Darío Prieto
Imagen de uno de los tanques soviéticos del bando republicano inutlizados durante el durísimo invierno de 1937-1938 en Teruel. FOTOS: ARCHIVO GENERAL MILITAR DE ÁVILA
- El historiador David Alegre Lorenz se adentra en el choque más crucial de la Guerra Civil española en 'La batalla de Teruel. Guerra total en España' (La Esfera de los Libros).
- El libro ve la luz con motivo del 80º aniversario de la finalización de aquella carnicería en el Bajo Aragón.
Hay batallas que pasan a la Historia por cambiar el curso de una guerra. Otras lo hacen por la épica o bien por la estrategia política que las rodeó. Y hay batallas como las de Stalingrado y Teruel, que siguen despertando fascinación muchos años después, por todo lo anterior y por mostrar la capacidad destructora del ser humano con el propio ser humano y, al mismo tiempo, su insignificancia frente a las circunstancias del mundo. Este 2018, coincidiendo con el 80º aniversario de la finalización del enfrentamiento más importante de la Guerra Civil española, ve la luz un libro que ayuda a comprender su dimensión: La batalla de Teruel. Guerra total en España (La Esfera de los Libros), de David Alegre Lorenz (Teruel, 1988).
Entre diciembre de 1937 y febrero de 1938 las tropas sublevadas de Franco y las gubernamentales de la República concentraron todos sus esfuerzos en la más pequeña de las capitales españoles. Para los republicanos se trataba de demostrar que podían arrebatar terrenos a los golpistas. Para Franco, una afrenta imperdonable. Tras diversas escaramuzas en el peor invierno que se recordaba (hasta 20 grados bajo cero), el mapa volvió a sus límites anteriores. Pero nada volvió a ser igual.
Para Alegre Lorenz, «el concepto de guerra total es clave para entender la universalidad de la experiencia bélica ocurrida en Teruel en el invierno de 1937-1938, porque sitúa la realidad y los acontecimientos de aquellos días al nivel de los conflictos más cruentos de los siglos XX y XXI». El historiador señala que «no es casual que los propios supervivientes identifiquen de inmediato sus propias vivencias con las imágenes que han recibido a través de los medios de guerras como las de Yugoslavia en los 90 o las que reciben de Siria en la actualidad».
De ahí los paralelismos. Por ejemplo, con el mítico choque entre nazis y soviéticos. «No es que podamos comparar lo ocurrido en Teruel con lo que sucedió en Stalingrado cuantitativamente, sino a escala», puntualiza Alegre Lorenz, «según las posibilidades de los contendientes en cada guerra, y cualitativamente, en cuanto a las repercusiones que tuvo la batalla a todos los niveles: movilización de todos los recursos para la guerra, búsqueda de la rendición del enemigo por todos los medios posibles, final de la distinción entre civiles y combatientes y desprecio de los impedimentos climáticos derivados de las condiciones extremas».
En ambos casos, las dos batallas "acabaron decidiéndose estratégicamente fuera de las propias ciudades, en territorios muy aislados, esteparios, con núcleos poblacionales muy dispersos y muy malas comunicaciones, lo cual aumentó el nivel de sufrimiento para los combatientes por la dificultad para encontrar cobijo y recibir un abastecimiento regular". Y en ambos casos, las batallas se convirtieron "en una lucha simbólica o de prestigio que encarnaría la determinación de ambos contendientes por imponerse sobre el enemigo. Y, en última instancia, como ocurre en el caso de los alemanes en Stalingrado, Teruel fue la última vez en que los republicanos contaron con la iniciativa militar y con capacidad real de infligir un grave inconveniente a las fuerzas sublevadas. A partir de ahí lo que encontramos son intentos desesperados por contener la superioridad numérica y material aplastante de los soviéticos por un lado y de los rebeldes por el otro".
El historiador, que conoce el terreno de cuna y que ha confrontado los testimonios de los supervivientes con el material archivado, incide en el desgaste a todos los niveles que supuso Teruel: «La ingente cantidad de medios humanos y materiales desplegados por ambos contendientes; los graves problemas logísticos que planteó la batalla (donde una de las partidas más importantes de intendencia en el bando sublevado siempre eran el tabaco, el vino y el coñac; conocido popularmente como 'asalta-parapetos'), las inmensas bajas humanas en muertos, heridos y enfermos; las ingentes cantidades de animales que murieron reventados por el sobreesfuerzo y la falta de cuidados; los conflictos entre militares y civiles en ambas retaguardias, que se sumaban a los bombardeos contra cualquier pueblo que pudiera albergar polvorines, almacenes o ser un nudo de comunicaciones...».
Nunca se supo cuánta gente murió allí y los cálculos hablan de entre 35.000 y 100.000 víctimas. Todo tan abrumador que desafía a la lógica. ¿Por qué se llegó a tanto? «Tenemos que pensar que una guerra civil no suele regirse por los parámetros propios de un conflicto convencional entre dos o más países», explica el autor, «donde las cuestiones simbólicas también pesan, pero no de una manera tan acusada como en un enfrentamiento fratricida donde dos fuerzas (a veces más) de un mismo país combaten por imponer su poder, su sistema de organización político-social, su hegemonía cultural y, en muchos casos, por forjar la autoridad carismática de un líder omnipotente». Esto último fue vital en la batalla de Teruel, «una operación de distracción del ejército republicano encaminada a evitar o entorpecer el lanzamiento de la proyectada ofensiva rebelde sobre Madrid, que se preveía definitiva». La capital meridional de Aragón y su entorno «carecían de cualquier valor estratégico y su pérdida no habría implicado ningún problema para los sublevados, pero Franco, su ejército y su régimen, en proceso de construcción a lo largo de la guerra, se jugaban su prestigio como líder invicto, fuerza imbatible y poder mesiánico destinado a salvar la verdadera España, tal y como había insistido e insistiría una y otra vez la propaganda del bando rebelde».
Abandonar Teruel en manos republicanas implicaba «poner en cuestión esa lenta y trabajosa labor que se había llevado a cabo durante la guerra para construir el mito de la Nueva España y la idea de que Franco nunca dejaba abandonados a los suyos». De ahí que «la pérdida de Teruel supusiera un golpe mediático y simbólico tan duro para los sublevados y que acabara convirtiéndose en una espina clavada para el dictador, pues suponía el cuestionamiento más evidente de la cadena de victorias casi constantes sobre las que se forjaba el relato de la Cruzada».
Alegre Lorenz la califica como «la batalla más crucial de la Guerra Civil, más que nada porque el ejército republicano jamás pudo reponerse de las enormes pérdidas sufridas en el curso de aquella batalla de desgaste». El ejército sublevado, recuerda, «tenía una capacidad mucho mayor de reponerse por el simple hecho de que era un tercio más grande; tenía una capacidad formativa superior de nuevos oficiales de campo, columna vertebral de cualquier ejército a cargo de la dirección de la tropa sobre el terreno; y, por último, contaba con un apoyo material y armamentístico mucho más homogéneo, firme y decidido por parte de sus aliados alemanes e italianos».
Hay que pensar también «que un porcentaje muy grande de oficiales de alto rango y oficiales intermedios se habían declarado favorables al golpe de estado y se unieron a éste, y que el ejército de masas republicano fue una fuerza construida con muchas limitaciones y a base de muchos esfuerzos desde finales de 1936 y principios de 1937 que no tenía la misma capacidad de explotar sus éxitos militares puntuales por esas mismas limitaciones». En este sentido, detalla el historiador, «lo mejor de sus fuerzas se perdió en Teruel, por lo que respecta a recursos materiales, a las inmensas bajas y sobre todo en lo que se refiere a la muerte de oficiales de campo».
Eso explica que dos semanas después de la batalla de Teruel los rebeldes pudieran lanzar una ofensiva general sin precedentes en la Guerra Civil, «la llamada Ofensiva de Aragón del 7 de marzo, y poco más de un mes después hubieran avanzado 120 kilómetros en línea recta alcanzando el Mediterráneo y aislando Cataluña, centro del esfuerzo de guerra republicano, del resto de la zona gubernamental». Todo lo que vino después «en el Ebro y en otros escenarios más localizados, fueron intentos desesperados de las autoridades republicanas por ganar tiempo a la espera de una guerra europea que abriera un nuevo escenario para la República».
En cuanto a las consecuencias políticas que tuvo la lucha en Teruel, Alegre Lorenz detalla que, en "en el caso republicano es muy evidente que el lanzamiento de la ofensiva y el éxito inicial acalló las numerosas voces partidarias de buscar una solución negociada o un armisticio con los golpistas, voces entre las que se encontraban precisamente la del President de la Generalitat Lluis Companys y la del Lehendakari José Antonio Aguirre, entre otras". Después, la propia dinámica que cobró la batalla "al convertirse en una de desgaste con graves bajas para ambos contendientes y un impacto mediático nacional e internacional tan considerable hizo mucho más complicado que se alzaran este tipo de voces discordantes dentro del bando republicano, por el simple hecho de que sus propuestas tenían muchas menos posibilidades de prosperar". También fue un momento importante también en lo referente "a la dependencia material y técnica respecto a los recursos brindados por la Unión Soviética y a la influencia del PCE a causa de ello, que generaba incomodidad y oposición entre amplios sectores de la coalición gubernamental y que se consiguió limitar bastante a partir de ese momento".
A nivel internacional, la batalla "tuvo un gran impacto porque los reporteros de guerra que pasaron por la batalla, entre los cuales hubo individuos de gran renombre como Heminghway, Herbert Matthews, Capa, Ehrenburg, Horna o Walter Reuter, y algunos de los que se acercaron a cubrir lo que estaba ocurriendo perecieron bajo las balas en su afán por llegar hasta la primera línea". Además, desde fuera de España se analizaron al detalle "las posibilidades del armamento moderno en una guerra europea que ya parecía dibujarse en el horizonte. Todo esto hizo posible que la opinión pública internacional cobrara conciencia por diversas vías de que en Teruel la guerra civil había llegado un punto más lejos en su magnitud e implicaciones, y permitió mostrar hacia su final que la República se encontraba contra las cuerdas por el gran esfuerzo realizado".
80 años después, lo que sucedió en Teruel sigue vivo de muchas formas, a través de los movimientos de recuperación de la Memoria Histórica. Esa actualidad le provoca al historiador varias reflexiones. Por un lado, cuestiona ese afán por "construir un contrarrelato donde todos los combatientes y represaliados del bando republicano serían demócratas y luchadores por la libertad en el sentido liberal, tal y como se entiende hoy, cuando la realidad es que entre las víctimas y veteranos hubo gran cantidad de proyectos políticos en pugna".
Pero, por el otro, considera que "no es digno de un régimen democrático-parlamentario consolidado mantener a decenas de miles de muertos en cunetas y fosas comunes sin que los sucesivos gobiernos faciliten y se impliquen en las labores de exhumación y reconocimiento de los restos mortales. Creo que es responsabilidad de todos y todas, ciudadanía e instituciones incluidas, contribuir a poner fin a esta situación anormal y hasta cierto punto vergonzosa que va en contra de los valores que predican o deberían predicar nuestros representantes públicos y nuestra propia sociedad".
El libro supone también una reflexión más amplia sobre la propia guerra, no sólo sobre una batalla determinada de una contienda concreta. "El ciudadano occidental ha tendido olvidar que la europea es una historia marcada por la guerra, que nuestras sociedades, sistemas y culturas políticas actuales son en buena parte producto de esas guerras, tanto para bien como para mal", señala Alegre Lorenz. "Y lo peor de todo es que desde Occidente se tiende a mirar esas guerras con cierta condescendencia, como el producto del atraso, del carácter incivilizado de las sociedades implicadas, lo cual implica una simplificación terrible de la realidad y una exculpación del papel que nuestros propios países tienen a menudo en esas guerras. Hasta tal punto es así que amparándose en el pretexto de expandir la democracia a los llamados "países en vías de desarrollo" o del "Tercer Mundo" se acaban legitimando intervenciones exteriores que, por supuesto, ocultan intereses económicos de todo tipo. No olvidemos que los principales exportadores de armas a nivel mundial son por este orden Estados Unidos, Rusia, China, Alemania, Francia, Reino Unido y España, y que buena parte de ese lucrativo negocio contribuye a alimentar los conflictos en lugares como Siria".
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