Bibiana Candia
Csanád Szegedi, a la izquierda, en el documental Keep Quiet (2016). Imagen: AJH Films / Passion Pictures.
En el verano del 2012 Hungría se quedaba impactada al saber que Csanád Szegedi dimitía de su cargo como vicepresidente del partido de ultraderecha neofascista Jobbik. El número dos de la tercera fuerza política del país acababa de descubrir que era judío.
Esta es la historia de dos vidas en una, la de un depredador que se convirtió en presa solo cruzando el espejo.
Retrato de Csanád: Jobbik y la Guardia Húngara.
Csanád Szegedi nació el 22 de septiembre de 1982, él mismo explica en el documental sobre su vida Keep Quiet(2016) que su inclinación política ya estaba decidida desde que en el instituto empezó a leer el Hungarian Forum, un panfleto de propaganda antisemita que, por alguna razón, se distribuía en el ambiente escolar. Csanád mira a la cámara explicando esto con la naturalidad de quien dice que tuvo la mala suerte de estar en un mal momento en el lugar equivocado.
Fuese una epifanía o una mala casualidad, su carrera desde aquí es fulgurante. Durante su época universitaria será un miembro activo de las asociaciones de estudiantes de ultraderecha y por fin en 2003 miembro fundador y número dos del partido político Jobbik (abreviatura de Movimiento por una Hungría Mejor), que ha sido definido como un partido neofascista, neonazi, antisemita, antigitano y homófobo.
Entre 2003 y 2007 el partido se centra en alimentar y apoyar a todos los grupos que se opongan al Gobierno, aplicando la regla de «cuanto peor, mejor» y subiendo gradualmente el nivel de violencia, en una jugada maestra de juego sucio político, hasta que todo salta por los aires en los disturbios de Budapest de 2006. Durante septiembre y octubre Hungría vive un ambiente de guerra civil, disturbios callejeros, agresiones, enfrentamientos con la policía… esto abre a Jobbik la ventana de oportunidad para fundar en 2007 la Guardia Húngara.
Después de haber convocado las manifestaciones, de haber estado gritando en medio de las muchedumbres, de defender en debates políticos el derecho de los magiares (el grupo étnico de Europa del Este con quien se identifica a los húngaros) a autodeterminarse y a expulsar de su territorio a cualquier elemento que fuese contra esa idea idílica de patria perfecta, solo les faltaba un ejército. Un elemento marcial que les quitase ese aire de caos, pues necesitaban transmitir confianza mostrando que estaban dispuestos a defender a quienes habían confiado en ellos.
La Guardia Húngara, de carácter militar y fascista, tenía como intención ser el primer paso hacia una guardia nacional, al estilo de las SA de Hitler. Eso sí, en su web oficial define su propósito con un lenguaje administrativo digno de una calificación cum laude: «Reunir y, basándose en objetivos racionales, organizar a los grupos dispersos en defensa de la Patria».
Csanád, impávido, mira de frente y explica que la fundación de la Guardia significaba para Jobbik hacerse con un brazo armado. Crearon una estética atractiva, un uniforme que les hiciese sentir orgullosos y acogieron a todo tipo de grupos violentos, radicales, con antecedentes penales, ultras de fútbol… no había ningún tipo de control. Solo veinticuatro horas después de fundarse oficialmente, la Guardia Húngara ya tenía otros dos mil nuevos reclutamientos.
«Todo lo que los jóvenes querían era poder y fuerza, la Guardia les dio esa sensación de mandar en algo». No hay dolor en el tono sus palabras, ni siquiera pesar, pero sí un leve rencor de quien ha invitado a copas y ahora no tiene permiso de entrar en el bar.
La Guardia Húngara fue prohibida en el año 2009 por una sentencia del Tribunal de Estrasburgo, al considerarse que sus miembros contribuían a aumentar el clima de antisemitismo y racismo general. Esto no impidió que Csanád, elegido europarlamentario, asistiese a las sesiones en Bruselas con el uniforme de la Guardia.
Es fácil ser arrogante cuando te crees intocable y, visto desde fuera, es aún más fácil confundir arrogancia con valentía. En las elecciones generales de 2010 Jobbik consiguió el 14 % de los votos; nuestro protagonista tenía menos de treinta años y era vicepresidente de un partido de ultraderecha que contaba con casi cincuenta escaños en la Asamblea Nacional.
Era intocable, o casi.
El hombre que sabía demasiado
Zoltán Ambrus se movía en el ambiente de la ultraderecha húngara y había estado en la cárcel por posesión de armas y explosivos. No se sabe bien cómo, consiguió unos documentos, presumiblemente de los archivos de la policía secreta comunista húngara, que demostraban el origen judío de Csanád. Según él mismo confesó después, fue una maniobra de otro partido político contra el poder de Jobbik, él fue solo un ejecutor.
Un ejecutor que sonríe a cámara como una hiena sádica, parece un mal actor interpretando a un psicópata, lo peor es que no es un actor, es un tipo real tremendamente incómodo de mirar. Describe con alegría cruel cómo se citó con Csanád para informarle de lo que había averiguado, puso delante de él los papeles y grabó el momento en el cual le anunciaba que su abuela materna era una superviviente de Auschwitz.
Durante la conversación, que más tarde fue colgada en internet, Csanád parece realmente sorprendido, y le ofrece dinero o un puesto de asesor en Bruselas junto a él con tal de que no enseñe esos documentos en el partido.
Ambrus rechaza el soborno y saborea el momento de ver a aquel tipo completamente desesperado; es lógico pensar que ya estaría bien pagado por quien contrató sus servicios. No era nada personal, solo negocios. Inmediatamente después se va a las oficinas del partido y suelta la bomba.
En un giro digno de una película de Berlanga, el líder de Jobbik le quitó importancia al hecho, incluso se entusiasmó al saberlo: pensaba que así nadie les podría acusar de antisemitas, que tanto Csanád como su abuela, la superviviente, podrían ser un escudo humano perfecto para el partido. No se le pasó por la cabeza que negar el Holocausto y culpar a los judíos y su mentalidad cosmopolita del supuesto expolio al que estaba siendo sometida Hungría ya era suficiente razón para considerar que fomentaban el odio racial.
El resto de los miembros de su partido, más coherentes dentro de su locura, amenazaron a Szegedi con pegarle un tiro en la cabeza.
De repente, era judío.
En este punto del relato Csanád mira de frente a la cámara con la expresión de un gato a punto de ser atropellado, pierde el ritmo y la prestancia que había tenido hasta ese momento en todo el documental para decir que él no esperaba terminar su carrera política tan pronto. La frase es tan inocente y tan ligera que casi da pena, habla como si fuese un atleta extraordinario que se lesiona y no puede volver al deporte.
Después de ese encuentro devastador con Ambrus, de saber que tenía las puertas del partido cerradas y a todo su equipo en contra, va a ver a su abuela, a pedirle explicaciones. Aquel hombre que había defendido la supremacía húngara y negado las matanzas en los campos de concentración, vio por primera vez el número de Auschwitz tatuado en el brazo de aquella anciana. Ella le explicó por qué llevaba tantos años ocultándolo.
De catorce mil judíos en Miskolc, ciudad natal de Csanád, solo volvieron de la guerra ciento cinco; una de ellos era su abuela. Se casó con otro judío superviviente que había perdido a su mujer e hijos en los campos. Al principio todo fue bien, iban a la sinagoga y guardaban todas las costumbres de los judíos ortodoxos, pero en 1950, con el ascenso de los comunistas al poder, un nuevo brote de antisemitismo con ataques violentos se extendió por el país.
Fue en ese punto cuando la familia decidió que no sería nunca más judía, dejaron de ir a la sinagoga, de comer kosher… y el tema se convirtió en un tabú familiar. La madre de Csanád se casó con un húngaro cristiano, y siguió guardando el secreto incluso cuando vio a su hijo radicalizarse cada vez más. O quizá justamente por eso, nunca lo sabremos del todo.
La abuela, ya tan mayor y casi sorda del todo, mantiene el sentido de alerta de quien ha permanecido escondido. Está convencida de que lo que ella vivió volverá a suceder, por eso le dice al nieto, a modo de única explicación, que si eres judío en Hungría debes quedarte callado y quieto, porque todo el mundo los odia y solo espera el momento justo para volver a atacarlos. Los límites del absurdo saltan por los aires cuando el nieto, recién despertado de su dulce sueño fascista, la mira incrédulo y le dice: «¿Volver a suceder? Eso es imposible».
De Csanád a Dovid
Hoy en día la ultraderecha sigue ganando cada vez más terreno en Hungría. El actual primer ministro, Viktor Orbán, a pesar de contar con mayoría absoluta, considera la democracia un estorbo. Por eso ha tomado medidas para limitar la libertad de prensa y ha recortado el poder de la Asamblea Nacional.
Si todo hubiese seguido su curso natural, Csanád estaría orgulloso de formar parte de este giro cada vez más dictatorial del país. En lugar de eso, los días posteriores a la delación buscaba obsesivamente en internet ejemplos de personas a las que les hubiese pasado lo mismo que a él, necesitaba saber qué hacer, porque lo único que pensaba era en suicidarse. Entonces entendió que no le quedaba más remedio que afrontar lo que era, tenía que ser judío.
Cuando el rabino Köves, director de la Congregación Judía Unificada de Hungría, recibió un mensaje de Szegedi en el que este le pedía que lo llamase porque necesitaba hablar con él, pensó que era una trampa o una broma. Csanád tuvo que insistir unas cuantas veces hasta que finalmente se reunieron y hablaron. El rabí cuenta que se encontró con un hombre «en caída libre, que había perdido todos sus amigos y todas sus certezas», y que, aunque Csanád había hecho cosas horribles, sentía la obligación de ayudarlo. Después de discutir acerca de antisemitismo y fe judía, Köves le recomendó estudio y reflexión. Esto incluía no hacer ningún tipo de declaración a los medios, un aislamiento total.
Ahí nació Dovid, como la identidad secreta de un superhéroe.
Dovid estudia hebreo, se hizo circuncidar, guarda el sabbat, come kosher y va a la sinagoga todos los viernes. Viajó a Israel, visitó el monumento en memoria del Holocausto de Yad Vashem y el Muro de las Lamentaciones.
Csanád ha muerto, dice, y Dovid el devoto es su verdadera identidad.
Como quien da una vuelta al objetivo de una cámara a través del que ver el mundo, Csanád Szegedi pasó de mirar alrededor como un fascista húngaro a tener el punto de vista de un judío ortodoxo, pero siempre con el mismo encuadre, el de un fanático.
Él mismo cuenta que el racismo y la violencia se habían convertido para él en una especie de adicción. Comenzó señalando a los gitanos como causa de los males del país, siguió con los judíos, los homosexuales, la quema de banderas de Europa… pasando niveles como en un videojuego. La progresión de su nueva vida, ahora casi ascética, repite el mismo modelo, esta vez con el sentido de urgencia de quien estuvo en el lugar equivocado los últimos treinta años.
Después de esperar un permiso especial dados sus antecedentes, el director de Keep Quiet lleva al judío recién estrenado Dovid a visitar Auschwitz, porque, a pesar de su conversión, del estudio regular con su rabino y de los testimonios, continúa siendo escéptico acerca de la magnitud del Holocausto. En su visita va acompañado por una superviviente que lo lleva directamente a ver los hornos crematorios, y ahí, con una expresión un tanto estúpida, asiente torpemente y dice que sí, que era justo esto lo que necesitaba ver para darse cuenta de que todo era verdad. Por primera vez en la historia, el arrepentido es a la vez el maestro de ceremonias de su propio auto de fe.
¿Cuánto de lo que creemos de nosotros mismos somos de verdad nosotros? ¿Cuánto es fruto del ambiente o del adoctrinamiento? ¿Cuánto del tabú? Dovid quiere mudarse a Israel y entrar de nuevo en política; Csanád, el que se quedó a las puertas del éxito, estaría orgulloso de él. En el fondo, no estaban tan lejos uno del otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario