ESTADOS UNIDOS
Marc Bassets
El gesto realza la alianza con EE UU ante el ascenso chino y en vísperas de la llegada de Trump.
El primer ministro japonés Shigeru Yoshida visitó Pearl Harbor en agosto de 1951, diez años después del ataque AP
Para Obama, que ha hecho de la memoria histórica y de la admisión de los errores estadounidenses una herramienta en su política exterior, recibir a Abe en su Hawái natal es un colofón a una presidencia que agota sus últimos días. El presidente saliente ha intentado durante estos ocho años redirigir hacia Asia las prioridades geoestratégicas de la primera potencia, y en este esfuerzo la alianza con Japón es la piedra angular.
El significado de la visita va más allá del deber de memoria. Para Abe, es un gesto que consolida la alianza de casi siete décadas con Estados Unidos ante el ascenso de China.
Abe fue el primer jefe de Gobierno extranjero en reunirse con Donald Trump tras la victoria en las elecciones del 8 de noviembre. El 20 de enero, EE UU tendrá a un presidente que llega el poder con la bandera del nacionalismo y que ha puesto en duda algunas de las alianzas.
"Sabéis que tenemos un tratado con Japón, y si Japón es atacado, nosotros tenemos que usar toda la fuerza y el poder de Estados Unidos", dijo Trump durante la campaña electoral. "Si nosotros somos atacados, Japón no tiene que hacer nada. Pueden quedarse en casa viendo un televisor Sony, ¿de acuerdo?"
Tras la visita de Obama a Hiroshima, el entonces candidato Trump escribió en la red social Twitter: "¿Alguna vez habla el presidente Obama del alevoso ataque a Pearl Harbor mientras está en Japón? Miles de vidas americanas perdidas".
Abe no será el primer primer ministro japonés en visitar Pearl Harbor, pero sí el primero en hacerlo de forma pública y oficial y con parada en el memorial. En 1951, su antecesor Shigeru Yoshida visitó la base. En los últimos días se han documentado otras dos visitas en la misma década de los primeros ministros Ichiro Hatoyama y Nobusuke Kishi. Kishi es el abuelo de Abe. En los tres casos fueron visitas poco publicitadas.
La visita de Yoshida, sólo seis años después del fin de la guerra, fue incómoda, según relató en sus memorias, From Pearl Harbor to Vietnam (De Pearl Harbor a Vietnam), el almirante Arthur Radford, encargado de recibirlo en Hawái. Radford cuenta que buena parte de la visita a sus oficinas en Pearl Harbor la dedicaron a hablar de Mackie, el perro del almirante.
“Años más tarde”, escribe Radford, “en una conversación con la señora Radford, el primer ministro explicó lo mal que se sintió al llegar a mis cuarteles aquella mañana y descubrir que visitaba Pearl Harbor. El chófer civil que le había traído parecía decidido a ofrecerle una descripción detallada de lo que ocurrió aquel fatídico día de diciembre. El señor Yoshida dijo que se sintió incómodo mientras entraba en mi oficina y estuvo contento de que el perro le permitiese entablar una conversación que sacase Pearl Harbor de su cabeza”.
Sin que mediase un ultimátum ni declaración de guerra previa, el 7 de diciembre de 1941, poco antes de las ocho de la mañana, hora local, los 353 aviones japoneses empezaron a llegar a la base y a abrir fuego contra los barcos y aviones estacionados en Pearl Harbor, la principal base de EE UU en el Pacífico. Murieron más de 2.400 estadounidenses.
El presidente Franklin Roosevelt dijo que el 7 de diciembre de 1941 sería “una fecha que vivirá en la infamia”. La frase dejó huella. En su versión original del discurso estaba previsto que dijese “una fecha que vivirá en la historia mundial”. EE UU descubrió que era vulnerable, en un golpe a la psyche nacional que se ha comparado con el de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Como en el 11-S, en Pearl Harbor los fallos burocráticos facilitaron que algunos avisos sobre lo que se avecinaba pasasen por alto.
Pearl Harbour sacó definitivamente a EE UU del aislacionismo y creó las condiciones para convertir a este país de dimensiones continentales y protegido por dos océanos en la primera potencia mundial. Sin Pearl Harbor quizá los aliados no habrían ganado la Segunda Guerra Mundial, EE UU no habría sido hegemónico en el resto del siglo XX y el orden mundial liberal —sustentado en instituciones multilaterales pero con la supremacía de EE UU y sus aliados— no habría sido el que todavía es hoy.
La entrada de EE UU en la guerra culminó con las bombas de Hiroshima y Nagasaki y la capitulación japonesa. Siendo incomparables en las características del objetivo y la muerte que causaron, Pearl Harbor y Hiroshima definen la memoria de la guerra en EE UU y en Japón, y en el mundo.
Lejos de la incomodidad que mostraba Yoshida en 1951, tanto Obama hace un año en Hiroshima como Abe este martes en Pearl Harbor buscan rendir homenaje a las víctimas de ambos bandos en la guerra.
En 2015, Abe habló ante el Congreso de EE UU después de visitar el Memorial de la Segunda Guerra Mundial en Washington. “La historia es dura”, dijo. “Lo que se ha hecho no puede deshacerse. Con un profundo arrepentimiento en mi corazón permanecí allí durante un tiempo rezando en silencio. Mis queridos amigos, en nombre de Japón y el pueblo japonés, ofrezco mi profundo respeto y mis condolencias eternas a las almas de todos los americanos que se perdieron durante la Segunda Guerra Mundial”.
“Venimos aquí para reflexionar sobre la fuerza terrible desatada en un pasado no tan distante”, dijo Obama en Hiroshima. “Venimos a llorar a los muertos, incluidos más de 100.000 hombres, mujeres y niños japoneses, miles de coreanos y unas decenas de prisioneros americanos. Sus almas nos hablan. Nos piden que miremos adentro, que recordemos quiénes somos y en qué podemos convertirnos”.
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