MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO
El país balcánico, de 1,8 millones de habitantes, calcula que 300 de sus ciudadanos se han sumado a la lucha islamista.
Unos kosovares rezan, a finales de septiembre, en una mezquita de Pristina. HAZIR REKA REUTERS
Albert Berisha, un joven kosovar licenciado en Políticas y con un máster por la Universidad de Tirana (Albania), pasó varias semanas en Siria en el otoño de 2013. Creía que iba a luchar junto a los rebeldes contra el régimen de Bachar el Asad pero se vio, inopinadamente, en las filas del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas inglesas), en una formación liderada por dos comandantes albaneses. Pretextando la repentina enfermedad de un familiar, y sin llegar a entrar en combate, regresó a su país, donde fue detenido en 2014 por vínculos con la organización terrorista. El relato de los hechos está sacado de su declaración ante el tribunal en Pristina— capital kosovar—, en abril pasado. Condenado a tres años y medio de cárcel, aguarda en libertad condicional, sin querer hacer declaraciones, que el tribunal de apelaciones se pronuncie sobre su caso.
Berisha es un arrepentido. El arrepentido más famoso de Kosovo, que además acaba de fundar una ONG para reinsertar a los que se dejaron engañar como él. Su historia es la más conocida en un país que desde 2014 combate con mano de hierro —y una nueva ley que prevé penas de hasta 15 años de cárcel para quienes recluten combatientes o engrosen las filas terroristas— la tentación de hacer la yihad en Siria o en Irak.
Más de un centenar de personas han sido detenidas desde septiembre de 2014 por ser miembros activos, o encargados de filiación, de grupos islamistas radicales como el ISIS o el antiguo Frente Al Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria. Según datos de la unidad antiterrorista local, más de 300 kosovares de etnia albanesa —el 95% del país, de religión musulmana— han ingresado en el ISIS o Al Nusra desde el inicio de la guerra en Siria; y casi la mitad (unos 130) han retornado. La ratio es la más alta de Europa dado el tamaño de la población (1,8 millones de personas) pero pequeña en comparación con viveros yihadistas como Bélgica o Francia.
La figura del arrepentido que afirma haber emprendido la yihad engañado constituye la historia de éxito de la narrativa oficial frente a la amenaza fundamentalista. “Desde septiembre de 2015 ni un kosovar ha viajado a Siria o Irak para hacer la yihad”, recordaba este viernes en Pristina el ministro de Exteriores kosovar, Enver Hoxhaj, en un encuentro con un reducido grupo de periodistas españoles en el marco de un viaje organizado y financiado por el Gobierno kosovar. La eficacia de la nueva ley antiterrorista parece demostrada a juzgar por la cifra de detenciones y procesos. Pero el radicalismo islámico no es un fenómeno nuevo en los Balcanes, y hunde sus raíces en la sangrienta disolución de la antigua Yugoslavia.
“Después de la guerra [de Kovoso, 1998-1999] quedó todo arrasado, necesitábamos ayuda para reconstruir el país y nadie se fijó de donde procedía. Fue entonces cuando empezaron a llegar muchas asociaciones caritativas extranjeras, de Arabia Saudí, los países del Golfo… Cuando se dieron cuenta, las autoridades ya no podían tener todo el control”, explica Xhabir Hamiti, profesor de la Facultad de Estudios Islámicos, en una sala de la Comunidad Islámica de Kovoso, en Pristina, el único lugar donde el uso del pañuelo entre las mujeres es masivo; en las calles, por el contrario, resulta muy difícil encontrar algún rostro velado.
"El problema son los kosovares que se han formado en países árabes, ya que muchos de ellos no distinguen entre el islam como religión y el islam como política”
"Durante la guerra los serbios destruyeron 218 mezquitas, algunas de ellas antiquísimas”, recuerda el experto. La mayoría fueron reconstruidas con dinero de la cooperación extranjera, “de Suecia o EE UU, pero también de países árabes”; una importante asociación saudí, Al Wafq al Islami —la primera que llegó a los Balcanes, en 1989—, invirtió entre 2000 y 2012 diez millones de euros en el país. Ahí se enreda el nudo gordiano de la penetración extranjera. “El problema no son los imanes, que son miembros de la comunidad islámica de Kosovo y por tanto han de tener permiso oficial [para ejercer]; el problema son los que se han formado en países árabes, ya que muchos de ellos no distinguen entre el islam como religión y el islam como política”, continúa Hamiti.
Influencia saudí
A diferencia de Bosnia, donde han prendido varias comunidades de inspiración wahabí (saudí) tan aisladas del sustrato cultural local como refractarias al control de las autoridades, en Kosovo no hay una presencia tan radical, “aunque ha habido intentos” de crearla, admite Hamiti. Más de dos centenares de estudiosos islámicos de Kosovo se han formado en el reino saudí.
El islam “autóctono, local”, de fieles que beben cerveza y disfrutan abiertamente de la vida, sufre la presión diaria de la influencia foránea
El islam “autóctono, local”, de fieles que beben cerveza y disfrutan abiertamente de la vida, sufre la presión diaria de la influencia foránea. A las mezquitas reconstruidas se han sumado otras nuevas (240), en una competición de cemento e influencias entre Turquía, por un lado, y la rigorista Arabia Saudí y sus vecinos del Golfo…. No obstante, su actividad, al igual que los sermones que se predican en ellas, “están bajo control permanente del Gobierno”, añade Hamiti, que fue imán hasta hace 15 años.
2014 fue el punto de inflexión, tras la inmolación de dos yihadistas kosovares en las guerras de Oriente Próximo: el Gobierno cerró la organización saudí y otra docena de grupos islámicos, y desde entonces la operación antiterrorista no ha cesado. “La narrativa no es tan exitosa como parece”, matiza un periodista local; “las detenciones son frecuentes, es cierto, pero no existe un programa para reeducar a los extremistas, o para prevenir su radicalización, sólo medidas punitivas. La pobreza y la absoluta falta de expectativas para los jóvenesseguirán siendo un terreno abonado para reclutar yihadistas”.
LA IGLESIA CATÓLICA, AL RESCATE
El 95% de la población kosovar profesa el islam, y a la vez es fervorosamente proamericana, como demuestran las avenidas dedicadas en muchas ciudades a los expresidentes Bill Clinton —el impulsor de los bombardeos de la OTAN sobre Serbia que aceleraron el final de la guerra— o George W. Bush, que en 2008 reconoció la independencia del país. Pero al Gobierno le ha salido un aliado inesperado, la Iglesia católica (2,2% de la población). “Hay dos cosas que prevendrían el fundamentalismo: la entrada de Kosovo en la UE y la recuperación económica”, explica en Prizren (sur) Don Shan Zefi, obispo de Kosovo, en alusión al aislamiento del país y a su sombrío panorama económico (un 35% de paro oficial, el 61% entre los menores de 25 años).
Esta entente cordiale, al estilo de Bosnia, de musulmanes y católicos —frente a los serbios— encuentra en el arzobispo Döde Gjergji, responsable de la nueva catedral de Pristina, su principal adalid. “Mientras siga existiendo la obligatoriedad de los visados, Kosovo se encontrará en la línea del frente de esta amenaza global”, incide sobre el aislamiento del país, no reconocido por cinco Estados miembros de la UE: España, Grecia, Chipre, Rumania y Eslovaquia.
Pese a que la Santa Sede tampoco admite oficialmente la independencia de la antigua provincia serbia, todos los presidentes de Kosovo, desde el padre de la patria Ibrahim Rugova hasta el actual, Hashim Thaci, han viajado regularmente al Vaticano. En reciprocidad, Kosovo espera ser bendecido con la visita oficial del papa Francisco en septiembre de 2017, con motivo de la consagración de la nueva catedral de Pristina, dedicada a Teresa de Calcuta, de origen albanés. “Tendría que venir en un viaje conjunto a Serbia y Kosovo… pero ojalá venga”, suspira, casi rezando, Gjergji. Serbia no reconoce aún la independencia de su antigua provincia, aunque desde 2013 ambos países tratan de acercar posturas en un diálogo auspiciado por la UE.
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