Pablo Muñoz/Cruz Morcillo
Una operación policial contra ETA en 2003, relacionada con los hilos de investigación que abrió la incautación de los papeles de Susper - EFE
Los papeles de Susper, que desde ayer publica ABC, contenían una información de un valor incalculable, además del que ya suponían los cientos de nombres en clave que había en ellos y que la Policía logró descifrar. Nada menos que la fotografía exacta de cómo estaba el aparato militar de ETA, hasta el punto de que se detallaban el número de comandos (taldes) legales y también de ilegales e incluso el número de terroristas que integraban cada uno de ellos, así como los colaboradores. No solo eso; también recogían las modificaciones que se iban a hacer o ya se habían hecho en el citado aparato que, no conviene olvidarlo, siempre había sido el que tomaba las decisiones en la organización.
La explotación operativa del conjunto de la información intervenida, en la que también figuraban las identidades encriptadas de los «captables»; es decir, de la cantera de ETA, provocó una serie de detenciones en cascada que más allá de quitar de la circulación a numerosos terroristas tenían la virtualidad de llevar la inquietud a las filas etarras. Nadie se sentía seguro, bien porque podía figurar en los famosos papeles, o bien porque apareciese en ellos alguna persona de su entorno.
Únicos antecedentes
La Comisaría General de Información consiguió lo que solo se había logrado hasta entonces con la caída del colectivo Artapalo en Bidart tras una ejemplar operación de la Guardia Civil en 1992, y en 1987 con la detención de Santi Potros por la Policía francesa en colaboración con la Benemérita, y la intervención de los «papeles de Sokoa»: un bloqueo temporal de gran parte de la actividad terrorista por la confusión provocada entre los etarras.
Sin duda, fue el subaparato de captación, «Arrantza» (en vasco significa pesca) el que más daños sufrió. Entre otras cosas porque volverlo a poner en marcha era especialmente delicado para la banda. Tenían que encontrar a «captadores» que no estuviesen en los papeles de Susper y que tuvieran la credibilidad suficiente para ejercer ese trabajo, pero además los futuros «captables» necesariamente tenían que ser distintos de los que se habían «tocado» en el pasado porque podían ser objeto de vigilancia policial, lo que provocaría nuevas caídas.
Esa inquietud dentro del aparato militar de ETA era la mejor de las noticias para la Policía, porque le daba margen suficiente para seguir estudiando los documentos intervenidos en Tarbes a Ibon Fernández de Iradi, lo que sin duda iba a seguir dando lugar a nuevas e importantes operaciones. Durante dos años, en efecto, se fueron sucediendo esos servicios de los expertos antiterroristas de la Policía, siempre publicitados con la coletilla de ser consecuencia de los «papeles de Susper» para aumentar el nerviosismo en las filas etarras.
Los daños al subaparato de captación fueron claves porque afectaban directamente a la incoporación a sus filas de nuevos terroristas que luego se destinaban a tareas diversas: informadores, colaboradores para prestar infraestructura, potenciales integrantes de futuros comandos operativos o captadores a su vez de nuevos etarras.
La cantera de ETA, según demostraron esos papeles, estaba en todas las organizaciones afines al llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MNLV), en especial aquellas en las que militaban los jóvenes proetarras como eran Jarrai, Segi, Haika y Ekin, que con el tiempo fueron ilegalizadas.
Entre la documentación relacionada con el subaparato de captación destacaban las cartas que se enviaban a los individuos a los que se quería reclutar para que colaborasen con ETA; una gran cantidad de citas, tanto entre los responsables del reclutamiento de futuros etarras como con distribuidores de cartas y posibles «fichajes»; otros en los que se especificaban cuestiones pendientes sobre esta estructura; actas de reuniones entre los responsables de las captaciones; pautas a seguir en relación al perfil de estos y apuntes sobre una distribución del trabajo por parte de un responsable de «Arrantza».
También se supo por esos papeles que los responsables en Francia del subaparato de información (los llamados «pianistas» dedicados a clasificar todos los datos que llegaban a la banda) y del de captación impartían cursillos a sus nuevos colaboradores «legales» para proporcionarles una formación integral y mostraban una tendencia por parte de ETA hacia la especialización y concreción de sus funciones. Esos cursillos eran una novedad frente a los que se daban habitualmente en exclusiva a los integrantes de comandos operativos y que se ocupaban sobre todo del manejo de armas y explosivos.
El conjunto de la documentación indicaba además que para ETA era extremadamente importante blindar el subaparato de captación para lo cual se concedía gran relevancia a reclutar y contar con un amplio archivo de potenciales colaboradores «legales» de origen francés y, por tanto, mucho más difíciles de ser detectados por las Fuerzas de Seguridad españolas al ser para ellos muy fácil pasar inadvertidos en su país de origen.
Gracias a la documentación intervenida a Susper, además, fue posible determinar el número de integrantes de comandos «ilegales», «legales» y de colaboradores no integrados en ninguno de los anteriores. De hecho, en un esquema manuscrito que estaba en esos documentos se incluía a todos los miembros del aparato militar. Se había confeccionado antes de septiembre de 2002 y cifraba en ocho el número de «taldes» legales, con un total de 18 etarras; doce «legales» formados por 26 individuos, 65 colaboradores «legales» relacionados con los subaparatos de captación, información y logística operativa y otros 85 colaboradores «legales» en cualquier otro ámbito.
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