EL MUNDO INTERNACIONAL
Alberto Rojas
Hanna, de 15 años y nacionalidad nigeriana, en el campo de refugiados de Dar es Salam, en Chad. REPORTAJE GRÁFICO DE ALBERTO ROJAS
Todos lo saben. Están en los mercados, en las mezquitas, en los hospitales y hasta en las escuelas. Están en tu comunidad, entre tus vecinos y puede que en tu misma familia. Pero nadie los nombra.
- Cuando hablas de "ellos", ¿a quién te refieres, Hanna?
- "Ellos" son "Los malos". Así les llamamos.
- ¿Por qué no les llamáis por su nombre?
- Por si vienen.
- ¿Por si viene quién?
- Ellos. Los malos. Boko Haram.
En medio de un océano de dunas, Hanna, nos espera a la sombra de una acacia a más de 45 grados de temperatura, en el llamado 'Horno de Dios'. El traductor, que conoce su historia, alisa la arena frente a ella para dibujar un mapa y su travesía del infierno a la salvación, aunque la salvación sea un campo lleno de iglús de ramas y trapos en medio del desierto llamado Dar es Salam (Casa de Paz), en la orilla derecha del Lago Chad.
Hanna, de 15 años, soñó con ellos antes de conocerlos. Con los miedos de sus padres y los rumores que corrían compuso una imagen de ellos muy aproximada a la real: "Tenía pesadillas en las que me perseguían. Me despertaba y quería huir. Eran criminales vestidos de negro, pero aún nos creíamos seguros. Poco a poco comenzaron a reclutar gente en Madai (Nigeria), de donde es mi familia. Y un día nos llegó una carta amenazante de ellos. Mi padre tenía que cerrar su tienda e irnos del pueblo o nos matarían".
Niños soldado y niñas-bomba
Hanna habla con la mirada fija en el horizonte. "Ésa fue la primera vez que hicimos las maletas. Dos semanas después nos instalamos en Aliboy, una isla en la cara nigeriana del lago Chad. Lo que más me dolió fue abandonar el colegio". Pero Boko Haram no tardó en atacar también allí. "Se llevaron a 25 niños secuestrados. Ya nos había advertido el profesor de que nos atacarían primero allí. Nos dijeron que cuando se oyeran disparos corriéramos al bosque y así lo hice. Mi hermana y mi madre vinieron conmigo. Tardamos seis horas en cruzar los pantanales hasta una zona segura". Con cada nuevo ataque, Boko Haram dejaba su factura de adultos degollados y niños secuestrados. Ellos para ser soldados y ellas para convertirse en esclavas sexuales (las más afortunadas) o niñas-bomba. A todos les hacen una marca, unas cicatrices a cuchillo con forma de código de barras que los distinguirá de por vida.
El destino de Hanna fue esta vez la isla de Polikime. De nuevo, cuando se asentó la familia, llegó otra carta al jefe de la aldea: "Esta isla pertenece a Boko Haram. Abandonadla o moriréis todos". El objetivo siempre es el secuestro, la matanza y el saqueo de cosechas y ganado. "Habían pasado seis semanas desde la primera vez que hice las maletas y ya había huido cuatro veces de ellos", dice Hanna. Transcurría el año 2013 y este grupo terrorista ya había matado a más de 10.000 personas, pero aún no había secuestrado a las 276 niñas del colegio de Chibok, de las que aún permanecen retenidas más de 100.
"Muchos se quedaron en Polikime, pero nosotros nos fuimos. Y, como sospechábamos, después atacaron la isla y mataron a mucha gente allí. Estuvimos seis días remando en un bote hasta llegar a Gatra, una ciudad que ya pertenece a Níger. Allí nos creímos seguros de nuevo. Mi padre abrió otra tienda y yo comencé a ir al colegio otra vez, pero era en francés y me costó adaptarme [en Nigeria la educación es en inglés]". Con cada nuevo nombre, el traductor dibuja una ruta en su mapa de arena. "Dos años después, Boko Haram reapareció en nuestras vidas y arrasó la isla de al lado, Karanga. Pero lo que más miedo nos dio es ver cómo atacaron el destacamento militar que debía protegernos. Al día siguiente vimos cientos de muertos flotando en el río, ejecutados".
En aquel momento, la aviación nigeriana bombardeó a los yihadistas y mató a 20 de ellos. El resto huyó. "Nos trasladamos a la isla de Meltri, lejos de la zona que controlaba Boko Haram, donde hice otro intento de comenzar el curso escolar. Pero de nuevo allí el director recibió una carta de ellos en la que decían que tenía que cerrar el colegio si no quería que mataran a todos los niños con una bomba. Y lo hizo. De nuevo escapamos y me quedé sin ir a clase. Además, he ido perdiendo a todos los amigos por el camino".
Boko Haram tiene en su nombre escritas sus intenciones: Boko (libro, referido a los usados en el colegio) es Haram (pecado), a diferencia de las tablillas del Corán de las escuelas coránicas, que esta secta pretende imponer en su territorio como forma única de educación. Para conseguirlo, te matará por ser hombre, mujer o niño, cristiano o musulmán, te matará por reírte o llorar, por ser alto o bajo, te matará para que se olvide tu pasado, se detenga tu presente y se quiebre tu futuro.
"Las órdenes las daban con palizas"
"Mi tío, que es militar, nos aviso de que tampoco en Meltri estábamos a salvo. Volvimos a movernos hacia Ngubua, en la orilla del lago, ya en Chad, como refugiados. Y después el Gobierno nos instaló aquí, en este desierto". Hanna volvió a sentirse segura. Pero un sábado de octubre de 2015, cuando iba a comprar al mercado de Baga Sola, escuchó una gran explosión en el interior, y una columna de humo. Cinco niñas-bomba, obligadas por Boko Haram, detonaron aquel día sus chalecos matando a 30 personas. Un triste recordatorio de que el grupo yihadista ha conseguido marcar de una manera u otra la vida de cientos de miles de personas que viven en la región.
Una de esas existencias rotas es la de Hassan, un niño de 14 años que fue secuestrado por la milicia y permaneció retenido un año entero hasta que pudo escapar. "El pescado de la orilla no es bueno, nadie lo quiere, por eso me arriesgué a llevar mi barca un poco más hacia la profundidad, donde los peces son más grandes", dice, mirando hacia abajo, como avergonzado. "Allí me cogieron. Llevaban el pelo y la barba muy largos y estaban todo el día enfadados con nosotros. Nos alimentaban con pienso para animales, nos tenían todo el día trabajando para ellos o leyendo las tablas del Corán. Las órdenes las daban con palizas. No hubo un solo día que no quisiera escapar de allí. Una noche vimos que el vigilante se alejaba y escapamos. Estuvimos caminando tres días hasta que encontramos una patrulla militar. Si nos hubiesen descubierto huyendo nos habrían matado".
"Esta crisis se ha cebado con la infancia", dice Lilian Kastner, jefa de emergencias de Unicef. "Muchos de los niños afectados por el conflicto han sufrido un nivel de violencia y abuso inimaginable".
En el pequeño aeródromo de Bol, el último punto al que llegan los vuelos humanitarios, alguien colgó un mapa del lago de National Geographic. Pero lo que muestra ya no existe: su superficie se ha reducido al 10% por la sobreexplotación y el cambio climático. Con la bajada del agua han surgido decenas de islas nuevas y un laberinto de canales, donde esconden a miles de secuestrados entre ellas. Además, en la orilla izquierda del mapa pone "Nigeria", pero hace tres años que esa zona ya no pertenece al Estado nigeriano. Ahora es parte del Califato de Boko Haram, tentáculo africano del Estado Islámico.
Dos de los militares que luchan contra ellos nos acompañan en una embarcación a Buguirmi, una de las islas que fue arrasada y saqueada por los yihadistas. "No son buenos soldados. Vienen hacia nosotros corriendo, sin cubrirse, totalmente drogados, gritando 'Ala Akbar' (alabado sea Alá). Yo mismo maté a siete y herí a otros dos. El problema es que suelen atacar a civiles desarmados", dice uno de ellos, que participó en la reconquista de la isla. Allí, los que han decidido volver, intentan reconstruir sus viviendas mientras las mujeres hacen cola bajo un gran árbol para que un doctor de Unicef mida los niveles de desnutrición, que son altísimos. El objetivo para ellas es conseguir los preciados sobres de pasta de cacahuete conocidos como Pumpinut con los que alimentar a sus hijos una o dos semanas. A la vez, en otra fila, un pediatra vacuna a los niños para evitar que se contagien de enfermedades como la hepatitis, el cólera o la polio, que estaba erradicada en Nigeria y ha vuelto a resurgir por culpa de Boko Haram, que no permite vacunaciones en el territorio que controla. Unicef está levantando de nuevo la escuela y ya han encontrado a un profesor dispuesto a volver.
"Ahora voy al colegio"
Toda la geografía de este lago sangra por la existencia de personas como Alima Adam, de 40 años de edad, madre de cinco niños (dos han muerto ya) y embarazada de nuevo. Recuerda bien cuando Boko Haram los atacó con niñas-bomba, y cómo los cuerpos quedaron mutilados y desparramados en el suelo. "Tengo miedo de que todo aquello afecte a mi hijo. Ya he perdido a dos y no podría superar otra muerte". Las condiciones de vida son terribles en la isla. Las madres pueden conseguir leche en polvo, pero la acaban mezclando con agua del lago porque no tienen agua potable. Fatimata Kadim, una viuda de 33 años, se casó con su marido a los 15 años. Como casi todas las mujeres en la zona, no sólo sufrió el matrimonio infantil, sino la mutilación genital, una práctica en la que, con la misma cuchilla, pueden acabar pasándose enfermedades como el VIH de unos a otros en la misma ceremonia. "Escuché el disparo que mató a mi marido cuando estaba escondida en casa. Después robaron todo lo que teníamos. Varios días después volví a enterrarlo porque ellos jamás entierran a los muertos", comenta Fatimata.
Junto a ella, Badrei, la mujer más popular de la aldea, explica que con su trabajo de matrona ayudará a devolver la vida a la isla: "Ya he traído a 3.500 niños al mundo, a veces varios al día. Los conozco a todos, como mi madre y mi abuela antes que yo. Algunos han sido sencillos y otros dolorosos, tanto que me han dolido a mí, pero es la voluntad de dios".
Hanna avisa: tiene que ir terminando la entrevista porque es la hora de su clase de costura, la formación profesional que recibe en la escuela de Unicef del campo (una de las 1.300 que han construido por todo el país).
- Una última pregunta: ¿cómo te sientes después de haber escapado ocho veces en tres años de Boko Haram?
- [Tras pensar unos segundos] Creo que he ganado la batalla. Ahora voy al colegio, que es lo que ellos no querían.
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