José Luis Sánchez-Silva
El maestro Dufour, ante su banco de trabajo. JEAN REVILLARD
Philippe Dufour, depositario de una tradición artesana que se remonta al siglo XVIII, es la gran eminencia de la relojería mecánica. Entramos en su taller del valle suizo de Joux. Aquí nacen modelos que hacen esperar años a los coleccionistas.
Philippe Dufour, relojería complicada”, advierte una placa a la entrada de este sanctasanctórum del muy relojero valle de Joux. La apacible atmósfera del taller, el batiburrillo de herramientas y máquinas que parecen salidas de un museo, el olor a madera de cerezo y tabaco de pipa, la llaneza del amo del lugar contrastan poderosamente con una feria de Baselworld —la gran cita del mundo de la relojería— que apura los últimos compases de su edición de 2018.
Hijo de una familia modesta, Philippe Dufour, de 69 años, tuvo que aprender un oficio tras terminar la enseñanza obligatoria. A los 15, se presentó a las pruebas de la Escuela Técnica del Valle de Joux. “Quería estudiar mecánica, pero, como mis resultados en matemáticas no eran buenos, me dijeron que solo valía para relojero. Con esto quiero dar a entender que yo no escogí este oficio”. Tal vez fuera el oficio el que lo escogió a él, porque ya nunca quiso hacer otra cosa.
En aquella época, los aspirantes a relojero iniciaban sus estudios fabricando sus propias herramientas. Luego se ejercitaban con distintos tipos de relojes y al cabo de cuatro años presentaban un proyecto final: un reloj de bolsillo construido pieza por pieza.
“Tal vez mi mayor mérito haya sido no cruzar esta línea roja: no se pueden hacer concesiones con la calidad”
Medio siglo después, Philippe Dufour es la gran eminencia de la relojería mecánica. El último gran depositario de una tradición artesana que hunde sus raíces en el siglo XVIII y, en buena medida, justifica el prestigio del valle de Joux. Aquí nacieron manufacturas tan legendarias como Jaeger-LeCoultre o Audemars Piguet, y aquí tienen su sede una veintena de marcas que fueron llegando más tarde para asociarse a ese prestigio.
Nada más salir de la escuela, Dufour empezó a trabajar en el servicio técnico de Jaeger-LeCoultre; primero en Alemania, luego en Inglaterra. “Fue una experiencia extraordinaria. Normalmente, en las grandes empresas te limitas a fabricar relojes y luego te olvidas de ellos. Pero cuando estás en primera línea y tienes que recibir a clientes descontentos que te traen un reloj averiado, descubres la otra cara de la moneda. Con excepción de Rolex, el punto débil de la relojería suiza siempre ha sido el servicio posventa”.
Regresó a Suiza en 1974. Tras pasar por Gérald Genta y Audemars Piguet, en 1978 compró un taller y unas cuantas máquinas. Y se estableció por su cuenta. “Eran máquinas procedentes de empresas desaparecidas. La más reciente tiene más de 50 años. No traían manual de instrucciones. Tuve que aprender a utilizarlas solo. Los que sabían manejarlas estaban en el cementerio”. Durante cinco años restauró relojes antiguos para la casa de subastas Antiquorum. Entre ellos, piezas de gran valor con toda clase de complicaciones, sobre todo sonerías (dispositivos que hacen sonar las horas). “Fuera cual fuera el origen de aquellos relojes —suizos, alemanes, incluso los Dent y los Benson ingleses—, cuando los desmontaba reconocía el estilo del valle. Por algo el Joux es la cuna de la relojería complicada”.
El trabajo de restauración le permitió ahondar su conocimiento de la relojería del siglo XIX, cuya fiabilidad le fascina tanto como el moderado desgaste de sus piezas. De esta época data su convencimiento de que la relojería de gama alta debe fabricarse de una determinada manera. Sin dejar su trabajo de restaurador, creó un mecanismo de bolsillo con gran y pequeña sonería y repetición de minutos. Como no podía invertir los 15.000 francos necesarios para montarlo en una caja de oro, terminó proponiéndoselo a Audemars Piguet, casa que inmediatamente le encargó cinco ejemplares. En 1989, a los 41 años, Philippe Dufour decide que en adelante solo hará relojes para sí mismo.
El primero que lanzó con su nombre fue una versión de pulsera de su gran sonería, algo inédito hasta la fecha, que acabó en la colección del sultán de Brunéi. Cuatro años más tarde presentó el Duality, primer reloj de pulsera con doble regulador, igualmente inédito. La casa Phillips ha subastado la unidad número 00 por 739.000 euros. A partir de ese momento, y pese a que entre ambos modelos no llegó a fabricar más de una veintena de unidades, la reputación de Dufour se disparó. En el año 2000, el interés que su trabajo despertaba en Japón lo animó a diseñar el Simplicity, un reloj “sencillo” —solo hora— inspirado en la época dorada de la relojería suiza (años treinta a sesenta). La calidad de sus acabados es tal que, aunque ahora cuenta con cuatro colaboradores, necesitaría 12 años para entregar las 200 unidades comprometidas. Hasta 120 de ellas han ido a parar a Japón, donde Dufour es una verdadera estrella, hasta el punto de protagonizar varios cómics del género manga destinados a la divulgación de la relojería en el medio escolar. “Solo me he inspirado en el trabajo de los que me precedieron. Tanto mi sonería como el Duality y el Simplicity se basan en la herencia del valle de Joux. Tal vez mi mayor mérito haya sido no cruzar nunca la línea roja que me fijé en mis inicios. No se pueden hacer concesiones con la calidad”.
Para probar esta filiación, saca un catálogo de ébauches (mecanismos genéricos que algunas marcan compran para fabricar su propio calibre) de comienzos del siglo XX y luego dos relojes de triple calendario —con y sin fase lunar—, más un Memovox y un Duoplan, mientras enumera, cual alineación de galácticos, algunos de los apellidos más antiguos del valle: “Reymond, Piguet, Meylan, LeCoultre, Rochat, Aubert, Golay, Lugrin…”. Pero ¿qué alquimia operó en este taller instalado en la antigua escuela de Le Solliat, donde estudiaron sus hijas, para que sus creaciones se subasten por cifras hasta ahora reservadas a las grandes manufacturas, o para que se alargue la lista de espera de una más que improbable reedición?
A comienzos de los noventa, la industria relojera suiza acababa de superar una profunda crisis que, entre 1972 y 1985, había destruido el 60% de sus puestos de trabajo. Fueron tiempos de un reposicionamiento hacia el sector del lujo que catapultó a la relojería mecánica gracias a una estrategia de marketing basada en la tradición. Los grandes grupos compraron o reflotaron marcas con solera y reforzaron su imagen con el lanzamiento en ediciones reducidas de relojes con complicaciones y alto valor añadido (un reloj con complicaciones es el que, además de la hora, incorpora una o varias funciones adicionales, desde la más básica, la fecha, hasta las más complejas, la sonería o el calendario perpetuo). Aparecieron relojeros independientes que hicieron valer su polivalencia frente a la creciente compartimentación de la industria y el trabajo manual frente a los procesos automatizados, al tiempo que reivindicaron un estatus más próximo al del artista que al del relojero-reparador.
Philippe Dufour es el primero y el más prestigioso de ellos. Por supuesto, su éxito se basa sobre todo en la incomparable calidad técnica y estética de su producción, pero también en su habilidad para fidelizar a su clientela en el marco de una relación personalizada en la que artesano y vendedor son una misma persona. También desarrolla una labor de salvaguarda de las técnicas ancestrales relegadas por una industria cada vez más automatizada y especializada.
En 2007 fundó el proyecto Naissance d’une montre junto con Robert Greubel y Stephen Forsey, de Greubel & Forsey, y la Time Æeon Foundation. “Hay empresas en las que ya nadie sabe achaflanar un puente a mano y tienen que recurrir a un jubilado de otra empresa para que les enseñe a hacerlo”. El objetivo de esta iniciativa es legar al joven profesor Michel Boulanger las técnicas tradicionales necesarias para la fabricación de un reloj con complicaciones, de modo que este pueda transmitirlas más tarde a sus alumnos. En 2016, Christie’s subastó el primer prototipo en alrededor de 1,2 millones de euros, garantizando la continuidad del proyecto.
Ya en el exterior, un joven aborda al maestro y le explica que lleva dos años ajustando agujas en una gran manufactura cercana. “Soy un robot”, remacha. Una vez a solas, Philippe Dufour comenta: “Es triste. Por eso me gusta recordar que la relojería no se limita a las grandes empresas. También están los independientes. Cuando viene a verme algún joven y empieza a soñar despierto, siempre le digo que hay tres palabras que todo independiente debería desterrar de su vocabulario: fines de semana, vacaciones y jubilación”.
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