Luis Alemany
Ángel Sanz-Briz.
Julio Martín Alarcón estudia las grietas en la maquinaria del
Holocausto que permitieron que el diplomático salvara a miles de judíos en
Budapest
Hay
un viejo debate sobre Ángel Sanz Briz, el diplomático que salvó a miles de
judíos en Budapest. ¿Fue un héroe solitario o sólo un
profesional que cumplió las órdenes de sus superiores? Sus superiores
franquistas, claro... Julio Martín Alarcón, autor de El ángel de Budapest (Ediciones B; mañana, presentación en
Madrid), el nuevo estudio de los años húngaros del embajador, cree que no hay
que darle muchas vueltas: Sanz Briz actuaba con el permiso de Madrid, "porque hubiera sido
inimaginable que, en una dictadura, un funcionario desobedeciera la
disciplina". Por eso y porque a España, en ese momento, le
convenía estar del lado de los
buenos. Pero la información, la audacia, la capacidad para soportar la
presión y el talento para engatusar fueron asunto
suyo. ¿Actuó con la razón de Estado o con la razón moral en la cabeza?
"Las dos ideas al mismo tiempo".
El ángel de Budapest no pone el énfasis en las relaciones de Sanz
Briz con Madrid, como hacía En
nombre de Franco, de Arcadi Espada.
Lo que importa, esta vez, es la imbricación del diplomático en la Hungría de
1944. ¿En qué país aterrizó? ¿Cuáles eran sus fuentes de
información? ¿Cuáles sus coartadas? ¿Quiénes fueron sus interlocutores del lado
de la Solución Final? ¿Quiénes le ayudaron?
Lo primero que hace Martín Alarcón es explicar qué extraño país
era Hungría en 1944. "Hungría había
vivido un episodio revolucionario en 1919 que había asustado mucho al país y lo
había decantado a una regencia dirigida por Miklós Horthy, antibolchevique y
muy nacionalista. Sin embargo, conservaba rasgos de una democracia". El
sistema tuvo el respaldo
suficiente para sobrevivir hasta que llegaron a
Alemania los nazis. Horthy compartía con ellos algunos puntos de vista, pero también los despreciaba como a nuevos
bárbaros. Su dilema era dramático
pero tentador: ¿debía ver en la nueva Alemania un régimen afín
y entrar en su dinámica expansionista? ¿O debía marcar las distancias?
Igual que Franco en España,
Horthy jugó a la ambigüedad. Fue nazi para lo bueno (recuperar
los territorios perdidos en el Tratado de Trianon, "la obsesión
nacional"), pero no para lo malo. Conservó la independencia, ocupó Kosice
y media Transilvania y quedó en segundo plano en la ofensiva del Eje en Rusia.
El plan le salió bien hasta que Budapest comprendió que los aliados iban a
ganar la guerra. Entonces,
sondeó la posibilidad de cambiar de bando, pero lo hizo con
tanta torpeza que Alemania interceptó sus comunicaciones con el Reino Unido e
intervino. El antiguo aliado húngaro se convirtió en un estado títere de
Berlín. Eichmann llegó a Budapest y el Partido de los Cruciflechados, el de los
verdaderos nazis húngaros, formó Gobierno.
En los años de la ambigüedad, Hungría, a pesar de tener la
legislación antisemita más antigua de Europa, se había convertido en un refugio
para los judíos de toda Europa Central. Nadie había partido hacia los campos de
concentración hasta ese año, no
hubo guetos ni fusilamientos. Un oasis, hasta que el Reich
entró en Budapest. "Alemania ya estaba derrotada, pero la maquinaria del
Holocausto había llegado a su plenitud. El Reich, que había necesitado nueve
años para eliminar a los judíos de Alemania, completó su trabajo en
Hungría en dos meses", explica Martín Alarcón... "Gracias, también,
al caldo de cultivo que existía entre los húngaros".
El heroísmo de Sanz Briz, explica su libro, consistió en
entender ese proceso veloz, en interpretarlo con inteligencia para los
intereses de España (que ya quería
escenificar su desapego del Eje) y en encontrar una grieta del sistema por la
que salvar unas cuantas vidas... Pocas o muchas, eso no importa.
¿Qué grieta? ¿Por qué transigieron los húngaros? ¿Por qué le
dejaron que regalara
pasaportes españoles a miles de judíos que con ellos se convertían en
intocables? "La nueva Hungría buscaba desesperadamente
reconocimiento internacional. España no se lo iba a dar en ningún caso, porque
el Estado de los cruciflechados era grotesco, disgustaba incluso a los nazis.
Pero Sanz Briz utilizó esa esperanza para conseguir tolerancia hacia su
conducta". ¿Se la jugó personalmente? "Él no era Teresa de Calcuta,
no iba a ver a os judíos a curarles las heridas y repartir comida. Tenía a otra
gente que lo hacía. Pero cuando escondió judíos en la residencia oficial sí se
la jugó. Podría haberse metido en un lío importante si lo hubieran
descubierto".
Y ese farol,
¿fue una idea suya o lo pensó alguien en Madrid? "Fue suyo y fue, a la
vez, una obra colectiva de otros diplomáticos que actuaron en la misma
dirección. Rotta, el nuncio vaticano, Wallenberg, el sueco, Carl Lutz, el
suizo...".
El ángel de Budapest explica la red de empleados, colaboradores,
informadores y financiadores que le permitieron completar su misión. El chófer,
el abogado, el casero, la secretaria, el hijo de la secretaria, el controvertido
Perlasca (que se
comportó noblemente pero, después, se atribuyó méritos que no eran suyos), el
funcionario que se dejaba sobornar... "La familia de Sanz Briz dice que puso mucho dinero personal en
sobornos. Parece que sí, había una fortuna familiar que desapareció, pero,
claro, no hay recibos y nunca se podrá demostrar. Por eso, no incluí esa
información en el libro". Todos los amigos se quedaron en Budapest
cuidando de la 'obra' de Sanz Briz cuando el diplomático abandonó el país, en
diciembre de 1944. El
Ejército Rojo estaba a las puertas de Budapest y
quedaba el peor trago de la guerra.
¿Es reprochable esa huida? "No. Era lo que había que hacer.
Eran las órdenes de Madrid. España era un país hostil a la Unión Soviética y no
se podía esperar a que llegara el Ejército Rojo y, entonces, entregar
amablemente las llaves de la Embajada... Si
a Wallenberg lo mataron, ¿qué no le habría ocurrido al representante de España? Sanz Briz debía aguantar hasta que
cayese la ciudad. Cuando se fue, parecía cuestión de horas, pero hubo una
contraofensiva y la agonía se alargó absurdamente dos meses".
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