EL PAÍS ECONOMÍA
Claudi Pérez
El presidente del BCE y los suyos creen que hay que mantener el pie en el acelerador por las incertidumbres políticas europeas y del exterior.
Mario Draghi. MICHAEL REYNOLDS EFE
¿Mejora realmente la situación de la eurozona? La respuesta del BCE es sencillamente genial: sí, no, quizá. Los mercados escrutan cada palabra de Mario Draghi, el jefe del Banco Central Europeo, como si se tratara del mismísimo oráculo de Delfos. Y Draghi se cuidó mucho este jueves de mostrar nada más que un optimismo muy precavido para justificar que prefiere dejar su activismo tal y como está. “Las cosas están mejor”, dijo el italiano, consciente de que pisa terreno pantanoso porque la recuperación se asienta —y los halcones de su consejo están cada vez más incómodos con sus medidas extraordinarias—, pero necesita mantener el tono agresivo de la política monetaria por las incertidumbres políticas europeas y del exterior. En Fráncfort hay dos escuelas de pensamiento: Draghi y los suyos creen que hay que mantener el pie en el acelerador de la política monetaria; el alemán Jens Weidmann y los más ortodoxos piensan que sería mejor ir pensando en frenar. De momento, se impone Draghi. De momento
El jefe del BCE empieza a preparar un cambio de discurso, pero ese momento aún no ha llegado. Draghi hizo un primer guiño al optimismo, pero con tanta finezza que el giro retórico no tuvo ningún efecto en lo que esperan los mercados. “La recuperación cíclica de la eurozona gana solidez y los riesgos a la baja han disminuido”, afirmó, lo que podría interpretarse como una puerta entreabierta para retirar gradualmente las medidas extraordinarias. “No hay presiones para la inflación”, subrayó para cerrar esa puerta de golpe. “Los riesgos están más equilibrados, pero aún son a la baja por factores globales”, añadió. Sí, no, quizá: “Si usted cree que ha entendido lo que he dicho es que debo haberme expresado mal”, dijo una vez un influyente banquero central estadounidense.
El BCE, en fin, no quiere líos. Draghi pasó de puntillas por las múltiples referencias en las preguntas de la rueda de prensa a la segunda ronda de las elecciones presidenciales francesas, y destacó que el consejo de gobierno ni siquiera ha empezado a discutir las subidas de tipos de interés o la retirada de las compras de activos, el quantitative easing (QE, por sus siglas en inglés) europeo. La inflación se acerca al 2%, pero por razones coyunturales: los precios del petróleo y los alimentos. “No parece que la tasa de inflación pueda mantenerse cercana al 2% por sí sola, sin la política monetaria, y de forma duradera”. Traducción bíblica: todo sigue igual, y no hay razón para cambiar la política ni la secuencia de medidas que esperan los inversores. El QE no terminará al menos hasta finales de este año, y las subidas de tipos no llegarán al menos hasta esa misma fecha. Los analistas esperan que a lo largo del otoño el Eurobanco empiece a señalizar un incremento del tipo de interés de depósitos (que está en niveles negativos), a lo sumo, y que el presidente acabe modificando su discurso para hacerlo menos expansivo.
Pero ese cambio aún tardará. Draghi explicó que para que aumente la inflación debería haber subidas de sueldos, y las previsiones sobre los salarios son aún “muy inciertas”, especialmente en Alemania. Por cierto que el ministro alemán, Wolfgang Schaüble, aprovechó hace unos días las reuniones de primavera del FMI para criticar al BCE. “Es irónico que alguien como Schäuble que defiende la independencia del banco central nos ataque por la política monetaria”, contraatacó.
La posición del BCE no es nada fácil. En los últimos años ha entrado en política, básicamente por su pertenencia a la troika y su exigencia de reformas a países como Grecia, Irlanda, Italia o España. En 2011, el Eurobanco cometió un gravísimo error con subidas de los tipos de interés a destiempo, que provocaron una recaída en la recesión. De nuevo ahora hay cierta mejoría, pero son tantos los riesgos —Le Pen en casa, Corea del Norte, el proteccionismo y la política fiscal de Estados Unidos, por citar solo tres— que Draghi prefirió este jueves pasar de largo, silbando, hasta la próxima reunión.
FIN DE LA CONVERGENCIA
El FMI y la Comisión Europea alertan en sus últimos informes del riesgo derivado del final de la convergencia en Europa: la brecha entre los países ricos y pobres de la eurozona (y entre regiones ricas y pobres del mismo país) ya no se reduce, como en los primeros años del euro, sino que se agranda. ¿Teme el BCE que eso provoque una pérdida de apoyo a la moneda única en la periferia, en los países que sufren esa divergencia? Draghi ha asegurado que el apoyo al euro "sigue siendo elevado" en toda la eurozona: "No hay un solo país en el que el apoyo baje del 50%". Y aun así, la opinión favorable se reduce a ojos vista en países como Italia, que llevan 15 años de estancamiento, o Francia, con una de las candidatas a presidir el país a favor de un referéndum sobre el euro. "Ignorar las desigualdades o las consecuencias negativas de la globalización es un error: la Comisión Europea hace bien en estar alerta. La globalización ha sido un proceso extraordinariamente positivo, pero ha generado perdedores y hay que tenerlos en cuenta", ha dicho.
El italiano se desmarcó hace unas semanas de la ortodoxia económica al reclamar fuertes subidas de sueldos, principalmente en Alemania. Lleva dos años criticando que en algunos países los salarios están "al nivel de los años ochenta". Este jueves ha añadido a ese discurso una advertencia sobre "las desigualdades sociales" y los efectos de dejar de lado a "los perdedores de la globalización", solo un día después de que Bruselas rescatara la política social. ¿La razón? "Los riesgos son ahora eminentemente políticos", resumió hace unos meses en una entrevista con este diario.
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