La hipótesis de que el fuego del Gran Incendio tuvo su origen en el descuido de un panadero es hoy la opción más aceptada. Durante años se culpó a los católicos ingleses, como otrora se culpara a los cristianos del incendio de Roma o a otros cabezas de turco que pasaban por el lugar del crimen.
Detalle de una pintura de 1666 del Gran Incendio de Londres - Museum of London
El domingo 2 de septiembre de 1666, un panadero de Londres llamado Thomas Farriner olvidó apagar correctamente uno de sus hornos. Cuando el fuego se extendió por toda el local, la familia de Farriner se salvó saltando a una de las casas colindantes, no así la criada, que fue la primera víctima de un incendio que destruyó 13.200 casas, 87 iglesias parroquiales, el ayuntamiento de Londres, la Catedral de San Pablo y, en suma, los últimos resquicios medievales aún presentes de lo que estaba por convertirse en la mayor urbe del mundo.
La hipótesis de que el fuego del Gran Incendio tuvo su origen en el descuido de un panadero es hoy la opción más aceptada. Durante años se culpó a los católicos ingleses, como otrora se culpara a los cristianos del incendio de Roma o a otros cabezas de turco que pasaban en el peor momento por el lugar del crimen. Un relojero francés llamado Robert «Lucky» Hubert confesó ser un enviado del Papa de Roma con la misión de incendiar Westminster. Su testimonio fue sacado a la fuerza, bajo tortura, y estaba cebado de contradicciones, lo que no evitó que fuera ahorcado a finales de ese mismo mes de septiembre en Tyburn. La guerra en curso contra Francia no jugaba a su favor...
La incompetencia del alcalde
En cualquier caso, la gravedad del incendio no estuvo en el origen del fuego, sino en cómo fue creciendo durante toda la noche («si es que puedo llamarla noche porque estaba tan iluminada como un día, de un modo terrible, a diez millas a la redonda»). Desde la panadería en Pudding Lane, el fuego se extendió a través de los suburbios más pobres, y con su avance se desataron los desórdenes al correr el rumor de que agentes holandeses o franceses, en ese momento enemistados con Inglaterra, habían provocado la catástrofe. Las autoridades se vieron desbordadas en sus intentos de controlar el fuego, a la vez que frenaban los saqueos y los estallidos de violencia.
Entre la leyenda y la realidad se le achaca a Bloodworh la frase: «¡Psh! Una mujer podría orinar encima»
El principal método del periodo para sostener las llamas, ya aplicado en tiempos de la Antigua Roma, era realizar cortafuegos demoliendo algunos barrios, puesto que lanzar cubos de agua resultaba como tratar de endulzar el mar a cucharaditas. La tardanza del alcalde mayor, Sir Thomas Bloodworth, a la hora de autorizar las demoliciones más drásticas hizo que la situación se alargara durante tres días y cada vez más barrios se vieran implicados por aquella tormenta ígnea.
Entre la leyenda y la realidad se le achaca a Bloodworh la frase: «¡Psh! Una mujer podría orinar encima», queriendo quitar importancia al Gran Incendio, lo que le ha dejado como el villano incompetente y descuidado en esta historia. Sin duda su falta de decisión –las demoliciones iban más lentas que el fuego– agravó una situación que tenía su mayor razón de ser en la sequía extrema de ese año.
Después de un año de sequía sin igual, el de 1665, el siguiente verano seco dejó el terreno abonado para un incendio de dimensiones bíblicas. Las casas estaban construidas en su mayor parte con madera y paja, además de muy juntas, y prendieron como si todo estuviera preparado previamente para una enorme hoguera. La estampa era la de miles de ciudadanos arrojando sus bienes al río para salvarlos en improvisadas gabarras. Cuando el fuego fue acorralando la ciudad, una enorme masa humana huyó hacia las iglesias y refugios aún a salvo. Huían del fuego o, más bien, de la hambrienta tormenta ígnea en la que se había transformado.
Al amanecer del segundo día, el viento condujo las llamas tanto al sur del Támesis –que se salvó de recibir más daño por la mayor separación en esta zona–, como hacia el norte, donde estaba situado el corazón de la ciudad y lo que hoy se llamaría el casco antiguo. Las referencias bíblicas y mitológicas no faltaron entre los cronistas que describieron aquel asalto a las esencias de Londres: «Sodoma», «el Último día», «Troya adierno»…
La antigua catedral de San Pablo, cuyo origen más remoto se hundía en tiempos medievales, fue arrasada y el fuego llegó a amenazar la Corte Real de Carlos II en Whitehall. John Evelyn, cortesano y diarista, describió cómo «las piedras de la catedral de San Pablo volaban como granadas, mientras que el plomo derretido fluía por las calles como en un riachuelo». Los distritos ricos, tales como la «Royal Exchange», prendieron con el mismo entusiasmo que lo habían hecho los pobres. Y lo que es peor, la desesperación fue sustituida por una «rara consternación» ante lo inevitable. A este respecto, comentó Evelyn:
«La conflagración era tan universal, y las personas tan estupefactas, desde el inicio, yo no sé si por abatimiento o por destino, ellos apenas se movieron para apagarlo, de modo que no había nada que escuchar o ver sino gritos y lamentaciones, corriendo alrededor como criaturas distraídas sin ningún intento incluso de salvar sus bienes, como si una rara consternación estuviera encima de ellos».
Ruinas donde había antes una ciudad
El martes los fuertes vientos del Este dieron una tregua a los bomberos, mientras que el uso de pólvora por parte de la Guarnición de Londres creó cortafuegos realmente efectivos. Pero no hubo victoria, únicamente una tregua cuando la última llama se extinguió entre las ruinas. «Las personas, que ahora caminan entre las ruinas, parecen seres en un desierto lúgubre, o mejor, en una gran ciudad destruida por un enemigo cruel. A esto se le sumaba el hedor que surgía de los cuerpos de las pobres criaturas, de sus camas y de otros bienes combustibles», dejó escrito Evelyn.
El día después al incendio resultó igual de caótico. Según cita el monumento al Gran Incendio de Londres, «...de los 26 barrios [afectados], finalmente quedaron destruidos 15, y otros 8 quedaron destrozados y medio quemados». Más de 80.000 personas se habían quedado sin hogar y el Monarca inglés temió una rebelión en el corazón de la ciudad a manos de la masa de refugiados sin casa. El arquitecto Sir Christopher Wren se encargó de la reconstrucción manteniendo la distribución original de las calles, puesto que los propietarios que habían perdido sus casas así lo exigieron, pero usó ladrillos y piedra en vez de madera. La nueva ciudad era más amplia y con mejores accesos, lista para convertirse en la gran urbe que sería. Las casas techadas con paja o brezo fueron prohibidas y aún continúan siéndolo en la actualidad.
Los últimos casos de peste coincidieron con el incendio, probablemente debido a que la población más pobre, y por tanto más vulnerable, o bien murió o bien tuvo que abandonar los suburbios
Hasta esta reconstrucción, los incendios se habían venido repitiendo cada pocas décadas en una ciudad que crecía sin orden y en el que las grandes epidemias se movían como pez en el agua. Cuando se produjo el Gran Incendio, Londres aún padecía los estragos de una epidemia de peste bubónica que mató a más de una quinta parte de su población. Incluso el Rey y las máximas autoridades de la ciudad habían abandonado Londres huyendo de la epidemia que parecía no tener fin. Los últimos casos de peste coincidieron con el incendio, probablemente debido a que la población más pobre, y por tanto más vulnerable, o bien murió o bien tuvo que abandonar los suburbios en los que vivían en condiciones insalubres. La inesperada solución fue tan terrible como la propia peste.
Después de una epidemia de peste interminable y del mayor incendio de su historia, Londres quedó sumido en un estado de desmoralización. Eso sin olvidar que mantenía entonces sendas guerras con Holanda y Francia, que repercutían negativamente en la economía inglesa. En junio de 1667, los holandeses realizaron una exitosa incursión en el río Támesis, emulando la aventura medieval del castellano Fernando Sánchez de Tovar. Los barcos holandeses bombardearon y tomaron la ciudad de Sheerness, navegaron río arriba el Támesis hasta Gravesend y siguiendo el río Medway hasta Chatham, donde quemaron tres buques y otros diez barcos de menor calado. La humillación se consumó pocas semanas después con la firma del Tratado de Breda.
No faltaron astrólogos agoreros y monárquicos ofendidos que vieron en aquella sucesión de catástrofes y calamidades el castigo celestial por la decapitación de Carlos I, un par de décadas antes. Los muertos no olvidan...
Una nueva investigación afirma que es posible que Akhenatón edificara la nueva capital de Egipto -Amarna- con mano de obra infantil.
Amenofis IV no fue un faraón más de esos cuyo nombre es olvidado en un inmenso eje cronológico. Sus políticas hicieron que se estremecieran las arenas de Egipto desde el mismo momento en el que su padre (Amenofis III) pasó al más allá. Decidido e innovador, entendió que el politeísmo era una farsa promovida por sacerdotes interesados y proclamó el monoteísmo. Para él, la verdadera y única deidad a la que debía lealtad era Atón, el dios que representaba al disco solar en el firmamento. Por ello, se hizo llamar a partir de entonces Akhenatón, cuyo amalgama de significados abarca desde «Atón está satisfecho», a «Espíritu eficaz de Atón» (esta última traducción, según explica el famoso egiptólogo Cyril Aldred en sus diferentes y amplios escritos).
Akhenatón también fue uno de los primeros líderes de su tiempo que aparecía regularmente en público. Una práctica que llevaba a cabo acompañado de Nefertiti y de sus hijas. O que, incluso, realizaba junto a «las mujeres más bellas de Egipto», según determina el investigador Jorge Dulitzky en su libro «Akhenatón el faraón olvidado». Y eso, a pesar de que la leyenda decía de él que era «asexuado o andrógino».
Sin embargo, no fueron sus tendencias sexuales las que le permitieron ganarse un hueco privilegiado en nuestra historia. Fue su decisión de llevarse la capital del reino (por entonces en Tebas) hasta una nueva ciudad la que le hizo famoso y odiado por igual entre sus seguidores.
Ya no solo porque arrebató la importancia a una urbe hasta ese momento determinante, sino porque su nuevo centro neurálgico fue Akhetatón (la actual Amarna), una villa fundada por él mismo que hubo que levantar desde los cimientos. Pero, como diría aquel, al César lo que es del César (o, en este caso, al Faraón lo que es del Faraón). Sumisos, sus ingenieros cedieron a sus caprichos e idearon un sistema que favoreció la construcción de la ciudad a la velocidad del rayo. En tan solo una década, la urbe se alzó -desafiante e imponente- ante los ojos del mundo.
¿Cómo pudo el Faraón crear de la nada una ciudad en un período de tiempo tan breve? Desde hace algún tiempo, los expertos afirman que las nuevas técnicas de construcción fueron las que permitieron este milagro. Sin embargo, una investigación desvelada a principios de junio por el diario anglosajón «The Guardian» ha incidido sobre una teoría alternativa que lleva décadas barruntándose. En palabras de la arqueóloga Mary Shepperson (colaboradora habitual del mencionado periódico y en las excavaciones de Amarna) Akhenatón podría haber utilizado a niños esclavos para construir su nueva capital.
A pesar de que todavía serán necesarios muchos análisis para confirmar esta idea, la experta cree que la hipótesis es más que plausible debido a la ingente cantidad de pequeños esqueletos que han sido hallados en el denominado «Cementerio del Norte» de la urbe. Una buena parte de ellos con lesiones traumáticas y enfermedades degenerativas que aparecen, habitualmente, en aquellos que trabajan con cargas pesadas durante un tiempo considerable. «La explicación más obvia no es agradable: estos niños y adolescentes podrían haber sido utilizados como mano de obra y podrían haber sido obligados a realizar frecuentemente trabajos pesados», añade la experta.
¿Se gesta un loco?
El egiptólogo y escritor Christian Jacq explica en su extensa y documentada obra «Nefertiti y Akhenatón» que «el futuro Akhenatón nació probablemente en el palacio de Malgatta, en la orilla oeste de Tebas». Con todo, destaca que se ve obligado a afirmar «probablemente» debido a que a los cronistas no les interesaba el momento en que eran alumbrados los hijos de los faraones, sino solo el tiempo en el que eran coronados. Durante su infancia, el pequeño egipcio vivió en un país en su máximo esplendor económico y social. La paz era lo habitual por entonces, en contra de lo que habían vivido otros líderes como Tutmosis III (conocido como el «Faraón guerrero» por causas obvias).
La tranquilidad de su padre, Amenofis III, solo se veía turbada por el paulatino aumento de poder de la civilización hitita, a la que el Faraón infravaloró durante toda su vida. La serenidad y la gloriosa sombra de un progenitor al que poco le faltaba para ser el amo del Nilo fueron los pilares de la educación del futuro Akhenatón. «Hacia 1380 a. de C., Egipto posee un Imperio que se extiende desde las costas sirias hasta el Oronte y desde Nubia hasta la tercera catarata. Las buenas relaciones con Mitanni y Babilonia se mantienen», añade el experto.
Todos esos extensos territorios eran regidos desde la capital: Tebas. Una ciudad cosmopolita (y dedicada principalmente al dios Amón) en la que el politeísmo a diferentes divinidades era la base de un culto dominado por una poderosísima casta de sacerdotes.
La misma que, poco a poco, había ganado un gigantesco poder en Egipto hasta el punto de influir directamente en la política. Y la misma que contaba con un auténtico entramado económico que le permitía ubicarse en la cima del poder social. No en vano, y como afirma la historiadora francesa Violaine Vanoyeke en «Más allá del Egipto faraónico», «tenían a su servicio numerosos funcionarios de menor rango encargados del tesoro, responsables de las obras, jefes de rebaños, contables, mayordomos, chambelanes, jefes de flota…».
El «Faraón hereje»
A pesar de que Amenofis III fue uno de los primeros faraones en combatir indirectamente el poder de los sacerdotes, durante la infancia del futuro Akhenatón no se vivió ninguna ruptura religiosa. De hecho, y tras su ascenso al poder, al entonces Amenofis IV se le seguía representando rodeado de deidades (ejemplo de ello son las inscripciones del templo de Sesebi, en Sudán) y como «el elegido de Amón».
¿Cuándo logró sentarse en la poltrona nuestro protagonista? Esta pregunta sigue generando polémica a día de hoy, al igual que la posibilidad de que él y su padre mantuvieran una corregencia en vida. «Las fechas del reinado continúan siendo objeto de controversia: de 1377 a 1360 según Redford, de 1364 a 1347 según Trigger y sus colaboradores, autores de una reciente historia social del antiguo Egipto, y de alrededor de 1353 a alrededor de 1336 para Yoyotte y Vernus en su trabajo de síntesis sobre los faraones... Y eso que me limito a citar tres hipótesis», añade Jacq.
En todo caso, fue entre los años 1 y 3 de su reinado cuando el todavía Amenofis IV decidió adoptar la figura de Atón (el disco solar) como la de su deidad principal. Todo ello, en detrimento de Amón. Algo considerablemente revolucionario para la época.
«El Faraón adoptó al Sol, bajo su forma de disco, como único dios», explican en «Textos para la historia del Próximo Oriente antiguo» los catedráticos Francisco Marco Simón y Narciso Santos Yanguas. Los expertos afirman, a su vez, que esta figura no fue creada por nuestro protagonista, sino que ya existía con mucha anterioridad. Sin embargo, sí fue él quien le ofreció un puesto más que predominante en la sociedad. Esta idea la comparte también Jacq: «Atón no es una divinidad inédita en la religión egipcia. Desde la época de Tutmés I, se le considera como una potencia creadora».
Sin embargo, Jacq discrepa con los españoles (así como con otras decenas de expertos) en la idea de que aquel primigenio Akhenatón era partidario de una única deidad. Así pues, mientras que Marco y Santos definen la sociedad creada por el Faraón como claramente monoteísta, él anglosajón es partidario de que, aunque relegó al resto de divinidades, no cargó contra ellas frontalmente. Con todo, una buena parte de los egiptólogos son partidarios de que Amenofis IV se planteó como objetivo la eliminación de las deidades tradicionales.
«Pretendía destruir el anterior politeísmo egipcio y que se llegara a repudiar el culto de Amón. De esta forma trataba de repudiar la vieja religión mortuoria vinculada a Osiris», añaden los autores de «Textos para la historia del Próximo Oriente antiguo» en su obra.
«Akhenatón abolió el ritual dedicado a Amón y a otros dioses menores que se celebraba todos los días»
El historiador Jorge Dulitzky es partidario también de esta idea en su obra «Akhenatón, el Faraón olvidado»: «Akhenatón abolió el ritual dedicado a Amón y a otros dioses menores que se celebraba todos los días, pues era una ceremonia costosa llevada a cabo por una legión de sacerdotes que despertaban a los dioses, los limpiaban, vestían, alimentaban y les hacían reverencias como si fueran reyes». En palabras de este autor, con el tiempo Akhenatón fue destruyendo los clásicos ritos a las deidades egipcias y sustituyéndolos por otros totalmente nuevos.
Lo que sí está claro es que, de la mano de su esposa Nefertiti, Amenofis IV se elevó a la categoría de gran sacerdote de Atón en los primeros años de su reinado.
Tal fue su convencimiento de que esta divinidad debía ser la preponderante, que se cambió el nombre a Akhenatón (cuyo significado ha sido discutido a lo largo de los siglos, pero que vendría a significar «Siervo de Atón»). De esta forma, marcó el comienzo de lo que autores como Dulitzky han calificado de «revolución»: «Hay que destacar dos características particulares de la revolución de Akhenatón: fue una de las primeras impulsadas desde el poder, y […] todas sus reformas fueron hechas en nombre de la religión». El autor, incluso, afirma que a partir de entonces el Faraón creó de cero una nueva religión. O más bien «su nueva religión».
Este culto que vino acompañado de una serie de nuevas costumbres que narra, de forma pormenorizada, la profesora de Historia Antigua Ana María Vázquez Hoys en su dossier «Akhenatón el Hereje»: «El nuevo Faraón prohíbe a su pueblo que se arrodille y se humille ante él. Recorre los campos con su esposa, confraterniza y se mezcla con los fellahs, los anima en su tarea, él mismo abandona toda pompa en sus vestidos. Establece el matrimonio monógamo. Elimina todo tipo de ceremonial tanto en la Corte como en la religión. Prohíbe el fasto y los costosos desfiles. Una de sus frases que ha llegado hasta nosotros es: "Viviendo recta y honradamente es como se honra a Dios". Da orden de abolir la esclavitud y exhorta a los pobres, siervos y desvalidos a luchar por Atón cuya victoria significa la desaparición de la injusticia. Aconseja a las mujeres que sólo parieran dos hijos y se concentrasen en su cuidado. Se convierte en el primer ecologista del mundo y protector de los animales, prohibiendo la caza masiva».
Destrozando a Amón
En sus siguientes años de reinado, Akhenatón entró en conflicto con los sacerdotes que rendían al culto al resto de dioses al relegarles a un segundo plano. El más damnificado fue el clero de Amón, que fue puesto al mismo nivel que el resto de religiosos y cuyo papel preponderante se esfumó. Junto a su importancia se marcharon también, y poco a poco, sus riquezas. Y es que, a partir de entonces el Faraón estableció que todas las nuevas ofrendas pasarían a engrosar los tesoros de los templos dedicados a Atón.
«El rey lesionó forzosamente intereses individuales. Y si es cierto que prestó oído a “malas palabras”, lo hizo sin duda a conciencia, relegando a la sombra a signatarios a los que juzgaba incapaces de cumplir sus funciones religiosas», añade Jacq.
Por si esto fuera poco, en el año 9 de su reinado cargó frontalmente (más si cabe) contra Amón y sus seguidores al ordenar eliminar el nombre de este dios de todos los templos. Así define este suceso el egiptólogo francés Georges Legrain en una de sus obras: «Por todas partes se proscriben o destruyen por orden real las imágenes de Amón. Pocos monumentos, tumbas, estatuas, estatuillas, incluso objetos menudos escaparon a las mutilaciones... Se llega a escalar hasta lo más alto de los obeliscos y a descender al fondo de las tumbas para destruir los nombres y las Imágenes de los dioses». Aunque otros expertos como Jacq califican sus palabras de exageradas, lo cierto es que el impacto social si fue destacable.
¿Qué buscaba Akhenatón con esta «herejía»? Su objetivo era terminar con su influencia y lograr, de una vez por todas, que Atón reinara en solitario, como única y verdadera deidad. La decisión, con todo, no le salió barata. Y es que –como especifica Jacq- ha sido tildado a día de hoy de «loco, fanático, sectario, epiléptico, verdugo, demente empeñado en vengarse de un clero que le odiaba» y otras tantas cosas más por ello.
La nueva capital
Poco antes de comenzar su revolución, y cuando apenas sumaba cuatro años al frente de Egipto, Akhenatón tomó una de las decisiones más arriesgadas de su reinado. La misma que, a día de hoy, nos obliga a escribir estas líneas: estableció que abandonaría Tebas y trasladaría la capital del imperio hasta una nueva ciudad. Lo curioso es que esta urbe no estaba siquiera edificada, sino que tendría que ser levantada de la nada y, según su decisión, a más de 350 kilómetros de la su habitual residencia. Según afirmó, el mismo Atón le dijo que alzara sobre aquellas vírgenes llanuras ubicadas entre montañas una metrópoli digna.
Lo cierto es que su decisión bien podría ser terrenal pues –casualmente- el emplazamiento se hallaba a medio camino entre Menfis (capital del Imperio Antiguo) y Tebas (capital del Imperio Nuevo).
Con todo, e independientemente de si tomó esta determinación de forma consciente o no, Akhenatón se empeñó en que su megalópolis debía estar edificada cuanto antes. Así fue como se inició una batalla contra el reloj para construir la metrópoli de Akhetatón, la actual Amarna. A día de hoy, un recuerdo perceptible únicamente gracias a las ruinas que han sobrevivido al paso del tiempo, y a las paredes de piedra que marcaba sus límites. Las mismas en las que el Faraón ordenó tallar (y así dejar constancia) de la urbe.
La ansiedad de Akhenatón hizo que Amarna fuera edificada en poco menos de una década mediante nuevas técnicas de construcción. El ejemplo más claro es que los arquitectos apostaron por usar bloques más pequeños y manejables (principalmente de adobe) en lugar de los tradicionales, más grandes y resistentes. Otro tanto pasó con las estatuas: los escultores se vieron obligadas a elaborarlas por módulos (y mediante materiales de menor calidad) para ganar su particular carrera al tiempo.
Estas novedades permitieron que la urbe naciera en poco menos que un suspiro (las estructuras básicas estuvieron edificadas sumamente rápido) y que pudiera ser «fabricada» por mano de obra inexperta, pero la condenó a perderse con el paso de los años ante las inclemencias del desierto. «Fueron muchos los artesanos de Tebas que vinieron a instalarse a Akhetatón, pero tuvieron que luchar contra un enemigo poderoso: el tiempo. Como hemos dicho, Akhenatón tenía prisa. Por lo tanto, el conjunto de las paredes maestras sufrió a veces las consecuencias de la rapidez de los trabajos», añade Jacq en su obra.
Con todo, la premura no impidió que Amarna se convirtiera en una de las ciudades más bellas de Egipto. Al menos mientras estuvo en pie. Tal solo cuatro años después de que comenzaran las obras ya había habitantes allí. Y ya en el sexto año de su reinado, Akhenatón se trasladó junto a su gigantesca corte a ella. Junto a él se marcharon artesanos, funcionarios, militares y un larguísimo etc. que, por descontado, redujeron considerablemente la población y la riqueza de Tebas. La otrora capital se vio obligada además a ver como el comercio más destacado (así como los ingresos y ayudas principales del Faraón) se marchaban con él hacia Akhetatón.
«Los testimonios conservados tienden a demostrar que la ciudad de Atón era bella y acogedora, con amplias avenidas»
«Los testimonios conservados tienden a demostrar que la ciudad de Atón era bella y acogedora, con amplias avenidas, espacios verdes y barrios muy bien concebidos. La corte encontró una capital atrayente, en la que podía latir el corazón de Egipto», determina Jacq.
Los autores de la obra colectiva «Egipto: 7000 años de arte e historia» son de la misma opinión: «La ciudad se extendía a lo largo de casi 15 kilómetros, como una gran faja que bordeaba la margen oriental del Nilo. En las montañas rocosas que se levantaban a espalda de la gran ciudad se fue creando la gran necrópolis». Sin embargo, lo que más llamaba la atención de la nueva metrópolis es que disponía de un gigantesco templo sin techo (abierto al sol) con cientos de mesas de ofrendas.
La ciudad continuó siendo el centro de Egipto hasta la muerte del Faraón en el 1332 a.C. Entonces fue totalmente abandonada. Con Akhenatón también se marchó su monoteísmo y su particular culto único a Atón. El sueño del revolucionario líder, así pues, se apagó. Después de que el grueso de los pobladores de Amarna regresaran a Tebas, la nueva urbe se fue descomponiendo hasta quedar oculta por la arena. Casi como una ciudad maldita.
¿Niños esclavos?
Ahora, más de 3.000 años después del abandono de Amarna -y siempre según afirma la arqueóloga del «The Guardian»- nuevos restos humanos avalan la idea de que Akhenatón pudo usar a niños y a adolescentes para edificar su ciudad de los sueños. Una teoría, por cierto, que ya venía barruntándose desde hacía décadas. Los huesos de la discordia corresponden a más de un centenar de individuos que fueron hallados en uno de las varias necrópolis populares (que nada tienen que ver con las «lujosas» tumbas de la familia real y los cortesanos) de la vieja Akhetatón: el Cementerio Norte.
El Cementerio Norte (llamado así por hallarse al norte de Amarna) empezó a ser excavado en 2015. De tumbas sencillas –se inhumó con solo una estera a los fallecidos bajo la misma tierra-, de esta necrópolis se han extraído desde entonces los restos de 105 individuos que han sido analizados por la doctora Gretchen Dabbs. Las características de los huesos no pueden ser más espeluznantes: el 90% se corresponden con huesos de seres humanos de entre 7 y 25 años. De hecho, la mayoría pertenecen a jóvenes con apenas 15 veranos a sus espaldas.
El rango de edad de los fallecidos no puede ser más extraño para la época. Y es que, por entonces se correspondía con el arco en el que los seres humanos más resistentes eran a las enfermedades. ¿Cómo es posible? Dabbs cree tener la respuesta: una gran cantidad de los restos encontrados denotan que los chicos fallecidos contaban con algún tipo de lesión traumática. El 10%, sin ir más lejos, osteoartritis (la cual puede aparecer tras haber realizado trabajos forzados). Por si fuera poco, un 16% de los menores de 15 años hallados también padecían dichas dolencias junto a otra serie de problemas óseos. Todos ellos, asociados con portar objetos pesados durante mucho tiempo.
La explicación más obvia, según el «The Guardian», es la menos agradable: los restos hallados se corresponden con los de niños y jóvenes que podrían haber sido utilizados como mano de obra para levantar la ciudad de Amarna. A su vez, la arqueóloga es partidaria de que es posible que los huesos pertenezcan a esclavos debido a que en los enterramientos del Cementerio Norte se elaboraron sin ningún tipo de cuidado. Algo raro en una sociedad como la egipcia, donde la familia del fallecido solía ofrecerle una inhumación digna.
Esta teoría se ve reforzada por «casualidades» (o no) como que el 43% de las tumbas contengan a más de un individuo. Una cifra mucho más alta que la que se ha obtenido analizando el resto de necrópolis de Amarna. De hecho, en el Cementerio Norte fueron encontrados hasta 5 0 6 esqueletos juntos. «Los hoyos tienen el mismo tamaño, así que es probable que fueran excavados sin saber cuántas personas se acabarían metiendo en su interior», añade la experta.
Por otro lado, y siempre en palabras de «The Guardian», el Cementerio Norte se haya ubicado entre las principales canteras de usadas en la construcción de la urbe. Otro hecho que avalaría esta macabra teoría. A partir de aquí, las posibilidades son infinitas. La experta habla incluso de que podrían haber sido esclavos traídos desde el exterior para trabajar. Idea que también ronda la mente de muchos egiptólogos desde hace años, y que Jacq refleja en su obra: «Ciertos egiptólogos han escrito que los constructores fueron criminales enviados a las canteras para purgar sus penas. Akhenatón, dicen, encontró entre ellos lo esencial de sus fieles, “recuperando” a una banda de ladrones y asesinos».
Los activistas de derechos humanos celebran la sentencia de 15 meses de prisión suspendida y una multa por tráfico de seres humanos, aunque esta sea meramente simbólica.
Ocho princesas emiratíes han sido condenadas por un tribunal de Bruselas a 15 meses de prisión suspendida y una multa por tráfico de seres humanos y tratamiento degradante, según ha informado durante el fin de semana la prensa belga. Las mujeres, miembros de la familia gobernante de Abu Dhabi, siempre han negado las acusaciones, pero su abogado, Stephen Monod, está satisfecho de que se cierre el caso. Además, el juez ha desestimado la acusación más grave de trato inhumano y absuelto a un mayordomo que también estaba encausado.
La jequesa Hamda al Nahyan y sus siete hijas estaban acusadas de retener en condiciones de semiesclavitud a 23 sirvientas que llevaron con ellas durante una visita a la capital belga en el invierno de 2007 a 2008. Ninguna de ellas ha asistido al juicio y de haber sido condenadas a una pena efectiva de cárcel, resulta muy improbable que hubieran sido extraditadas por Emiratos Árabes Unidos (EAU). La sentencia también ha rebajado sustancialmente la multa que pedía la acusación de casi dos millones de euros (a razón de 15.000 euros por víctima más intereses) a 165.000 euros, con suspensión de la mitad.
“La justicia belga ha evaluado adecuadamente este caso que ha generado muchas ideas equivocadas durante cerca de 10 años”, declaró Monod en un comunicado al conocerse la sentencia el pasado viernes. No obstante, en un correo electrónico enviado este lunes a EL PAÍS, el letrado lamentó que el tribunal no haya atendido todos sus argumentos y aceptado los cargos de tráfico de personas y trato degradante.
El caso se remonta al año 2008, cuando una de las empleadas al servicio de las princesas escapó del hotel donde se alojaban y denunció una situación que los activistas de derechos humanos califican de “esclavismo moderno”. Las mujeres dijeron que les obligaban a estar disponibles las 24 horas del día, que tenían que dormir en el suelo, nunca les daban un día libre, tampoco les permitían salir del hotel y estaban obligadas a comer los restos de la comida de las princesas. Son condiciones en las que viven muchas empleadas de hogar en los ricos Estados petroleros del Golfo, donde la prensa no se ha hecho eco de la condena.
Aunque no todas las acusaciones han podido probarse, la ONG belga Myria, que ayudó a llevar el caso a los tribunales, ha considerado el veredicto “una señal clara contra la impunidad de la trata de seres humanos”. La saga, que se prolongó en gran medida debido a los recursos de procedimiento de la defensa, ha incluido la denuncia de amenazas a las familias de tres de las víctimas, dos exempleadas tunecinas y una marroquí, según informó en su día el diario Le Soir.
La Corte de Apelación de La Haya considera que los cascos azules holandeses encargados de proteger el enclave actuaron "ilegalmente".
Mujeres de la Asociación de Madres de Srebrenica llegan al Tribunal de Justicia en La Haya (Holanda).REMKO DE WAALEFE
Dos décadas después del genocidio de Srebrenica (1995) perpetrado durante la guerra de los Balcanes (1991-2001), la Corte de Apelación de La Haya ha confirmado este martes la responsabilidad de los Países Bajos en la muerte de 350 varones musulmanes refugiados en el recinto militar de los cascos azules holandeses, encargados de la seguridad en dicha ciudad bosnia. Los jueces han rechazado, sin embargo, que pueda atribuirse al Estado holandés la suerte de todos los demás hombres —unos 8.500— masacrados en 1995 por las fuerzas del hoy exgeneral serbobosnio, Ratko Mladic.
El fallo, contra el que ya no cabe una nueva apelación, ha ratificado una sentencia de 2014, pero marcando una línea divisoria entre las propias víctimas de Srebrenica. Los familiares de los 350 muertos recibirán solo un 30% de la indemnización a la que tendrían derecho de haber perecido sus allegados con el resto de los hombres, esparcidos fuera del complejo militar. Los jueces alegan que, “de no haber sido entregados el 13 de julio de 1995 a las tropas de Mladic, los 350 musulmanes bosnios habrían tenido un 30% de posibilidades de sobrevivir”. “Al dejarlos ir, perdieron ese margen, y el Estado holandés es responsable de ello”, ha señalado el juez, Gepke Dulek. La demanda la presentaron ese año las Madres de Srebrenica, portavoces de unas 6.000 personas. Según ellas, “la sentencia es absurda porque los cascos azules estaban allí y debieron proteger a todos los varones musulmanes; para nosotras este caso no tiene fin: todos está muertos”, han asegurado a las puertas de la corte. Para Marco Gerritsen, su abogado, “se ha tomado una decisión salomónica”.
El Tribunal de Apelación considera que el Estado actuó ilegalmente, y le "condena al pago de una compensación parcial" a las familias de las víctimas. Las fuerzas de paz holandesas facilitaron la separación de los hombres y niños musulmanes "sabiendo que había un riesgo real de que los serbios de Bosnia los sometieran a un trato inhumano", sigue el juez Dulek. Por el contrario, los oficiales holandeses destacados en Srebrenica sostienen que en 1995, sin apenas agua y comida, con unos 5.000 civiles refugiados dentro y fuera del recinto de la ONU, y cercados por las tropas serbobosnias, pensaron que se trataba de una evacuación. Que los llevarían a otro campo en mejores condiciones. Dulek ha criticado dicho argumento, señalado que “dejar salir a los 350 hombres sin más se corría el peligro de que los ejecutaran, y debió haberse paralizado su marcha”. “De todos modos”, sigue la sentencia, “todos perecieron a manos de los serbobosnios”, una precisión subrayada por el ministerio holandés de Defensa.
Los cascos azules holandeses fueron los últimos integrantes de la Fuerza de Protección de la ONU (Unprofor) desplegados en los enclaves bosnios de Srebrenica, Gorazde y Zepa. Declarados en 1993 “zonas seguras” por Naciones Unidas, miles de bosnios musulmanes fueron trasladados a ellas. Allí se desplegó un contingente autorizado solo para usar la fuerza en defensa propia, a pesar de las advertencias de que estaba en marcha una limpieza étnica.
En 2013, las Madres de Srebrenica perdieron una demanda similar, contra Naciones Unidas, presentada ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. La corte europea decidió que la ONU gozaba de inmunidad. Pero ese mismo año, el Tribunal Supremo holandés confirmó un fallo anterior de la Corte de Apelación de La Haya sobre un caso concreto: la muerte de Rizo Mustafic, el electricista del complejo de los cascos azules, y de Ibro y Mohamed Nuhanovic, padre y hermano de Hasan, el traductor, que sobrevivió. Si bien abarcaba solo “un caso particular separado del conjunto del genocidio”, suponía que el Estado holandés ya no podría invocar la inmunidad de Naciones Unidaspara justificar la inacción de sus 400 soldados. Este proceso judicial abrió la puerta a nuevas demandas, como la concluida este martes.
Además, unos 200 veteranos holandeses de Srebrenica van a demandar al Estado para conseguir una compensación, y una disculpa, por enviarles a "una misión imposible" de cuyo fracaso han sido responsabilizados por la comunidad internacional. Su abogado, Michael Ruperti, ha explicado que cada uno exige una indemnización simbólica de 22.000 euros —1.000 euros por cada año que ha pasado desde la matanza de Srebrenica— por el trauma psicológico.
La investigación oficial del Instituto para Estudios de Guerra, Holocausto y Genocidio (NIOD) concluyó en 2002 que los uniformados neerlandeses no pudieron haber evitado la masacre porque no contaban con los medios necesarios para ello, si bien afirmó que silenciaron lo ocurrido. La publicación del informe del NIOD provocó la dimisión en bloque del Gobierno de Wim Kok. "De ninguna manera asumimos la culpa de lo que pasó en Srebrenica, pero sí nuestra responsabilidad", explicó entonces el primer ministro socialdemócrata.