EL PAÍS INTERNACIONAL
Pablo Ximénez de Sandoval
La absolución de cuatro policías blancos filmados dando una paliza a un conductor negro causó los peores disturbios raciales de EE UU.
Un policía en el sur de Los Ángeles en el segundo día de disturbios, el 30 de abril de 1992. AP
A las 3:15 de la tarde del 29 de abril de 1992, Estados Unidos vio por televisión cómo un tribunal del norte de Los Ángeles declaraba no culpables a cuatro policías por abuso de la fuerza. Un año antes, el mundo había conocido el primer vídeo viral de la historia, aquel en el que esos cuatro policías daban una paliza con porras y patadas a un hombre negro llamado Rodney King, mientras este agonizaba en el suelo. Dos horas después de ese veredicto, comenzaba el peor episodio de violencia racial que ha vivido Estados Unidos desde la esclavitud. Aún hoy, Los Ángeles sigue siendo para mucha gente la ciudad de los disturbios raciales.
Murieron entre 53 y 63 personas en seis días de caos y violencia que se extendieron por toda la ciudad. Los daños se calculan en mil millones de dólares. Ardieron alrededor de un millar de edificios. Todo el mundo en Los Ángeles recuerda exactamente qué estaba haciendo ese día, a esa hora. Dónde se enteró del veredicto y en qué momento supo de lo que estaba pasando en South LA, la zona del sur de la ciudad donde se concentraba entonces la población afroamericana, con problemas endémicos de pobreza y bandas. Es un gran trauma colectivo por el que la ciudad vuelve a terapia en cada aniversario. Y toda conversación sobre la violencia de 1992 acaba girando en torno a una pregunta: ¿Puede volver a pasar?
“Es una cuestión que casi se contesta sola”, afirma a EL PAÍS el reverendo Cecil L. Murray. “Si dejas problemas sin arreglar una y otra vez, esos problemas te arreglarán a ti”. Murray era entonces el reverendo de la Primera Iglesia Metodista Episcopal Africana (AME) de Los Ángeles, situada en pleno South LA. Durante días, antes del veredicto, pidió a sus feligreses paciencia fuera cual fuera el resultado, y al final vio la ciudad arder de todas formas. Esa noche acogió a cientos de personas en su iglesia.
El reverendo Cecil L. Murray. P. X. S.
“Seguimos teniendo comunidades sin esperanza, que creen que no tienen nada que decir”, reconoció el pasado lunes el actual jefe de policía, Charlie Beck, que entonces era sargento y había patullado aquellos barrios. “1992 nos cambió a mi y al Departamento de Policía de Los Ángeles para siempre. Entonces había un sentimiento de que la policía estaba en guerra con la ciudad. Este departamento nunca volverá a declarar la guerra a nadie”. En una entrevista reciente con EL PAÍS,Beck decía que el caos que vio entonces ha guiado su carrera como policía para evitar que se produzca otra vez. “Sabía de donde venia la ira, sabia de qué iba, podías sentirlo, era palpable. No fue una gran sorpresa para mi que empezaran los disturbios. Pero el tamaño fue impresionante”.
El mundo entero vio el espantoso ataque contra el camionero Reginald Denny, sacado del camión en la esquina de las calles Florence y Normandie, epicentro de los disturbios. Edificios en llamas. Una ciudad tomada por la Guardia Nacional. Katynja McCory tenía 13 años y recuerda perfectamente los tanques por la avenida Vermont. McCory enseña estos días una exposición sobre los disturbios, que entre la comunidad negra de South LA se conocen como el levantamiento (uprising, en oposición a riots) en el centro social Community Coalition, a pocas manzanas de aquella esquina.
Katynja McCory, en la exposición sobre King. AP
“Mi madre era de Mobile, Alabama, y estaba aterrorizada”, cuenta McCory. “Yo estaba haciendo los deberes y lo vi por la tele. Oía los helicópteros, veía los edificios arder y olía a quemado, así durante seis días y seis noches”. No había electricidad. No salieron de casa en toda “la guerra”. Recuerda todos los comercios de su infancia arrasados por el fuego, uno detrás de otro. McCory lleva desde entonces trabajando con la comunidad en South LA. Para que no se repita algo parecido, “la única forma es invertir en la comunidad, y eso está pasando. No lo suficiente, va a tardar al menos 25 años más”.
El escritor Ryan Gattis eligió los disturbios de 1992 como escenario para su libro All involved, publicado el año pasado. Gattis entrevistó a decenas de personas para su novela, incluyendo líderes de bandas. En una conversación con EL PAÍS a raíz de la publicación de la novela, Gattis opinaba que las condiciones que dieron lugar a los disturbios siguen existiendo hoy día. Porque no era solo la rabia por la sentencia lo que hizo explotar a una comunidad, sino la pobreza que vio en la violencia una oportunidad. “Recuerdo vivamente haberme sentado a entrevistar a un tipo que yo no quería ni saber lo que había estado haciendo durante los disturbios”, decía Gattis. “Le pregunté: ‘¿Por qué fuiste a los saqueos?’. Se echó hacia delante, me miró a los ojos y me dijo: ‘No había comido en un día y medio, todas las tiendas estaban abiertas y la comida era gratis. ¿Por qué crees que fui?”.
“Todas las dificultades que ayudaron a crear los disturbios de 1992 están ahí. Realmente solo están esperando una chispa”, decía Gattis en aquella entrevista. “Tristemente, una de las cosas que oyes una y otra vez es que todo vecindario tiene un Rodney King, del color que sea. Todo el mundo conoce a alguien que ha sido golpeado por la policía”.
Phillip Tingirides, jefe de policía de South LA. P. X. S.
Esa policía asegura haber cambiado mucho. Phillip Tingirides es el subjefe de policía del sur de Los Ángeles, el actual jefe de toda la zona que ardió en llamas hace un cuarto de siglo. En 1992 tenía 33 años. “El Departamento no estaba preparado. No había recursos. Salimos a la calle, hicimos cuatro o cinco arrestos y los dejamos ir porque no había ningún plan sobre qué hacer. Así que volvimos al centro de mando. La misión cambió, de detener a la gente a proteger la estación de bomberos”, relata Tingirides a EL PAÍS. “Por la noche, íbamos de un fuego a otro escoltando a los bomberos. Solo acudíamos a las llamadas, así que para llegar a un fuego pasábamos de largo por delante de otros 20 fuegos. Era un completo caos”.
La sentencia de los policías de Rodney King, para una comunidad que llevaba años denunciando la brutalidad policial y por fin tenía una prueba en vídeo, “fue como tirarles barro a la cara”, dice Tingirides. “Al principio hubo mucha gente enfadada por el veredicto. Pero también hubo mucha gente que dijo ‘oye, una tele gratis’. Y el pillaje se extendió porque había barra libre”.
La relación con la comunidad afroamericana ha cambiado, asegura este policía que fue puesto como ejemplo por Barack Obama. “Es difícil medir la relación con la comunidad. En 2008, fuimos a leer a un colegio de Watts y los niños salieron corriendo pensando que los íbamos a detener. Tres meses después, cuando habíamos ido varias veces, los niños corrían hacia los agentes cuando entraban en el colegio. Esas cosas no se pueden cuantificar”. El concepto que guía su trabajo es “legitimidad policial”, asegura.
Un policía apunta a un saqueador, en Los Ángeles el 30 de abril de 1992. AP
El reverendo Cecil L. Murray está retirado y ahora da clases. Pero sigue escuchando las mismas quejas en su comunidad, en boca de gente que no había nacido en 1992. “Persisten los mismos problemas. No tenemos el Ku Klux Klan, pero ahora las túnicas están escondidas. El racismo está envuelto en palabras. Hay un peligro de que el siglo XXI sea el siglo de ‘basta ya’. Los desfavorecidos están diciendo ‘basta’. La generación millenial les está diciendo a los viejos ‘basta’. Y cuando no escuchamos, puede explotar”.
Así que volvemos a la pregunta inicial. Y el reverendo Murray contesta muy despacio: “El poeta Langston Hughes tenía razón cuando se preguntó: ‘¿Qué le ocurre a un sueño pospuesto? ¿Se seca, como una pasa al sol? ¿O explota?’. La historia nos muestra que tiende a explotar, como en Los Ángeles en 1965 y en 1992. El sueño suspendido, explotó. ¿Puede pasar otra vez? Le contaré una historia de un joven que quería dejar en ridículo a un sabio en lo alto de la montaña. ‘Hombre sabio, tengo en mis manos un pájaro. Dime, ¿está vivo o está muerto?’. El hombre supo que si decía que estaba muerto, el joven abriría las manos y le dejaría volar. Si decía que estaba vivo, el joven aplastaría al pájaro con sus manos. ‘Bueno, ¿está vivo o muerto?’, insistió. Y el sabio contestó: ‘Está en tus manos, hijo. Está en tus manos”.
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