EL PAÍS INTERNACIONAL
Marc Bassets
Las elecciones francesas son el tercer 'round' en el gran pulso electoral global tras el Brexit y Trump.
La tercera ronda en la batalla mundial entre el populismo y el statu quo, entre los soberanistas y los internacionalistas, entre las fuerzas del repliegue y las de la apertura, se libra en Francia. Después del referéndum británico sobre la Unión Europea y de la elección de Donald Trump en Estados Unidos, las presidenciales francesas exponen de nuevo las fracturas del mundo desarrollado. Millones de ciudadanos están convocados el domingo en la primera vuelta de las elecciones para elegir al sucesor de François Hollande. Las elecciones —en la práctica, un referéndum sobre el futuro de Europa y sobre el orden occidental en el que Francia es pieza esencial— repercutirán más allá de las fronteras de este país.
Las elecciones francesas pueden verse como un nuevo capítulo en la secuencia de la megaelección global que empezó en junio de 2016 con el Brexit —el voto favorable a la salida de Reino Unido de la UE—, continuó con la victoria de Trump en noviembre del mismo año y prosigue en Francia.
Once candidatos concurren este 23 de abril en la primera vuelta. De estos, y a menos que alguno supere el 50% de votos, cosa muy improbable, los dos más votados pasarán a la segunda vuelta, el 7 de mayo. De ahí saldrá el hombre o mujer que dirija Francia en los próximos cinco años.
El paso a la segunda vuelta se disputa entre cuatro candidatos, según los sondeos. Dos de ellos proponen reformas más o menos intensas en el llamado modelo francés, pero no cuestionan ni el sistema económico vigente ni la posición internacional de Francia ni su pertenencia a la Unión Europea. Se trata del centrista Emmanuel Macron —exbanquero y exministro de Economía, y candidato de En Marcha!, un partido nuevo creado a su medida— y de François Fillon, exprimer ministro y candidato de Los Republicanos, el gran partido de la derecha tradicional.
Los otros dos candidatos en liza quieren preservar el modelo social francés y recuperar la soberanía perdida, pero sus programas, desde una ideología diametralmente opuesta, precipitarían en grado diverso una ruptura sistémica. Marine Le Pen, heredera de la ultraderecha del Frente Nacional, amaga con sacar a Francia del euro y de la Unión Europea. Jean-Luc Mélenchon, tribuno de la nueva izquierda de La Francia Insumisa, aliada con Podemos, entre otros movimientos, incluye en su programa la amenaza de sacar a Francia de la UE si esta no se transforma a su gusto. Promete asimismo salir de la OTAN.
JORNADA ELECTORAL BAJO EXTREMAS MEDIDAS DE SEGURIDAD
Los franceses votan en medio de extremas medidas de seguridad, con el país en tensión por el atentado del jueves en París en el que murió un policía, y la incertidumbre absoluta sobre el resultado.
Cuatro son los candidatos que llegan con posibilidades de clasificarse para la segunda vuelta, o balotaje: la derecha extrema de Marine Le Pen, el centrista Emmanuel Macron, el conservador François Fillon y el izquierdista Jean-Luc Mélenchon. Seis son las combinaciones posibles en la segunda vuelta: desde un enfrentamiento entre el candidato más europeísta, Macron, y la más antieuropeísta, Le Pen, hasta una elección entre las dos propuestas alternativas más a la derecha y más a la izquierda, Le Pen y Mélenchon. Los sondeos coinciden, en todo caso, en que en una segunda vuelta Le Pen perdería ante cualquier rival.
Todo ha sido atípico en esta campaña electoral: la decisión del presidente, François Hollande, de no presentarse a la reelección; las dificultades judiciales de quien era el favorito, Fillon; o la irrupción de Macron, que a los 39 años sería el presidente más joven de la V República. Un 25% de votantes llegaron indecisos a la jornada de reflexión del sábado, según sondeos citados por la agencia France Presse.
Las votaciones, que se iniciaron el sábado en la Francia de ultramar, arrancarán en la metrópolis a las 8.00 hora local, y los últimos colegios cerrarán a las 20.00. Se han movilizado 50.000 policías y gendarmes, además de 7.000 militares. Es la primera vez que unas elecciones presidenciales se celebran bajo el estado de excepción, decretado tras los atentados del 13 de noviembre de 2015.
“Nos encontramos en una especie de tensión muy fuerte entre los que están a favor de una sociedad abierta y los que prefieren una que no lo sea”, dice en una entrevista telefónica François Heisbourg, presidente del laboratorio de ideas Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. “Esta es principal línea divisoria. La línea divisoria clásica entre la derecha y la izquierda se ha vuelto secundaria en esta elección”.
Por los temas de debate —la eterna obsesión con la identidad francesa, las reformas siempre aplazadas, la amenaza del terrorismo autóctono, el miedo a la inmigración— la elección es tan franco-francesa como las anteriores. También es la más internacional de las décadas recientes. La decisión afectará no sólo a los franceses sino a los europeos y quizá al resto del mundo.
“Hace 52 años que celebramos elecciones presidenciales por sufragio universal directo”, dice Heisbourg. “Soy suficientemente mayor para haberlas conocido todas. Nunca se ha visto algo con tantas consecuencias. No solamente para nosotros, sino también para todos nuestros socios”.
Desde Washington, Strobe Talbott, presidente del laboratorio de ideas Brookings Institution y veterano de la Administración Clinton en los noventa, expresa una mezcla de ansiedad y esperanza.
“Hay muchos nervios, plegarias y algún grado de optimismo por parte de los americanos que creen que no sólo el proyecto europeo es muy importante para Europa sino para Estados Unidos. Porque, si el proyecto europeo se derrumba, la comunidad transatlántica podría estar en peligro real”, dice Talbott.
De los cuatro candidatos con posibilidades para pasar a la segunda vuelta, Le Pen es abiertamente prorrusa. Una victoria suya podría llevar a un giro de Francia —país tradicionalmente celoso de su independencia pero alineado con el occidente transatlántico y anclado en el eje con Alemania— hacia la Rusia de Vladímir Putin. Mélenchon ha expresado el deseo de recobrar una independencia francesa, con ecos del general De Gaulle, tradición de la que se reclama el propio Fillon, heredero de la familia gaullista y favorable a una mayor cooperación con Putin, sin romper el vínculo transatlántico.
Una victoria de una de las dos opciones soberanistas —la de la derecha extrema, Le Pen, y la de la izquierda de Mélenchon— reordenaría el mapa occidental. No es lo mismo que salga de la UE Reino Unido, que siempre estuvo con un pie dentro y otro fuera, que Francia, fundador e inspirador del proyecto junto con Alemania. No es lo mismo que salgan los británicos, que seguirán en la OTAN y disponen aún de la muleta de la relación especial con Washington, que Francia, que podría encontrarse aislada, enfrentada en duras negociaciones con la Alemania de Angela Merkel o su sucesor, o en los brazos de Rusia.
El centro de gravedad de Europa podría desplazarse hacia Rusia. “En el plano estratégico, es el principio del fin del mundo occidental”, dice Heisbourg.
Lo que acaba de complicar el rompecabezas es que, tras las elecciones presidenciales de noviembre, EE UU también tiene un presidente que ha expresado sus reticencias a este mundo occidental tal como se ha entendido desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Los bandazos recientes de Trump han atemperado su inicial cercanía a Rusia, pero en Francia algunos antiamericanos de ayer son los proamericanos de hoy. Le Pen ve en Trump —y en Putin— un modelo, y espera repetir la conmoción que supuso su inesperada victoria. Lo impensable es posible: tanto el triunfo de Trump como el del Brexit envían un mensaje al mundo y al votante francés.
“La elección de Trump desinhibe una buena parte del voto populista en Europa y especialmente en Francia”, dice por teléfono Nicole Gnesotto, presidenta del consejo de administración del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional y catedrática de la UE en el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios.
Gnesotto cree que estas elecciones plantean un problema de soberanía. No para Francia, sino para sus vecinos. “Es más que una elección nacional. Es una elección de injerencia en la vida política de los socios europeos”, dice. “Si Marine Le Pen sale elegida presidenta de la República, aunque Italia, España o Alemania quieran seguir en la zona euro, o en la Unión Europea, no podrán. El voto francés es casi un abuso de poder respecto a la soberanía de los otros estados”.
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