andrés Trapiello:
"Hubo un bando que defendía la ilustración y otro que iba en contra. Eso
al margen de que no todos los que apoyaron a la República fueran ilustrados ni
todos los que apoyaron a los rebeldes fueran contra la cultura".
R. En eso estoy de acuerdo. Hay una cosa
indiscutible. Un bando tenía la razón y la legitimidad, que era la República, y
otro no lo tenía, que era el de los rebeldes y los militares. Es tan
indiscutible eso que ese nivel no me interesa. Yo estoy en otro nivel, el de
los seres humanos. Los que estaban allí, matando o muriendo. Y allí las cosas
no están tan claras.
P. La vida es igual de vil en los dos
lados.
R. En Croacia yo sabía muy bien quiénes
eran los malos: los serbios. Pero en la trinchera, eran los mismos desgraciados
los que estaban dando tiros. En ese nivel se mueve esta novela.
P. El reto del libro, intuyo, del libro es
coger a un personaje amoral y llevarlo hasta un límite en el que tiene que
actuar con moralidad y ser noble.
R. Eso también lo he visto, no me lo
han contado: incluso los peores canallas, y he visto muchos, asesinos e hijos
de la gran puta, cuando rascas y los miras a los ojos, resulta que tienen una
madre, unos hijos, una infancia...Eso, para un novelista es oro puro. Los
buenos y los malos compactos y redondos son aburridísimos, además de irreales.
P. El lenguaje de Falcó es áspero, chulesco... ¿No le tentó tomar
aquel español relamido y retórico del franquismo?
R. Es que así sólo hablan los malos de
cartón de las novelas de cartón.
P. Pero el franquismo se expresaba así, con
juegos florales.
R. Públicamente. En los discursos
hablaban así. En casa, hablaban como cualquier persona. Nunca vi un serbio hablar
así: que si "la gran patria serbia milenaria de la que somos herederos por
la batalla de Kosovo"... Sus frases eran: "Estos cabrones han matado
a mi madre"...
P. Hay un momento en el que Falcó se burla un
poco de los falangistas por líricos.
R. Falcó se burla de la retórica de su
bando. De las frases hechas... Es lo que me interesa de la Guerra Civil, que
sea un fondo narrativo. Porque yo no quiero explicarla ni explicar el
franquismo. Tengo clarísimo que el franquismo era malo y no dedicaría una
novela a explicar esa obviedad. Es como si pretendemos que lo importante de
Conrad es que cuenta las guerras napoleónicas en Los duelistas. Bueno...
P. Lo imagino el momento de componer la
novela: "No hay valor para escribir una novela en la que los falangistas
sean los buenos chicos, idealistas, ingenuos...
R. No son tan buenos chicos, son normales.
Matan, torturan y mueren como todos los seres humanos en una guerra.
P. Sí son idealistas.
R. ¿Quién podría negarles la condición de
idealistas a los jóvenes falangistas? No puedes concederle la condición de
idealista a un socialista o a un comunista y negársela a un falangista. Los
jóvenes, digo, luego estaban los hijos de puta oportunistas... Como en todas
partes. Puedes estar en desacuerdo con ese idealismo, pero idealistas eran.
P. ¿Qué opinión tiene de José Antonio Primo
de Rivera?
R. No tengo opinión. Aquí sólo veo en él
material narrativo.
P. ¿La novela hubiese funcionado igual si
Falcó hubiera estado a la orden de la República?
R. Hubiera sido muy poco original porque
parece que se da por sentado que el protagonista tiene que ser republicano. Un
espía a las órdenes de los franquistas me daba más posibilidades narrativas,
más originales que al contrario. Era más intenso: un tipo sin ideología
trabajando para los franquistas. Un tipo sin moral ni fe, en ese bando daba
mucho juego.
P. Si Dios le da cinco novelas más de Falcó.
¿Por dónde crecerá el personaje?
R. Ésta iba a ser una novela que se
terminara en sí misma. Pero me lo pasaba muy bien y, a medida que avanzaba,
pensaba: "no quiero terminar con este tipo, con este mundo... Me quedan
cosas que contar". Y le fui inventando un final cada vez más abierto. Otra
más, como mínimo, habrá. Seguro.
P. ¿Cómo creció Alatriste, por ejemplo?
R. No hay respuesta para eso. Creció
naturalmente. Vas adentrándote, conoces más al personaje, se abren
posibilidades...
P. ¿Le sirven estas novelas para estar menos
loco?
R. Para el escritor, una novela es también
aclarar cosas, comprenderse a uno mismo. Yo no soy Falcó: yo tengo códigos y
tengo reglas. Jamás torturaría a nadie Pero compartimos una forma de ver el
mundo. Cuando lo pongo mirando la tortura y la muerte, ordeno mi propia mirada.
Cuando escribo sobre violencia y muerte, me estoy explicando a mí mismo. Es un
acto personal higiénico. No es cuestión de locura, soy un tipo muy equilibrado.
Pero llevo una mochila llena de recuerdos que me rondan por la noche y se
empeñan en acompañarme. El ejercicio de escribir me ayuda a llevarme mejor con
esos fantasmas.
P. Pero usted quiso ir al encuentro de esos
fantasmas.
R. Yo no sabía que iban a ser fantasmas,
pensaban que iban a ser recuerdos de aventuras. Pues no, se volvieron
fantasmas. Veo Aleppo en la tele y veo la misma gente que siempre. O en Haití.
Son los mismos. Si inventas unos personajes y les prestas tus recuerdos, todo
es mucho más soportable. Por eso digo que, para mí, escribir novelas es un poco
como tomar aspirinas.
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