domingo, 30 de abril de 2017

El optimismo echa raíces en la zona euro. 4º ESO-Economía

EL PAÍS ECONOMÍA
Luis Doncel

Una tasa de paro en mínimos de ocho años, 15 trimestres consecutivos de crecimiento, caída del déficit público al nivel previo a la crisis... Los 19 países de la unión monetaria encadenan datos positivos. Pero algunos riesgos siguen latentes.

Un operario lanza un cabo en el puerto de Amberes. GETTY IMAGES

La escena era habitual. Organismos como la Comisión Europea o el Fondo Monetario Internacional se veían obligados a desdecirse y revisaban a la baja sus proyecciones de crecimiento para la eurozona. Con frustrante insistencia, la realidad se empeñaba en ser peor de lo que parecía. Pero la tendencia se ha invertido. Una década después del estallido de una crisis que nunca ha terminado de irse, el optimismo parece haberse instalado en la eurozona.
“La actividad sorprendió al alza en países como Alemania y España gracias a la fuerte demanda interna. […][...] Y, después del referéndum en el que Reino Unido decidió abandonar la UE, la evolución allí también ha sido mejor de lo esperado”, aseguró la semana pasada el economista jefe del Fondo, Maurice Obstfeld. “La recuperación europea continuará este año y el próximo. Por primera vez en casi diez años, esperamos que todas las economías de la UE crezcan en el periodo 2016-2018”, decían los economistas de Bruselas en las previsiones publicadas en febrero.
Hay un rayo de optimismo, sí. Pero Europa sigue siendo un saco de problemas. Las tensiones políticas asociadas al auge de los populistas —lo que el economista alemán Guntram Wolff define como “el riesgo existencial de la UE”— se han atenuado, pero no evaporado. A falta de una sorpresa mayúscula, Francia desaparecerá del primer plano de atención el próximo domingo, cuando el europeísta Emmanuel Macron asegure su traslado al Palacio del Elíseo, sede de la Presidencia de la República. Preocupa sobre todo Italia, con unas fuerzas populistas al alza y un sistema financiero hecho unos zorros. Pese a estos riesgos, hace tiempo que las frías estadísticas se empeñan en dar buenas noticias.

El efecto del ‘Brexit’
El paro cayó el pasado al 9,5%, todavía un nivel alto en comparación con países como Estados Unidos. Pero es el mejor dato registrado en la eurozona en los últimos ocho años. En estos 12 meses, los 19 países que comparten el euro crearon 1,2 millones de empleos, casi la mitad de ellos en España. La UE encadena además 15 trimestres consecutivos de crecimiento y el agujero en las cuentas públicas va encogiendo poco a poco: el déficit en la unión monetaria cayó el año pasado al 1,5%, el porcentaje más bajo desde el inicio de la crisis en 2008. Los analistas prevén que la tendencia positiva continúe esta semana, cuando la agencia estadística europea publique sus datos de crecimiento y empleo del primer trimestre del año. Y la inflación, el termómetro que marca la temperatura de la economía, ha vuelto a hacer acto de presencia.

ITALIA Y GRECIA, LOS DOS FOCOS DE PREOCUPACIÓN

Un sistema político incapaz de reformarse y de ofrecer estabilidad, unos bancos comatosos y unos débiles datos macroeconómicos. Italia se presenta como el actual enfermo de Europa. “El riesgo mayor está en Italia y en su sector financiero. La situación ahora parece calmada, pero esto puede cambiar a medida que nos acerquemos a las elecciones”, asegura Bert Colijn, analista de ING.
Como si el tiempo se hubiera congelado, el problema griego sigue ahí. Su economía volvió a caer en el último trimestre de 2016. Y los socios europeos siguen sin abordar el pecado original heleno: la sostenibilidad de su deuda. “Grecia continuará siendo el gran lastre de la eurozona. Ocho años después, sus problemas no se han resuelto. Supone un fracaso coletivo de los líderes políticos”, resume Guntram Wolff, del think-tank Bruegel.
“Todos estos datos han supuesto una sorpresa para nosotros. Sobre todo porque el crecimiento ya no se basa principalmente en el sector exterior, sino en la demanda interna. Es un síntoma de que la mejoría se asienta en un mercado laboral más robusto”, opina desde Holanda Bert Colijn, economista jefe del banco ING.
El optimismo reinante contradice, por ahora, los anuncios catastrofistas ante sucesos que sacudieron momentáneamente los mercados como el Brexit o la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. En contra de lo que algunos predecían, la hecatombe no ha llegado. El Gobierno británico llegó a advertir antes del referéndum que, si los partidarios de abandonar la UE vencían, se vería obligado a poner en marcha una catarata de recortes sociales para hacer frente a un agujero presupuestario de 30.000 millones de libras (más de 35.000 millones de euros, al cambio actual). Es muy pronto para predecir los efectos finales de un divorcio complicadísimo que además se alargará durante años, pero por ahora las aguas discurren sosegadas. El consejero delegado del Santander, José Antonio Álvarez, dibujó esta semana un panorama tranquilizador al vaticinar un efecto menor del Brexit y descartar una recesión que meses antes se daba como segura.
Uno de los protagonistas indiscutibles de la recuperación es Mario Draghi. El presidente del Banco Central Europeo evitó lo peor en 2012 con su famoso anuncio de que haría “lo necesario” para evitar la ruptura del euro. Y sus medidas extraordinarias —los tipos ultrabajos y las compras masivas de deuda que tantos sarpullidos generan en Alemania y países satélites— volvieron a ser decisivas para sostener el crecimiento. El pasado jueves, tras la reunión del Consejo de Gobierno del BCE, el italiano estiró una vez más las palabras. Reconoció que la recuperación, “antes frágil y desigual”, es ahora “sólida y amplia”. Pero también alertó de los riesgos a la baja, una forma de ganar tiempo ante los halcones que le reclaman una retirada rápida de los estímulos a la economía.
La eurozona creó 1,2 millones de empleos en un año, casi la mitad en España
¿Quiere decir esto que la crisis interminable que comenzó siendo financiera, luego mutó hasta contagiar a la deuda soberana y acabó convirtiéndose en un virus que atacó el corazón de los sistemas políticos europeos ha terminado de una vez por todas? Es muy pronto para dar una respuesta definitiva. Los nubarrones asoman sobre todo en Italia y Grecia. “Pero, por primera vez desde 2008, en la UE no hay ninguna economía en recesión. No hay duda de que lo peor ha quedado atrás”, responde Daniel Fuentes, analista de Analistas Financieros Internacionales.
Más cauto fue Draghi en su conferencia del jueves. El italiano no quiere apresurarse y poner en riesgo la coyuntura con una vuelta temprana a una política monetaria más convencional. Es esta una muestra de que los tiempos de normalidad todavía no han llegado a la eurozona.

Si no hay sorpresa, Macron llegará al Elíseo y despejará riesgos políticos

TRAS LA CRISIS ECONÓMICA, DETROIT RENACE CON LA AGRICULTURA URBANA. 4º ESO-Economía


Detroit es una ciudad en la que los vecinos están estimulando la agricultura urbana aprovechando los espacios industriales y zonas abandonadas que ha dejado la crisis económica en Estados Unidos.
Pinchando en el enlace se llega al artículo.

La cultura negra importa

EL PAÍS BABELIA
Mireia Sentis

Libros, premios, películas y exposiciones dan cuenta del éxito de los creadores afroamericanos actuales en las artes y las letras estadounidenses.

GETTY


Una de las respuestas a por qué las producciones literarias, cinematográficas o televisivas de los creadores negros provenientes del mundo anglosajón reciben últimamente una mayor atención podría estar en Obama. Él tuvo en su campaña especial cuidado de no hacer hincapié en la raza —debía ser el presidente de todos los americanos—, pero no hay duda de que el hecho de llegar a la presidencia a pesar de su color replanteó la visión que de la raza se tenía en Estados Unidos. Más aún cuando, sin necesidad de hablar de ello, era patente que el político mestizo había decidido formar parte del colectivo afroamericano. Su boda con una mujer de la cual se oía frecuentemente decir “es muy guapa a pesar de ser negra-negra” tuvo el “efecto colateral” de normalizar la presencia —y la belleza— de la mujer negra preparada y ausente, con puntuales excepciones, de los medios de comunicación.
Dejando de lado los casos de la música negra, que fue aceptada —tras el desprecio primero y luego la explotación— hace ya décadas (con los músicos, al igual que con los deportistas, se aplican diferentes parámetros; son desclasados que actúan como punta de lanza), esta (más o menos) aceptación actual de la cultura afroamericana por parte del mainstream se ha ido forjando muy lentamente y ha experimentado, según las disciplinas, diferentes tempos. La literatura despega con la narrativa de esclavos, avalada, como confirmación de su autenticidad, por abolicionistas blancos que la publicaban con la finalidad de luchar contra la esclavitud. Esos libros, muy vendidos en su época, desaparecieron con la guerra de Secesión. El escritor, editor y activista que acabaría siendo consejero en los asuntos negros del presidente Lincoln, Frederick Douglass, fue quien alcanzó las mayores tiradas, pero hubo muchos autores situados entre la primera narrativa, la del marino Olaudah Equiano (1789), y la última, la del educador Booker T. Washington (1901). William Wells Brown, Harriet Jacobs o Solomon Northup, cuyo relato Doce años de esclavitudfue llevado al cine en 2013, se cuentan entre los nombres sobresalientes. No fue hasta el renacimiento de Harlem cuando volvió a resurgir, siempre a ojos del mayoritario público blanco, una literatura negra.
El renacimiento se dio en época de la ley seca (1920-1933), cuando Harlem ofreció lugares, los speakeasy, donde los disidentes se reunían en discretos locales. Allí la bohemia intelectual blanca descubrió a la negra. El nuevo filón editorial perdió continuidad con la llegada de las dificultades económicas acarreadas por el crash de 1929. Langston Hughes es el autor más destacado del periodo, pero la lista es larga: W. E. B. Du Bois, Jean Toomer, Zora Neale Hurston, Countee Cullen, James Weldon Johnson, Nella Larsen… y se cierra con Richard Wright, expatriado en París. A grandes rasgos no fue hasta las luchas por los derechos civiles cuando se dieron a conocer los nombres que marcarían la siguiente época de rotunda afirmación negra: por un lado, los brillantes ensayos de James Baldwin o los inspirados discursos de Martin Luther King, y, por otro, los seguidores de la corriente separatista como Malcom X, George Jackson o Eldridge Cleaver. En 1968 se inauguró el primer departamento universitario de estudios afroamericanos —una batalla ganada en la lucha por los derechos civiles—, que dio salida a pequeñas editoriales negras que surtían a los estudiosos, pero también a las clases populares. Pronto los grandes sellos se dieron cuenta de la existencia de esa clientela. Surgieron nombres de largo recorrido como Amiri Baraka, Ralph Ellison o Angela Davis. En 1993 llegó el primer Premio Nobel, el de la excelsa Toni Morrison —también notable editora—, quien para muchos norteamericanos funcionó como un despertador.

LECTURAS

  • El vendido. Paul Beatty, Malpaso, 2017 (en mayo).
  • El ferrocarril subterráneo. Colson Whitehead. Literatura Random House, 2017 (en septiembre).
  • Volver a casa. Yaa Gyasi. Salamandra, 2017.
  • Entre el mundo y yo. Ta-Nehisi Coates. Seix Barral, 2016.
  • Una historia de la conciencia. Angela Davis. Biblioteca Afroamericana de Madrid / Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2016.
  • Americanah. Chimamanda Ngozi Adichie. Lit. Random House, 2014.
  • El color de la justicia. Michelle Alexander. Capitán Swing, 2014.
  • Ciudad abierta. Teju Cole. Acantilado, 2012.
  • Dificultades técnicas. June Jordan. La Oficina, 2012.
  • La evasión americana de la filosofía. Cornel West. Editorial Complutense, 2008.
La industria cinematográfica ha seguido su propio camino. Cuando la gente negra fue admitida en las salas de cine tuvo que ocupar el gallinero, coloquialmente llamado nigger heaven. Los pocos personajes negros que salían en las películas no ocupaban nunca posiciones que no fueran de servidumbre. En 1915 se estrenó la película de Griffith El nacimiento de una nación, tan adelantada técnicamente como retrógrada ideológicamente; era pura apología del Ku Klux Klan. A raíz de ese planteamiento, el escritor y cineasta Oscar Micheaux decidió fundar ese mismo año su propia productora. Fue el nacimiento del cine independiente negro, que produjo, hasta 1951, medio millar de los llamados race films. Por fin la audiencia afroamericana podía verse reflejada en toda su diversidad. Cuando el Black Power se hizo oír, surgió la nueva generación. A la cabeza, el músico, escritor y actor Melvin Van Peebles, quien con Sweet Sweetback’s Baadasssss Song creó en 1971 el tipo de antihéroe irreverente y sin complejos que difundió por todo el país los blaxploitation films. Un género esencialmente urbano, hoy considerado precursor cinematográfico de la primera ola del rap. Hollywood se dio cuenta del enorme mercado que representaba un sector que no había tenido en cuenta, y se apropió del filón. Sin embargo, no desapareció el cine negro independiente, del que surgieron directores tan interesantes como Charles Burnett (es muy recomendable el libro Charles Burnett. Un cineasta incómodo, 2016), Julie Dash, Robert Townsend, Carl Franklin o Spike Lee.
Como hija menor de la industria cinematográfica, fue creciendo la televisión. Los primeros afroamericanos que aparecieron en ella eran mostrados con todos los clichés al uso, como en la comedia Amos ‘n’ Andy, pero poco a poco fue incorporando actores y cómicos que llenaban de audiencia negra los cines; a principios de los setenta nombres como Redd Foxx, Bill Cosby, Jimmie Walker, Sherman Hemsley o Florence Johnston encabezaron el elenco de varias comedias. Cuando en 1977 llegó a la cadena ABC la serie Raíces, una nueva ventana se abrió: existía una historia por desarrollar y buenos actores para hacerlo. La mayoría de los que aparecieron en esa serie, adaptación del best seller de Alex Haley, ya nunca dejaron de trabajar en Hollywood. En 1980 se creó BET (Black Entertainment Television), una cadena decididamente dirigida al espectador negro. Uno de sus fundadores fue Quincy Jones, productor, entre otros programas, del show que lanzaría como actor al joven rapero Will Smith.
Con el paso de los años, una presidencia negra y el aumento de las clases media y media alta entre la comunidad afroamericana (a la par que un aumento de la pobreza dentro de ella), llegó la aparición de Black Lives Matter, el grupo más extenso de protesta civil desde los Black Panthers. Aunque una de sus metas principales es acabar con la violencia que sufre el colectivo de color (apelativo que aúna a las diversas minorías no blancas), #BLM pide igualdad para todos, en todos los campos. La transversalidad de su organización, práctica e ideológica, hace que se pueda adaptar a las necesidades de cada momento y lugar, inspirando así resistencia en múltiples áreas. La campaña #OscarSoWhite, a raíz de la concesión de los Oscar de 2016 (y que dio sus frutos al año siguiente), es el ejemplo que viene al caso. Llamó la atención sobre la poca diversidad de los receptores de los premios, debida en gran parte a la configuración de la Academia, cuyos integrantes siguen siendo predominantemente hombres blancos y de edad más bien avanzada, que no tienen que dar cuenta del número de películas que ven. Un círculo cerrado que ya no refleja la realidad.
Las editoriales saben que el aumento de la clase media afroamericana ha dado lugar a una nueva clientela
Cada año concurren más producciones afroamericanas, ya que crece el número de actores que después de trabajar en Hollywood se convierten en productores. En los últimos Oscar, los afroamericanos se llevaron los premios a los mejores actor y actriz secundarios, mejor documental, O. J. Simpson, y mejor película, Moonlight —una entre las varias producciones negras: LovingFiguras ocultasFences(admirable adaptación de una obra de teatro del muy premiado August Wilson), The Birth of a Nation (que da la vuelta al planteamiento de la obra de Griffith)…—. Todas estas películas han traspasado la famosa línea del color y se espera que las recompensas no resulten ser gestos simbólicos sin continuidad.
Con campos abundantemente abonados (literatura, cine, televisión), una presidencia a las espaldas, multitud de profesores universitarios, poder económico y una potente historia prácticamente desconocida y que puede ser contada desde un punto de vista diferente al oficial, extraño sería que “lo negro” no suscitara interés. Si Entre el mundo y yo, la carta-libro que Ta-Nehisi Coates escribe a su hijo, ha tenido tanta repercusión en EE UU, es porque existe una situación de violencia racial con diferente configuración, pero tan considerable como cuando James Baldwin escribió Una carta a mi sobrino en 1962. La amplia acogida que está teniendo I Am Not Your Negro, el documental que el haitiano Raoul Peck ha confeccionado con textos de Baldwin, demuestra la actualidad de sus palabras.
Si Paul Beatty ganó el último Man Booker es porque ya nos había deslumbrado con The White Boy Shuffle en 1996 y porque pertenece a una corriente literaria, la satírica, que se remonta a George Schuyler (Black No More, 1931) y que tiene a representantes como Ishmael Reed (Mumbo Jumbo, 1972, recientemente reeditada y retraducida con gran acierto al castellano) o Darius James (Negrophobia, 1992). Colson Whitehead, quien con Underground Railroad ha ganado el Pulitzer y el National Book Award, sería un buen ejemplo y el más reciente (hay otros) de que si la historia interesa cuando es contada desde un punto de vista académico, aún interesa más al ser puesta al día por sus protagonistas. Seleccionado como libro del mes en el programa televisivo de la potente comunicadora Oprah Winfrey, reinterpreta la historia del camino secreto que emprendían los esclavos fugitivos, entre ellos Frederick Douglass, William Wells Brown o Harriet Tubman, cuya imagen será la primera de una mujer estadounidense que aparezca en los billetes de 20 dólares. La novela no solo evoca la situación de la negritud durante la esclavitud, sino la de hoy. Y ya se está hablando de la versión filmada que dirigiría Barry Jenkins, responsable de Moonlight.
Teju Cole —de quien se han traducido dos libros: Ciudad abierta y Cada día es del ladrón—, Chimamanda Ngozi Adichie —Americanah— o la guineanoamericana Yaa Gyasi, ganadora del PEN con su novela histórica Regreso a casa, son representantes de la nueva ola de escritores que no participan del pasado común afroamericano, la esclavitud, puesto que ellos o sus padres han nacido en África. Se trata de creadores que inyectan nuevos, originales y críticos puntos de vista. No solo aportan una perspectiva diferente, sino que pueden, como hace Gyasi, contar la negritud desde el otro lado del continente y tener una visión más panorámica y desapegada del camino seguido por los africanos capturados y trasladados de un continente a otro.
Si la carta-libro de Ta-Nehisi Coates a su hijo ha tenido tanta repercusión es porque aún existe violencia racial
La lengua y la literatura se expanden y renuevan con cada grupo que entra en el mainstream (judíos, italianos e hispanos son otros casos). ¿Pero qué tiene que ver la cadencia enloquecida de la corriente neohoodoo con la poética de Toni Morrison, las frases que suenan como un puñetazo de Chester Himes o la prosa deslizante de Terry McMillan? Cada grupo aporta su tono y sus particulares fraseos, que provienen de la “otra” lengua, la del país de origen de sus padres (español, italiano, alemán o yidis). El caso de los negros norteamericanos es diferente, porque esa otra lengua es el inglés. Un inglés que se fue conformando al margen de la enseñanza académica y que por lo tanto revestía modismos muy diferentes. En los setenta, se llegó a decidir que la manera negra de hablar constituía un lenguaje diferente llamado Black English o Ebonics. En la Universidad de Berkeley, la escritora June Jordan abrió un taller donde se establecieron las reglas, existentes pero no registradas, de este idioma hablado por cerca de 40 millones de norteamericanos. Como dijo Walter Mosley, creador del detective Easy Rawlins: “Casi todos los negros somos bilingües”.
En todo caso, la presencia de una fuerte producción cultural —que va acompañada de la presencia negra en los puestos de poder— no levanta, en EE UU, tanta extrañeza como en el extranjero. En español nos quedan grandes lagunas. Dejando de lado el vasto terreno de las artes plásticas, ¿dónde podemos leer a intelectuales de la talla de W. E. B. Du Bois, Cornel West (un solo libro, La evasión americana de la filosofía, publicado en 2008) o el extraordinariamente versátil Henry Louis Gates Jr.? ¿Y a sociólogos, historiadores y ensayistas tan clarividentes como William Julius Wilson, Stanley Crouch, Deborah Willis, Michelle Wallace, Patricia Williams? Aunque esta reflexión parezca algo injusta —no se menciona a muchos de los sí traducidos: June Jordan, David Levering Lewis, Michelle Alexander…—, se plantea para llamar la atención sobre la ausencia de un marco referencial que haría comprensible la creciente presencia negra a la que asistimos atónitos.

25 AÑOS DE LOS DISTURBIOS DE LOS ÁNGELES La brecha racial persiste en Los Ángeles 25 años después de la violencia por Rodney King

EL PAÍS INTERNACIONAL
Pablo Ximénez de Sandoval

La absolución de cuatro policías blancos filmados dando una paliza a un conductor negro causó los peores disturbios raciales de EE UU.

Un policía en el sur de Los Ángeles en el segundo día de disturbios, el 30 de abril de 1992. AP

A las 3:15 de la tarde del 29 de abril de 1992, Estados Unidos vio por televisión cómo un tribunal del norte de Los Ángeles declaraba no culpables a cuatro policías por abuso de la fuerza. Un año antes, el mundo había conocido el primer vídeo viral de la historia, aquel en el que esos cuatro policías daban una paliza con porras y patadas a un hombre negro llamado Rodney King, mientras este agonizaba en el suelo. Dos horas después de ese veredicto, comenzaba el peor episodio de violencia racial que ha vivido Estados Unidos desde la esclavitud. Aún hoy, Los Ángeles sigue siendo para mucha gente la ciudad de los disturbios raciales.
Murieron entre 53 y 63 personas en seis días de caos y violencia que se extendieron por toda la ciudad. Los daños se calculan en mil millones de dólares. Ardieron alrededor de un millar de edificios. Todo el mundo en Los Ángeles recuerda exactamente qué estaba haciendo ese día, a esa hora. Dónde se enteró del veredicto y en qué momento supo de lo que estaba pasando en South LA, la zona del sur de la ciudad donde se concentraba entonces la población afroamericana, con problemas endémicos de pobreza y bandas. Es un gran trauma colectivo por el que la ciudad vuelve a terapia en cada aniversario. Y toda conversación sobre la violencia de 1992 acaba girando en torno a una pregunta: ¿Puede volver a pasar?
“Es una cuestión que casi se contesta sola”, afirma a EL PAÍS el reverendo Cecil L. Murray. “Si dejas problemas sin arreglar una y otra vez, esos problemas te arreglarán a ti”. Murray era entonces el reverendo de la Primera Iglesia Metodista Episcopal Africana (AME) de Los Ángeles, situada en pleno South LA. Durante días, antes del veredicto, pidió a sus feligreses paciencia fuera cual fuera el resultado, y al final vio la ciudad arder de todas formas. Esa noche acogió a cientos de personas en su iglesia.
El reverendo Cecil L. Murray. 
“Seguimos teniendo comunidades sin esperanza, que creen que no tienen nada que decir”, reconoció el pasado lunes el actual jefe de policía, Charlie Beck, que entonces era sargento y había patullado aquellos barrios. “1992 nos cambió a mi y al Departamento de Policía de Los Ángeles para siempre. Entonces había un sentimiento de que la policía estaba en guerra con la ciudad. Este departamento nunca volverá a declarar la guerra a nadie”. En una entrevista reciente con EL PAÍS,Beck decía que el caos que vio entonces ha guiado su carrera como policía para evitar que se produzca otra vez. “Sabía de donde venia la ira, sabia de qué iba, podías sentirlo, era palpable. No fue una gran sorpresa para mi que empezaran los disturbios. Pero el tamaño fue impresionante”.
El mundo entero vio el espantoso ataque contra el camionero Reginald Denny, sacado del camión en la esquina de las calles Florence y Normandie, epicentro de los disturbios. Edificios en llamas. Una ciudad tomada por la Guardia Nacional. Katynja McCory tenía 13 años y recuerda perfectamente los tanques por la avenida Vermont. McCory enseña estos días una exposición sobre los disturbios, que entre la comunidad negra de South LA se conocen como el levantamiento (uprising, en oposición a riots) en el centro social Community Coalition, a pocas manzanas de aquella esquina.
Katynja McCory, en la exposición sobre King. AP
“Mi madre era de Mobile, Alabama, y estaba aterrorizada”, cuenta McCory. “Yo estaba haciendo los deberes y lo vi por la tele. Oía los helicópteros, veía los edificios arder y olía a quemado, así durante seis días y seis noches”. No había electricidad. No salieron de casa en toda “la guerra”. Recuerda todos los comercios de su infancia arrasados por el fuego, uno detrás de otro. McCory lleva desde entonces trabajando con la comunidad en South LA. Para que no se repita algo parecido, “la única forma es invertir en la comunidad, y eso está pasando. No lo suficiente, va a tardar al menos 25 años más”.
El escritor Ryan Gattis eligió los disturbios de 1992 como escenario para su libro All involved, publicado el año pasado. Gattis entrevistó a decenas de personas para su novela, incluyendo líderes de bandas. En una conversación con EL PAÍS a raíz de la publicación de la novela, Gattis opinaba que las condiciones que dieron lugar a los disturbios siguen existiendo hoy día. Porque no era solo la rabia por la sentencia lo que hizo explotar a una comunidad, sino la pobreza que vio en la violencia una oportunidad. “Recuerdo vivamente haberme sentado a entrevistar a un tipo que yo no quería ni saber lo que había estado haciendo durante los disturbios”, decía Gattis. “Le pregunté: ‘¿Por qué fuiste a los saqueos?’. Se echó hacia delante, me miró a los ojos y me dijo: ‘No había comido en un día y medio, todas las tiendas estaban abiertas y la comida era gratis. ¿Por qué crees que fui?”.
“Todas las dificultades que ayudaron a crear los disturbios de 1992 están ahí. Realmente solo están esperando una chispa”, decía Gattis en aquella entrevista. “Tristemente, una de las cosas que oyes una y otra vez es que todo vecindario tiene un Rodney King, del color que sea. Todo el mundo conoce a alguien que ha sido golpeado por la policía”.
Phillip Tingirides, jefe de policía de South LA. 
Esa policía asegura haber cambiado mucho. Phillip Tingirides es el subjefe de policía del sur de Los Ángeles, el actual jefe de toda la zona que ardió en llamas hace un cuarto de siglo. En 1992 tenía 33 años. “El Departamento no estaba preparado. No había recursos. Salimos a la calle, hicimos cuatro o cinco arrestos y los dejamos ir porque no había ningún plan sobre qué hacer. Así que volvimos al centro de mando. La misión cambió, de detener a la gente a proteger la estación de bomberos”, relata Tingirides a EL PAÍS. “Por la noche, íbamos de un fuego a otro escoltando a los bomberos. Solo acudíamos a las llamadas, así que para llegar a un fuego pasábamos de largo por delante de otros 20 fuegos. Era un completo caos”.
La sentencia de los policías de Rodney King, para una comunidad que llevaba años denunciando la brutalidad policial y por fin tenía una prueba en vídeo, “fue como tirarles barro a la cara”, dice Tingirides. “Al principio hubo mucha gente enfadada por el veredicto. Pero también hubo mucha gente que dijo ‘oye, una tele gratis’. Y el pillaje se extendió porque había barra libre”.
La relación con la comunidad afroamericana ha cambiado, asegura este policía que fue puesto como ejemplo por Barack Obama. “Es difícil medir la relación con la comunidad. En 2008, fuimos a leer a un colegio de Watts y los niños salieron corriendo pensando que los íbamos a detener. Tres meses después, cuando habíamos ido varias veces, los niños corrían hacia los agentes cuando entraban en el colegio. Esas cosas no se pueden cuantificar”. El concepto que guía su trabajo es “legitimidad policial”, asegura.
Un policía apunta a un saqueador, en Los Ángeles el 30 de abril de 1992. AP
El reverendo Cecil L. Murray está retirado y ahora da clases. Pero sigue escuchando las mismas quejas en su comunidad, en boca de gente que no había nacido en 1992. “Persisten los mismos problemas. No tenemos el Ku Klux Klan, pero ahora las túnicas están escondidas. El racismo está envuelto en palabras. Hay un peligro de que el siglo XXI sea el siglo de ‘basta ya’. Los desfavorecidos están diciendo ‘basta’. La generación millenial les está diciendo a los viejos ‘basta’. Y cuando no escuchamos, puede explotar”.
Así que volvemos a la pregunta inicial. Y el reverendo Murray contesta muy despacio: “El poeta Langston Hughes tenía razón cuando se preguntó: ‘¿Qué le ocurre a un sueño pospuesto? ¿Se seca, como una pasa al sol? ¿O explota?’. La historia nos muestra que tiende a explotar, como en Los Ángeles en 1965 y en 1992. El sueño suspendido, explotó. ¿Puede pasar otra vez? Le contaré una historia de un joven que quería dejar en ridículo a un sabio en lo alto de la montaña. ‘Hombre sabio, tengo en mis manos un pájaro. Dime, ¿está vivo o está muerto?’. El hombre supo que si decía que estaba muerto, el joven abriría las manos y le dejaría volar. Si decía que estaba vivo, el joven aplastaría al pájaro con sus manos. ‘Bueno, ¿está vivo o muerto?’, insistió. Y el sabio contestó: ‘Está en tus manos, hijo. Está en tus manos”.